¿Es el pacto mosaico el pacto de obras?
Dentro del pensamiento de muchos cristianos existe el pensamiento de que el pacto que Dios hizo por medio de Moisés —el pacto mosaico o sinaítico— fue un pacto de obras, o una rectificación del pacto de obras establecido con Adán.
Muchos reconocen que el hombre caído ya no puede salvarse por obras, ven en el Sinaí una proclamación formal del pacto hecho con Adán, aunque con un propósito distinto al que tenía con Adán (c.f. ¿Qué es el Pacto de Obras?).
Por su parte, los dispensacionalistas “clásicos”1, aunque no lo digan con esas palabras, lo interpretan como una dispensación en la que la salvación dependía de la obediencia a la ley. En otras palabras: salvación por obras.
Pero Pablo no enseña que Dios haya dado la ley para ofrecer vida por méritos. Al contrario, en Gálatas 3:12 y Romanos 10:5, cita Levítico 18:5 —“el que haga estas cosas vivirá por ellas”— no para afirmar que el pacto mosaico fuese un camino de justificación personal, sino para denunciar el mal uso que los judaizantes hacían de la ley. Pablo no critica a Moisés, sino a quienes convierten la ley en un peldaño hacia el cielo. Por eso dice claramente: “la ley no es de fe” (Gál 3:12), no porque esté en contra de la fe en su intención divina, sino porque usada como principio de justificación, se convierte en un ministerio de muerte y maldición (Gál 3:10; 2 Cor 3:6-9).
La ley mosaica, correctamente entendida dentro de su propósito redentor, no es un sistema de salvación por obras, sino una administración del pacto de gracia, precisamente porque apunta a Cristo y conduce a la fe.
Entonces, ¿por qué Pablo utiliza el lenguaje del pacto de obras en relación con la ley mosaica? Porque precisamente eso debía hacer: recordar al pecador la justicia perfecta que Dios exige y su total incapacidad para cumplirla. En ese sentido, la ley da voz al pacto de obras —“haz esto y vivirás”— pero lo hace dentro de una administración del pacto de gracia. Esto no convierte al Sinaí en un pacto mixto ni en un camino de mérito, sino en un espejo que revela nuestra condenación en Adán y nos lanza, con urgencia, al segundo Adán: Cristo. Como dice Pablo: “la ley fue nuestro ayo para llevarnos a Cristo” (Gál. 3:24).
De hecho, en Romanos 10:6-8, Pablo cita Deuteronomio 30:11-14 —un texto del mismo pacto mosaico— y lo interpreta como una proclamación de la fe. Es decir, Pablo está diciendo que el evangelio mismo estaba escondido en la ley, y que Dios ya estaba predicando la salvación por gracia por medio de la fe a través de Moisés.
Y para hacer aún más clara esta distinción, la Confesión de Fe de Westminster enseña explícitamente que:
“bajo la ley, fue administrado el pacto de gracia por promesas, profecías, sacrificios, circuncisión, el cordero pascual y otros tipos y ordenanzas entregadas al pueblo de los judíos, todas prefigurando a Cristo por venir”
—CFW 7.5.
Es decir, que el pacto mosaico —con toda su estructura legal, moral y ceremonial— fue un medio de gracia, por el cual Dios comunicó a su pueblo la realidad del Mesías venidero, aunque en forma de tipos y sombras.
Por tanto, es un error leer el pacto mosaico como si fuera el pacto de obras en esencia, y no como lo que verdaderamente es: una parte integral del único pacto de gracia, el cual, desde Génesis hasta Apocalipsis, tiene un solo fundamento, un solo Mediador y una sola manera de salvación: por gracia, mediante la fe en Cristo Jesús.
¿Enseña el Antiguo Testamento que la salvación es por obras?
De vez en cuando, especialmente en círculos populares, se encuentra la idea de que el Antiguo Testamento enseña una forma diferente de salvación, como si la salvación se obtuviera mediante obras en el Antiguo Testamento, pero en el Nuevo Testamento se obtuviera por la fe. Prácticamente todos los eruditos coinciden en que no hay fundamento para esta idea.
Cuando Pablo quiere apoyar la idea de que la justificación es por la fe, apela a la vida de Abraham (Rom. 4:1-25; Gál. 3:6-9) y David (Rom. 4:6-8), encontrando en Génesis 15:6 la verdad de que fue la fe de Abraham la que le fue contada como justicia. Abraham era idólatra (Josué 24:2) e impío (Rom. 4:5) antes de su salvación, y por lo tanto confió en Dios para que lo salvara. Es muy instructivo que tanto Abraham como David sean mencionados en Romanos 4.
Claramente, la salvación fue por la fe para Abraham, que vivió antes de la ley. Algunos podrían pensar que la salvación se obtuvo por otros medios para David, que vivió bajo la ley. Pero Pablo deja muy claro que David también fue justo por la fe y no por su excelencia moral.
Dado que Pablo argumenta a partir del propio Antiguo Testamento la verdad de que la salvación es por la fe, no hay base para pensar que la salvación pueda obtenerse por otros medios en el Antiguo Testamento. La referencia a David es quizás particularmente importante, ya que él vivió bajo la ley. La ley no introduce una nueva era en la que la salvación se obtiene de una manera diferente a como se obtenía en la época de Abraham.
Al contrario, tanto Abraham como David fueron salvos de la misma manera. Confiaron en que el Señor los salvaría a pesar de su pecado.
También hay que señalar que tanto Pablo como el autor de Hebreos apelan a Habacuc 2:4 para apoyar la idea de que la justicia viene por la fe (Rom 1:17; Gál 3:11; Heb 10:38). Habacuc amenaza con el juicio para Judá, que había violado descaradamente la ley de Dios.
El Señor prometió que utilizaría a los babilonios para infligir su ira sobre su pueblo. Sin embargo, en medio del juicio que se avecinaba, aquellos que pusieran su fe en el Señor y confiaran en él vivirían (Habacuc 2:4).
Habacuc 3 recuerda los temas del Éxodo al describir el juicio y la salvación de Dios, pero incluso en medio del juicio que se avecinaba, en el que las higueras no florecerían y las vides no darían fruto, aquellos que confiaban en Yahvé encontrarían su alegría en él. Mirarían al Señor como su fuerza. Buscar en el Señor la fuerza y la alegría es otra forma de decir que se confía en él. Habacuc reconoce que Israel no había cumplido la ley (Habacuc 1:4) y, por lo tanto, su única esperanza era un nuevo éxodo en el que el Señor salvaría a su pueblo. Aquellos que pusieran su confianza en el Señor disfrutarían de su obra salvadora.
El ver el pacto mosaico como algo legalista es una completa distorsión de la realidad misma, entenderlo como una defensa de la salvación por las obras en lugar de por la fe. La ley fue dada después de que el Señor redimiera a su pueblo de Egipto, por lo que su obediencia era una respuesta de amor a la gracia de Dios. Por lo tanto, tenemos más pruebas de que el pacto mosaico en sí mismo no representa una forma diferente de salvación.
Hebreos 11 confirma nuestra comprensión de la salvación en el Antiguo Testamento, enfatizando con su larga lista de santos del Antiguo Testamento que recibieron una recompensa de Dios por haberle agradado con su fe (v. 6). Por ejemplo, el sacrificio de Abel, en lugar del de Caín, fue aceptable debido a su fe (v. 4). Noé también se convirtió en heredero de la justicia por su fe en la promesa de Dios, que se expresó en la construcción del arca (v. 7). Así también, la obediencia de Abraham provino de su fe (v. 8).
De la misma manera, Moisés y el pueblo de Israel ejercieron la fe al salir de Egipto y al ofrecer el cordero pascual (vv. 23-29), reconociendo en ello que Dios salva. La vida de Rahab muestra que la salvación es por la fe y no por las obras, ya que su vida como prostituta la descalificaba claramente para ser salvada sobre la base de sus obras (v. 31). De hecho, todos los que agradaron a Dios en Israel lo hicieron por la fe (vv. 5-6, 33-38).
- Los dispensacionalistas clásicos, también conocidos como dispensacionalistas históricos, son aquellos que siguen la interpretación más tradicional del dispensacionalismo. Esta teología divide la historia en diferentes «dispensaciones» o períodos en los que Dios se relaciona con la humanidad de manera distinta. Los dispensacionalistas clásicos suelen enfatizar una interpretación literal de las Escrituras, una distinción clara entre Israel y la Iglesia, y una visión premilenial de la Segunda Venida de Cristo. ↩︎
