La idea teológica de la inspiración, al igual que su correlativa «revelación», presupone una mente y voluntad personal—en la terminología hebrea, «el Dios vivo»—actuando para comunicarse con otros espíritus. La creencia cristiana en la inspiración, no sólo en la revelación, descansa tanto en afirmaciones bíblicas explícitas como en el modo que penetra todo el relato bíblico.
I. TERMINOLOGÍA BÍBLICA.
Tanto el verbo «inspirar» como el sustantivo «inspiración» comunican en el español de hoy muchos significados. Estas connotaciones diversas ya estaban presentes en el latín inspiro e inspiratio de la Biblia Vulgata. Sin embargo, el sentido teológico técnico de inspiración, en larga medida perdido en la atmósfera secular de nuestro tiempo, es claramente defendido por la Escritura en relación especial a los escritores sagrados y sus escritos. Definida en este sentido, la inspiración es una influencia sobrenatural del Espíritu Santo sobre hombres elegidos divinamente, por lo que sus escritos vienen a ser confiables y autoritativos.
El sustantivo aparece dos veces en la RV60: 2 Ti. 3:16, «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia»; y 2 P. 1:21, «porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo».
Es un hecho dramático que las Escrituras refieren la creación del universo (Sal. 33:6), la creación del hombre para la comunión con Dios (Gn. 2:7 ídem.) y la producción de los Escritos Sagrados (2 Ti. 3:16) a la inspiración o aliento de Dios. El sentido del último texto no es «cada o toda escritura …», sino como lo coloca la RV60, «Toda la Escritura …».
II. ENSEÑANZA BÍBLICA.
Aunque el término «inspiración» ocurre irregularmente en las versiones y paráfrasis modernas, el concepto mismo permanece firmemente enclavado en la enseñanza escritural. La palabra θεόπνευστος zeopneustos (2 Ti. 3:16), que literalmente significa que Dios «exhaló» o «sopló», afirma que el Dios vivo es el autor de la Escritura, y que la Escritura es producto de su aliento creativo. Así que, el sentido bíblico se eleva por sobre la tendencia moderna de asignarle al término «inspiración» nada más que un significado dinámico o funcional (en su mayor parte por depender críticamente en la dislocación artificial que hizo Schleiermacher, a saber, que Dios comunica vida y no verdades sobre sí mismo).
Geoffrey W. Bromiley, el traductor de Church Dogmatics de Karl Barth, hace ver que mientras Karl Barth hace énfasis en la «inspiración» de la Escritura, esto es, el uso que de ella hace ahora el Espíritu Santo en los que la leen o escuchan, la Biblia misma empieza mucho más atrás con «lo inspirado» de los escritos sagrados. Los escritos mismos como un producto terminado son afirmativamente el aliento de Dios. Es precisamente este concepto de escritos inspirados, y no sólo de hombres inspirados, lo que coloca el concepto bíblico de la inspiración en agudo contraste con las representaciones paganas de la inspiración, en las que se hace mucho énfasis en el modo y la condición psicológica subjetiva de aquellos individuos que fueron dominados por el divino aliento.
Mientras el pasaje paulino recién citado hace hincapié en el valor espiritual de la Escritura, condiciona este ministerio único al origen divino. Es a causa de este origen divino que el relato sagrado es útil (cf. ofeleō, «sacar provecho») para enseñar, redargüir e instruir en justicia. El Apóstol Pablo no duda de hablar de los escritos hebreos como los mismos «oráculos de Dios» (Ro. 3:2 «palabra» en RV60). James S. Stewart no exagera cuando dice que Pablo, como judío, y después, como cristiano, sostuvo el alto concepto de que «cada palabra» del AT era «la voz auténtica de Dios» (A Man in Christ, Hodder and Stoughton, Londres, 1935, p. 39).
Los escritos de Pedro también contienen un énfasis en el origen divino de las Escrituras. Se dice que «la palabra profética» es «más segura» que aun la de los testigos oculares de la gloria divina de Cristo (2 P. 1:17ss.). Por tanto, la Escritura hereda una naturaleza supernatural de suyo propia. Aun cuando esto envuelve la instrumentalidad de «santos hombres», se afirma, sin embargo, que la Escritura debe su origen, no a la iniciativa humana, sino a la divina. Esto se dice en una serie de afirmaciones que dan énfasis a la confiabilidad de las Escrituras:
1. «Ninguna profecía de la Escritura procede de interpretación privada» (RVR 1977). Aunque el pasaje es un poco oscuro, no entrega ningún apoyo al punto de vista católico romano sobre que el creyente ordinario no puede interpretar confiadamente la Biblia, sino que requiere del ministerio de enseñanza de la iglesia.
Aunque sea una idea teológicamente aceptable, el comentario de la Scofield Reference Bible es exegéticamente irrelevante; este comentario afirma que el sentido es que ningún versículo individual es suficiente en sí mismo, sino que se necesita el sentido de la Escritura como un todo. Everett F. Harrison hace notar que ginetai tiene el sentido de «surgir, brotar», lo que es compatible con 1:21, y dice también que epiluseōs puede indicar al origen en vez que a la interpretación de la Escritura; pero el énfasis podría estar en la iluminación divina como el corolario necesario de la inspiración divina, de tal forma que, mientras el sentido de la Escritura es entregado objetivamente y puede determinarse por medio de la exégesis, de todas maneras debe ser discernido por la ayuda del mismo Espíritu por el cual fue primeramente comunicado. Sea como fuere, el texto impide que identifiquemos el contenido de la Escritura como un producto original de los autores humanos.
2. «Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana». Si bien el pasaje anterior niega al hombre el derecho de decir la última palabra en cuanto al sentido de la Escritura, la presente declaración niega enfáticamente que la Escritura dependa de la iniciativa humana para su origen.
3. «Los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo». El sentido podría ser: «Dios habló por medio de hombres moviéndolos por el Espíritu Santo». Sólo a causa de una influencia determinante y constreñidora los agentes humanos hicieron efectiva la iniciativa divina. La palabra traducida «inspirados» o «moviéndolos» es ferō (literalmente, «traer», «llevar»), lo que implica una actividad más específica que sólo guía o dirección.
III. EL CONCEPTO QUE JESÚS TUVO DE LA ESCRITURA.
Si los pasajes que acabamos de citar nos dicen algo no sólo de la nauraleza sino que también de la extensión de la inspiración («Toda la Escritura»; «la palabra profética», que en otra parte se usa como un término para referirse a la totalidad de la Escritura), un versículo de los escritos de Juan nos dice algo sobre la intensidad de la inspiración, y al mismo tiempo nos capacita para ver cuál es el concepto de Jesús. En Jn. 10:34s., Jesús cita un pasaje oscuro de los Salmos («vosotros sois dioses», Sal. 82:6) para reforzar el punto de que la «Escritura no puede ser quebrantada».
La referencia es doblemente significativa ya que también desacredita la predisposición moderna en contra de identificar la Escritura como la Palabra de Dios, sobre la base de que esto deshonra definitivamente la revelación suprema de Dios en el Cristo encarnado. Pero en Jn. 10:35, Jesús de Nazaret, mientras habla de sí mismo como aquel «al que el Padre santificó y envió al mundo», aun así se refiere a aquellos de la pasada dispensación «a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada)». La implicación inevitable es que toda la Escritura es de una autoridad irrefutable.
Éste es también el punto de vista del Sermón del Monte que el Evangelio de Mateo nos entrega: «No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos …» (Mt. 5:17ss., RV60).
Los intentos por torcer la repetida declaración, «oísteis que fue dicho … pero yo os digo» para que contenga una sostenida critica a la ley mosaica no han podido probar su caso contra la probabilidad de que la protesta de Jesús es dirigida más bien contra las reducciones que la tradición hacía de la demanda e intención interna de la ley. Por cierto, el cumplimiento necesario de todo lo que está escrito es un frecuente tema en los labios de nuestro Señor (Mt. 26:31; 26:54; Mr. 9:12s.; 14:19, 27; Jn. 13:18; 17:12).
Quienquiera que investigue fielmente el relato de los Evangelios será llevado una y otra vez a la conclusión de Reinhold Seeberg: «Jesús mismo describe y usa el Antiguo Testamento como una autoridad infalible» (p. ej., Mt. 5:17; Lc. 24:44)» (Text-Book of the History of Doctrine, Baker Book House, Grand Rapids, 1952, Vol. I, p. 82).
IV. EL CONCEPTO DEL ANTIGUO TESTAMENTO.
Tanto en sus predicaciones como en sus escritos, los profetas del AT se destacan por su resoluta seguridad de que ellos eran portavoces del Dios vivo. Creían que las verdades que ellos pronunciaban acerca del Altísimo, sus obras y voluntad, y que los mandamientos y exhortaciones que proclamaban en su nombre tenían su origen en Dios y llevaban su autoridad. La fórmula constantemente repetida, «así dice Jehová» es tan característica de los profetas que no deja duda que ellos se consideraban a sí mismos agentes escogidos de la autocomunicación divina.
Emil Brunner reconoce que en «las palabras de Dios que los profetas proclamaban como aquellas que habían recibido directamente de Dios y que habían sido comisionados a repetir tal como las habían recibido … quizá encontramos la analogía más cercana a la teoría de la inspiración verbal» (Revelation and Reason, trad. por Olive Wyon, Westminster Press, Filadelfia, 1946, p. 122, n. 9).
Quien sea que contradiga la confianza de los profetas sobre que ellos eran instrumentos de Dios al revelar verdades acerca de su naturaleza y su trato con el hombre, pues el tal será llevado, consistente sino necesariamente, a la única alternativa posible de su engaño.
Es imposible sacar a Moisés de esta tradición profética. Él mismo un profeta, llamado con justicia «el fundador de la religión profética», fue el mediador de la ley y los elementos sacerdotales y sacrificiales de la religión revelada con la firme creencia de que promulgaba la mismísima voluntad de Jehová. Dios sería la boca del profeta (Ex. 4:14ss.); Moisés sería como si fuera Dios para el profeta (Ex. 7:1).
V. EL ANTIGUO Y EL NUEVO.
Por supuesto que el NT en sus observaciones en cuanto a la Escritura las aplicará ante todo a los escritos del AT, los que ya existían en la forma de canon unido. Pero los apóstoles extendieron la demanda tradicional a divina inspiración. Jesús su Señor no sólo había validado la concepción de un cuerpo de escritos únicos y autoritativos, sino que habló de un ministerio de enseñanza que el Espíritu realizaría (Jn. 14:26; 16:13).
Los apóstoles afirman confiadamente que ellos hablan así por el Espíritu (1 P. 1:12). Atribuyen tanto la forma como el contenido de su enseñanza a él (1 Co. 2:13). No sólo asumen autoridad divina (1 Ts. 4:2, 14; 2 Ts. 3:6, 12), sino que la aceptación de los mandamientos que ellos escribían era una prueba de obediencia espiritual (1 Co. 14:37). Aun se refieren a los escritos de ellos con el mismo respeto que a los del AT (cf. la identificación de un pasaje del Evangelio de Lucas en 1 Ti. 5:18, «el obrero es digno de su salario» [Lc. 10:7] como Escritura, y la yuxtaposición de las epístolas paulinas en 2 P. 3:16 con las «otras escrituras»).
VI. EL PUNTO DE VISTA HISTÓRICO.
La teoría tradicional (que la Biblia como un todo y en cada una de sus partes es la palabra de Dios escrita), era lo común hasta que surgieron las teorías críticas modernas de hace un siglo. W. Sanday, al afirmar que el concepto elevado era la creencia común cristiana a mediados del siglo pasado, comenta que este punto de vista «no es sustancialmente diferente del … sostenido dos siglos después del nacimiento de Cristo», por cierto, «los mismos atributos» se predicaban en cuanto al AT antes del NT (Inspiration, Longmans, Green, and Co. London, 1903, pp. 392s.).
Bromiley hace notar ciertas tendencias racionalistas que se levantaron a los bordes del elevado concepto: el rechazo de parte de los fariseos de Jesús de Nazaret como el Mesías prometido a pesar de su reconocimiento formal de la inspiración divina de la Escritura; el atribuirle inspiración a los puntos vocales y a la puntuación por los dogmáticos luteranos del siglo diecisiete; y el desprecio (p. ej. en la Edad Media) del papel de la iluminación en la interpretación de la Escritura («The Church Doctrine of Inspiration» en Revelation and the Bible, Carl F.H. Henry, ed., Baker Book House, Grand Rapids, Michigan, 1959, pp. 213ss.).
Los reformadores protestantes resguardaron el concepto que tenían de la Biblia de los errores del racionalismo y el misticismo. Para prevenir que el cristianismo declinara hasta llegar a ser mera metafísica, enfatizaron el hecho de que sólo el Espíritu Santo da vida. Y para evitar que el cristianismo llegara a ser un misticismo sin forma, hicieron énfasis en que las Escrituras son la única fuente confiable de conocimiento de Dios y sus propósitos. El punto de vista evangélico histórico a firma que junto con la revelación especial que Dios provee en hechos salvadores, Dios también se ha revelado a sí mismo por la verdad y las palabras. Esta revelación es comunicada por un canon restringido de escritos fidedignos, dándole al hombre caído una exposición auténtica de Dios y sus relaciones con el hombre.
La Escritura misma se considera como una parte integral de la actividad redentora de Dios, una forma especial de revelación, un modo único de revelación divina. De hecho, viene a ser un factor decisivo en la actividad redentora de Dios, interpretando y unificando toda la serie de hechos redentivos, y exhibiendo su mensaje y significado divino.
VII. TEORÍAS CRÍTICAS.
Las críticas posevolucionistas (véase) de la Biblia llevada a cabo por Julius Wellhausen y otros eruditos modernos, disminuyeron la confianza tradicional en la infalibilidad al excluir asuntos de ciencia e historia. Cuánto era lo que estaba en juego al debilitar la confianza en la fidelidad histórica de la Escritura no lo pudieron apreciar al principio aquellos que colocaron el énfasis en la confiabilidad de la Biblia en materias de fe y práctica. Porque el punto de vista del NT no hace diferencia entre asuntos históricos y doctrinales en cuanto a la inspiración.
Sin duda esto se debe a que se considera la historia del AT como el desarrollo de la revelación salvadora de Dios; los elementos históricos son un aspecto central de la revelación. Pronto se hizo evidente que los eruditos que abandonaban la confiabilidad de la historia bíblica, estaban proveyendo de toda una cuña para el abandono de los elementos doctrinales.
En teoría, semejante resultado podría quizá haber sido evitado por un acto de la voluntad, pero en la práctica no era así. William Newton Clark, en su libro, The Use of the Scripture in Theology
(1905) entregó la teología y la ética bíblicas, como también la ciencia y la historia bíblicas a los críticos, pero reservó como auténtica la enseñanza de Jesucristo. Los eruditos ingleses fueron más adelante. Dado que el respaldo de Jesús a la creación, los patriarcas, Moisés y la promulgación de la Ley, lo envolvían a él en la aceptación de la ciencia e historia bíblicas, algunos críticos influyentes aceptaron solo la enseñanza teológica y moral de Jesús. Los eruditos contemporáneos han borrado rápidamente aun este recuerdo, afirmando que la teología de Jesús no era infalible. Creer realmente en la existencia de Satanás y los demonios era algo que la mente crítica no podía aceptar y, por tanto, esto invalida su integridad teológica, mientras que si Jesús hubiera pretendido o fingido creer (para acomodarse a la época), entonces esto habría invalidado su integridad moral.
Sin embargo, Jesús presentó todo su ministerio como una conquista sobre Satanás y recurrió a su exorcismo de demonios como prueba de su misión sobrenatural (véase). Los críticos sólo podrían deducir su limitado conocimiento aun de las verdades teológicas y morales. La así llamada escuela de Chicago de «teólogos empíricos» arguyó que el respeto por el método científico en teología rechaza cualquiera que sea el tipo de defensa del carácter absoluto e infalible de Jesús. En su obra The Modern Use of the Bible (1924), Harry Emerson Fosdick defendió solo experiencias «de valor permanente» de la vida de Jesús como cosas que podrían revivirse normativamente por nosotros. Gerald Birney Smith fue un poco más adelante en su obra Current Christian Thinking (1928); aunque nosotros podemos recibir alguna inspiración de Jesús, nuestra propia experiencia determina la doctrina y hace válido nuestro concepto de la vida.
Simultáneamente, muchos escritores críticos trataron de desacreditar la doctrina de una Escritura autoritativa como si fuera una desviación del punto de vista que tenían los escritores bíblicos mismos, o a un Jesús de Nazaret antes de ellos; y se admitía que ese era el punto de vista de Jesús, entonces se trató de desecharlo como una mera acomodación teológica, sino como una indicación de conocimiento limitado. Las dificultades internas de tales teorías fueron expuestas por B.B. Warfield con precisión clásica («The Real Problem of Inspiration», en The Inspiration and Authority of the Bible, The Presbyterian and Reformed Publishing Company, Philadelphia, 1948, pp. 169–226). Este intento de conformar el punto de vista bíblico sobre la inspiración a las sueltas nociones de la crítica moderna se puede decir ahora que fallaron.
La revuelta contemporánea golpea más profundamente. Ataca el punto de vista histórico de la revelación y la inspiración afirmando, en defensa de la filosofía dialéctica, que la revelación divina no toma la forma de conceptos y palabras—una premisa que contradice directamente en contra del testimonio bíblico.
No importa lo que digamos a favor de los derechos legítimos de la crítica, permanece como un hecho que la crítica bíblica ha pasado por la prueba de la erudición objetiva con muy poco éxito. La alta crítica se ha mostrado más eficiente en crear una ingenua fe en la existencia de manuscritos para los cuales no existe evidencia alguna (p. ej., J, E, P, D, Q, o «evangelios» no sobrenaturales del primer siglo y redacciones sobrenaturales del segundo siglo) que en sostener la confianza de la comunidad cristiana en los únicos manuscritos que la iglesia ha recibido como depósito sagrado. Quizá la ganancia más significativa de nuestra generación es la nueva disposición de abordar la Escritura en términos del testimonio primitivo en lugar de reconstrucciones remotas.
Mientras que la crítica bíblica es incapaz de añadir algo más de luz sobre el modo en que el Espíritu operó en los escritores escogidos, de todas formas puede proveernos de un comentario de la naturaleza y extensión de esa inspiración, y de la extensión de la fidelidad de la Escritura. El reconocido punto de vista bíblico ha sido atacado en nuestra generación en forma especial acudiendo al fenómeno textual de la Escritura como el problema sinóptico, y a las aparentes discrepancias en el relato de los acontecimientos y números. Los eruditos evangélicos han reconocido el peligro de imponer el criterio científico del siglo veinte a los escritores bíblicos.
También han notado que el canon del AT, que fuera respaldado ilimitadamente por Jesús, contiene muchas de las dificultades del problema sinóptico en los rasgos de los libros de Reyes y Crónicas. También admiten el papel adecuado de un estudio inductivo de los hechos reales de la Escritura al detallar la doctrina de la inspiración derivada de la enseñanza de la Biblia.
EXCURSUS – LA INSPIRACIÓN EN LA HISTORIA DEL CRISTIANISMO:
A. LA EDAD PATRISTICA:
En los escritos de los Padres de la iglesia existe una gran diversidad de opiniones en cuanto a la naturaleza de la inspiración bíblica. No llegó a predominar ninguna teoría o punto de vista en particular,22 y la erudición moderna todavía no nos ha provisto de un tratamiento completo de los textos pertinentes.23 Las opiniones de los Padres van desde una participación humana extremadamente pasiva a una participación más activa y voluntaria.
Algunos de los primeros autores cristianos quizá se hayan visto influidos por el concepto del judío alejandrino Filón (c. 20 a. de J.C.-42 d. de J.C.), según el cual los profetas “perdían el conocimiento” cuando Dios hablaba a través de ellos.24 Los montanistas afirmaban que su profeta y sus dos profetisas se encontraban en estado inconsciente mientras profetizaban.25 Atenágoras de Atenas asocia la inspiración con un “estado de éxtasis” y compara la inspiración divina de las Escrituras con un flautista tocando su flauta.26 Teófilo de Antioquía 27 se refiere a los hombres inspirados como “herramientas divinas” e Hipólito (m. 235) desarrolla una analogía entre el plectro y los autores inspirados, controlados por el Espíritu Santo.28 Ireneo enseña la inspiración verbal de las Escrituras, pero al mismo tiempo atribuye un papel activo a los autores humanos, como por ejemplo que Pablo transpusiera el orden de las palabras en sus oraciones.29 Orígenes se alejó de la idea del éxtasis y del dictado, enfatizando los poderes conscientes y la agencia de los autores humanos.30
En su Comentario sobre Juan marca las diferencias entre el elemento divino (“comunicación de una palabra revelada”) y el elemento humano (“el comentario sobre la palabra revelada por parte del autor bíblico”).31 Sin embargo, los libros bíblicos son claramente la obra del Espíritu Santo.32 El concepto de la condescendencia elaborado por Juan Crisóstomo (entre 344 y 354–407) incluye la paternidad literaria humana de las Escrituras.33 Jerónimo (¿347?–419) reconoce las diferencias estilísticas y culturales entre los libros de la Biblia,34 y, sin embargo, piensa que “cada palabra,
sílaba, tilde y punto está cargado de significado”.35 Agustín de Hipona sugiere que al escribirse los Evangelios se utilizaron reminiscencias personales.36 Teodoro de Mopsuestia (350–428) traza una distinción entre la inspiración especial de los profetas del Antiguo Testamento y la “gracia inferior de la ‘prudencia’ que le fue otorgada a Salomón”37 —una distinción que los autores modernos, acertada o erróneamente generalmente han dado en llamar niveles de inspiración—; sin embargo, todos los autores bíblicos escribieron bajo la influencia del Espíritu Santo.38
B. LA EDAD MEDIA:
Construyendo sobre el fundamento de la doctrina patrística, los escolásticos aplicaron la “categoría aristotélica de la causalidad instrumental eficiente” a la profecía.39 Según Tomás de Aquino, la inspiración de los libros bíblicos fue una parte subordinada al tema mayor de la profecía.40
C. LA REFORMA Y LA POST-REFORMA:
Martín Lutero tenía una doctrina altamente desarrollada y multifacética de la Sagrada Escritura, pero ésta trata muy poco el tema específico de la inspiración.41 Para Juan Calvino, en su Institutio Religionis Christianae, lo primordial es el testimonio interno del Espíritu Santo en relación con las Escrituras como aquello que convalida su inspiración. Lo que pensaba Calvino acerca de la inspiración bíblica, es decir de la inspiración verbal acomodada divinamente a diversos estilos humanos, tiene que deducirse principalmente de sus comentarios.42 El Concilio de Trento, en su delimitación del canon bíblico, reafirmó que Dios es el “autor” del Antiguo y del Nuevo Testamentos y declaró que tanto las Escrituras como las “tradiciones no escritas” habían sido “dictadas por el Espíritu Santo”.43 Un luterano, Matthias Flacius Illyricus (1520–75), fue el primero en sugerir que la vocalización del hebreo bíblico había sido inspirada divinamente.44 Durante el siglo XVII, los teólogos de la ortodoxia luterana y reformada, en especial Johannes Gerhard (1582–1637), Johannes Andreas Quenstedt (1617–88), Johann Heinrich Heidegger (1633–98) y Francis Turretin (1671–1737) enseñaron la total pasividad y pura instrumentalidad de los autores bíblicos bajo la influencia del Espíritu Santo, y la consecuente inerrancia de la Biblia.45 Melchior Cano (1509–60) y Domingo Bañez (1528–1604), ambos teólogos dominicos, fueron “maximalistas”, pues afirmaban que Dios había dictado los textos bíblicos, incluyendo hasta la puntuación, mientras que algunos teólogos católicos del siglo XVII, como por ejemplo Francisco Suárez (1548–1617) y Richard Simon (1638–1712) fueron “minimalistas”, pues sostenían que “Dios proveyó una asistencia negativa para ayudar a los autores a evitar los errores en el texto”,46 una posición similar a la del arminiano Hugo Grotius (1583–1645).47
Quienes en el siglo XVIII comenzaron a practicar la nueva crítica literaria e histórica de la Biblia, con sus conceptos de la paternidad literaria y la redacción múltiple de los libros bíblicos, abandonaron las doctrinas ortodoxas de la inspiración. Johann Salomo Semler (1725–91) intentó retener la idea que la Biblia demostraba una “conciencia del poder de la palabra de Dios” y de su mediación, pero Johann Gottfried Herder (1744–1803), Johann David Michaelis (1717–91) y otros críticos rechazaron todo intento de retener concepto alguno de la inspiración de los escritos bíblicos.48
D. LA ERA MODERNA:
En el siglo XIX surgieron varios puntos de vista o teorías divergentes acerca de la inspiración bíblica, algunas de las cuales se habían originado ya en siglos anteriores. Para la mayor parte de estas posiciones encontramos también defensores en el siglo XX. En 1888 Basil Manly, h. (1825–92), bautista del Sur de los EE. UU. de A., identificó seis teorías distintas, algunas de las cuales tenían a su vez varias formas.49 En 1907, Augustus H. Strong hizo una lista de solamente cuatro teorías principales,50 las cuales también fueron detectadas por Dewey M. Beegle in 1963.51 En 1983, Millard Erickson mencionó cinco.52 Es importante poder identificar estas teorías y sus principales exponentes.
- Principales teorías u opiniones:
a. Inspiración verbal con inerrancia.
Aunque intentan evitar la idea del dictado mecánico o amanuense, teoría que sostenía la ortodoxia luterana y reformada de la post-Reforma, los defensores de esta posición han afirmado la inspiración divina de las palabras —no sólo de las ideas— y la inerrancia total de las Escrituras. Entre ellos se encuentran F. S. R. Louis Gaussen (1790–1863), un protestante suizo cuyo libro tuvo amplia circulación en el mundo anglosajón, Charles Hodge y B. B. Warfield de la Universidad de Princeton, y los papas Leo XIII, Pío X y Benedicto XV.53 Aquellos que defienden esta postura tienen que responder a la habitual crítica a la teoría del dictado: Que en ella se considera a los autores bíblicos como “instrumentos pasivos o amanuenses — meras ‘plumas’ de Dios, pero que no llegan a ser verdaderos autores”.54
b. Inspiración dinámica o inspiración verbal limitada.
Los representantes de este punto de vista enfatizan la individualidad y la diversidad de los autores bíblicos, especialmente en lo que al lenguaje se refiere, y aunque la inspiración se extiende a las palabras que usan, la inerrancia suele limitarse a cuestiones de doctrina y de ética. Aquí podemos mencionar a James Orr (1844–1913), Abraham Kuyper (1837–1920) y G. C. Berkouwer entre los protestantes y Marie-Joseph Lagrange (1855–1938) entre los católicos.55
c. Diversos niveles o grados de inspiración.
Según esta posición, la inspiración divina funcionó de manera distinta en varios niveles. Se habla de cuatro de esos niveles56 que son, en orden ascendente:
- Superintendencia: Dios no permite que el autor caiga en errores
- Elevación: Dios eleva el pensamiento del autor humano
- Dirección: Dios instruye al autor en cuanto a lo que debe incluir u omitir
- Sugestión: Dios determina tanto los pensamientos como las palabras que ha de utilizar el autor humano.
Leonard Woods (1774–1854) y Salvatore de Bartolo aparentemente abogaron por esta última posición.57
d. Inspiración parcial.
Esta perspectiva se manifiesta de diversas formas, pero el elemento común a todas ellas es que algún aspecto de la Biblia está exceptuado del impacto directo de la inspiración divina. Las variantes más importantes de esta posición probablemente hayan sido las que ponían énfasis en la existencia de ideas inspiradas o bien de personas inspiradas. John Henry Newman (1801–90), Johannes Baptist Franzelin (1816–86), cuya teología influyó en el Concilio Vaticano I, y William Robertson Smith (1846–94) fueron exponentes de la primera variante, según la cual las ideas de los autores bíblicos estaban inspiradas, pero no así su lenguaje, ilustraciones, citas o alusiones. William Sanday (1843–1920), Harry Emerson Fosdick y Charles Harold Dodd (1884–1973) se encuentran entre los defensores de la inspiración de personas o autores, cuya inspiración no se extendía a sus escritos.58
e. Inspiración cristiana universal.
Según esta teoría, llamada también la teoría de la iluminación, la Biblia fue inspirada por el Espíritu Santo de la misma manera en que lo es todo cristiano. Por lo tanto, no fue necesaria una agencia divina especial en la producción de las Escrituras cristianas. Entre los exponentes de esta posición descubrimos a F. D. E. Schleiermacher, Samuel Taylor Coleridge (1772–1834) y el teólogo unitario James Martineau (1805–1900).59
f. Inspiración natural o intuición.
Los representantes de esta teoría afirman que los autores de los libros bíblicos estaban inspirados exactamente del mismo modo en que lo estuvieron poetas, dramaturgos, filósofos y genios tales como Homero (siglo IX a. de J.C.?), Platón, William Shakespeare (1564–1616), John Milton (1608–74) y Fedor Dostoievski (1821–81). Por tanto, todos los seres humanos están inspirados, y su inspiración simplemente varía en intensidad. La inspiración se entiende aquí como una suerte de genio religioso y poético. Los defensores de esta posición no encuentran casi ningún rasgo único en la Biblia si se la compara con otros “libros sagrados”. Esta fue la postura de Theodore Parker (1810–60), unitario norteamericano.60
Los líderes del protestantismo en el siglo XIX, de tendencia marcadamente liberal, aceptaron generalmente la inspiración cristiana universal o la inspiración natural. Los líderes protestantes de orientación fuertemente conservadora, se volcaron en la mayoría de los casos a la inspiración verbal con inerrancia o bien la inspiración dinámica. Otros protestantes eligieron una de las otras dos posturas. Se evidenciaron diferencias de opinión dentro de las diversas confesiones cristianas; también entre los teólogos católicorromanos se descubrían diferencias significativas.61
2. Variaciones lingüísticas:
Quienes han escrito acerca de la inspiración de la Biblia durante la era moderna no han utilizado de manera uniforme los adjetivos principales que se aplican a la inspiración. La definición que se le da a las expresiones “inspiración plenaria”, “inspiración dinámica”, “inspiración verbal” e “inspiración esencial” es múltiple. El término “plenaria” ha sido aceptado y unido a la inerrancia de la Biblia.62 Algunos autores hablan de la inspiración “plenaria” y “verbal”, afirmando que la Biblia “carece de error” pero negando el dictado mecánico.63 Otros aceptan la palabra “plenaria” pero rechazan el término “verbal”.64
La expresión “dinámico plenaria”, que significa el carácter fidedigno de la Biblia en lo que a la historia secular se refiere es rechazada por algunos, que a su vez aceptan la expresión “dinámico religiosa” en referencia al carácter fidedigno de la Biblia en lo que a la religión se refiere.65 El término “dinámico” se ha aplicado tanto a los autores como a los escritos, reflejando un intento de reconocer la individualidad de los escritores en cuanto a su medio, lenguaje y expresión; en ocasión se le agregan las expresiones “sobrenatural” y “plenaria”.66
Otros conectan la expresión “verbal plenaria” con la idea del dictado mecánico y rechazan ambos conceptos.67 También se han interpretado las expresiones “plenaria”, “verbal” y “dinámica” como reflejo de tres teorías distintas de la inspiración.68 Otros sostienen que ya no se necesita una teoría del método de la inspiración divina, y que no importa la precisión en cuanto a los adjetivos que se apliquen a la palabra “inspiración”.69
3. Otras ramificaciones:
a. Los modernistas católicos de principios del siglo XX retuvieron el concepto de la inspiración, pero afirmaron que podían existir errores en la Biblia, provocando una fuerte condena por parte del papa Pío X (1835–1914).70
b. Los protestantes fundamentalistas del mundo anglosajón, basándose en la teología de Princeton, unieron los conceptos de la inspiración y la inerrancia de los manuscritos originales de la Biblia, defendiendo ambos aspectos.71
c. Los teólogos protestantes neoortodoxos criticaron el concepto de la inspiración verbal, que consideraban idéntico a la idea del dictado mecánico. En su teología pasaron por alto el tema y no desarrollaron una postura específica acerca de la inspiración.72
d. Se han formulado teologías específicas con relación a la Biblia: El énfasis sobre la historia de la salvación, que enfoca los hechos poderosos de Dios en la historia bíblica (Oscar Cullmann);73 la escuela del lenguaje religioso, que sostiene que Dios proveyó a los autores bíblicos de imágenes esenciales o símbolos lingüísticos, y no meramente de los hechos o verdades que las imágenes intentan describir (Austin Marsden Farrer, 1904–68);74 y la visión socioeclesial de la inspiración, según la cual la inspiración se entiende como inspiración de la comunidad de fe. Aquí se tiene en cuenta especialmente el trabajo de los escribas y redactores (Pierre Benoit, 1906–87, Karl Rahner, John Lawrence McKenzie, 1910–, Paul John Achtemeier, 1927–).75
e. Entre los evangélicos conservadores en las décadas de 1970 y 1980, especialmente en los Estados Unidos de América, el concepto de la inspiración ha alcanzado una nueva prominencia en conjunción con la inerrancia bíblica.76
IV. LA INSPIRACION Y EL CRISTIANISMO ACTUAL:
Durante la mayor parte de la historia cristiana el concepto de la inspiración divina de la Biblia no se vio mayormente cuestionado, aunque no siempre se lo haya interpretado claramente o definido con precisión. El principal desafío con el que se haya visto confrontado surgió en el período moderno como resultado del impacto de la crítica literaria e histórica de la Biblia, que conlleva un énfasis sobre los aspectos humanos de la Biblia. Durante el presente siglo, el concepto de la inspiración ha sido pasado por alto o tenido como poco importante por algunos, mientras que otros, que lo consideran central para una auténtica fe cristiana, han hecho hincapié sobre él, reinterpretándolo en alguna medida. A pesar del hecho de que ni la enseñanza de Jesús (y su interpretación respectiva por parte de los autores de los Evangelios), ni las principales epístolas de Pablo, ni las epístolas de Juan contienen una doctrina sobre la inspiración bíblica, el cristiano moderno no puede evitar la necesidad de confrontarse directa y responsablemente con el tema.
En lo que a la doctrina de la inspiración se refiere, lo más importante es que busquemos el equilibrio entre la agencia divina y la actividad humana en nuestra explicación del surgimiento de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamentos. Así como en la cristología pueden surgir herejías o conflictos teológicos serios, como consecuencia de enfatizar demasiado los aspectos divinos de Jesucristo en detrimento de los humanos, o solamente los aspectos humanos olvidando los divinos, así también deben evitarse las posiciones extremas con respecto a lo humano o lo divino en el caso de la Biblia. En el caso de la Biblia no se justifica ni el “docetismo” ni un mero “humanitarismo”.77
Asimismo, los cristianos de fines del siglo XX deben percatarse, cada vez más, de que no se puede estudiar la inspiración bíblica sin tomar en cuenta otros temas relacionados que también conciernen a la Biblia: El canon, la relación entre los dos Testamentos, la crítica bíblica, la hermenéutica bíblica, el concepto de la palabra de Dios, la confiabilidad de la Biblia, y la pregunta más general acerca de la autoridad en el cristianismo. El concepto de la inspiración debe desarrollarse en diálogo fructífero con estos temas afines. Por lo tanto, es importante que exploremos los temas que acabamos de mencionar.
- Fuentes:
22 Maurice Wiles, The Making of Christian Doctrine (Cambridge: Cambridge University Press, 1967), p. 46.
23 Vawter, Biblical Inspiration, p. 21.
24 Quis rer. div. haer. 249–266 y De spec. leg. 4.48–49, citados por J. N. D. Kelly, Early Christian Doctrines (New York: Harper and Bros., 1958), p. 62.
25 Epifanio, Haer. 48.4 ss., citado por Kelly, Early Christian Doctrines, p. 62.
26 Apol., 7,9.
27 Ad Autolycum, citado por Vawter, Biblical Inspiration, p. 25.
28 De Christo et Antichristo, 2, citado por Vawter, Biblical Inspiration, p. 25. La idea de que el Espíritu Santo haya dictado el contenido de los libros bíblicos a amanuenses humanos pasivos parece tener sus raíces en 2 Esdras 14; ver George Eldon Ladd, Crítica del Nuevo Testamento. Una Perspectiva Evangélica, trad. Moisés Chávez (El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano, 1990), 17–19.
29 Adversus Haereses, 3.7.2, citado por Otto W. Heick, A History of Christian Thought, 2 tomos (Philadelphia: Fortress Press, 1965–66), 1:84–85.
30 Hom. in Ezek., frag. 6.1, citado por Vawter, Biblical Inspiration, p. 26.
31 Vawter, Biblical Inspiration, p. 26.
32 De Principiis, 4.9.
33 Vawter, Biblical Inspiration, pp. 40–42.
34 In Isa., prol., In Jerem., prol., e In Am., prol., citado por Kelly, Early Christian Doctrines, p. 63.
35 In Eph. 2 (3.6), citado por Kelly, Early Christian Doctrines, p. 62.
36 De Consensu Evangelistarum, 3.30.
37 In Job, citado por Kelly, Early Christian Doctrines, p. 61.
38 In Nah. 1.1, citado por Kelly, Early Christian Doctrines, p. 61.
39 Vawter, Biblical Inspiration, p. 48.
40 Ibíd., pp. 52–57.
41 Paul Althaus, The Theology of Martin Luther, trad. Robert C. Schultz (Philadelphia: Fortress Press, 1972), cap. 9.
42 Institutio Religionis Christianae, ed. de 1559, 1.7; Vawter, Biblical Inspiration, p. 30. En relación con la doctrina de Calvino, contrástese (1) A. Mitchell Hunter, The Teaching of Calvin: A Modern Interpretation (Glasgow: Maclehose, Jackson and Company, 1920), pp. 59–87; Edward A. Dowey, Jr., The Knowledge of God in Calvin’s Theology (New York: Columbia University Press, 1952), pp. 90–124; Kenneth S. Kantzer, “Calvin and the Holy Scriptures”, en John F. Walvoord, ed. Inspiration and Interpretation (Grand Rapids: Eerdmans, 1957), pp. 115–55; John Murray, Calvin on Scripture and Divine Sovereignty (Grand Rapids: Baker Book House, 1960), pp. 11–51; y John H. Gerstner, “The View of the Bible Held by the Church: Calvin and the Westminster Divines”, en Norman L. Geisler, ed. Inerrancy (Grand Rapids: Zondervan, 1980), pp. 385–410; con (2) Wilhelm Niesel, The Theology of Calvin, trad. Harold Knight (Philadelphia: Westminster Press, 1956), pp. 22–39; T. H. L. Parker, Calvin’s Doctrine of the Knowledge of God (Grand Rapids: Eerdmans, 1952), pp. 42–48; y H. Jackson Forstman, Word and Spirit: Calvin’s Doctrine of Biblical Authority (Stanford, California: Stanford University Press, 1962), pp. 49–65.
43 Canons and Decrees of the Council of Trent, 4th session, 8 April 1546.
44 Bernhard Lohse, A Short History of Christian Doctrine, trad. F. Ernest Stoeffler (Philadelphia: Fortress Press, 1966), pp. 217–18.
45 Vawter, Biblical Inspiration, pp. 81–83; Robert Gnuse, The Authority of the Bible: Theories of Inspiration, Revelation and the Canon of Scripture (New York: Paulist Press, 1985), pp. 22–23.
46 Vawter, Biblical Inspiration, pp. 59–61; Gnuse, The Authority of the Bible, pp. 7–8.
47 Vawter, Biblical Inspiration, p. 82.
48 Ibíd., pp. 83–89.
49 The Bible Doctrine of Inspiration Explained and Vindicated (New York: A. C. Armstrong and Son, 1888), pp. 44–60.
50 Systematic Theology, pp. 202–12.
51 The Inspiration of Scripture (Philadelphia: Westminster Press), pp. 124–25.
52 Christian Theology, pp. 206–207.
53 Gnuse, The Authority of the Bible, pp. 23–24; Dewey Beegle, Scripture, Tradition, and Infallibility (Grand Rapids: Eerdmans, 1973), pp. 145–46, 231; Vawter, Biblical Inspiration, pp. 121–122, 138–41.
54 Strong, Systematic Theology, p. 208.
55 Ibíd., p. 211; Gnuse, The Authority of the Bible, pp. 34–37.
56 Gaussen, The Divine Inspiration of the Bible, pp. 27–28, 107–8; Manly, The Bible Doctrine of Inspiration, pp. 52–54.
57 Manly, The Bible Doctrine of Inspiration, p. 53; Vawter, Biblical Inspiration, p. 135.
58 Gnuse, The Authority of the Bible, pp. 42–47; Vawter, Biblical Inspiration, pp. 70–72, 96–100.
59 Strong, Systematic Theology, p. 204; Manly, The Bible Doctrine of Inspiration, pp. 56–59.
60 Strong, Systematic Theology, p. 202; Manly, The Bible Doctrine of Inspiration, pp. 54–56.
61 Por ejemplo, ver el artículo del autor “Representative Modern Baptist Understandings of Inspiration”, Review and Expositor 71 (Spring 1974): 179–95.
62 Gaussen, The Divine Inspiration of the Bible, pp. 23, 34–35.
63 A. A. Hodge en A. A. Hodge y B. B. Warfield, Inspiration (ed. reimpr.; Grand Rapids: Baker Book House, 1979), pp. 18–29. Richard Riss, “Early Nineteenth-Century Protestant Views of Biblical Inspiration in the English Speaking World” (M.A. thesis, Trinity Evangelical Divinity School, 1986), citado por Donald A. Carson, “Recent Developments in the Doctrine of Scripture”, en Carson y John Woodbridge, ed., Hermeneutics, Authority, and Canon (Grand Rapids: Zondervan, 1986), pp. 12–13 y notas 31–33, ha citado a seis autores anglo-americanos del siglo XIX cuyas monografías sobre la inspiración no distinguían entre la “inspiración plenaria” y la “inspiración verbal”.
64 Charles A. Briggs, Presbyterian Review 2 (1881): 550–79, interpretado por Lefferts A. Loetscher, The Broadening Church (Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1954), p. 32.
65 Alvah Hovey, Manual of Christian Theology (New York: Silver, Burdett, 1900), pp. 85, 78–81.
66 Strong, Systematic Theology, p. 211.
67 J. Clyde Turner, These Things We Believe (Nashville: Convention Press, 1956), p. 3; Stevens, Doctrines of the Christian Religion, p. 32.
68 Dilday, The Doctrine of Biblical Authority, pp. 74–75.
69 W. T. Conner, Doctrina Cristiana (El Paso: Casa Bautista de Publicaciones, 1962, pp. 52–54; ídem, La Revelación y Dios, pp. 102–104.
70 Gnuse, The Authority of the Bible, pp. 11–12.
71 Ver George M. Marsden, Fundamentalism and American Culture: The Shaping of Twentieth Century Evangelicalism, 1870–1925 (New York: Oxford University Press, 1980), pp. 16–18, 103–8, 110–14, 119–22.
72 Emil Brunner, Revelation and Reason, pp. 118–30, ídem, Our Faith, trad. John W. Rilling (New York: Charles Scribner’s Sons, 1936), pp. 6–11; William Hordern, The Case for a New Reformation Theology, pp. 53–75.
73 Cullmann, Christ and Time; ídem, Salvation in History; G. E. Wright, God Who Acts; E. C. Rust, Salvation History.
74 Farrer, The Glass of Vision (London: Dacre Press, 1948).
75 Karl Rahner, Inspiration in the Bible, trad. Charles Henkey y rev. Martin Palmer (2da ed. rev.; New York: Herder and Herder, 1964); Pierre Benoit, Inspiration and the Bible, trad. Jerome Murphy-O’Connor y M. Keverne (New York: Sheed and Ward, 1965); Paul J. Achtemeier, The Inspiration of Scripture: Problems and Proposals, Biblical Perspectives on Current Issuees (Philadelphia: Westminster Press, 1980), pp. 114–18; Gnuse, The Authority of the Bible, pp. 50–62.
76 Jack B. Rogers, ed. Biblical Authority (Waco, Texas: Word Books, 1977); Rogers and Donald K. McKim, ed., The Authority and Interpretation of the Bible: An Historical Approach (San Francisco: Harper and Row, 1979); John D. Woodbridge, Biblical Authority: A Critique of the Rogers-McKim Proposal (Grand Rapids: Zondervan, 1982).
77 Gnuse, The Authority of the Bible, pp. 30–31, 64; Berkouwer, Holy Scripture, pp. 17–20.
- BIBLIOGRAFÍA:
Karl Barth, The Doctrine of the Word of God;
Charles Elliot, A Treatise on the Inspiration of the Holy Scriptures;
Th. Engelger, Scripture Cannot be broken;
L. Gaussen, Theopneustia, The Plenary Inspiration of the Holy Scriptures;
Carl F.H. Henry, ed., Revelation and the Bible;
Abraham Kuyper, Encyclopedia of Sacred Theology;
James Orr, Revelation and Inspiration;
N.B. Stonehouse and Paul Woolley, eds., The Infallible Word; John Urquhart, The Inspiration and Accuracy of the Holy Scriptures;
John E. Walvoord, ed., Inspiration and Interpretation;
Benjamin B. Warfield, The Inspiration and Authority of the Bible.
H. Carl F.Henry, «INSPIRACIÓN», ed. Everett F. Harrison, Geoffrey W. Bromiley, y Carl F. H. Henry, Diccionario de Teología (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2006), 324.





