Si la Biblia nos dice la verdad sobre la realidad, entonces tenemos una manera de explicar toda nuestra experiencia humana, tanto nuestro esplendor como nuestra miseria. La Biblia explica ambos aspectos a un nivel radical. Todas nuestras historias personales, con nuestra gloria y nuestra vergüenza, comenzaron en el huerto del Edén. Todos tenemos raíces así de profundas. El libro de Génesis nos da las categorías que necesitamos si queremos entender cómo nos extraviamos tanto y si tenemos algún futuro por el que valga la pena vivir.
Concuerdo con lo que dice Francis Schaeffer:
En cierto modo, estos capítulos [de Génesis] son los más importantes de la Biblia, porque ponen al hombre en su contexto cósmico y le muestran su singularidad. Explican la maravilla del hombre y también su falla1.
Por lo tanto, tenemos buenas razones para considerar cuidadosamente las primeras nociones de Génesis acerca de nosotros mismos en general y en el matrimonio en particular.
Génesis 1
La historia de amor bíblica comienza a gran escala: «En el principio Dios creó los cielos y la tierra» (Gn 1:1). La historia termina en una escala aún mayor: «Entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe» (Ap 21:1). El primer cosmos fue creado como el hogar de una joven pareja; sus nombres eran Adán y Eva. El nuevo cosmos será creado como el hogar eterno del Hijo y su novia. No es como si el matrimonio fuera solo un tema entre otros en la Biblia. Más bien, es el concepto envolvente para toda la Biblia, dentro del cual los demás temas encuentran su lugar. Y si la Biblia cuenta una historia de romance matrimonial, no es de extrañar que los poderes demoníacos quisieran prohibir el matrimonio (1Ti 4:1–5). Todo matrimonio feliz susurra la destrucción de aquellos poderes y proclama el triunfo de Cristo.
El esplendor marca el tono de la primera creación en Génesis 1. Dios habla, y la luz emana a la existencia desde nada más que una vasta oscuridad. Dios habla y crea realidad, da forma, plenitud, color y vida, crea el cielo y la tierra, los mares y tierra firme, plantas y animales. Al concluir el relato de la creación, un nuevo universo brilla por la palabra creativa de Dios. Pero el todo habría estado incompleto sin este acto culminante de bondad divina:
Y dijo Dios: «Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra».
Dios creó al hombre a imagen Suya,
a imagen de Dios lo creó; varón
y hembra los creó.
Dios los bendijo y les dijo: «Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Ejerzan dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra» (Gn 1:26–28).
El relato del Génesis de los orígenes humanos nos dignifica a todos. En la historia de la antigua creación babilónica, el hombre es degradado. El dios Marduk se dirige a su padre Ea:
Amasaré sangre y formaré huesos,
estableceré un salvaje, su nombre será «hombre».
Ciertamente, yo crearé al salvaje hombre.
Se le encargará el servicio de los dioses
¡Para que estén a gusto!2
Como lacayo de dioses menores que están descontentos con su suerte, el hombre existe para hacerles sus tareas tediosas «para que estén a gusto». Sin embargo, en la visión bíblica, el hombre es elevado tanto a la actividad real (Gn 1:26–28) como al descanso sabático (Gn 2:1–3; Éx 20:8–11).
Génesis 1:26–28 hace tres afirmaciones acerca de la humanidad. Primero, Dios creó al hombre como el único calificado para gobernar sobre su creación. En el versículo 26, «Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza» significa que Dios nos hizo con el eminente propósito de representarlo a él. Somos imágenes de Dios, pero no de una manera literal o física, como pequeñas estatuas de Dios. Dios es espíritu, y no está limitado por un cuerpo (Dt 4:12; Jn 4:24). Así que Dios no tiene bordes, ni masa. Pero sí somos imagen de Dios en cuanto fuimos creados para representar a Dios y promover sus propósitos aquí en su mundo:
Así como los poderosos reyes terrenales, para indicar su pretensión de dominio, erigen una imagen de sí mismos en las provincias de su imperio donde no se presentan personalmente, así el hombre es colocado sobre la tierra a imagen de Dios como emblema soberano de Dios3.
Los animales serán identificados «según su género» (Gn 1:21, 24–25). Pero la humanidad, y solo la humanidad, se erige como realeza «a imagen de Dios» (c.f. Imagen de Dios). Encontramos nuestra identidad no mirando hacia abajo en relación con la creación, sino mirando hacia arriba en relación con Dios. Y la gloria de la imagen divina se extiende a cada uno de nosotros: «En los antiguos textos del Cercano Oriente solo el rey es a imagen de Dios. Pero en la perspectiva hebrea esto se democratiza para toda la humanidad»4. Toda la humanidad, por igual, fue creada para el alto y santo propósito de traer el glorioso gobierno de Dios al mundo.
Segundo, Dios creó al hombre en la modalidad dual de hombre y mujer. El versículo 27 es la primera poesía en la Biblia, la cual ensalza la obra de Dios de crear la humanidad. Y el gozo del versículo llega a un punto focal aquí:
«varón y hembra los creó».
En ninguna otra parte se refiere el relato de la creación de Génesis 1 explícitamente a la sexualidad. La reproducción animal se supone, pero la sexualidad humana se celebra, aunque todavía no se explica su significado más profundo. La versión babilónica de la creación ni siquiera menciona la creación de los dos sexos, pero el relato del Génesis se gloría en «varón y hembra los creó». Para Génesis y para Jesús fue muy significativo que «Aquel que los creó, desde el principio LOS HIZO VARÓN Y HEMBRA» (Mt 19:4). El resto de la Biblia explicará ese significado con creciente claridad, llevándonos al corazón mismo de la historia.
Tercero, Dios creó al hombre bajo la bendición divina, promoviendo activamente el glorioso destino del hombre. La introducción «Dios los bendijo», al principio del versículo 28, abarca todo lo que Dios declara en el resto del versículo respecto a que la humanidad se multiplica fecundamente y gobierna universalmente. En el versículo 22, Dios pronunció bendición sobre la creación inferior: «Dios los bendijo, diciendo…», pero aquí en el versículo 28, Dios nos declara su bendición a nosotros de manera personal y directa: «Dios los bendijo y les dijo…», autorizando tanto al hombre como a la mujer a gobernar, a desarrollar culturas humanas exitosas, a dejar una marca en el mundo para la gloria de Dios, todo bajo la sonrisa de la bendición de Dios.
Para resumir: Génesis 1 presenta el mundo recién formado en su belleza prístina, con la humanidad como varón y hembra, vestidos con dignidad real, administrando juntos la maravillosa creación de Dios para la manifestación de su gloria. El Antiguo Testamento afirma la grandeza del encargo que recibimos: «la tierra la ha dado a los hijos de los hombres» (Sal 115:16). La primera afirmación de la Biblia, entonces, preparando el escenario para el matrimonio, es que la masculinidad y la feminidad no son nuestras propias construcciones culturales. Los conceptos humanos son un contexto demasiado pequeño y artificial para la gloria de nuestra sexualidad. La masculinidad y la feminidad encuentran su verdadero significado nada menos que en el contexto de los cielos y la tierra, el cosmos, el universo, toda la creación. Esa es la primera afirmación de la historia de amor bíblica.
Ahora, si estuviéramos leyendo la Biblia por primera vez, ¿qué pregunta podríamos hacernos al concluir Génesis 1? Pasando la página al capítulo 2, podríamos preguntarnos qué tipo de secuela podría igualar o superar las glorias del primer capítulo. Pero, de hecho, ¿qué sucede después en la historia bíblica? Después de que se unen los cielos y la tierra en la primera creación, se unen un hombre y una mujer en el primer matrimonio. Sorprendentemente, la Biblia pasa de la majestad cósmica en Génesis 1 a una realidad cotidiana común en Génesis 2: una joven pareja que se enamora. Así que podríamos preguntarnos si el matrimonio se encuentra aquí en aguas demasiado profundas junto a la creación del universo. ¿O podría ser que la Biblia ve en el matrimonio más de lo que nosotros vemos normalmente? Por ahora, vamos a poner esa pregunta en espera, mientras atendemos primero lo que claramente enseña Génesis 2:15–25 acerca del matrimonio.
Génesis 2
El SEÑOR Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén para que lo cultivara y lo cuidara. Y el SEÑOR Dios ordenó al hombre: «De todo árbol del huerto podrás comer, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás» (Gn 2:15–17).
Ahora el rango de visión de la Biblia se estrecha a un punto focal localizado: el huerto del Edén, donde el «varón» y la «hembra» de Génesis 1:27 aparecen como Adán y Eva5. En cuanto a Adán, por un lado, podemos ver aquí que no era un cavernícola. Los versículos 15 al 17 muestran que su mundo no era agreste ni primitivo. Dios lo puso en un ambiente rico en potencial, disponible para el disfrute y digno de su esfuerzo consciente.
El primer mandamiento de Dios, declarado enfáticamente, fue sorprendentemente abierto y generoso, acorde al estatus real de Adán sobre la creación inferior: «De todo árbol del huerto podrás comer». Pero, por otro lado, Adán no era un dios. Dios lo definió como responsable ante su Creador. Él le encargó a Adán el desarrollo del huerto: «que lo cultivara», probablemente hasta que el mundo entero llegara a convertirse en un reino edénico de la gloria de Dios.
Además, Adán debía proteger el huerto de todo mal: «… y lo cuidara». Ese verbo hebreo reaparece en Génesis 3:24: «… para guardar el camino del árbol de la vida». Dios no explicó qué tipo de amenazas eran el mal y la muerte. Más bien, la advertencia divina se encuentra en el versículo 15, «como una puerta cuyo nombre solo anuncia lo que hay más allá de ella»6, de modo que Adán debía obedecer el mandato de Dios como un asunto de confianza. El rol de Adán era afirmar y disfrutar su soberanía sujeto a Dios, cultivando el huerto para que fuera un paraíso en expansión y protegiéndolo de todo daño.
Pero, sorprendentemente, en este Edén de abundantes recursos y espléndido potencial, en este paraíso a salvo del mal y la muerte, Dios pone su dedo en algo que está mal:
Entonces el SEÑOR Dios dijo: «No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda adecuada». Y el SEÑOR Dios formó de la tierra todo animal del campo y toda ave del cielo, y los trajo al hombre para ver cómo los llamaría. Como el hombre llamó a cada ser viviente, ese fue su nombre. El hombre puso nombre a todo ganado y a las aves del cielo y a todo animal del campo, pero para Adán no se encontró una ayuda que fuera adecuada para él. Entonces el SEÑOR Dios hizo caer un sueño profundo sobre el hombre, y este se durmió. Y Dios tomó una de sus costillas, y cerró la carne en ese lugar. De la costilla que el SEÑOR Dios había tomado del hombre, formó una mujer y la trajo al hombre. Y el hombre dijo:
«Esta es ahora hueso de mis huesos,
y carne de mi carne.
Ella será llamada mujer, porque del
hombre fue tomada».
«Por tanto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne». Ambos estaban desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban (Gn 2:18–25).
A partir de algo que «no es bueno», Dios crea algo bueno en gran manera. Así es como la Biblia comienza a explicar el significado del matrimonio. La evaluación de Dios en el versículo 18: «No es bueno que el hombre esté solo», no es lo que uno espera en el huerto perfecto. Pero su afirmación es contundente. «No es bueno» tiene más fuerza que una carencia neutral de bondad; «no es bueno» es enfático, definitivamente malo, un factor negativo7. Pero ¿cómo podría ser de otra manera? «El amor es la naturaleza de Dios, una caracterización fundamental de su ser trinitario»8. La Biblia nos ayuda a ver que vivimos en un universo donde la realidad última es relacional. Que este hombre esté solo en un mundo creado y gobernado por el Dios que es amor; el hecho mismo de que sea un mundo perfecto, hace que su soledad sea inconcebible. Por lo tanto, Dios dice, «Le haré una ayuda adecuada».
«Una ayuda adecuada» es una declaración delicadamente matizada y dual acerca del hombre y la mujer como seres creados originalmente por Dios. Por un lado, la mujer es la ayuda del hombre. Pero la palabra ayuda no puede implicar inferioridad, pues Dios mismo es nuestro ayudador: «Pero Dios es mi ayudador; ¡el Señor me mantiene con vida!» (Sal 54:4 NTV). Tampoco puede la palabra ayuda sugerir dependencia, pues el hombre y la mujer son obviamente interdependientes (1Co 11:11–12).
Pero la palabra ayuda es coherente con el hecho de que Dios creó a la mujer para el hombre (1Co 11:9). El versículo 18 dice literalmente: «le haré una ayuda adecuada». La mujer fue hecha para complementar y apoyar al hombre y para fortalecer sus esfuerzos por Dios en este mundo. El hombre necesitaba una compañía como él y, sin embargo, diferente de él, como un amiga y aliada de la que podía depender absolutamente. La mujer completaba al hombre, y él lo sabía, pues la saludó con alivio: «Esta es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne» (Gn 2:23).
El Nuevo Testamento pasará a nombrar claramente al hombre como «cabeza» (1Co 11:3), pero su impacto para Dios quedaría disminuido si permaneciera solo sin la fuerte ayuda de una fuerte mujer. Él necesitaba la contribución altamente capacitada de ella. Unidos como cabeza y ayuda, el hombre y la mujer juntos pueden prosperar como nobles sirvientes de su Creador.
La mirada que la Biblia presenta aquí es audaz. Está diciendo que la delicada interacción entre la cabeza masculina y la ayuda femenina no es una mutación en la evolución social humana, que pueda ser reemplazada por desarrollos posteriores; es un golpe de genio divino, original de nuestra existencia. Entendida correctamente y vivida hermosamente, la sabia creación de Dios de cabeza con ayuda es una realidad permanente y gloriosa, no arbitraria ni excéntrica, sino trazable incluso hasta lo absoluto: «La cabeza de todo hombre es Cristo, y la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios» (1Co 11:3).
El ser cabeza no llegó históricamente como un artefacto del patriarcado opresivo; comenzó en el cielo y descendió a este mundo en la creación como un camino hacia el florecimiento humano. Los males de la dominación y la esclavitud sí los inventamos nosotros (Éx 1:13; 2:23). Pero la danza de la complementariedad de la cabeza con la ayuda surgió de lo más profundo de las intuiciones de Dios mismo. Nosotros, los hombres y las mujeres de hoy, no conocemos automáticamente los pasos de este baile. Debemos aprender. Pero si lo recibimos por fe, confiando en la bondad y la sabiduría de Dios, entonces podemos explorar sus potencialidades para la gozosa magnificencia humana.
En nuestro momento en el tiempo y la cultura, muy avanzados en el declive tras la caída de Adán, hoy nos podría parecer incomprensiblemente extraño el arreglo de «cabeza y ayuda» entre marido y mujer. Podríamos desear reemplazarlo con una estricta mutualidad, como si el hombre y la mujer fueran intercambiables. Pero una mezcla forzada de identidades y papeles de género tiende a un acuerdo político más calculador y minucioso. La complementariedad bíblica es el arreglo más conducente a un romance intensamente glorioso.
Además, antes de renunciar al diseño de Dios como inviable, debemos entender que todos los aspectos de la masculinidad y la feminidad, con el matrimonio, el sexo y la intimidad —ahora frágiles glorias de la existencia humana— no fueron creados para este mundo deshecho. Fueron creados para un mundo perfecto, un mundo seguro, lejos del nuestro, y ahora son brutalizados y vandalizados, en parte al ser juzgados mal. Mi iPhone, por ejemplo, es una tecnología de comunicaciones increíble. Y eso mismo es la sexualidad humana: una tecnología de comunicaciones increíblemente sofisticada. Pero si uso mi iPhone para martillar clavos, lo dañaré. No fue construido para martillar. Fue construido para algo mucho más delicado, y es más eficaz por ser delicado. El único arreglo para el sexo y el matrimonio que tiene alguna posibilidad de funcionar hoy en día es el que avanza hacia la restauración de nuestros orígenes edénicos.
Si nosotros los igualitarios occidentales modernos podemos frenar nuestros caballos emocionales lo suficiente como para imaginar cómo una mujer podría ser dignificada como ayuda para un hombre digno que la ama de manera sacrificial, en tanto que ambos, el hombre y la mujer, buscan la gloria de Dios juntos y en humildad, el perfil del hombre y la mujer que nos bendijo en el Edén comenzará a verse más plausible como un acercamiento a la felicidad humana en nuestro tiempo.
Por otro lado «una ayuda adecuada» afirma el valor igual de la mujer. Ella es adecuada para él, es decir, le corresponde, está a su nivel, cara a cara como su igual, ya que ambos portan por igual la imagen de Dios. La mujer no es propiedad del hombre, ni premio de guerra, ni peón político, ni siquiera, todavía, la madre de sus hijos. La mujer importa por derecho propio como el equivalente único del hombre, la única en toda la creación que se corresponde con él. El hombre y la mujer se necesitan y se benefician mutuamente. Sus dones y capacidades difieren, incluso ampliamente, pero para beneficio de ambos. La totalidad del pleno potencial de cada uno resulta igual al del otro en su capacidad de reflejar la gloria de Dios, el hombre a su manera, la mujer a su manera. Por lo tanto, entre el hombre y la mujer como creados por Dios, el valor personal no se estratifica para la disminución de ninguno de los dos. Sam Andreades articula una comprensión bíblica con un sabio matiz:
El género viene en especialidades. Las especialidades son cosas que todos podemos hacer a veces, pero el especialista se centra especialmente en hacerlas. Podemos hacer muchas cosas el uno por el otro que son iguales, pero la magia del género ocurre cuando nos inclinamos hacia las asimetrías. Así como, físicamente, tanto los hombres como las mujeres necesitan hormonas de andrógenos y estrógenos, y son las cantidades relativas las que difieren en los sexos, así también los distintivos de género son cosas que tanto los hombres como las mujeres pueden ser capaces de hacer, y efectivamente lo hacen, pero cuando se hacen como especialidades entre sí, impulsan la relación9.
Cuando confiamos en Dios lo suficiente como para aceptar su relato de la masculinidad y la feminidad, la calidad relacional de nuestros matrimonios de hoy puede abrirse a posibilidades más profundas de las que podríamos crear a partir de nuestras propias narraciones personales o culturales.
La historia que se desarrolla en Génesis 2:18–25 da otro giro sorprendente cuando Dios no crea inmediatamente esta ayuda adecuada para Adán. En lugar de ello, Dios hace desfilar a los animales ante el hombre para que él los nombre. Y sabemos, a partir de su acto final de nombrar en el versículo 23, que Adán no estaba estampando una etiqueta arbitraria en cada animal, sino observándolo cuidadosamente e identificándolo de manera significativa. Pero ¿por qué Dios puso a Adán a hacer esta tarea antes de proveer a Eva? Porque Dios quería preparar al hombre, despertando su sentido de necesidad, para que el precioso don de Dios no se desperdiciara en un hombre indiferente e ingrato. La soledad no buena que Dios percibió en el versículo 18, el mismo Adán aún no la percibía.
Así que el descubrimiento reflexivo que implicó el nombrar a los animales es como Dios alerta al hombre de su aislamiento en medio de la belleza y la abundancia de un mundo por lo demás perfecto. De hecho, el versículo 20 se puede traducir literalmente: «Pero para Adán, él no encontró una ayuda que fuera adecuada para él». El hombre ahora siente su soledad y está preparado para el regalo más grande —después de Dios— que recibirá jamás, más grande que toda la creación misma.
La historia bíblica ahora se vuelve encantadoramente tierna. Los versículos 21 y 22 sugieren la siguiente escena. Podemos imaginar a Dios diciéndole al hombre: «Hijo, quiero que te acuestes
aquí. Así es. Ahora, duérmete. Quiero bendecirte con una amiga como no puedes imaginar. Estos animales son interesantes. Pero tengo una nueva y mejor compañera en mente para ti. Pero debes descansar». Adán cae en un sueño profundo. Dios entonces abre su costado, saca una costilla con su carne, cierra y cura la herida, y crea a la mujer. Ella no fue refinada del polvo de la tierra, como lo fue Adán (Gn 2:7). Viene del propio Adán, doblemente refinada. Como Jesús multiplicando los panes y los peces (Mt 14:13–21), Dios el Creador aumenta el mismísimo hueso y la carne del hombre para formar a la primera mujer.
Como Matthew Henry comentó hace siglos:
La mujer «no fue hecha de su cabeza para gobernar sobre él, ni de sus pies para ser pisoteada por él, sino de su costado para ser igual a él, bajo su brazo para ser protegida, y cerca de su corazón para ser amada»10.
Ahí está, la primera mujer, pura, encantadora, preciosa para Dios.
Así que Dios se inclina, toca al hombre y le dice: «Hijo, puedes despertar ahora. Te tengo una criatura más que nombrar. Estoy muy interesado en ver tu reacción a esta». Y como el padre de la novia, Dios «la trajo al hombre», según el versículo 22. Y para el hombre, es un caso de amor a primera vista. En el versículo 23, se regocija en la mujer con las primeras palabras humanas registradas, y son poesía, motivadas por el amor:
Esta es ahora hueso de mis huesos,
Y carne de mi carne…
El hombre no se ve amenazado por la obvia igualdad de la mujer con él. Esa reconfortante realidad es lo que le agrada. Con alivio («ahora»), la saluda como su equivalente única dentro de toda la creación. Intuitivamente se identifica con ella. Su corazón es atraído hacia ella. La aprecia. Se regocija por ella. Alaba a Dios por ella. Y al dar gracias a Dios por ella, la percibe como íntima consigo mismo:
Ella será llamada mujer,
Porque del hombre fue tomada.
Con su último acto como denominador debidamente autorizado en el huerto, el hombre se identifica a sí mismo y a la mujer como de una clase, pero distintos el uno del otro. La relación humana última se nos presenta como una complementariedad de diferencias, no como una duplicación de igualdad.
Para citar a N. T. Wright en una entrevista reciente sobre la definición de matrimonio:
Si uno cree en lo que dice Génesis 1 acerca de que Dios creó el cielo y la tierra, y los binarios en Génesis son de suma importancia: el cielo y la tierra, el mar y la tierra seca, y así sucesivamente, hasta llegar a hombre y mujer. Se trata de Dios haciendo parejas complementarias, destinadas a trabajar juntas. La última escena en la Biblia es el nuevo cielo y la nueva tierra y… el matrimonio de Cristo y su iglesia. No son solo uno o dos versículos aquí y allá los que dicen esto o aquello. Es toda una narración que funciona con esta complementariedad, de modo que un matrimonio de un hombre y una mujer es un letrero o una señal que apunta a la bondad de la creación original y la intención de Dios para los cielos nuevos y la tierra nueva11.
Los cristianos fieles, casados y solteros, se unirán a la Biblia en su celebración de la complementariedad humana desde la creación original hasta el destino eterno de la mano de un Creador sabio y bueno. Al mismo tiempo, los cristianos fieles tendrán serias reservas sobre la simetría de la igualdad sexual. Esta doble convicción distingue la cosmovisión cristiana, y eso no es nada nuevo. Por ejemplo, en la introducción a una edición estándar del Simposio de Platón, los traductores escriben, «Es, en realidad, un hecho notable que el Simposio, la primera discusión explícita del amor en la literatura y la filosofía occidentales, comience con una discusión sobre el amor homosexual»12.
Desde la antigüedad, la Biblia ha estado hablando una palabra profética sobre la antigua y duradera confusión sexual de nuestro mundo postedénico.
Entonces, ¿cómo define la Biblia el matrimonio? Génesis 2:24 proporciona la respuesta. Este versículo declara la continua relevancia de la creación original del hombre y la mujer. En la caída de Adán en Génesis 3, no perdimos todo del Edén. Aún conservamos, incluso en nuestro mundo deteriorado de hoy, el privilegio del matrimonio. Eso es lo que explica Génesis 2:24:
Por tanto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.
No es cierto que la Biblia respalda múltiples formas de matrimonio, y, en consecuencia, que no proporciona una definición clara de este. La Biblia registra, por ejemplo, que «Lamec tomó para sí dos mujeres» (Gn 4:19). Pero esa declaración bíblica no valida la poligamia. En ninguna parte la mera mención en la Biblia de una práctica equivale a la aprobación de la misma. De hecho, Génesis 4:19 está poniendo en duda la poligamia. El papel de Lamec en la narración del Génesis es mostrar «un endurecimiento progresivo en el pecado»13. Inventamos la poligamia como una distorsión del matrimonio; pero el matrimonio, como fue creado y bendecido por Dios, se define en Génesis 2:24. ¿Qué está diciendo entonces este versículo monumental?
«Por tanto». Esta frase indica que Moisés está extrayendo una inferencia de la narración del Edén para nuestras vidas en el mundo de hoy. Es como si estuviéramos sentados en la sala de estar de Moisés, viendo su DVD de la creación del universo (Gn 1) y del hombre y la mujer (Gn 2). En este punto, presiona el botón de pausa en el control remoto, la pantalla se congela, él se vuelve hacia nosotros, las personas que vivimos después de la caída y estamos viendo estos increíbles acontecimientos primigenios, y nos dice: «Quiero que sepan que el diseño original de Dios sigue siendo normativo para nosotros hoy. Cada matrimonio ahora debe seguir el precedente del patrón de Dios establecido en ese entonces».
«… el hombre dejará a su padre y a su madre». Si incluso los derechos paternos deben ceder a la primacía del matrimonio, también deben ceder todos los demás lazos, por fuertes que sean. La relación humana primordial de un hombre debe ser con su esposa solamente, al comenzar juntos una nueva familia. En una cultura que veneraba los lazos ancestrales, esto era un alejamiento radical de la costumbre y la expectativa. Y no es la mujer la que hace todos los sacrificios para que el matrimonio funcione. «El hombre dejará a su padre y a su madre».
«… y se unirá a su mujer». La raíz hebrea traducida como «unirse» se usa en otros pasajes para expresar la idea de soldar dos partes de metal juntas (Is 41:7). Al casarse, el hombre se une a su esposa a un nivel profundo. No le pide que avance hacia él, que haga todos los ajustes en dirección a él. Antes bien, toma la iniciativa de acercarse a su mujer, envolviéndola en su corazón, vinculándose con ella como con ningún otro ser humano, ni siquiera con sus hijos. Él se regocija al identificarse con su mujer, como Adán lo hizo con Eva: «Esta es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne».
En todos los niveles de su ser, un marido debe estar dedicado de todo corazón a su mujer, ser leal a su mujer, constante con su mujer como con nadie más.
«… y serán una sola carne». «Una sola carne» es la definición bíblica del matrimonio en tres palabras breves pero cargadas de sentido. Esta expresión nombra al matrimonio como una vida mortal totalmente compartida. La palabra una comunica la idea de una vida totalmente compartida, y la palabra carne sugiere la mortalidad transitoria de esta vida (Gn 6:3; Sal 78:39). Así que en la unión de una sola carne en el matrimonio, todos los límites entre un hombre y una mujer desaparecen, y la pareja casada se une completamente, mientras ambos vivan.
En términos reales, dos yos egoístas comienzan a aprender a pensar como un nosotros unificado, construyendo una nueva vida juntos con una totalidad: una historia, un propósito, una reputación, una cama, un sufrimiento, un presupuesto, una familia y así sucesivamente. El matrimonio elimina todas las barreras y las reemplaza con una unidad integral. Es esta unidad abarcadora lo que distingue el matrimonio como matrimonio, más profundo que incluso la amistad más intensa.
Como argumentan Girgis, Anderson y George de manera contundente:
Un punto crucial aquí es que el matrimonio y la amistad ordinaria no ofrecen simplemente diferentes grados del mismo tipo de bien humano, como dos cheques escritos en cantidades diferentes. Tampoco son simplemente variedades del mismo bien, como el disfrute de un Matisse y el disfrute de un Van Gogh. Cada uno es su propio tipo de bien, una forma de florecer que es diferente a la otra en especie14.
Los amigos tienen mucho en común, pero los amigos sabios también tienen límites. Ellos no comparten todo. Y hay mucho bien en la amistad, aunque sea limitado. Pero lo que distingue al matrimonio es el alcance inclusivo de sus reclamaciones tanto sobre el hombre como sobre la mujer. Los dos se convierten en «una sola carne» — una vida mortal totalmente compartida— con total apertura, acceso total, solidaridad total, por el resto de sus días terrenales.
Aquí entonces está la afirmación bíblica. El matrimonio no surgió de fuerzas históricas. Descendió por gracia celestial como un bien permanente para la humanidad. Dios lo dio y Dios lo da. Él tenía y tiene el derecho a definirlo. Y efectivamente lo definió en Génesis 2:24 como una vida mortal totalmente compartida entre un hombre y una mujer. Esto es el matrimonio, según la Biblia, porque todo el punto de Génesis 2:24 es definir el matrimonio para todos los tiempos, más allá del huerto del Edén.
Debemos admitir que, bajo este estándar, no existe un matrimonio perfecto hoy en día. Los esposos y las esposas no alcanzan la dedicación total, la confianza total, la entrega total, que implica el matrimonio real. Pero el estándar todavía existe, y disminuimos nuestro futuro si lo descartamos. Además, incluso nuestros matrimonios imperfectos todavía dan testimonio de la gloria que Dios le dio originalmente. Un matrimonio menos que edénico sigue siendo un verdadero matrimonio, como lo define Dios, y digno de devoción personal y protección legal en el mundo de hoy.
Génesis 2 concluye con una pincelada final de belleza. En el contexto rigurosamente abarcador del matrimonio bíblico también encontramos nuestro mayor consuelo terrenal:
«Ambos estaban desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban» (v. 25).
Después de su significativo paréntesis en el versículo 24, Moisés lleva a los lectores de regreso al huerto del Edén. En la escena final de inocencia humana original, el hombre y la mujer —no solo la mujer— están desnudos, cara a cara en una relación de completa pertenencia y vulnerabilidad total, donde experimentan la plena aceptación, sin vergüenza alguna. Así, un matrimonio bíblico hoy ofrece el consuelo de ser conocido íntimamente por otro y no ser avergonzado o ridiculizado por razón alguna, sino solo bienvenido, confortado y abrazado. Las parejas casadas todavía hoy experimentan este regusto del shalom perfecto del Edén en su dulce intimidad.
Así Génesis 1 y 2 honran el matrimonio como nada menos que la suprema gloria de la creación del universo. Para nosotros, la gente moderna que puede ver el matrimonio como un producto de la preferencia humana que impulsa la evolución social, esa es una afirmación impresionante. Además, el relato de Génesis honra el matrimonio como sagrado y seguro, donde un hombre y una mujer pueden florecer como en ningún otro lugar.
Pero si el matrimonio ocupa este lugar elevado en la realidad humana, ¿cómo explica la Biblia las lágrimas, traiciones y heridas —aparte del simple aburrimiento— dentro de nuestros propios matrimonios?
Debemos pasar la página bíblica a la siguiente escena de la historia. Génesis 3 explica por qué nosotros que nos casamos felices y esperanzados sufrimos un quebranto tan profundo en nuestros corazones. ¿Por qué hay tantos entre nosotros cuyo jovial romance se disolvió hasta convertirse en amarga alienación? No es como si nuestra sexualidad en sí misma tuviera la culpa o que enamorarse fuera inherentemente fraudulento, y ciertamente no es el caso que a Dios se le pasara un defecto en su diseño original para el matrimonio. Algo más profundo se ha dañado en nosotros. Ahí es adonde la historia bíblica pasa a continuación.
Génesis 3
Lo que encontramos ahora en la narración bíblica no es solo cómo nuestros primeros padres, Adán y Eva, desataron el infierno en el huerto del Edén, sino también cómo cada pareja casada desde entonces ha hecho lo mismo en su propio Edén. Al leer este relato en Génesis 3, pareciera que «la caída» —cómo caímos desde nuestra gloria original a nuestro actual pecado, miseria y muerte—, los sucesos cruciales de la caída de la humanidad, podrían haber tenido lugar en tal vez cinco minutos. Pero cada matrimonio siempre está a solo cinco minutos del desastre. Hoy seguimos contando la misma historia una y otra vez. Podemos olvidarnos de la verdadera magnitud de nuestras decisiones, los verdaderos asuntos en juego en la vida que vivimos a cada momento. Nos damos cuenta demasiado tarde de lo fatídicos que han sido nuestros pasos. Por lo tanto, nos dirigimos a Génesis 3 con una consciencia —una afligida consciencia— de que la relevancia de este texto es perenne. Esta historia tiene una sensación familiar, porque realmente estamos presentes aquí.
La serpiente era más astuta que cualquiera de los animales del campo que el SEÑOR Dios había hecho (Gn 3:1a).
La narración comienza con un juego de palabras, invisible en el texto español. La palabra hebrea traducida como «desnudos» en Génesis 2:25: «Ambos estaban desnudos, el hombre y su mujer…», y la palabra hebrea traducida como «astuta» aquí en Génesis 3:1 tienen una forma similar: aróm y arúm.
Podríamos decir: la pareja humana estaba desvestida, pero la serpiente era advertida. Y el punto es que el objeto de la sagacidad de la serpiente era la felicidad matrimonial del hombre y la mujer. Fue precisamente allí, en el matrimonio —y el matrimonio en su mejor momento, el matrimonio en su forma más delicada y hermosa—, donde la raza humana sufrió un ataque brillantemente malvado y cayó en todas las miserias de nuestra condición actual. Nuestro pecado original no fue político o económico o filosófico o psicológico, por válidas que sean esas consideraciones.
Nuestro error original y fatídico fue nuestra traición catastrófica de nuestra inocencia conyugal. Debemos comprender la magnitud de esto. Si malinterpretamos la raíz de todos nuestros sufrimientos, nunca aceptaremos nuestro remedio final, no importa cuán sinceros seamos.
¿Cómo entonces se desarrolla la destrucción del matrimonio en la narración de Génesis?
Y dijo a la mujer: «¿Conque Dios les ha dicho: “No comerán de ningún árbol del huerto”?» La mujer respondió a la serpiente: «Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto, Dios ha dicho: “No comerán de él, ni lo tocarán, para que no mueran”».
El tentador, que es Satanás (Ap 12:9), hace un movimiento osado. Reposiciona el ángulo de visión de la mujer sobre toda la realidad poniendo en duda a Dios. Lo que la serpiente entendió, y lo que la gente moderna tiende a ignorar, es que todo en la existencia humana, incluyendo el matrimonio, es en lo más profundo un asunto de Dios. Si Dios es bueno, entonces debemos confiar en él y obedecerle en todo. Si Dios no es bueno, entonces tenemos que encontrar nuestro propio camino en todo.
Pero, de cualquier manera, no podemos pensar de forma fragmentaria. Independientemente de lo que creamos o no acerca de Dios, nuestra actitud hacia él debe ser todo o nada. Satanás quiere que Dios se convierta en nada para nosotros. Sabe que si puede destruir la devoción a Dios en nuestros matrimonios, entonces el futuro de la raza humana es suyo, y la ciudad de Bedford Falls se quedará como Pottersville para siempre.
Dios le había ordenado a Adán: «De todo árbol del huerto podrás comer» (Gn 2:16), enfatizando la abundancia de su generosa provisión. Pero Satanás hábilmente tergiversa el mandamiento positivo de Dios y lo convierte en una prohibición insultante y limitante: «¿Conque Dios les ha dicho: “No comerán de ningún árbol del huerto”?». Puede que esté hablando con un tono de preocupación en su voz:
«Su Alteza, ¿acaso es cierto lo que he oído, que Dios se niega a compartir todo esto con usted y con Adán? ¿No declaró Dios mismo que todas las cosas son buenas? No entiendo cómo nuestro amoroso Creador pudo imponerles a ustedes, la nobleza de este mundo, tal limitación. Oh, Reina del Huerto, ¿podrías explicarme este problema?»
La mujer no sabía que había un problema. Pero la pregunta la pone a la defensiva. Un nuevo pensamiento entra en su mente, una sensación de confinamiento, incluso de daño. El diablo ya la ha llevado a reconsiderarlo todo en sus propios términos.
La mujer responde, en efecto:
«Nosotros sí podemos comer de estos árboles. Pero ahora que lo mencionas, está aquel árbol en el centro del huerto; Dios ha dicho: “No coman de él, ni lo toquen, para que no mueran”».
Nosotros los lectores ya podemos ver el cambio en su cosmovisión. La profundamente generosa declaración de Dios «podrás comer» se debilita en la mente de ella y se convierte en un mero permiso. Y aunque el árbol del conocimiento del bien y del mal realmente estaba allí en medio del huerto (Gn 2:9), el árbol de la vida también estaba allí; pero la mujer no lo menciona o, aparentemente, ni siquiera lo nota. Su enfoque mental está en lo poco que está prohibido antes que en lo mucho que se provee. Ella incluso amplía la prohibición diciendo que el árbol no puede ser tocado, aunque Dios no había dicho eso. El confinamiento que siente se está extendiendo, volviéndose intolerable, porque en una mente hostil las limitaciones crecen hasta un grado enloquecedor.
Además, Dios había hecho una seria advertencia: «Ciertamente morirán». Pero la mujer ahora lo suaviza y lo convierte en «… para que no mueran». Ahora que su visión de las consecuencias es menos alarmante, Satanás salta sobre ese mismo punto:
Y la serpiente dijo a la mujer: «Ciertamente no morirán. Pues Dios sabe que el día que de él coman, se les abrirán los ojos y ustedes serán como Dios, conociendo el bien y el mal». Cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y que el árbol era deseable para alcanzar sabiduría, tomó de su fruto y comió. También dio a su marido que estaba con ella, y él comió. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; y cosieron hojas de higuera y se hicieron delantales (Gn 3:4–7).
La abierta negación de la serpiente de la advertencia de Dios revela que su pregunta original en el versículo 1 era poco sincera. Sabía exactamente lo que Dios había dicho. Simplemente lo contradice: «Ciertamente no morirán». Con la confianza de la mujer sacudida, la serpiente finge contarle un secreto: «Dios sabe que el día que de él coman, se les abrirán los ojos y ustedes serán como Dios, conociendo el bien y el mal».
Parafraseando el mensaje:
«Odio tener que decírselo, Su Alteza, pero usted merece saberlo. Dios le está ocultando algo, y con buena razón. Él teme su potencial. Él sabe muy bien los poderes que serán suyos si come este fruto. Obviamente se arrepiente de haberla creado y de darle poder. Puede que le sorprenda, Honorable Dama, pero Dios se ha convertido en su enemigo. Sé que este huerto parece bastante placentero. Pero, de hecho, es una estratagema enorme para detenerla a usted. Así que no se deje engañar. Extienda su mano y aproveche la vida en sus propios términos. Después de todo, ¿acaso no ejercen usted y Adán un dominio soberano sobre todo esto? ¿No deberían tener el derecho de decidir por ustedes mismos lo que es bueno y malo, lo provechoso y lo perjudicial? ¿Cómo puede alguien más saber eso por ustedes? Este árbol, Noble Señora, es su única oportunidad de alcanzar su potencial. Lejos de ser mortal, este árbol es de hecho el árbol de la vida. ¿No lo ve? Si obedece a Dios, ¡ciertamente morirá!».
Era una mentira lo suficientemente grande como para reinterpretar toda la existencia de ella, y hasta el día de hoy colorea la manera en que lo percibimos todo. Pensamos que podemos y debemos entender la realidad desde nuestro propio punto de vista asumido libremente. Pero si Dios realmente es el Creador sabio y bueno de Génesis 1 y 2, entonces cualquier consideración de la vida que lo desacredite o margine debe ser falsa para él y tendiente a nuestra propia desventaja inevitable. Es más, si Dios está realmente presente, entonces la objetividad de Dios es simplemente imposible.
John Milbank, considerando la revelación cristiana completa, hace una afirmación tan sabia como audaz:
Ante la resurrección se vuelve finalmente imposible concebir nuestra narración cristiana solo como «nuestro punto de vista», nuestra perspectiva sobre un mundo que realmente existe de una manera diferente, «secular». No hay un «mundo real» disponible independientemente contra el cual debamos poner a prueba nuestras convicciones cristianas, porque estas convicciones son la más definitiva y, al mismo tiempo, la más básica visión de lo que es el mundo15.
Lo que está en la cuerda floja aquí en nuestra tentación primordial, y lo que está en la cuerda floja en cada matrimonio día a día, no es una regla insignificante sobre esto o aquello; lo que realmente está en la cuerda floja es nada menos que la realidad tal como es. ¿De quién es la narración que estamos creyendo y por la cual vivimos a cada momento?
Habiendo envenenado la mente de la mujer con respecto a Dios, Satanás se queda en silencio y permite que el engaño siga su curso desde allí. Eva parece olvidarse de él mientras permanece ahí fascinada por ese árbol. Cuando el versículo 6 dice que «la mujer vio…», no es como si ella no hubiera visto el árbol antes. Pero ahora le parece que nunca antes lo había visto, ni nada parecido. El árbol la cautiva. ¿Qué pasa por su mente ahora?
En primer lugar, el árbol es bueno para comer. Su fruto cuelga allí, tentadoramente delicioso. «No me parece mortal», debe haber pensado ella. En segundo lugar, el árbol es agradable a los ojos, y ofrece un atractivo estético, invita a una experiencia más profunda. En tercer lugar, el árbol es deseable para alcanzar sabiduría. Ella puede entonces ser su propio juez de la verdad y el derecho. Pero las cosas buenas —las cosas verdaderamente buenas, y buenas en múltiples niveles—, incluso las cosas buenas se corrompen si tenemos que desobedecer a Dios para conseguirlas.
Después de la trampa tendida cuidadosamente por Satanás, el acto real de pecado se declara brevemente, como un simple hecho, sin un asomo de conmoción. La mujer traspasa el punto de no retorno sin siquiera darse cuenta: «Tomó de su fruto y comió». No lo tomó todo, solo una parte. Pero lo que su acto le dice a Dios acerca de Dios es colosal.
¿Y dónde está su marido Adán en todo esto? Los verbos en segunda persona en el diálogo de los versículos 1 al 5 son todos plurales en el texto hebreo. El versículo 1, por ejemplo, dice: «¿Conque Dios les ha dicho: “No comerán de ningún árbol del huerto?”». Y en el versículo 2 la mujer se refiere a sí misma y a su marido con la primera persona del plural: «Del fruto de los árboles del huerto podemos comer». La serpiente llevó a Eva a hablar por su marido, y ella se atrevió a hacerlo. El hombre era relevante para todo el asunto, naturalmente. Pero Dios hizo responsable primeramente a Adán como la cabeza de Eva.
Cuando Dios finalmente se enfrentó a ambos, fue Adán a quien Dios llamó a rendir cuentas: «Pero el Señor llamó al hombre y le dijo: “¿Dónde estás?”… ¿Has comido del árbol del cual Yo te mandé que no comieras?”» (Gn 3:9, 11). Dios debía ser obedecido en su reino edénico, y era Adán a quien había hecho responsable de asegurarse de ello. Pero a medida que la tentación se desarrolló, el versículo 6 revela que Adán estaba presente allí mismo, sin hacer nada, pero luego cedió: «… También dio a su marido que estaba con ella, y él comió». La mujer estaba autorizada para ejercer dominio con el hombre (Gn 1:26–28); pero nunca se pretendió que ejerciera su realeza desconociendo el rol de cabeza de su marido, como no debía desconocer el mandato de Dios. Tampoco debía Adán abdicar de su responsabilidad de proteger el huerto (Gn 2:15) ni tratar el mandamiento de Dios con indiferencia pasiva (Gn 2:16–17).
De hecho, según el versículo 17, cuando Dios como juez explica la culpa de Adán, dice que el pecado de Adán incluye obedecer a su esposa antes que a Dios:
«Por cuanto has escuchado la voz de tu mujer y has comido del árbol del cual te ordené, diciendo: “No comerás de él”».
Esa construcción hebrea «escuchar la voz de» significa obedecer (Éx 15:26; Jue 2:20). Así que Adán estaba allí parado, observando el progreso del mal sin intervenir. Por no ejercer su rol como cabeza, por no vivir su unión de una sola carne con su esposa, fomentó el mal que él podría haber detenido. Una cosa es ser engañado por una mentira; otra distinta es permitir que esa mentira tome el control.
La esposa actuando como cabeza, pero no una cabeza sabia, y el marido actuando como ayuda, pero no una ayuda sabia: esta fue la ruptura del matrimonio lo que lo rompió todo. La mayor gloria en el universo (Gn 1–2) se convirtió en la mayor tragedia en el mundo (Gn 3). Y solo el más grande amor puede restaurarnos (Ap 21:1–5).
La consecuencia inmediata para el hombre y la mujer es una nueva y dolorosa autoconsciencia:
«Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; Y cosieron hojas de higuera y se hicieron delantales» (Gn 3:7).
Lo que había sido una comodidad inconmensurable (Gn 2:25) de pronto se convierte en un dolor intolerable. Ellos buscaron su propia interpretación autónoma del bien y del mal, de lo beneficioso y lo dañino. Pero lejos de alcanzar la iluminación y el control divinos, el hombre y la mujer simplemente se sienten sucios. Y la tristeza que todo lector siente aquí es que la misma desnudez que Dios les había dado para intimidad ahora solo expone su vergüenza.
Dios le había advertido a Adán: «El día que de él comas, ciertamente morirás» (Gn 2:17). Pero Adán y Eva no caen muertos en ese mismo momento y lugar. ¿Por qué no? La idea que Agustín ofrece es que podemos estar muertos y vivos al mismo tiempo, y así morir perpetuamente. Cuando Agustín pregunta qué quiso decir Dios con su advertencia, «si fue la muerte del alma o del cuerpo o de todo el hombre o lo que se llama la segunda muerte», él concluye: «Debemos responder:
“Todo lo anterior”». La amenaza de Dios a Adán «incluyó todo tipo de muerte, hasta la última»16.
La vergüenza de la culpa atravesó la conciencia humana ese día con un grito profético que no puede ser silenciado completamente, alertándonos ahora sobre la muerte emocional y relacional como una advertencia contra la muerte extrema y total que está por venir. Nosotros también ocultamos nuestra tristeza con nuestros propios remedios cobertores que nos inventamos. Nosotros también nos enfrentamos a un enemigo todos los días, la verdad sobre nosotros mismos, y no podemos soportar verla. Pero el remedio definitivo de Dios resultará ser mejor que el nuestro, cuando él vista a los suyos de gloria eterna (2Co 5:4).
La Biblia no está diciendo que la nueva consciencia humana de la vergüenza fuera neurótica o ilusoria. Todo lo contrario: «Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron…». No todos nuestros sentimientos de desgracia son sabios, pero lo que Adán y Eva vieron de sí mismos fue real.
C. S. Lewis nos ayuda a reconstruir una parte de la sabiduría que necesitamos cuando escribe:
La segunda causa [de nuestra pérdida moderna de un sentido de la propia maldad] se debe situar en el efecto del psicoanálisis sobre la opinión pública, especialmente de la doctrina de la represión y la inhibición. Sea cual sea el verdadero significado de estas teorías, han despertado en la mayoría de la gente la impresión de que el sentimiento de vergüenza es peligroso y nocivo. Nos hemos esforzado en vencer el sentimiento de cohibición y el deseo de encubrimiento, atribuidos por la propia naturaleza o por la tradición de casi toda la humanidad a la cobardía, la lujuria, la falsedad y la envidia. Se nos dice que «saquemos nuestras cosas a la luz del día», pero no con el deseo de que nos humillemos, sino por la sencilla razón de que «estas cosas» son completamente naturales y no debemos avergonzarnos de ellas. Mas, salvo que el cristianismo sea completamente falso, la única percepción verdadera de nosotros mismos debe ser la que tenemos en los momentos de vergüenza. La misma sociedad pagana ha reconocido habitualmente que la «desvergüenza» es el nadir del alma… Es esencial para el cristianismo recuperar el viejo sentido del pecado17.
El primer paso en cada matrimonio hacia una prueba imperfecta pero real del Edén es no cubrir nuestra angustia con delantales de autoaprobación. Ese es un remedio falso. Nuestro primer paso es más bien enfrentar nuestros fracasos, engaños y pecados con absoluta honestidad ante Dios y el uno ante el otro. Para todos nosotros, no hay nada más doloroso y humillante que la autoconsciencia. Pero al admitir con honestidad cuán perversamente hemos maltratado a Dios es cuando nuestros corazones comienzan a abrirse a su redención. Ahí es donde Dios nos espera con los brazos abiertos. Y cualquier matrimonio, por problemático que sea, puede tener esperanza cuando Dios entra.
Adán y Eva no solo se esconden el uno del otro detrás de sus patéticas coberturas, sino que ambos se esconden de Dios:
Y oyeron al SEÑOR Dios que se paseaba en el huerto al fresco del día. Entonces el hombre y su mujer se escondieron de la presencia del SEÑOR Dios entre los árboles del huerto. Pero el SEÑOR Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?». Y él respondió: «Te oí en el huerto, tuve miedo porque estaba desnudo, y me escondí». «¿Quién te ha hecho saber que estabas desnudo?», le preguntó Dios. «¿Has comido del árbol del cual Yo te mandé que no comieras?». El hombre respondió: «La mujer que Tú me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí» Entonces el SEÑOR Dios dijo a la mujer: «¿Qué es esto que has hecho?». «La serpiente me engañó, y yo comí» (Gn 3:8–13).
Nada es más natural en nuestro mundo caído hoy que tratar de construir un matrimonio feliz sobre un fundamento de evitación de Dios. Pero esto no puede funcionar. Sin paz con Dios, inevitablemente rompemos la paz que deseamos unos con otros. Y la raíz de todo esto es más profunda que nuestra capacidad personal de elegir; estamos impedidos a causa de este arraigo en la historia que todos compartimos en Adán y Eva. Su huida de Dios en el huerto fue el comienzo de todas las familias deshechas que dejan a Dios fuera.
Martín Lutero comenta:
«Es la mayor estupidez imaginar que nuestra cura radica en huir de Dios en lugar de regresar a Dios, y, sin embargo, nuestra naturaleza pecaminosa no puede regresar a Dios»18.
Adán y Eva pueden manejar su desnudez el uno ante el otro, a su manera ridícula. Pero la presencia del Señor les resulta demasiado aterradora para enfrentarla. Claramente, a nuestros padres les ha sobrevenido algo más que un simple mal paso. Sus corazones han cambiado hacia Dios a un nivel profundo y permanente. Esta falla humana, la forma en que nos apresuramos a escapar cuando Dios se acerca, nuestra alergia hacia Dios, es natural para nosotros tal como un defecto de nacimiento es natural y no elegido (Sal 51:5).
Elegimos nuestro camino hacia el pecado en el huerto del Edén, pero no podemos elegir nuestra salida hoy. La dinámica que controla ahora es el espíritu humano en lo profundo, que oscila entre orgullosa autonomía y vergüenza paralizante. Lo vemos en Adán y Eva cuando evaden a Dios aquí en el huerto, y lo vemos en la gente que odia a Dios gritando a las montañas y rocas al final de los tiempos: «Caigan sobre nosotros y escóndannos de la presencia de Aquel que está sentado en el trono y de la ira del Cordero» (Ap 6:16). Pero los quebrantados a quienes se les da un corazón nuevo por gracia, al final, experimentarán la presencia de Dios como algo celestial: «Ellos verán su rostro» (Ap 22:4), y Dios mismo enjugará toda lágrima de sus ojos (Ap 21:4). Esa gracia redentora comienza a aparecer incluso ahora en el huerto de Edén. Dios no abandona a Adán y Eva, aunque ellos lo abandonaron a él.
El Señor busca primero a Adán: «¿Dónde estás?», porque el hombre es la cabeza y, por lo tanto, tiene la responsabilidad principal. Pero el poder fragmentador del pecado ya es obvio en su respuesta cobarde:
«Tuve miedo porque estaba desnudo, y me escondí».
Qué diferente podría haber sido si Adán simplemente se hubiera hecho responsable: «Padre, he pecado contra el cielo y ante ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo» (Lc 15:21). Pero Adán no muestra consciencia de su verdadera culpa moral ante Dios. Está absorto en sus propios sentimientos de autocompasión: «Tuve miedo porque estaba desnudo». Incluso un niño perdido tiene mejor criterio cuando su padre finalmente aparece. Pero Adán se escabulle como una víctima, incapaz de confiar en Dios, enfrentarse a sí mismo y consolar a su esposa angustiada:
«Me escondí».
Pero cuando resistimos la gracia de Dios, él a menudo presiona con más gracia, como aquí en el huerto. Dios confronta a Adán con gracia y franqueza:
«¿Has comido del árbol del cual Yo te mandé que no comieras?».
Aunque Adán ahora admite la verdad, le echa la culpa a Eva y da a entender que es culpa de Dios en primer lugar:
«La mujer que Tú me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí».
En otras palabras:
«Dios, no recuerdo haberte pedido esta mujer. Y mira lo que ella ha hecho». Eva, por su parte, solo puede agachar la cabeza avergonzada: «La serpiente me engañó, y yo comí».
El engaño del pecado es este. Primero, reluce con una promesa. Pero una vez que lo cometemos, cuando es demasiado tarde para echarnos atrás, nos enreda en repercusiones que no previmos y consecuencias que no podemos evadir. Solo Dios ve el impacto completo de nuestra caída. Solo Dios puede absorber en sí mismo el castigo final. Y lo hará, a través de Jesucristo. Pero mientras tanto, con tres «oráculos del destino»19, Dios redefine el futuro del Edén, cambiando de prosa a poesía de acuerdo con la solemnidad del momento. En primer lugar:
Y el SEÑOR Dios dijo a la serpiente:
«Por cuanto has hecho esto,
maldita serás más que todos
los animales, y más que todas
las bestias del campo.
Sobre tu vientre andarás, y
polvo comerás todos
los días de tu vida.
Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu
simiente y su simiente;
él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el talón».(Gn 3:14–15).
Dios es el único que habla. Satanás escucha en silencio mientras Dios pronuncia su sentencia, y no hay nada que Satanás pueda hacer al respecto.
¿Qué le está diciendo Dios aquí al enemigo de nuestro amor, romance, gozo, intimidad, ternura y cada eco del Edén que apreciamos hasta el día de hoy?
Tres cosas.
En primer lugar, Satanás está condenado. La palabra «maldito» (arúr) en el versículo 14 es un juego con la palabra «astuto» (arúm) en el versículo 1. La serpiente era maliciosa, pero ahora está maldecida. Satanás se creía muy inteligente, pero todas sus obras y caminos están condenados, porque el huerto todavía pertenece a Dios, y al hombre y la mujer todavía les espera un gran destino.
En segundo lugar, Satanás es humillado. El orgulloso autor de «Invictus» juró que moriría de forma desafiante, con su cabeza «ensangrentada, pero erguida»20. Sin embargo, Dios está diciendo que Satanás no tendrá la satisfacción de caer derrotado con la cabeza en alto: «Sobre tu vientre andarás» cada momento de su miserable existencia.
En tercer lugar, Satanás es aplastado. Satanás le declaró la guerra a Dios, reclutó a Eva, y ella se unió a él para tratar de hacer a Dios a un lado. Ahora Dios le declara la guerra a Satanás. Pero al mismo tiempo, por gracia, Dios declara paz con Eva cuando dice: «Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente». Esto requiere algunas explicaciones.
Agustín nos ayuda a entender que el decreto de Dios aquí en el huerto está creando dos comunidades humanas opuestas —Agustín las llama «ciudades»— que ahora se desarrollarán en el curso de la historia:
Dos ciudades han sido formadas por dos amores: la terrenal por el amor a sí mismo y el desprecio de Dios; la celestial por el amor a Dios y el desprecio de sí mismo. La primera, en una palabra, se gloría en sí misma, la segunda en el Señor. Porque una busca la gloria de los hombres; mas la mayor gloria de la otra es Dios, testigo de la conciencia. Una levanta su cabeza en su propia gloria; la otra le dice a su Dios: «Tú eres mi gloria, y el que levanta mi cabeza»21.
La metáfora de Agustín de la ciudad es buena, porque Caín, un descendiente de la serpiente, construyó la primera ciudad (Gn 4:17). Dios creó un huerto para compartir su gozo con el hombre, pero Caín inventó la ciudad para excluir a Dios. Y en este mundo, el propósito de Caín tiene éxito.
El resto de la Biblia cuenta la historia de la descendencia de la serpiente dominando los asuntos humanos, en tanto que fugitivos inseguros se reúnen, convencidos de que este mundo que controlan es lo único que importa. Ellos juntan sus talentos para construir culturas enteras de rebelión egocéntrica contra Dios, como si él fuera nuestra peor pesadilla; y su propósito a menudo tiene éxito. Además, esa colectividad humana, dividida de muchas maneras, pero unida contra Dios, también se opone a la descendencia de la mujer (1Jn 3:8–15).
Pero la verdadera descendencia de la mujer se distingue por corazones renovados y rehumanizados, creados por la gracia de Dios. Se inclinan rendidos a él y se deleitan por la fe en sus promesas acerca de un mundo redimido que solo Dios puede construir, y construirá, en el futuro (Ap 21:1–4). Esta colectividad humana se puede trazar a lo largo de la narración bíblica de la historia y culmina en Jesús, el único hombre no caído, herido por la serpiente en la cruz, pero que por esa misma herida es vencedor sobre la serpiente. Jesús es nada menos que un segundo Adán y cabeza de la raza humana redimida, quien vivirá para siempre (1Co 15:22).
Lo que Dios decreta aquí en el huerto, entonces, es esta nueva realidad: por la tierna fuerza de su amor no correspondido, él separa a Eva y a su descendencia para sí mismo, creando en ellos un amargo odio por Satanás y sus promesas vacías, y un anhelo por Dios y sus promesas gloriosas del nuevo Adán, a través del cual aplastarán a la serpiente (Ro 16:20).
Para nosotros, el primer oráculo divino nos da una idea de nuestra experiencia. No solo cada matrimonio debe hoy tomar partido en este gran conflicto que desgarra la historia humana, sino que también necesitamos la ayuda de Dios para elegir sabiamente. Por nuestra cuenta, nunca dejaremos de repetir el drama de la caída en Génesis 3. Seguiremos tratando compulsivamente de evitar a Dios exitosamente, y moriremos en esa insensatez y futilidad, porque nuestras voluntades ya no son libres de confiar en Dios. Literalmente necesitamos que Dios ponga en nosotros enemistad y hostilidad hacia Satanás, o serviremos a nuestro enemigo para siempre.
El segundo oráculo del destino va dirigido a Eva y a todas las mujeres después de ella, en el versículo 16, mientras que el tercero va dirigido a Adán y todos los hombres después de él, en los versículos 17–19. Estaremos en una mejor posición para entender lo que Dios está haciendo con estas declaraciones si tenemos en cuenta lo que escribió C. S. Lewis:
Hay algo que une la magia y la ciencia aplicada mientras que separa ambos de la «sabiduría» de épocas anteriores. Para los sabios de antaño, el problema fundamental había sido cómo conformar el alma a la realidad, y la solución había sido el conocimiento, la autodisciplina y la virtud. Tanto para la magia como para la ciencia aplicada, el problema es cómo someter la realidad a los deseos de los hombres: la solución es una técnica; y ambos, en la práctica de esta técnica, están dispuestos a hacer cosas que hasta ahora se consideraban repugnantes e impías22.
Lo que Dios dice en los versículos 16 al 19 moldea nuestra realidad de maneras que no podemos revocar, no importa cuán inteligente sea nuestra magia o cuán avanzada nuestra ciencia. Por sus monumentales palabras en el huerto, Dios nuestro juez limita toda la experiencia humana posterior al dolor debilitante y la muerte final. Y la sabiduría nos aconseja inclinarnos en profunda aceptación y encontrar la vida eterna allí mismo en nuestro dolor, donde menos lo esperamos. La manera en que respondemos personalmente a los decretos de Dios está llena de consecuencias.
Si odiamos a Dios por imponernos estos límites, si nos esforzamos por recrear la realidad más a nuestro gusto, no tenderemos hacia la libertad y la esperanza, sino hacia degradaciones repugnantes e impías, y no hay profundidad a la que no caeremos aún más. Pero si nos doblegamos en humildad a los dolores y azotes de esta vida, confiando en Dios, nos sorprenderemos al descubrir la belleza donde Dios la ha escondido; no en nuestras fantasías, sino en sus realidades. El sabio propósito de Dios en estos solemnes oráculos del destino es atraernos a todos de vuelta a su corazón amoroso.
Por lo tanto, a medida que abrazamos el quebrantamiento de la vida, comenzamos nuestro viaje de regreso a Dios y a la sanidad. Lo que Dios dice aquí explica, en particular, el deterioro del sexo y el matrimonio a lo largo de la historia hasta nuestros días. Entonces, en cuanto a la mujer:
A la mujer dijo:
«En gran manera multiplicaré tu dolor en el parto,
con dolor darás a luz los hijos.
Con todo, tu deseo será para tu marido,
y él tendrá dominio sobre ti»(Gn 3:16).
Dos realidades definen ahora la experiencia de la mujer. Primero, como madre, sufrirá en el parto. Los hijos no son una sentencia de muerte para ninguna mujer, sino todo lo contrario. La influencia de una madre contribuye a la victoria final de Dios sobre todo mal y miseria a través de sus hijos, si ellos han de servir al Señor en su generación (1Ti 2:15). Pero ella paga un precio por sus hijos de muchas maneras. El paraíso de Eva está estropeado, pero la mujer todavía da a luz al futuro del mundo.
Segundo, como esposa, chocará con su marido. Pero dos preguntas destacan aquí.
- ¿Cuál es la naturaleza del «deseo» de la mujer?
- ¿En qué sentido el hombre tiene «dominio» sobre ella?23
Un lenguaje similar aparece en Génesis 4:7, donde Dios le advierte a Caín sobre sus inclinaciones pecaminosas: «Su deseo lo llevará a ti, y tú lo dominarás» (RVC). Claramente, el deseo del pecado es controlar a Caín; pero su fuerza de voluntad debe resistir para ganar el dominio sobre el pecado. La redacción hebrea detrás de nuestra versión en español de Génesis 3:16 es similar:
«Tu deseo será para tu marido, y él tendrá dominio sobre ti».
Aplicando la lógica de Génesis 4:7 a nuestro texto, entonces, Dios está diciendo que el rol creado de Eva como una ayuda adecuada para Adán ahora se distorsionará como un deseo de controlarlo.
Durante la tentación, ella usurpó el rol de su esposo como cabeza, y ahora ese impulso momentáneo se convertirá en un patrón más general. Adán, por su parte, ya no servirá ni defenderá a la mujer con el noble rol como cabeza que Dios diseñó para él. Adán dominará con aspereza a su esposa, incluso cruelmente, para su propia gratificación y conveniencia egoísta; será más un amo que un amante, más un crítico que un admirador.
Es por eso que el Nuevo Testamento amonesta a los maridos:
«Maridos, amen a sus mujeres y no sean ásperos con ellas» (Col 3:19).
El punto aquí en Génesis es que la delicada armonía del Edén ahora se disuelve en la infame «batalla de los sexos» a través de la historia. Nuestro hermoso voto nupcial de «amarte y cuidarte» ahora está destrozado por las fuerzas opuestas del deseo sujetador de ella y el dominio opresivo de él, lo que conduce a innumerables historias de dolor conyugal. Solo el evangelio de Jesús puede liberarnos de esta interminable lucha de poder y restaurar el romance, la belleza, el gozo, la armonía que Dios quiso: una iniciativa masculina que cuida y defiende a la mujer, y un apoyo femenino que afirma y empodera al hombre.
Aquí, entonces, está la razón última de nuestras promesas rotas, peleas a gritos, resentimientos, abusos, separaciones, divorcios y todas las tragedias matrimoniales: Dios nos entregó a los poderes de nuestra propia confusión pecaminosa. Estas tristes palabras que él declaró en Génesis 3:16 predicen nuestro ciclo de disfunción cada vez que una esposa interviene para llenar el vacío creado por la falta de cuidado y provisión de su esposo, y donde el esposo se resiente con su esposa por la crítica implícita hacia su propia pasividad y la castiga silenciosa o agresivamente por ello.
Cada uno agrava la debilidad del otro, mientras caen en espiral hacia la incomprensión mutua, la amargura y el distanciamiento. Ni el feminismo desafiante ni el patriarcado arrogante alcanzan la gloria del Edén. Y nosotros, maridos y mujeres, nunca regresaremos al huerto apuntándonos el uno al otro con un dedo acusador.
Según la Biblia, toda restauración comienza con la redención misericordiosa que desciende de Dios en lo alto. Pero lo que nunca debemos olvidar es esto: cuando abandonamos a nuestro Padre en el huerto, no fue como si solo lo hubiéramos ofendido; pusimos en peligro todo lo que nosotros mismos anhelamos en nuestras propias intenciones más profundas. Cada vez que nos alejamos de Dios, caminamos hacia algo inhumano e inseguro que consume la vida. Dicho de otra manera: la única alternativa al cielo es el infierno. No hay terreno neutral creado por nosotros mismos, bajo nuestro propio control. Ese mundo no existe en ninguna parte.
Las mujeres de hoy, y en todas las épocas, sufren las pérdidas decretadas en Génesis 3:16 de una manera profunda. Un esposo sabio comprenderá que su esposa lleva cargas de las que tal vez él esté poco enterado, porque están ligadas a la experiencia particular de la mujer. Por lo tanto, un marido sabio se encargará de ser más considerado con ella, de escucharla y de estar con ella como su amigo, su aliado, su admirador y su defensor. Ninguna esposa debe sentir que debe enfrentar la vida sola.
Y en cuanto al hombre:
Entonces el Señor dijo a Adán: «Por cuanto has escuchado la voz de tu mujer y has comido del árbol del cual te ordené, diciendo:
“No comerás de él”,
Maldita será la tierra por tu causa;
Con trabajo comerás de ella
Todos los días de tu vida.
Espinos y cardos te producirá,
Y comerás de las plantas del campo.
Con el sudor de tu rostro
Comerás el pan
Hasta que vuelvas a la tierra,
Porque de ella fuiste tomado;
Pues polvo eres,
Y al polvo volverás» (Gn 3:17–19).
La nueva realidad que define la experiencia del hombre no es el trabajo, sino la dolorosa futilidad del trabajo, el inevitable fracaso de todos los logros terrenales, la ilusión de un hombre que deja su marca por el poder de su propia gloria egocéntrica. Cuando Dios dice: «Maldita es la tierra», podemos ver cómo se marchita la fertilidad y la abundancia de toda la tierra convirtiéndose en un páramo infestado de malezas, donde el hombre ahora debe esforzarse para ganarse la vida… mientras pueda.
El apóstol Pablo hace eco de las palabras de Dios a Adán cuando escribe: «La creación fue sometida a vanidad» (Ro 8:20). El escritor de Eclesiastés afirma: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad» (Ec 1:2). David suspira: «El hombre es semejante a un soplo; sus días son como una sombra que pasa» (Sal 144:4). Es doloroso para el hombre trabajar arduamente y ejercer inteligencia y parecer ganar terreno en esta vida, solo para ver su imperio, construido con tanto cuidado, destrozado por un giro de la fortuna, la traición de un socio o el martillo de la muerte.
Woody Allen, a su manera, nos ayuda a enfrentar el realismo de la Biblia:
Siempre veo cómo acecha la cabeza de la muerte. Podría estar sentado en el Madison Square Garden en el partido de baloncesto más emocionante, la gente está animando y todo es emocionante, y uno de los jugadores está haciendo algo muy hermoso, y mi pensamiento será: «Tiene solo veintiocho años y yo solo desearía que él pudiera saborear este momento de alguna manera, porque esto es lo mejor que va a lograr»… Lo fundamental detrás de toda motivación y toda actividad es la lucha constante contra la aniquilación y contra la muerte. Es absolutamente petrificante en su terror, y hace que los logros de cualquiera pierdan sentido. Como escribió Camus, no es solo que él muera o que el hombre muera, sino que uno lucha por hacer una obra de arte que perdure y luego se da cuenta de que el universo mismo no va a existir después de un tiempo24.
Una razón por la que podemos confiar en la Biblia es su honestidad acerca de nuestra suerte en la vida. Es simplemente innegable que ningún grado de diligencia, inteligencia o incluso suerte puede elevarnos por encima de los abrumadores poderes de la inutilidad en este mundo deshecho. Nuestras carreras, títulos, membresías de clubes y premios cívicos son solo castillos de arena en la playa, barridos por las olas del tiempo, y pronto caemos en el completo olvido. Esta realidad es difícil de soportar. Es difícil precisamente porque fuimos creados a imagen de Dios para caminar en este mundo dejando un impacto duradero para su gloria eterna. Pero ahora somos polvo y al polvo volveremos. Esta realidad desgasta al hombre. Desgasta a la pareja casada.
Muchos matrimonios, incluso si permanecen juntos, simplemente pierden su lustre bajo el peso aplastante de las abrumadoras fatigas de esta vida. El marido sabio se enfrenta a su desilusión, confesando humildemente sus miedos y sus necesidades a su esposa. Entonces los dos juntos pueden presentar estos dolores ante Dios en oración y encontrar una esperanza más allá de la maldición. O el hombre puede vivir en la negación, hasta que ya no puede.
Adán fue sabio y se rindió pronto, y encontró en las promesas de Dios una esperanza que este mundo no puede dar y no puede destruir:
El hombre le puso por nombre Eva a su mujer, porque ella era la madre de todos los vivientes. El SEÑOR Dios hizo vestiduras de piel para Adán y su mujer, y los vistió. Entonces el SEÑOR Dios dijo: «Ahora el hombre ha venido a ser como uno de Nosotros, conociendo ellos el bien y el mal. Cuidado ahora, no vaya a extender su mano y tome también del árbol de la vida, y coma y viva para siempre». Y el SEÑOR Dios lo echó del huerto del Edén, para que labrara la tierra de la cual fue tomado. Expulsó, pues, al hombre; y al oriente del huerto del Edén puso querubines, y una espada encendida que giraba en todas direcciones para guardar el camino del árbol de la vida
(Gn 3:20–24).
La promesa de Dios de que la simiente de la mujer vendría y aplastaría a la serpiente de una vez por todas sopla esperanza en el corazón de Adán. Adán ya sabe que él no es el salvador del mundo. Él ha destruido el mundo (Ro 5:12). Pero viene un verdadero vencedor. Y él no solo compensará el mal; sino mucho más, reinará con gracia sobreabundante para con los que no lo merecen (Ro 5:15–21). Por lo tanto, Adán se vuelve a su esposa no con culpas hipócritas, como en el versículo 12, sino para alegrarse por la grandeza de su destino en el propósito redentor de Dios.
Él la honra ahora como Eva, la Viviente y la madre de todos los que verdaderamente viven25. El futuro de la raza humana no es solo la muerte, sino también la vida, la vida real y eterna que palpita en los corazones de todos los que abrazan la promesa de Dios como su única esperanza.
Los verdaderos creyentes están verdaderamente vivos. Y Adán ve a su esposa Eva, quien también cree en la promesa de Dios, como la madre espiritual de esa perpetua línea de creyentes por venir. Su fe en Dios suaviza su corazón hacia su esposa. Antes que ella cambie de una manera evidente, y solo porque Dios les ha hecho una promesa, Adán comienza a establecer un nuevo tono de esperanza y sanidad en su matrimonio. Es el evangelio lo que renueva los matrimonios deshechos.
Los maridos y mujeres de hoy podemos vernos aquí, cuando Adán y Eva se vuelven para dejar el huerto. Nosotros también somos exiliados del Edén. Pero independientemente de lo que suframos mientras esperamos la renovación de todas las cosas, las promesas de Dios pueden aventajar a las diversiones e incluso las terapias de este mundo en mantener vivas nuestras almas y nuestros matrimonios. La clave para un romance duradero no es sexo interminable, sino corazones creyentes. Dios nos ha dado una maravillosa promesa de restauración por su gracia. Ciertamente regresaremos al huerto algún día, guiados por alguien que a través de su sufrimiento abrió el camino para Adán y Eva y para nosotros y millones más (Ap 22:1–5).
Lo más notable del matrimonio hoy en día no es que pueda tener dificultades, sino que todavía tengamos realmente este privilegio. Cuando Dios nos expulsó justamente del huerto del Edén no nos quitó este regalo. Nos permitió conservar su don inestimable, aunque a veces lo usamos mal. Pero lo que cada pareja casada necesita saber es que su matrimonio es un remanente del Edén. Esta es la razón por la que vale la pena esforzarse en cada matrimonio, vale la pena luchar por él. Un matrimonio lleno de esperanza en Dios es nada menos que un regusto del huerto del Edén, radiante de esperanza hasta que la perfección sea finalmente restaurada.
Entre todas las cosas que la Biblia tiene que decir sobre el matrimonio —y tiene mucho que decir—, la tristeza de Génesis 3 permanecerá, y así debe ser. Jonathan Edwards, en Los afectos religiosos, nos aconseja aceptar, junto con la alegre esperanza del evangelio, también la tierna tristeza. La tristeza nos salva de ser simplistas y superficiales, agresivos y orgullosos. La tristeza agrieta nuestros corazones y los abre a las cosas más profundas de Dios.
Edwards escribió:
Todos los afectos de gracia que son olor fragante para Cristo, y que llenan el alma de un cristiano con dulzura y fragancia celestiales, son los afectos de un corazón roto. El amor verdaderamente cristiano, ya sea a Dios o a los hombres, es un amor humilde de un corazón roto. Los deseos de los santos, por más fervientes que sean, son deseos humildes. Su esperanza es una esperanza humilde; y su gozo, aun cuando es indecible y está lleno de gloria, es el gozo humilde de un corazón roto, y deja al cristiano más pobre de espíritu, y más como un niño pequeño, y más dispuesto a una humildad de comportamiento en todo26.
En resumen, nuestra principal lección del libro de Génesis es tanto la gloria del matrimonio como el deterioro del matrimonio. La gloria es aportada por Dios: la unión de una sola carne entre el hombre y la mujer. El deterioro es lo que cada generación sigue heredando de Adán en su pecado original, el cual nosotros luego seguimos empeorando. Pero la gloria que es el propósito de Dios tendrá la última palabra. Su historia de amor apenas ha empezado.
✦ Fuente:
Ray Ortlund, El matrimonio y el misterio del evangelio, ed. Dane C. Ortlund y Miles V. Van Pelt, trans. Daniel Lobo, Estudios Breves de Teología Bíblica (Ipswich, MA: Proyecto Nehemías, 2022).
- Francis A. Schaeffer, Genesis in Space and Time: The Flow of Biblical History (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1972), 9. ↩︎
- James B. Pritchard, ed., Ancient Near Eastern Texts Relating to the Old Testament (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1969), 68. ↩︎
- Gerhard von Rad, Genesis: A Commentary (Filadelfia: Westminster Press, 1972), 60. ↩︎
- Bruce K. Waltke, Genesis: A Commentary (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2001), 66. ↩︎
- Adán no llama a su esposa «Eva» sino hasta Génesis 3:20, pero nos permitiremos usar su nombre ahora para nuestra propia conveniencia. ↩︎
- Derek Kidner, Genesis: An Introduction and Commentary (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1967), 63. ↩︎
- Ver Umberto Cassuto, A Commentary on the Book of Genesis: Part I (Jerusalén: Magnes Press, 1972), 126–27. ↩︎
- John M. Frame, The Doctrine of God (Phillipsburg, NJ: P&R, 2002), 416. ↩︎
- Sam A. Andreades, enGendered: God’s Gift of Gender Difference in Relationship (Wooster, OH: Weaver, 2015), 132; énfasis original. ↩︎
- Matthew Henry, Commentary on the Whole Bible (McLean, VA: MacDonald, n.d.), 1:20. ↩︎
- http://www.firstthings.com/blogs/firstthoughts/2014/06/n-t-wrights-argument-against-same-sex-marriage. ↩︎
- Alexander Nehamas y Paul Woodruff, Plato: Symposium (Indianapolis: Hackett, 1989), xiv. ↩︎
- Waltke, Genesis, 100. ↩︎
- Sherif Girgis, Ryan T. Anderson y Robert P. George, What Is Marriage? Man and Woman: A Defense (Nueva York: Encounter, 2012), 14. ↩︎
- John Milbank, The Word Made Strange: Theology, Language, Culture (Oxford, UK: Blackwell, 1997), 250; énfasis original. ↩︎
- Agustín, La ciudad de Dios, 13.11–12. ↩︎
- C. S. Lewis, El problema del dolor (Nueva York: HarperCollins, 2006 [1940]), 62–63. ↩︎
- Jaroslav Pelikan, ed., Luther’s Works: Lectures on Genesis, vol. 1, Capítulos 1–5 (San Luis, MO: Concordia, 1958), 174. ↩︎
- Kidner, Genesis, 71. ↩︎
- William Ernest Henley, Poems (Londres: David Nutt, 1919), 119. ↩︎
- Augustine, The Works of Aurelius Augustine, Bishop of Hippo: The City of God, ed. y trad. Marcus Dods (Edimburgo: T&T Clark, 1872), 2:49. ↩︎
- C. S. Lewis, The Abolition of Man (Nueva York: Macmillan, 1973), 87–88. (Versión en español: La abolición del hombre). ↩︎
- Ver Susan T. Foh, «What Is the Woman’s Desire?», Westminster Theological Journal 37 (1974/75): 376–83. ↩︎
- F. Rich, «Woody Allen Wipes the Smile off his Face», Esquire, mayo de 1977, 75–76. ↩︎
- El margen de la English Standard Version dice: «Eva suena como la palabra hebrea que significa dador de vida y se parece a la palabra que significa viviente». ↩︎
- Jonathan Edwards, The Religious Affections (Edimburgo: Banner of Truth, 1997), 266. ↩︎







