Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a las fiestas según la costumbre, y cuando éstas terminaron, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Estos, creyendo que iba en la caravana, al terminar la primera jornada se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; y como no lo encontraban, volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días lo encontraron por fin en el Templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que lo oían quedaban desconcertados de su talento y de las respuestas que daba».
Esta anécdota de la vida del niño Jesús tiene gran importancia: es la historia de un sabio precoz y, casi podríamos decir, de un joven talmudista.
Hoy no se considera adulto a un muchacho judío hasta los trece años. Pero en la época de Jesús algunos sostenían que se alcanzaba ya la madurez a partir de los doce años. El relato de Lucas podría ser histórico. La viuda de un gran especialista en literatura rabínica , que ciertamente no había leído a Lucas, me contó que los padres de este sabio perdieron a su hijo en una visita que hicieron a una feria y que lo encontraron, a primeras horas de la mañana, en una sinagoga, discutiendo acaloradamente con los rabinos sobre cuestiones eruditas. Y si no me engaño, el filósofo hindú Gupta cuenta un episodio parecido en su autobiografía.
La anécdota de Lucas sobre el niño Jesús no está en contradicción con los demás datos que poseemos sobre su cultura judía. Se afirma, probablemente con razón, que los discípulos de Jesús eran «hombres sin instrucción ni cultura» – (Hch 4,13). Esto llevó a la afirmación —que, por cierto, encontramos en el Evangelio de Juan, menos seguro desde el punto de vista histórico— de que también Jesús era un hombre sin cultura, ya que «no había estudiado» – (7,15).
Pero cuando se examinan las palabras de Jesús a la luz de la erudición judía de la época, se echa de ver fácilmente que Jesús no tenía nada de inculto. Por el contrario, estaba familiarizado no sólo con la Sagrada Escritura, sino también con la tradición oral, y sabía manejarla magistralmente. La cultura judía de Jesús era incomparablemente superior a la de Pablo.
Otra prueba en favor de la cultura judía de Jesús gusto que sentían muchos fariseos en hacerse llamar «rabbí». Y añade:
«No llaméis a nadie Padre vuestro en la tierra —’abba’ era entonces otro título corriente—, porque uno sólo es vuestro Padre: el del cielo» – (Mt 23,6-12).
En la generación anterior a Jesús, un escriba decía algo similar:
«Ama el trabajo manual y odia el rango de rabino»
Muchos de esta época eran del mismo parecer. Es verdad que los escribas solían ser arrogantes, pero no eran, en modo alguno, eruditos apoltronados. No sólo exigían que cada uno enseñase un oficio manual a su hijo, sino que ellos mismos eran en gran parte artesanos.
Los carpinteros pasaban entonces por ser las personas más cultas. Sí se discutía un problema difícil, solía decirse:
«¿No nos solucione el problema?»
Jesús era carpintero o hijo de carpintero; probablemente ambas cosas. Naturalmente, esto no prueba ya que él o su padre fuesen cultos; pero no deja de ser un hecho que contribuye a destruir la habitual imagen dulce e idílica de Jesús como un artesano ingenuo, amable y sencillo.
(Extraído del libro – «Jesús en sus palabras y en su tiempo» por David Flusser)