Preparando el Estudio de Romanos semanal que estamos impartiendo en nuestra congregación me resalto a los ojos esta reflexión que les dejo a continuación:
Carta a la comunidad de Roma cap 8:15:
“…Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción*, por el cual clamamos: ¡Aba, Padre!..”
*Para algunas personas en la actualidad, el concepto de adopción alude a una idea de rango de segunda clase en la familia y por tanto como de un status menor frente a los que son naturales.
Sin embargo, en la cultura romana del tiempo de Pablo, un hijo adoptivo, en especial un hijo varón que hubiese sido adoptado, gozaba en algunos casos de mayor prestigio y privilegio que los hijos naturales.
De acuerdo a la ley romana, el dominio de un padre sobre sus hijos era absoluto. Si se sentía decepcionado con las habilidades, el carácter o cualquier otro atributo de sus hijos naturales, se enfrascaba con diligencia en la búsqueda de un niño disponible para adopción que demostrara tener las cualidades deseadas por él.
Si el niño probaba su dignidad, el padre tomaba todos los pasos legales necesarios para su adopción. Con la muerte del padre, un hijo adoptado y favorecido con frecuencia heredaba el título del padre, la mayor parte de su patrimonio, y se convertiría en el progenitor principal del apellido familiar.
A causa de su gran importancia obvia, el proceso de adopción romana involucraba diversos procedimientos legales minuciosamente prescritos. El primer paso escindía por completo la relación legal y social del niño con su familia natural, y el segundo paso le colocaba de manera permanente en su nueva familia.
Además de eso, todas sus deudas y otras obligaciones previas eran erradicadas, como si nunca hubiesen existido. Para que la transacción tuviese fuerza obligatoria de ley, también requería la presencia de siete testigos de buena reputación que pudiesen testificar, si llegara a ser necesario, en contra de cualquier impugnación de la adopción tras la muerte del padre.Sin duda alguna Pablo estaba bien enterado de esa costumbre, y es posible que la haya tenido en mente cuando escribió esta sección de Romanos.

Tenemos algunos ejemplos de adopción en el Tanaj, pero quizás la adopción más conmovedora que se menciona en la Escritura fue la de Mefi-boset, el hijo lisiado de Jonatán y el único descendiente que le quedaba a Saúl.
Cuando el rey David se enteró de la situación de Mefiboset, le dio toda la tierra que había pertenecido a su abuelo Saúl y honró a este hijo de su más estimado amigo Jonatán, encargándose personalmente de que este hombre comiera con regularidad en la mesa del rey en el palacio de Jerusalén (véase 2 S. 9:1-13).

David tomó la iniciativa de salir a buscar a Mefi-boset y traerle al palacio, y aunque Mefi-boset era hijo del amigo más cercano de David, también era el nieto y único heredero de Saúl, quien en reiteradas ocasiones había procurado matar a David.
Al ser lisiado de ambos pies, Mefi-boset era incapaz de rendirle algún servicio significativo a David, lo único que podía hacer era recibir la dadivosidad del rey. El nombre mismo Mefi-boset significa «una cosa vergonzosa», y había vivido muchos años en Lodebar, que significa «la tierra desolada“ (lit.: «sin prados»).David trajo a este paria desvalido a comer en su mesa como su propio hijo, y en su gracia le concedió una magnífica herencia a la cual ya no tenía derecho legal.

Esa es una bella ilustración de la adopción espiritual por la cual Dios en su gracia y amor busca a hombres y mujeres indignos por su propia iniciativa y los convierte en hijos suyos, única y exclusivamente sobre la base en la fidelidad de Yehoshua haMashiaj Señor nuestro.
BS”D – בְּסִיַּיעְתָּא דִשְׁמַיָּא