Para responder a esta pregunta, hay que definir la palabra legalismo. Por legalismo me refiero a la idea de que los seres humanos pueden ganar o merecer una posición correcta con Dios.
Claramente, el pacto mosaico no era legalista en este sentido. La estructura del pacto se caracteriza por la gracia de Dios. Los primeros catorce capítulos del Éxodo describen la redención de Dios de su pueblo de la esclavitud egipcia. Su redención es un acto de gracia divina y no puede atribuirse a la obediencia de Israel. El Señor no eligió a Israel por su justicia, pues nada inherente a Israel la encomiaba como nación ante el Señor.
Como dice Deuteronomio 9:4-5:
No digas en tu corazón, después de que Yahveh tu Dios los haya expulsado delante de ti: «Es por mi justicia por lo que Yahveh me ha traído a poseer esta tierra», siendo así que es por la maldad de estas naciones por lo que Yahveh las expulsa delante de ti. No por tu justicia ni por la rectitud de tu corazón entras tú a poseer su tierra, sino que a causa de la maldad de estas naciones el SEÑOR tu Dios las expulsa de delante de ti, y para confirmar la palabra que el SEÑOR juró a tus padres, a Abraham, a Isaac y a Jacob.
Puesto que el Señor no introdujo a Israel en la tierra a causa de sus logros, sino a pesar de ellos, está claro que Israel se salvó en virtud de la misericordia de Dios.
Moisés aclara antes en el Deuteronomio por qué el Señor eligió a Israel como pueblo para sí en uno de los textos más importantes del Pentateuco. En Deuteronomio 7:6-8 leemos,
Porque tú eres un pueblo santo para Yahveh tu Dios. Yahveh, tu Dios, te ha elegido como pueblo para sí, de entre todos los pueblos que hay sobre la faz de la tierra. No porque fueras más numeroso que los demás pueblos, Yahveh puso en ti su amor y te eligió, pues eras el más pequeño de todos los pueblos, sino porque Yahveh te ama y cumple el juramento que hizo a tus padres: que Yahveh te sacó con mano poderosa y te rescató de la casa de la esclavitud, de la mano del faraón, rey de Egipto.
El Señor eligió a Israel por su amor a él, y la razón que se da del amor del Señor es su amor. En otras palabras, ninguna cualidad en Israel hizo que la nación fuera querida por el Señor. El Señor puso su amor soberano sobre Israel porque le plació hacerlo.
La observancia de los Diez Mandamientos no constituía la base sobre la que Israel obtendría la vida. Israel fue rescatado por el Señor de Egipto y llevado sobre alas de águila (Éxo. 19:4). Antes de que se dieran los Diez Mandamientos, el Señor declaró:
«Yo soy Yahveh tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud» (Éxo. 20:2).
La entrega de la ley siguió a la salvación de Israel, y por lo tanto tal obediencia significaba la respuesta agradecida de Israel a la redención realizada por el Señor. No hay base en el texto para la idea de que la obediencia de Israel estableció una relación con el Señor. El Señor tomó la iniciativa de rescatar a su pueblo, y éste fue llamado a responder con una obediencia fiel.
La estructura del pacto mosaico corrobora su carácter de gracia. Muchos eruditos han argumentado que el pacto mosaico representa un tratado entre soberano y vasallo en el que Yahvé es el gran soberano e Israel el vasallo.1
En tales tratados, el prólogo histórico, que relata lo que el soberano ha hecho para beneficiar a sus vasallos, precede a las estipulaciones del pacto y a las maldiciones del mismo. Del mismo modo, el Señor relata en la estructura del pacto lo que ha hecho por Israel (prólogo histórico) al liberarlo de Egipto y preservarlo de sus enemigos, antes de darles las estipulaciones del pacto (la ley). El Señor también les promete bendiciones pactadas si obedecen o les amenaza con maldiciones pactadas si desobedecen.
El patrón establecido en el pacto mosaico, que es la redención seguida de la obediencia, funciona como un tipo o patrón para los creyentes del Nuevo Testamento. Los creyentes han sido redimidos mediante la obra de Cristo, y responden a su misericordia salvadora con obediencia agradecida. Tal obediencia agradecida, tanto bajo el pacto mosaico como bajo el nuevo pacto establecido por Jesucristo, no es legalista, pues no existe la idea de que tal obediencia gane o merezca la salvación ni bajo el antiguo pacto ni bajo el nuevo. La obediencia de los creyentes fluye de la fe y es una respuesta agradecida a la obra salvadora de Dios en Cristo.
El patrón común del pacto (obediencia como resultado de la salvación) que existe entre el pacto del Sinaí y el nuevo pacto no lleva a la conclusión de que los pactos son iguales en todos los aspectos. El pacto mosaico no era legalista y, sin embargo, el nuevo pacto y el antiguo pacto no deben nivelarse de modo que no se planteen diferencias entre los pactos. Lo que se subraya aquí es que no hay justificación para decir que el pacto mosaico es legalista.
Thomas R. Schreiner, 40 Questions about Christians and Biblical Law, ed. Benjamin L. Merkle, 40 Questions Series (Grand Rapids, MI: Kregel Academic & Professional, 2010), 25-27.
- Véase, por ejemplo, Meredith G. Kline, The Structure of Biblical Authority (Grand Rapids: Eerdmans, 1972). ↩︎



