Estados Unidos ha sido una gran potencia mundial. ¿Cuánto tiempo durará esto? Muchas otras grandes naciones han ido y venido. Los sumerios, los egipcios, los hititas, los asirios, los babilonios y los persas fueron civilizaciones florecientes. El Imperio Romano fue una vez grande no solo en tamaño sino en duración, durando cientos de años más de lo que ha existido Estados Unidos. Pero también llegó a su fin.
Algunos sostienen que la historia es un ciclo interminable y repetitivo. Otros piensan que la historia es simplemente una serie de acontecimientos sin sentido. Towner sostiene que Daniel también opina que la historia, aparte de los actos deterministas de Dios en ella, no tiene sentido.1 ¿Pero realmente la historia carece de propósito y dirección?, ¿es una serie o ciclo infinito de eventos sin sentido?, ¿tiene la historia un propósito y una meta?
Según Daniel, Dios tiene un plan para la historia, un plan en el que la historia humana sigue ciertos patrones que, en última instancia, encajan con los propósitos de salvación de Dios, haciendo que la historia humana sea parte de la historia de la salvación. El libro de Daniel afirma que Dios controla la historia y el destino de la humanidad, incluido el destino de las grandes naciones. Esto da sentido a la historia. Lucas escribe que, según Daniel:
La historia tiene una finalidad y, por tanto, un sentido. Tiene como objetivo establecer un pueblo santo (12:7). Esto da a la historia un significado moral, es importante si se actúa con sabiduría o con maldad. Este significado puede no ser evidente en medio de todas las ambigüedades de la historia. Solo se hace evidente a la luz de lo que ocurre al final… Lo que nos espera al final… esto proporciona la motivación para perseverar y permanecer fieles incluso ante la muerte. Pero también la comprensión necesaria para vivir adecuadamente en una situación histórica concreta… El modelo del rey autocomplaciente que, en su orgullo, se extralimita y precipita su propia caída sirve de advertencia para quienes se ven tentados a echar su suerte con tales reyes cuando parecen prosperar.2
Daniel 2; 7–8, y 10–12 muestran un patrón en la historia en el que los poderes malvados ejercen el dominio de las bestias de acuerdo con la rebelión de la humanidad contra el justo dominio de Dios. Las cuatro bestias de Daniel 7 siguen este patrón.
La primera bestia (Babilonia) bajo Nabucodonosor saqueó el templo y promovió la idolatría; bajo Belsasar profanó los utensilios sagrados del templo 1:2; 3:1–6; 5:3–4. Esto encaja en un tema bíblico-teológico más amplio sobre la arrogante grandeza de Babilonia (4:30) como lugar opuesto a Dios, un tema que comienza con la torre de Babel (= Babilonia; Gn 11:1–9), que, al igual que el árbol que representa al orgulloso y al gran Nabucodonosor, se extendía hasta el cielo (Gn 11:4; Da 4:11, 20).
Podría decirse que Babel fue gobernada por el igualmente poderoso y orgulloso rey Nimrod (Gn 10:8–11). Esto continuó con el rey neobabilónico contemporáneo de Daniel que, con orgullo arrogante, quiso ascender al cielo y ser como Dios (Is 14:13–14). El tema bíblico-teológico de Babilonia es desarrollado por los profetas que hablan de su caída como un juicio (Is 13:19–22; 14:22–23; 47:1; Jer 25:12–14; 27:7; 50:1–51:64). El NT utiliza a Babilonia como metáfora para Roma, la cual también se opuso a Dios (1Pe 5:13), y como etiqueta de la capital inmoral de la bestia que está destinada a la destrucción por la ira de Dios en los últimos días (Ap 14:8; 16:19; 17:5; 18:2–24).
Los otros poderes gentiles en Daniel también son bestiales: desde Medo-Persia, que emitió un decreto injusto para matar al piadoso Daniel (6:6–15), hasta el rey griego Antíoco IV Epífanes y su abominación desoladora (11:31), pasando por el cuerno pequeño de la cuarta bestia que guerrea contra el pueblo de Dios (7:21, 25). Este patrón continuará hasta que el reino de Dios y el que es semejante a un hijo de hombre lleguen para establecer un dominio justo que desplace a los reinos de este mundo (Daniel 2; 7).
El libro de Daniel enseña que los gobernantes arrogantes y malvados actuarán solo hasta que “el plazo se haya cumplido” (11:27, 35), para finalmente prevalecer la justicia y el reino de Dios.
- Dios en la historia: determinismo versus libertad
- Dios en el pasado y el presente de Israel
- Dios en la historia de Israel antes de la llegada del Hijo del Hombre celestial
- El fin de los reinos terrenales (escatología)
- Propósito de la teología de la historia de Daniel
Dios en la historia: determinismo versus libertad
La elaborada teología de la historia de Daniel afirma que el futuro está predeterminado y/o que es conocido de antemano por Dios, de modo que puede ser registrado por adelantado en el “libro de la verdad” de Dios (10:21).
Keil afirma:
“La ‘Escritura de la verdad’ es el libro en el que Dios ha designado de antemano, según la verdad, la historia del mundo tal y como se desarrollará ciertamente”.3
En el libro de Daniel Dios revela el futuro de lo que le sucederá a su pueblo hasta el final de la era.
La teología en la historia de Daniel comienza con la naturaleza de Dios, algo que se describe con cierto detalle. Según Daniel, desde “el reino de Nabucodonosor hasta el reino final de Dios, Él tiene el control, pone y quita reyes para cumplir su perfecta voluntad”.4
Dunnett describe bien el papel central de Dios en la teología de la historia del A.T.:
Lo que Dios pretende, lo que tiene en mente, lo que se propone y planea, lo que le agrada, todo ello constituye la base de la teología de la historia. Dios está en el centro de la historia como alguien que actúa. Tiene un objetivo en lo que hace. Nada puede frustrar su plan. Su propósito está siempre relacionado con lo que hace en el mundo.5
El libro de Daniel afirma que Dios no solo conoce la historia, sino que en su soberanía influye y dirige la historia hacia un objetivo predeterminado. La visión común del A.T. es que Dios actúa soberanamente en todos los asuntos humanos para cumplir sus propósitos. Ciertos acontecimientos futuros como la venida del hijo del hombre, la venida y el juicio de la cuarta bestia con su cuerno pequeño malvado, la resurrección y el juicio de los justos y los injustos, así como la entrega del reino de Dios a los santos y al hijo del hombre, todos estos acontecimientos han sido predeterminados por Dios.
Algunos académicos afirman erróneamente que, mientras que los profetas hebreos tienen una visión más amplia del papel del hombre en la historia, el libro de Daniel (al igual que otros libros apocalípticos) es estrictamente determinista, poniendo de manifiesto cómo Dios se involucra en la historia para reafirmar su control.6
Una prueba de la visión más amplia de los profetas es Jeremías 18:7–10, que afirma en principio que las amenazas y promesas de Dios pueden ser modificadas por el comportamiento humano. De hecho, esto ocurre en Jonás 3:4, donde el arrepentimiento de Nínive anula el juicio anunciado que parecía irrevocable (Jonás 3:10; cf. Sofonías 2:4).
Por lo tanto, incluso cuando los videntes emitían profecías de juicio que sonaban incondicionales, podía haber una posibilidad no declarada de que Dios cediera si el pueblo respondía al mensaje profético.
Pero, ¿es Daniel realmente diferente a otros profetas? Si bien es cierto que Daniel utiliza a veces un lenguaje determinista (Da 4:35, “hace lo que él quiere… no hay quien pueda impedírselo, ni cuestionar lo que hace”) y que ciertos acontecimientos han sido predeterminados incondicionalmente, la marcada distinción entre el determinismo de Daniel y la visión más abierta de los profetas es exagerada. Lucas sostiene justificadamente que el llamado determinismo de Daniel no es tan diferente del de otros profetas:
Es evidente que el marco de la historia parece establecido en el sueño del capítulo 2 y en la visión del capítulo 7. El largo repaso de la historia en el capítulo 11 trata de acontecimientos específicos en los reinados de gobernantes específicos, y la declaración “porque lo que ha sido determinado se cumplirá” (11:36) parece bastante determinista. No obstante, al lenguaje igualmente determinista de 4:17 le sigue la súplica de Daniel a Nabucodonosor en 4:27, que implica que se trata de una advertencia de algo que no tiene por qué ocurrir si el rey responde correctamente.
Además, la extensa oración de arrepentimiento registrada en el capítulo 9 supone que la respuesta humana a Dios puede afectar al curso de la historia. Goldingay parece dar con el equilibrio adecuado cuando dice:
“Daniel asume que los seres humanos toman decisiones reales que sí dan forma a la historia, pero que la toma de decisiones humanas no tiene necesariamente la última palabra en esta. Daniel afirma la soberanía de Dios en la historia, la cual a veces actúa a través del proceso de toma de decisiones humanas, y a veces a pesar de él”.7
El control de Dios sobre las naciones en la historia es complejo, como se ve en las diferentes formas en que las naciones se relacionan con el pueblo de Dios. Él entregó a Judá en manos de Nabucodonosor (1:2) y lo utilizó justamente para castigar violentamente a Israel por las violaciones al pacto (9:7–14).
Nabucodonosor, en Daniel 4, y Darío, en Daniel 6, son retratados con simpatía como reyes que pueden arrepentirse libremente y actuar con decencia. Por otro lado, los reyes que actúan en contra de la voluntad de Dios pueden ser excesivamente crueles (Daniel 3), orgullosos (Daniel 4) y sacrílegos (Daniel 5). Pueden desafiar la ley moral de Dios promulgando leyes inmorales (Daniel 6) y perseguir injustamente al pueblo de Dios (Da 7:21; 8:24–25; 11:30–35).
A lo largo de la historia, las naciones parecen avanzar hacia una rebelión cada vez mayor contra Dios (Daniel 7; 8; 11), la cual culmina con Antíoco IV Epífanes en el siglo II a.C. y con el anticristo del final de los tiempos, al que Epífanes prefigura. Con todo, incluso en este caso Dios puede anular los actos injustos de los reyes, castigar su orgullo y hacer que el reino de Dios triunfe en última instancia, de modo que prevalezca el control soberano de Dios sobre la historia.
Dios en el pasado y el presente de Israel
La teología de la historia de Daniel comienza en el segundo versículo del libro, donde afirma el mismo tipo de visión profética de la historia que se ve en los libros históricos del A.T:
“El Señor permitió que el rey Joacín cayera en manos de Nabucodonosor, y que este se llevara buena parte de los utensilios del templo de Dios”
Los libros históricos hablan repetidamente de Dios entregando a personas en las batallas (Jos 10:32; Jue 1:4; 1Sa 24:10; 2Cr 24:24), tal y como lo hace Daniel. Esto también lo hacen los profetas.
Isaías llama a Asiria la “vara y báculo de mi [de Dios] furor”, a quien Dios envió para castigar a Israel, aunque el propio objetivo de Asiria era simplemente destruir (Is 10:5–7).
En términos de promesa y cumplimiento, la afirmación de Daniel en 1:2 sobre la visión profética de la historia se corresponde estrechamente con la advertencia del pacto de que la desobediencia llevaría al exilio (Lv 26:32–33; Dt 28:64), la profecía de Isaías de que los tesoros y los descendientes de Ezequías serían llevados algún día a Babilonia (Is 39:6–7), y la profecía de Jeremías de que los utensilios del templo serían llevados a Babilonia hasta que el Señor los restaurara (Jer 27:21–22).
Los historiadores seculares no lo caracterizarían así. Dirían que Babilonia fue militarmente más fuerte y se aprovechó de las circunstancias para robar el templo judío de Jerusalén. Tampoco los propios babilonios lo interpretarían así. Podrían atribuir sus victorias a su dios Marduk, el cual se impuso ante el Dios de Judá. Pero Daniel, al igual que los autores proféticos de los libros históricos de la Biblia, adopta una visión profética de la historia que ve la obra de Dios en ella y detrás de los resultados históricos humanos.
Daniel 2:21 afirma esto en principio:
“Tú [Dios] cambias los tiempos y las edades; y a unos reyes los pones y a otros los quitas”.
“Tiempos y edades” probablemente significa aquí “épocas y eras” (Biblia de Moffatt). El control de Dios sobre los tiempos queda subrayado por los verbos causales en los que Dios “cambia”/“hace cambiar” (der-H de שׁנה)8 épocas y eras, “quita”/“hace desaparecer” (der-H de עדה) reyes, y “establece”/“hace permanecer” (der-H de קום) reyes. Dios ejerce control sobre la historia y fija períodos de tiempo para que ciertas naciones y reyes dominen, como se ve en el sueño de Nabucodonosor en Daniel 2. La razón por la que Dios elige eliminar reyes, el momento en el que lo hace y cómo encaja esto en una historia de salvación más amplia son misterios que no siempre se revelan.
Daniel 2:37–38 lo aplica específicamente al reinado de Nabucodonosor: “Su Majestad es rey de reyes porque el Dios del cielo le ha dado el reino, el poder, la fuerza y la majestad. Dios ha puesto en manos de Su Majestad a la humanidad entera, lo mismo que a las bestias del campo y a las aves del cielo, con lo que ha dado a Su Majestad el dominio sobre todas las cosas, en todo lugar habitado”.
La realeza de Nabucodonosor es algo que Dios le había “dado”, algo que “había puesto en sus manos” (cf. también Da 5:18). En otras palabras, Nabucodonosor obtuvo el gobierno y todos los frutos de la realeza por permiso divino. Nabucodonosor es el “rey de reyes”, pero el “Dios del cielo” es supremo sobre él, como reconoce Nabucodonosor más tarde (2:47). Porque Dios interviene en los asuntos de los hombres y dirige soberanamente la propia historia.
En Daniel 4:17 se repite el principio de la dirección de la historia por parte de Dios en lo que respecta al propio reinado de Nabucodonosor, aunque esta vez la discusión incluye la participación de los vigilantes angelicales y el hecho de que Dios haga responsables de los pecados a los gobernantes humanos:
Esta sentencia la han decretado los vigilantes, y los santos han ordenado ejecutarla, para que todos los seres vivos reconozcan que el Altísimo es el señor del reino de los hombres, y que él entrega este reino a quien él quiere, y entroniza en él al hombre más humilde.
Este versículo reafirma la idea de que Dios es “el señor del reino de los hombres”. Añade que Dios expresa esa soberanía mediante decretos mediados por los ángeles vigilantes que transmiten sus órdenes y ejecutan sus veredictos. El hecho de que Dios pueda destituir y establecer reyes queda ilustrado en el caso de Nabucodonosor, cuya realeza Dios destituye temporalmente como castigo por su orgullo Daniel 4:37; 5:20. El veredicto de Dios lo da un vigilante del cielo que anuncia el inminente período de locura del rey (Dan 4:31–32).
Estos acontecimientos también se describen en el simbolismo visionario de Daniel 7:4, cuando la primera bestia de la visión (el león) representa a Babilonia y a su rey Nabucodonosor. Los verbos pasivos aluden primero a Dios como agente que entrega a Nabucodonosor a la locura (“le arrancaron las alas”), para luego restaurarlo devolviéndole su humanidad y cordura (“la levantaron del suelo y la hicieron pararse sobre sus patas, como los seres humanos. Entonces se le dio un corazón humano”). Todo esto muestra la soberanía de Dios sobre los reyes humanos.
Esto no quiere decir que la historia humana esté absolutamente determinada o que la voluntad humana no desempeñe ningún papel en la historia. Daniel indica que Nabucodonosor podría haber evitado la catástrofe predicha si hubiera cambiado su comportamiento:
“redima sus pecados impartiendo justicia, y sus iniquidades tratando a los oprimidos con misericordia, pues tal vez así su tranquilidad se vea prolongada”
Del mismo modo, el mal comportamiento de Belsasar condujo al mensaje de juicio escrito en la pared, pues este rey no había aprendido nada de la experiencia de Nabucodonosor ni tampoco se humilló (5:22–24).
En lugar de ello, Daniel le dijo:
“Su Majestad, en su soberbia, se ha levantado contra el Señor del cielo” mediante la profanación de los utensilios del templo y su idolatría, “Su Majestad nunca ha honrado al Dios en cuya mano está su vida y todos sus caminos”
Estos versículos equilibran la soberanía de Dios y la responsabilidad humana. Por un lado, está “Dios en cuya mano está su vida y todos sus caminos”, incluyendo el poder de la vida y la muerte. Por otro lado, si Belsasar no se hubiera comportado tan mal, el desastre podría haberse evitado.
Los relatos milagrosos de Daniel 3 y 6 no hacen declaraciones explícitas sobre la teología de la historia, pero ilustran cómo Dios interviene en la historia para anular los decretos de los monarcas en favor de su pueblo. Nabucodonosor no creía que ningún dios pudiera salvar a Sadrac, Mesac y Abednego de su sentencia real de muerte en un horno (Daniel 3:15). El decreto de Darío, que inadvertidamente condenó a Daniel a la muerte arrojándolo a los leones, era como todos los decretos medo-persas, supuestamente “irrevocables” (Daniel 6:8, 15). Pero en ambos casos Dios intervino en la historia para salvar a Daniel y a sus amigos de los aparentemente inmutables decretos reales de muerte (Daniel 3:25–27; 6:22).
La oración de Daniel confesando el pecado (Daniel 9:4–19) habla de las acciones de Dios desde el pasado de Israel hasta el presente de Daniel. El trasfondo es la elección de Abraham por parte de Dios y la promesa que le hizo de que su descendencia sería numerosa y heredaría la tierra de Canaán (Génesis 12:1–3). Esta promesa se estableció posteriormente en forma de pacto (Génesis 15:17–21) y se repitió a Isaac y a Jacob (Génesis 26:2–5; 28:13–15).
En cumplimiento de esa promesa, Dios sacó a los israelitas de Egipto (Daniel 9:15) y los devolvió a Canaán, y en el monte Sinaí estableció un pacto de gracia con toda la nación (Daniel 9:4; cf. Éxodo 24:7–8). Ese pacto vino con bendiciones resultado de la obediencia y con maldiciones para la desobediencia (Daniel 9:11; Levítico 26; Deuteronomio 28). El sufrimiento actual de Israel es el resultado del castigo de Dios por sus pecados pasados: “¡Por nuestros pecados y por la maldad de nuestros padres Jerusalén y nosotros somos el oprobio de nuestros vecinos!” (Daniel 9:16b). Al decir esto, Daniel ve en la historia el cumplimiento de las promesas/amenazas de Levítico 26 y Deuteronomio 28 que provoca la expulsión de Israel de esa tierra.
Levítico 26, en particular, tiene un patrón de sietes9: allí Dios disciplinaría a Israel siete veces por sus pecados (Lv 26:18, 21, 23, 28) y la tierra compensaría la falta de sus días de reposo cada siete años permaneciendo desolada durante muchos años (Lv 26:34–Lv 26:35, Lv 26:43). Este patrón de sietes es retomado por Jeremías, que predice un cautiverio babilónico de setenta años (Jer 25:11–Jer 25:12; Jer 29:10). Daniel meditó sobre la profecía de Jeremías (Da 9:2). El Cronista ve en el cautiverio de setenta años de Jeremías el cumplimiento de la advertencia de Levítico 26 de imponer descansos sabáticos a la tierra (2Cr 36:21).
Además, este patrón de siete no termina con setenta años, ya que Dios tiene un plan que implica setenta sietes (de años) más allá del cumplimiento de la profecía de Jeremías (Da 9:24).
Como Israel desobedeció, las maldiciones del pacto cayeron sobre ellos, lo que provocó un desastre sin precedentes en Jerusalén (Da 9:12–Da 9:14) y el exilio del pueblo de Dios (Da 9:7), tal y como Dios advirtió a través de Moisés (Lv 26:32–Lv 26:33; Dt 28:64).
Entonces, Dios hizo recaer la ruina sobre el pueblo de su pacto. Dado que Dios tiene un plan para la restauración de su pueblo coherente con las promesas de su pacto (la tierra, la bendición) cuando se arrepienten y confiesan su pecado (Lv 26:40–Lv 26:45; Dt 4:27–Dt 4:31; Dt 30:1–Dt 30:10), Daniel buscó a Dios para la restauración de su pueblo en cumplimiento de estas promesas.
Así, el profeta confesó los pecados de su pueblo y rogó a Dios por perdón y gracia para que pudieran volver a la tierra prometida y reconstruir Jerusalén (Da 9:16–Da 9:19).
También en este caso la teología de la historia de Daniel no es puramente determinista, ya que existe un equilibrio entre la soberanía de Dios y la responsabilidad humana. El mal comportamiento provoca el castigo y el exilio, mientras que el arrepentimiento puede provocar la restauración de Dios. Según Esdras, alrededor de la época de la oración de Daniel (primer año de Ciro Esdras 1:1 = primer año de Darío Da 9:1) Dios influyó en Ciro para que permitiera a los judíos regresar a Judá y reconstruir el templo (Esdras 1:1–Esdras 1:5). Al parecer, la oración de confesión de Daniel ayudó a cambiar la historia.
La importancia de ese primer año de Ciro aparece de nuevo en 11:1 donde el ángel sin nombre dijo:
“Durante el primer año del reinado de Darío el medo, yo mismo estuve a su lado para animarlo y fortalecerlo”.
El capítulo anterior describe cómo los eventos en la tierra se corresponden con los eventos en el cielo donde hay una batalla espiritual invisible que involucra a los ángeles buenos que luchan contra el príncipe demoníaco de Persia. Daniel 11:1 retrocede dos años hasta el comienzo del “primer año” del gobierno persa. Fue en ese año cuando Ciro (= Darío el Medo) permitió a los judíos regresar a Judá y comenzar a reconstruir el templo (Esdras 1:1–4). Detrás de este acontecimiento crítico en la historia judía hay una influencia invisible y angelical (y por tanto, también divina).
Dios en la historia de Israel antes de la llegada del Hijo del Hombre celestial
Según el libro de Daniel, Dios conoce de antemano el futuro de los reyes y reinos. Los grandes imperios, desde Babilonia en la época de Daniel hasta la llegada del reino de Dios al final de la historia, irán y vendrán de acuerdo con el plan de Dios. Él revela el futuro a Daniel “para hacerte saber lo que va a sucederle a tu pueblo en los últimos días” (10:14). El término “últimos días” significa aquí simplemente “el futuro” (NIV) o “los días venideros” (NJPS).
En el contexto, estos “últimos días” incluyen todo, desde el futuro inmediato todavía durante el período persa (11:3), pasando por el período griego (11:3–35), e incluso hasta la resurrección de los justos y los injustos al final de los tiempos (12:2). En estos “últimos días” habrá tiempos de hostilidad hacia el pueblo de Dios, especialmente en la época del rey seléucida Antíoco IV. Pero Dios permanece en control y cuidará de su pueblo a través de varias pruebas mientras la historia avanza hacia el reino de Dios que viene.
El progreso de la historia de Dios comienza en Daniel 2 con el misterioso sueño dado por Dios a Nabucodonosor e interpretado por Daniel. El sueño inicia con Nabucodonosor, la “cabeza de oro” (2:38), y continúa a través de tres reinos posteriores representados por diferentes materiales (brazos de plata, muslos de bronce, piernas de hierro), cada uno de los cuales aparece antes de la llegada del reino de Dios. Las visiones aquí y en Daniel 7 son una forma de decir que aunque el futuro es misterioso, es conocido por Dios.
El presente artículo considera que el segundo reino es el medo-persa, el tercero el de Grecia y el cuarto el de Roma y más allá (véase la Introducción). Durante el primer año del reinado de Ciro, rey de Persia, el rey permitió a los judíos regresar del exilio (Esdras 1:1–4).
Algunos de los que regresaron en ese momento pudieron haber supuesto que el establecimiento pleno del reino de Dios era inminente. Pero este pasaje deja claro que muchos grandes reyes y reinos vendrían y se irían antes de que el reino de Dios apareciera en su plenitud. También podrían deducirse conclusiones erróneas sobre el reino de Dios basándose en la profecía de Jeremías sobre los setenta años (Jeremías 25:11–12; 29:10), sobre la cual Daniel meditaba en ese mismo primer año de Darío/Ciro (Daniel 9:2).
Los judíos que leyeran la profecía de Jeremías podrían deducir erróneamente que a este período de setenta años de Babilonia le seguiría inmediatamente la inauguración del reino de Dios. Pero Dios informó a Daniel, a través del ángel Gabriel, que no sería así. Habría un período de no menos de setenta veces siete el cual ocurriría después del período de setenta años de Jeremías antes de que se estableciera la “justicia de manera perdurable” (Daniel 9:24).
Daniel 5 profundiza en la predicción de Daniel 2 de que el reino de Nabucodonosor sería desplazado por otro reino. Daniel 5 predice que Babilonia caería en manos de los medos y los persas (5:28), una profecía que comienza a cumplirse esa misma noche con la muerte de Belsasar (5:30). La teología de la historia de Daniel se pone de manifiesto en 5:26–28 cuando anuncia:
“Dios ha llamado a cuentas al reino de Su Majestad, y le ha puesto fin… Dios ha pesado a Su Majestad en una balanza, y su peso deja mucho que desear… Dios ha dividido el reino de Su Majestad, y se lo ha dado a los medos y a los persas”.
La primera afirmación se refiere explícitamente a Dios, que cuenta los días de los reinos y les pone fin. Los verbos pasivos (“llamado a cuentas”, “ha pesado”, “ha dividido”) muestran que Dios es el agente de todas estas acciones. Dios “llama a cuentas” a los reyes y reinos en su papel de juez que determina cuándo y cómo son “pesados”, así como el tiempo que se les permite gobernar. En la mayoría de los casos, la razón por la que Dios permite que los reyes asciendan al poder o sean depuestos sigue siendo un misterio que solo él conoce.
Pero en este caso en concreto, la críptica y milagrosa escritura en la pared interpretada por Daniel reveló que el comportamiento de Belsasar “había dejado mucho que desear” (5:25–28), tanto por su uso arrogante y blasfemo de los utensilios sagrados del templo en una fiesta, usándolos para beber mientras adoraba a otros dioses (5:22–24), entre otras muchas razones. Si se hubiera arrepentido y confesado su pecado, su gobierno podría haberse prolongado, pero como no lo hizo, Dios determinó inmediatamente dividir su reino y dar su autoridad a Darío (5:31).
La visión de Daniel 7 profundiza en el tema de los cuatro reinos descritos en Daniel 2. Describe el pasado gobierno de Nabucodonosor (representado por un león), su período de locura (simbolizado por las alas del león arrancadas) y la recuperación de su cordura (“se le dio un corazón humano”). Todas estas acciones fueron controladas por Dios y sus ángeles vigilantes (7:4; véase Daniel 4).
Al oso (Medo-Persia) se le dio permiso, supuestamente de parte de Dios, para devorar a otras naciones —simbolizadas por las tres costillas en su boca—:
“Oí que se le dijo: ‘Levántate, devora mucha carne’” (7:5).
Asimismo, el leopardo (Grecia) estaba bajo el control divino, ya que de parte de Dios “se le dio poder para reinar” (7:6). De la cuarta bestia (Roma y más allá) no se dijo inicialmente que estuviera bajo control divino, aunque finalmente es juzgada y llevada a su fin por God y la figura del hijo del hombre (7:7–14).
La visión del carnero y el macho cabrío en Daniel se concentra en el futuro del segundo y el tercero de los cuatro reinos de Daniel, es decir, los reinos de Medo-Persia y Grecia, que culminan en el horrible reinado de Antíoco IV. A primera vista, el carnero parece hacer lo que quiere sin referencia alguna al permiso divino (8:4). Históricamente, que Persia hiciera lo que quisiera es una hipérbole, ya que Persia vio frustrados sus planes de tomar Cartago en el norte de África, y Etiopía o Nubia (el actual Sudán) al sur de Egipto (véase comentario).
No obstante, Medo-Persia tuvo un éxito notable en la construcción rápida de su imperio. Pero lo que a primera vista parece ser un acto puramente de voluntad humana, debe interpretarse a la luz de 7:5 que indica que Persia recibió permiso celestial para conquistar (véase más arriba). Así, los humanos actúan dentro de los parámetros establecidos por Dios.
La visión continúa prediciendo que el reino persa sería llevado hacia su final por el macho cabrío con un cuerno muy prominente (8:5–8), lo que se cumplió con Alejandro Magno (cf. 8:21) quien conquistó rápidamente el imperio persa desde 334–331 a.C. Esto muestra cómo Dios permitió que los imperios poderosos fueran humillados y derrotados. La visión también prevé la división del reino de Alejandro tras su muerte (8:8, 22) entre sus generales.
La visión de Daniel 8 (y 11:21–35) culmina y se centra en el gobierno griego de Antíoco IV. En Daniel 8 se le describe como un “cuerno pequeño” que persigue al pueblo de Dios y suprime los sacrificios matutinos y vespertinos en el templo (8:10–14, 25–26). La voluntad humana se demuestra en que “llegó a sentirse más importante” NVI y “en su corazón se engrandeció” NBLA.
Ambas palabras son una der-H de גדל, lo que probablemente significa que se hizo considerar grande “hablando a lo grande”, declarándose grande mediante la jactancia. Su adopción del presuntuoso y blasfemo título de Epífanes (“Manifestación [de un dios]”) es un ejemplo de ello y refleja una inseguridad profundamente arraigada. Se engrandeció contra el “comandante del ejército de los cielos” [NTV] y “el Príncipe de los príncipes” (8:11, 25), es decir, Dios.
James Hamilton ve paralelos bíblico-teológicos entre este lenguaje relativo a Antíoco y el lenguaje sobre el rey de Babilonia en Isaías 14:12–15. Allí, el rey rivaliza con Dios (“Subiré al cielo, por encima de las estrellas de Dios, y allí pondré mi trono”). Por lo tanto, como representante de la serpiente del Edén, promueve una independencia divina de Dios (Génesis 3:4–5), en oposición al rey mesiánico que es la representación humana de Yahvé en la tierra (Isaías 7:14; Isaías 9:6; cf. Salmos 45:6).
Del mismo modo, el gobernante de Tiro en Ezequiel 28:1–19 afirma tener una grandeza divina (“Yo soy un dios, en el trono de Dios estoy sentado en medio de los mares”, 28:2 RV60), su esplendor real se compara con el del Edén (“Estuviste en el Edén, en el huerto de Dios”, 28:13 RV60), y su realeza se compara con la serpiente, el querubín del Edén (“Fuiste elegido querubín protector” NVI, 28:14).
En ambos casos, se traen a tierra pretensiones celestiales parecidas a las de Dios, pero inspiradas por la serpiente (Isaías 14:12, 15; Ezequiel 28:6–10, 16–17). Pablo también utiliza este tipo de lenguaje para referirse al “inicuo”, el anticristo, al que Antíoco IV prefigura (2 Tesalonicenses 2:9, “La venida del impío será conforme a la actividad de Satanás” NBLA). La visión de Daniel sobre Antíoco IV debe interpretarse a través de tales imágenes10.
Al atacar al pueblo de Dios y reclamar el título blasfemo de Epífanes, Antíoco IV se puso en contra de Dios. Pero la soberanía divina se demuestra en Daniel 8:19, que habla de “el tiempo del fin” (מוֹעֵד קֵץ), es decir, un tiempo fijado por Dios en su control soberano sobre la historia. Su desolación del santuario se limita a 2.300 tardes y mañanas (Daniel 8:14), y sus otros actos nefastos son solo “por cierto tiempo” (Daniel 11:24, 33).
En justicia poética, Dios lo depuso. Antíoco IV cae “no por manos humanas” (v. 25c), es decir, “no por el poder humano” (NIV), sino por un acto divino. En concreto, según la reconstrucción más probable de los hechos, Antíoco IV murió por enfermedad tras intentar saquear un templo de la diosa Nanea en Persia (1 Macabeos 6:1–13; 2 Macabeos 9:1–28; Apiano, Siriaca 66; Polibio, Historias 31.11; Josefo, Antigüedades 12.9.357–360).
Los escritores judíos (Josefo, Antigüedades 12.9.358; 2 Macabeos 1:17; 9:18) consideraron la muerte de Antíoco como un acto de Dios, un castigo por el saqueo que hizo del templo de Jerusalén (entre otros crímenes). Algunos no judíos también atribuyeron la muerte de Antíoco al castigo divino, aunque en su caso sobre todo por su saqueo del templo de Nanea en Persia (Polibio, Historias 31.11).
Según Daniel, Dios no solo preveía estos acontecimientos —insistiendo en que “La visión de las tardes y mañanas que se ha referido es verdadera” — sino que también intervino y desempeñó un papel activo en la historia, llevando a uno de los peores perseguidores del pueblo de Dios a un final apropiado.
Daniel 9:24–27 es una profecía sobre el futuro de Israel dada en respuesta a la oración de confesión de Daniel basada en su meditación sobre la profecía de Jeremías de una cautividad babilónica de setenta años (9:1–19). La profecía de Daniel abarca no solo setenta años, sino setenta semanas de años (v. 24); los cuales implican problemas como “rebelión”, “pecado”, “iniquidad” (v. 24); “tiempos difíciles” (v. 25); destrucción de “la ciudad” de Jerusalén y su “santuario”, “guerra”, “desolaciones” (v. 26); y una “abominación desoladora” mediante un “desolador” (v. 27).
Con todo, Dios tiene un plan para el pueblo de Daniel y para la ciudad santa de Jerusalén el cual pondrá fin al pecado, expiará la iniquidad y traerá justicia eterna (9:24). Este plan implica a un “Ungido”, el Mesías. Dios ha decretado ciertas desolaciones (9:26) y la destrucción (9:27). Así, en general, este pasaje indica que Dios prevé y decreta activamente para su pueblo tanto los problemas como la salvación a través del Mesías. Dios ha predeterminado el curso de la historia en el que la muerte del Mesías desempeña un papel central.
Aunque la destrucción de Tito ocurre fuera de las setenta semanas, contribuye a un tema más amplio en Daniel al ser “una instalación en el patrón de la actividad del cuarto reino”11, que a su vez implicará más abominaciones. También confirma lo que dice Jesús sobre la continuación de las guerras entre el primer advenimiento y el “fin” (Mateo 24:6, 15; Marcos 13:7, 14; Lucas 21:9, 24).
La visión final de Daniel 10–12 pretende anticipar a Daniel “lo que va a sucederle a tu pueblo en los últimos días” (10:14), en la que “los últimos días” incluyen todo, desde el período persa (11:2) hasta la resurrección de los justos y los injustos al final de la era (12:2). Comienza con la descripción de una batalla sobrenatural entre los ángeles de Dios (el ángel sin nombre y Miguel) y el príncipe demoníaco de Persia, esta batalla afecta a lo que ocurre entre los monarcas persas (10:13); cf. (11:1–2). Esto anticipa su futura lucha contra el príncipe demoníaco de Grecia, la cual afecta, a su vez, a lo que ocurre entre los griegos (10:20); cf. (11:3–35).
La batalla invisible con consecuencias terrenales para el pueblo de Dios continuará hasta un gran conflicto final que llevará la historia hasta el momento de la resurrección (11:36–12:3). En ese momento, Miguel seguirá velando por el pueblo de Dios, aunque esto no impedirá un tiempo de angustia sin precedentes (12:1). La descripción de los conflictos sobrenaturales entre ángeles y demonios es una forma de mostrar cómo Dios trabaja entre bastidores para moldear y dirigir la historia hacia sus fines predeterminados.
Daniel 11:2–35 ofrece algunas de las profecías anticipadas más detalladas y más claramente cumplidas en toda la Escritura, mostrando que Dios conoce el futuro a gran detalle. Para un resumen conciso de lo que Dios sabe históricamente en Daniel 11.
En la descripción de varios reyes y reinos en Daniel 11, se destacan tanto las características positivas como las negativas: estos se levantan (11:2–3, 7, 14, 21–22), se hacen ricos y poderosos (11:2, 5, 24, 28), tienen grandes ejércitos (11:10–11, 13, 25), y durante un tiempo triunfan (11:7, 10, 15, 18) para hacer lo que quieren (11:3, 16). Pero luego fracasan debido a la arrogancia (11:12) o a la conspiración (11:25–26). Experimentan frustración e inutilidad. Sus reinos se desmoronan (11:4), sus alianzas e invasiones fracasan (11:6, 9), sus ejércitos son entregados a los enemigos o tomados cautivos (11:11–12), no logran mantenerse en pie (11:14–15), sus maquinaciones resultan inútiles (11:17–18), tropiezan y caen (11:19), son destrozados (11:20), u otras fuerzas los enfrentan e intimidan (11:30). Todo esto muestra la gloria efímera de la conquista12 en contraste con la gloria permanente del reino de Dios.
La dirección soberana de Dios en la historia es evidente por la expresión “tiempo señalado” (NBLA) (11:27, 29, 35) ; cf. (8:19). Del mismo modo, las acciones de Antíoco IV contra el pueblo judío estuvieron limitadas a “cierto tiempo” (11:33). En otras palabras, ciertos eventos han sido establecidos en su aparición y duración o limitados en el tiempo por Dios, destinados a ocurrir en el momento preciso y de la manera en que Dios prevé, permite y/o dirige.
Ejemplos ilustrativos, aunque no exhaustivos, de estos “tiempos señalados” incluyen las invasiones de Antíoco IV a Egipto y su posterior intento fallido por abolir el judaísmo (11:25–27, 29–31). Uno de los propósitos de estos tiempos horribles es que el pueblo de Dios sea “depurado, limpiado y emblanquecido” (11:35a). El proceso de refinación de Dios continuará a lo largo de la historia “hasta el momento señalado, porque aun para esto hay un plazo establecido” (11:35b), es decir, hasta el tiempo escatológico señalado al final de la era fijada por Dios.
Los reyes humanos pueden pensar que tienen el control de los acontecimientos, e incluso el pueblo de Dios puede, a veces, dar demasiada importancia a las acciones políticas, pero Dios tiene el control final de la historia y anula las acciones de los reyes humanos a su voluntad. Esto anima al pueblo de Dios cuando es oprimido, porque sabe que la soberanía de Dios prevalecerá por encima de todo.
El fin de los reinos terrenales (escatología)
Daniel indica que la historia avanza hacia un final (2:44; 8:17, 19; 9:26; 11:35, 40; 12:4, 6, 9, 13). La escatología es la teología de la historia, la visión de que la historia bajo Dios avanza hacia una meta (escatón)13. Según el libro de Daniel, el plan de Dios para la historia tiene como resultado final el desplazamiento de los grandes poderes terrenales por el reino de Dios.
En el sueño de Nabucodonosor, una “piedra” cortada sin manos humanas aplasta la estatua que representa a los cuatro grandes reinos del mundo. La piedra los pulveriza y se convierte en un gran monte (2:34–35). Esto representa el reino de Dios (y probablemente su rey humano, el Mesías) que sustituirá a los reyes y reinos de este mundo. Este reino será eterno, nunca será destruido ni desplazado (2:44–45), pues a diferencia de los reinos del mundo, el reino de Dios es un reino eterno que nunca será destruido (4:3, 34; 6:26; 7:14, 18, 27).
Las naciones humanas pecadoras que se divinizan son “bestias” a los ojos de Dios y están destinadas a ser juzgadas, destruidas y desplazadas por el reino de Dios (Daniel 2; 7). La autoridad de la figura del anticristo como el cuerno pequeño será transferida en su lugar a la figura del hijo del hombre, el Mesías (7:13–14). Como las bestias, estos poderes son feroces y depredadores (7:3–7), pero aún el reino eterno de Dios prevalecerá sobre los más feroces (7:26–27).
Como escribe Goldingay:
Daniel 3–6 ha retratado [a los imperios mundiales] inclinados a hacerse pasar por Dios; así, también están inclinados a ejercer una presión mortal sobre los que están comprometidos con Dios (caps. 3; 6), pero ellos mismos están en camino a la catástrofe (caps. 4; 5). Estos temas se retoman y profundizan en el cap. 7. La tensión entre lo humano y lo bestial que aparece en los caps. 4 [la locura de Nabucodonosor hace de él una bestia] y 6 [Daniel entregado a las bestias, a los leones] se convierte en un tema clave: la bestialidad se vuelve ahora contra el propio Dios (Barr), pero este pone fin al reinado de la bestia y da autoridad a una figura humana (Lacocque)14.
El Anticristo
Parte del plan de Dios para la historia de la salvación revelado en Daniel implica un “cuerno pequeño” malvado (7:8) que estará activo justo antes de la aparición de la figura del hijo del hombre y del establecimiento del reino de Dios.
Este cuerno pequeño hace guerra contra los santos. Aunque los eruditos de la crítica identifican a este “cuerno pequeño” como Antíoco IV Epífanes, a quien se llaman en efecto el “cuerno pequeño” (8:9), a la luz del N.T. y de las consideraciones internas de Daniel, parece ser en cambio lo que Juan llama el “anticristo” (1 Juan 2:18) y lo que Pablo llama “el hombre de pecado” (2 Ts 2:3–4).
Este cuerno pequeño y su cuarto reino están relacionados con la bestia del libro del Apocalipsis, que retoma las imágenes de Daniel 7 (Ap 13:1–10).
(Véase el excursus “¿Quién es el ‘cuerno pequeño’ de Daniel 7?” en el capítulo 7 del comentario de Joe M. Sprinkle, Daniel, ed. T. Desmond Alexander, Thomas R. Schreiner, y Andreas J. Köstenberger, Comentario Evangélico de Teología Bíblica (Bellingham, WA: Editorial Tesoro Bíblico, 2021), Dn 7).
Daniel 7 revela lo siguiente sobre el anticristo, el “cuerno pequeño”:
- El anticristo surge del cuarto reino que aparece en Daniel, una bestia con diez cuernos, que surgirá al final de la era junto con la manifestación de Cristo (“alguien semejante a un hijo de hombre”, 7:11–13). Será “diferente” de los tres reinos anteriores en el sentido de que será más espantoso y terrible (7:7, 23). El presente comentario sostiene que esta cuarta bestia representa a “Roma y más allá”. Juan describe esta “bestia” con características de las tres bestias anteriores: cuerpo de leopardo, patas de oso y boca de león (Ap 13:2; cf. Da 7:4–6). Esta puede ser la interpretación de Juan de la afirmación de Daniel de que las tres primeras bestias tuvieron un tiempo de vida determinado (Da 7:12), ya que sus características, especialmente las depredadoras y violentas, permanecen en la cuarta bestia.
- El anticristo es un fanfarrón que “habla con arrogancia” (Da 7:8). Apocalipsis 13:5 se hace eco de este lenguaje con respecto a la bestia: “se le permitió hablar con arrogancia y proferir blasfemias” [NVI].
- El anticristo depondrá a otros líderes políticos (Da 7:24). La cuarta bestia tiene “diez cuernos” (al igual que “la bestia” de Apocalipsis 13:1) que representan diez reyes (Da 7:7, 20, 24). Esto podría significar que hay una serie de gobernantes (¿dictadores?), pero dado que el anticristo del cuerno pequeño acaba con tres de ellos, parece más probable que este reino sea un gobierno de coalición de múltiples estados. Estos reyes “caen” ante él, lo que puede significar que son derrotados militarmente.
- En cuarto lugar, el anticristo se opondrá a Dios y perseguirá al pueblo de Dios. El cuerno pequeño habla mal de Dios (Da 7:25a) y hace guerra contra los “santos” (Da 7:21; cf. Ap 13:7), oprimiéndolos o persiguiéndolos (Da 7:25b). Esto llegará a su fin cuando Dios y el hijo del hombre juzguen a la bestia y a su cuerno pequeño a favor de los santos y los salven con la ayuda del ángel Miguel (Da 7:9–14, 22, 26–27; 12:1). Esta guerra es probablemente lo que en 12:1 se refiere como un tiempo de angustia sin precedentes y nunca superado. El Anticristo persigue a los santos durante “un tiempo, y tiempos, y medio tiempo”, es decir, durante tres años y medio (Da 7:25d; cf. Ap 13:5, “cuarenta y dos meses”). También pretende cambiar “las fiestas religiosas [literalmente “los tiempos y la ley”] (Da 7:25c), es decir, las fechas legalmente establecidas para las actividades religiosas. La palabra “ley” podría ser una referencia a la ley judía (como en 6:5; Esdras 7:12). Así, este cambio de “tiempos y ley” formaría parte de la persecución del pueblo de Dios. No obstante, tal vez sea más probable que piense que puede cambiar “los tiempos y las leyes/decretos” en el sentido de que presume que puede superar los tiempos establecidos por el decreto de Dios para eliminar a los reyes (Da 2:21), y específicamente el juicio de Dios contra él (Da 7:26) que pondrá fin a su “tiempo” (Da 7:11, 22).
- El anticristo y su reino llegarán a un final completo y abrupto por el decreto judicial de Dios y la aparición de la figura del hijo del hombre (Jesucristo). La bestia a la que está unida el cuerno pequeño es matada y quemada con fuego (Dan 7:11), lo que Apocalipsis 19:19–21 interpreta como ser arrojada al lago de fuego (infierno). Esto se produce como resultado de que Dios (el Anciano entrado en años), junto con Cristo (el hijo del hombre) sentado a su lado (véase comentario en Daniel 7:9), hacen un juicio contra esa bestia y su cuerno pequeño (7:9, 22, 26).
- La autoridad del cuerno pequeño y de todos los reinos anteriores será arrebatada y transferida a la figura del hijo del hombre, es decir, a Cristo (7:13–14, 7:27b) y a su pueblo, los “santos” (7:18, 7:22, 7:27a).
- El anticristo será egocéntrico, blasfemo y ateo. Se considerará más grande que cualquiera de los dioses (11:36b, 37c) y hablará en contra del verdadero “Dios de dioses” (11:36c). De hecho, no prestará atención a su Dios/dioses ancestral(es) (11:37a), algo que no encaja en el caso de Antíoco IV. Más bien sus “dioses” fueron su poder militar y sus posesiones materiales: fortalezas en las que gastó su dinero como una ofrenda a uno de sus dioses (11:38). El poder militar fue su “dios ajeno” que le ayudó a tomar fortalezas (11:39a).
- El anticristo utilizará las recompensas para manipular a la gente: “A los que lo reconozcan colmará de honores, los hará gobernar sobre muchos y repartirá la tierra por un precio” (11:39b).
- El anticristo será un líder tanto político como militar. En lo militar tendrá éxito durante un tiempo (11:36a). Invadirá y saqueará al rey del Sur (Egipto), junto con sus aliados además de los de Libia y Etiopía (11:40a, 43). Aunque esto es discutido, según la hipótesis de los tres reyes mencionada en el comentario, el anticristo es de “Roma y más allá”, por lo cual es distinto del rey del Norte (originalmente Siria/Babilonia), en cuyo caso también luchará contra él (11:40b). Incluso si fuera el mismo rey del Norte, los rumores procedentes de Oriente afectarán sus acciones militares llevándole a abandonar Egipto y trasladarse a Palestina, entre el monte Sión/Jerusalén y el mar Mediterráneo (11:44–45a).
- El anticristo encontrará su final en Palestina. El anticristo solo tendrá éxito hasta el momento decretado por Dios (11:36d) para su final. Será mientras monte su campamento real en Palestina cuando “llegará a su fin, y no tendrá quien le ayude” (11:45b). Compárese con 7:11, 7:22 y 7:26, donde la corte divina dirigida por el hijo del hombre pone fin al dominio del cuerno pequeño (cp. también Ap 19:11–20).
El prototipo de esta figura escatológica y maligna es Antíoco IV Epífanes, de quien Daniel profetiza en 8 y 11. Ambos son descritos como un “cuerno pequeño” (7:9; 8:9). Esto explica por qué la discusión sobre el anticristo (Daniel 7) puede desembocar en una discusión sobre Antíoco IV (Daniel 8), y una discusión sobre Antíoco IV (11:21–35) puede desembocar directamente en una discusión sobre el anticristo (11:36–45). Antíoco IV prefigura tipológicamente al anticristo. Así, un estudio del carácter de Antíoco en Daniel (8:9–12, 23–25; 11:21–35) permite comprender cómo podría ser el anticristo.
Antíoco fue lleno de arrogancia, insolencia, intrigas, engaños y astucia (8:23, 25; 11:21, 23). Utilizó el dinero para recompensar a sus seguidores (11:24), se empeñó en hacer el mal (11:27), trató de destruir al pueblo de Dios, recompensó a los apóstatas religiosos (8:24; 11:28, 30, 32–33), se exaltó a sí mismo hasta querer ser igual a Dios y se opuso a él (8:10–11, 25), trató de abolir el culto legítimo al Dios verdadero promoviendo uno falso (8:13–14, 26; 11:31), pero finalmente murió por un acto de Dios (8:25). Estas características son similares a las del anticristo mencionadas anteriormente. Por lo tanto, podemos entender al anticristo si nos remontamos a Antíoco.
La Gran Angustia
Daniel 12:1 anticipa un tiempo de gran angustia (הָרָצ), el final del tiempo tradicionalmente etiquetado como “la gran tribulación”. Este será el peor tiempo de problemas en la historia de la humanidad, “Serán momentos angustiosos, como jamás los hubo desde que la humanidad existe”. Esto será aún peor que la angustia sin precedentes (הרָצָ) para Jacob/Israel en el tiempo del exilio babilónico (Jer 30:7) y la angustia en el tiempo de Antíoco IV Epífanes. La descripción de este tiempo de angustia aparece junto con una discusión sobre el anticristo (11:36–45), de cuyo reino se dice en un pasaje anterior que pisotea y pulveriza toda la tierra (7:23) y que hace la guerra a los santos (7:21). Esto sugiere que la gran angustia coincide con la dominación del mundo y la persecución del pueblo de Dios bajo el anticristo.
Jesús afirma que los cristianos generalmente pueden esperar experimentar “aflicción” en esta vida (Mt 24:9; Jn 16:33). Pero estos tiempos de angustia solo terminarán con la segunda venida de Cristo (Mt 24:29–31). Jesús habla de una tribulación escatológica que parece idéntica a la de Da 12:1, una gran angustia “como no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá jamás” (Mt 24:21). Esos días serán limitados por el bien de los elegidos que, de otro modo, no sobrevivirían (Mateo 24:22; Marcos 13:19–20). Apocalipsis 7:14 (así como los otros sufrimientos bajo el anticristo) también puede referirse al mismo acontecimiento, asumiendo una visión futurista (o preterista-futurista) de ese libro.
Bajo el cuidado protector y vigilante del ángel guardián de Israel, “el gran príncipe Miguel”, por lo menos una parte del pueblo de Daniel (“tu pueblo será librado, todos los que se encuentren inscritos en el libro” [NBLA]) escapará (Da 12:1a, c). Por el contrario, las acciones de la cuarta bestia, registradas en los libros (7:10), no escaparán al juicio. No se explica la naturaleza de este “libro” en Da 12:1c, aunque parece registrar lo que Jesús llama “los escogidos” (Mt 21:22; Mr 13:20), es decir, los elegidos por Dios entre los piadosos destinados a sobrevivir a este tiempo de angustia. Compárese el “libro de la vida” en el Apocalipsis. Los que adoran a la bestia (el anticristo y su reino) no están escritos en el libro de la vida (Ap 13:8; 17:8), y los que no están escritos en el libro de la vida serán arrojados al lago de fuego (Ap 20:15).
La duración de esta tribulación o angustia es de aproximadamente tres años y medio (Daniel 7:25b; 12:7, 11–12; Apocalipsis 11:3; 12:6; 13:5). Los dispensacionalistas determinan este tiempo escatológico de angustia de siete años porque identifican esta tribulación con la septuagésima semana de Daniel en 9:24–27. No obstante, si la septuagésima semana de Daniel ha llegado y ha sido consumada hasta este punto (véase el comentario), entonces no hay base para hacer que la tribulación sea de siete años. El Apocalipsis, al igual que Daniel, habla de un tiempo de angustia de tres años y medio (Ap 12:14; 13:5), pero nunca se refiere a un período de siete años.
El Reino de Dios y el Hijo del Hombre
Dios es un gran rey, y en virtud de su creación del mundo (Génesis 1) tiene derecho a gobernarlo (1Cr 29:11–12). El libro de Daniel amplía esta idea. Enseña que Dios establecerá un “reino mundial que nunca será destruido”, que “aplastará” a todos los reinos terrenales y les pondrá fin, “aunque él permanecerá para siempre” (Da 2:44), y que “llenará toda la tierra” (2:35). El NT también afirma que el plan escatológico de Dios para la historia es que todos los reinos del mundo sean desplazados por su reino (1Co 15:24; Ap 11:15).
La enseñanza del Nuevo Testamento tiene un grado de matiz sobre el reino escatológico de Dios, que ya ha llegado de manera especial en la persona de Jesús, quien lo inauguró en su primer advenimiento (Mt 4:17; 12:28; Lc 17:20–22); note que esto ocurrió durante el Imperio Romano “en los días de estos reinos” (Da 2:44), no durante la época del Imperio Griego. Sin embargo, el reino no se consumará sino hasta su segunda venida (Mateo 6:10; Marcos 13:24–26 haciendo eco de Da 7:13–14); Lucas 19:11. Esta enseñanza del NT se deriva en gran medida de Daniel. Dios ya es rey, soberano sobre los asuntos de los hombres (Da 4:17, 25). Pero hay un aspecto futuro del gobierno de Dios (como se ve en Daniel 2; 7 y 12) en el que su reino desplazará a los reinos del mundo bajo la figura del hijo del hombre, el Mesías (Da 2:31–35, 44–45; 7:13–14; cf. 1Co 15:24).
En Daniel 2, el reino de Dios está representado por una piedra cortada sin manos que se convierte en un gran monte (2:34–35, 45). He argumentado que la piedra cortada sin manos representa la figura del hijo del hombre mesiánico, así como su reino (véase §6.2). Beale y Steinmann tienen una interpretación bíblico-teológica diferente, aunque complementaria, que relaciona la piedra que se convierte en monte tanto con Cristo como con el templo del Monte Sion del final de los tiempos15.
El templo es el “monte santo” de Dios (Sal 2:6; 43:3), y en la profecía anterior a Daniel el “monte de la casa del Señor” se establece en los “últimos días” y es “exaltado por encima de las colinas” (Is 2:1–4; Mi 4:1–5). Esto es paralelo a la piedra que se convierte en un gran monte en Daniel 2. Las imágenes del templo también se sitúan en un contexto escatológico en Ezequiel 40:2 y Apocalipsis 21:10. En este último texto, los reinos del mundo (especialmente el de la bestia) han sido destruidos y Dios comienza a reinar plenamente (Ap 11:15; 19:6).
La imagen del templo está relacionada con el reino de Dios. El monte del templo se ve como el lugar desde el que Dios reina entronizado sobre los querubines (Salmo 80:1; 99:1). Jesús se refiere a la destrucción del “templo hecho por manos humanas” y a la construcción de “otro no hecho por manos” (Marcos 14:58). Esto alude probablemente a la “piedra que nadie cortó” (Dn 2:34, 45), aunque el “templo” de Jesús no hecho por manos humanas se refiere a su propio cuerpo que resucitará en tres días (Mt 26:61; Jn 2:19–21).
Jesús es como el templo en el sentido de que su persona es el lugar donde Dios habita o tabernáculo (Juan 1:14; Col 1:19), y que no obstante es más grande que el templo (Mateo 12:6). El NT incorpora a los creyentes al templo de Dios fundado en Cristo (1Co 3:16–17; Ef 2:19–22; 1Pe 2:4–9; Ap 3:12). En los nuevos cielos y tierra no habrá santuario, sino que Dios y Cristo serán su santuario (Ap 21:22).
Así, esta imagen del templo de una piedra “que nadie cortó” que se convierte en un gran monte puede asociarse con el Mesías y su reino. Como ya se ha dicho, la destrucción del lugar santísimo ungido (templo) y la muerte del Ungido (Mesías) en Da 9:24–27 sigue este mismo patrón bíblico-teológico que culmina con el desplazamiento del templo terrenal por parte del Mesías.
El cuarto reino de Daniel, con su anticristo del cuerno pequeño (Da 7:7–8) y la persecución del pueblo de Dios (7:21), será destruido junto con la aparición de “alguien semejante a un hijo de hombre” en las nubes del cielo (7:9–14) que, por tanto, asume un papel central en el plan de Dios para la historia.
El N.T. aplica ese lenguaje a la segunda venida de Jesús (Mateo 24:30; 26:64; Marcos 13:26; 14:62; Lucas 21:27; Apocalipsis 1:7). Podría decirse que la figura del hijo del hombre real se sienta en el juicio junto al Anciano entrado en años (véase el comentario en 7:9) y recibe el reino eterno (7:9–10, 13–14; cf. Mt 25:31–46; 2Co 5:10). También se dice que el reino de Dios es para su pueblo, los santos que lo heredan en última instancia (7:18). Esto concuerda con las afirmaciones de Isaías sobre las naciones que un día servirán al pueblo de Dios, Israel (Is 14:1–2; 49:22–23; 60:10–12).
El N.T. también hace referencia a que Cristo recibirá del Padre la autoridad para gobernar, someterá a todos sus enemigos y devolverá el reino al Padre (1Co 15:23–28). También habla de que los creyentes participarán en el reino de Cristo (Mt 19:28; 25:34; 1Co 6:3; 2Ti 2:12; Ap 5:10).
Resurrección
El A.T. rara vez habla de una vida después de la muerte. En Primero de Samuel 28 se describe la consulta de Saúl a una adivina para hablar con el difunto profeta Samuel. Segundo de Reyes 2:11 relata que Elías fue al cielo en un torbellino. Isaías 14:9–11 habla de los muertos como si todavía tuvieran una existencia sombría después de la muerte.
Varios salmos aluden a una vida después de la muerte (Salmos 16:10–11; 17:15; 49:15; 73:24). Un par de textos hablan de individuos resucitados de la muerte junto con Eliseo (2Re 4:35; 13:21), y unos pocos textos utilizan la idea de resurrección metafóricamente para el resurgimiento nacional o insinúan una resurrección general (Job 19:25–26; Is 26:19; 66:22–24; Ez 37:1–14; Os 6:2). Pero Da 12:2–3 es el primer texto del A.T. que afirma claramente y sin ambigüedades la doctrina de la resurrección general de los muertos y, por implicación, un juicio final.
En Daniel 12:2 se utiliza el término “dormir” como metáfora de la muerte (al igual que en Juan 11:11–13; 1Co 11:30; 15:18; 1Ts 4:13–15), lo que implica que en la resurrección los muertos despertarán. “Todos” (para “muchos”, véase el comentario) los que duermen en muerte despertarán y volverán a la vida. El texto se refiere específicamente a la resurrección de los justos y los injustos, con los justos obteniendo la recompensa de la vida eterna, mientras que los impíos serán condenados a la vergüenza y a la confusión eternas (cf. Mt 25:46; Jn 5:28–29), lo que el N.T. llama infierno. Así pues, Daniel afirma una resurrección y un juicio final, doctrinas que el N.T. desarrolla (Mateo 25:31–46; 2 Corintios 5:10; Hebreos 9:27; 1 Pedro 4:5; Apocalipsis 20:11–15).
Entre los que obtienen la vida eterna están “los entendidos” y “los que instruyen a muchos en la justicia”, los cuales brillarán como las estrellas, reflejando la gloria de Dios (Da 12:3). Como tienen vida eterna, podrán brillar y florecer como las estrellas “por toda la eternidad” (12:3).
Jesús retoma el lenguaje de Daniel en la parábola del trigo y la cizaña sobre el juicio final. En ella, los injustos experimentan el fuego, el llanto y el crujir de dientes, mientras que los justos “brillarán como el sol” (Mateo 13:42–43). Pablo habla más sobre el cuerpo de resurrección de los justos, llamándolo incorruptible e inmortal (1Co 15:51–54). Dios trata a los justos de forma diferente a los injustos, lo que indica que la responsabilidad humana es un factor en los resultados de la historia dentro del plan predeterminado de Dios.
Daniel desempeña un papel en el desarrollo bíblico de las enseñanzas sobre el infierno. El libro describe la condena de los malvados en el juicio final al “desprecio eterno”, en contraposición a la “vida eterna” (12:2). Probablemente se basa en la descripción que hace Isaías de los impíos en un pasaje escatológico relacionado con los nuevos cielos y la nueva tierra (Is 65:17; 66:22; cp. Ap 21:1). Isaías habla de que los malvados estarán en un lugar donde “los gusanos nunca morirán, ni se apagará su fuego” (Is 66:24), un pasaje tomado por Jesús como una descripción del infierno (Marcos 9:48). Isaías dice además que estos malvados serán un “horror” un espectáculo horrible para toda la humanidad.
El NT profundiza tanto en Isaías como en Daniel al describir el infierno como un lugar de fuego eterno (Mt 18:8; 25:41; Judas 7), de destrucción eterna separados de la presencia de Dios (2Ts 1:9), un lugar de tormento eterno (Ap 14:11; 20:10), de la segunda muerte (Ap 2:11; 20:14) y de castigo eterno (Mt 25:46).
Daniel 12:2 supone un reto para los partidarios del premilenialismo. Según ese bosquejo escatológico, la mayoría de los “justos” serán resucitados antes del milenio de Apocalipsis 20, pero todos los injustos son resucitados mil años después. No obstante, Daniel 12:2 (así como Mateo 25:46 y Juan 5:28–29) describen las dos resurrecciones como si ocurrieran al mismo tiempo. Por lo tanto, los amilenialistas y postmilenialistas citan estos versículos en apoyo de su escatología y en contra del premilenialismo. Los premilenialistas ven en Da 12:2 un ejemplo de una referencia dividida en la profecía bíblica en la que se habla de eventos que están cronológicamente separados entre sí, como cuando se habla de la primera y la segunda venida de Cristo en conjunto (por ejemplo, Isaías 9:6–7; Joel 2:28–32).
En consecuencia, argumentan que, puesto que Apocalipsis 20 enseña claramente la idea de un milenio, debe haber un espacio de mil años entre estas dos resurrecciones: la resurrección de los justos que ocurre principalmente en la segunda venida de Jesús antes del milenio (1Ts 4:14–17; Apocalipsis 20:4–5) y la resurrección de los mortales injustos y justos que vivieron durante mil años después del milenio (Apocalipsis 20:11–15), aunque esto no se diga en ninguna otra parte.
Daniel 12:1–2 presenta un problema adicional para los premilenialistas dispensacionalistas. Los dispensacionalistas suelen sostener que la resurrección de los justos se produce principalmente antes de la gran tribulación (equiparada con la septuagésima semana de Daniel en 9:24–27), junto con el rapto de la iglesia para encontrarse con el Señor en las nubes (1Ts 4:16–17). Pero se puede argumentar que Daniel 12:1–2 implica una secuencia diferente. Aquí la resurrección de los justos (12:2) sigue a la gran tribulación (12:1).
En 1Ts 4:16–17 la voz del arcángel (supuestamente Miguel, el único arcángel nombrado en la Biblia) precede a la resurrección de “los muertos en Cristo” y al “rapto”, mientras que en Daniel 12:1–2 Miguel interviene antes de la resurrección de los justos. Ambos pasajes se refieren a los muertos como durmiendo, insinuando que Pablo puede tener a Daniel en mente mientras escribe. Así, Pablo puede estar situando la resurrección de los muertos en Cristo y el rapto de los creyentes aún vivos en la segunda venida también después de la gran tribulación (cp. Mt 24:29–31 del que Pablo también se apoya y que igualmente parece situar un “rapto” después de la gran tribulación). Por otra parte, Da 12:1–2 puede no estar en estricta secuencia cronológica, por lo que esto no es un argumento concluyente contra el pretribulacionismo.
(Vease los artículo subidos anteriormente abajo sobre las posturas milenialistas en la sección: Posturas del milenio)
Propósito de la teología de la historia de Daniel
La teología de la historia de Daniel constituye una teodicea que aborda una serie de cuestiones fundamentales: ¿Quién controla la historia? ¿Por qué existe el mal ahora? ¿Cuándo acabará el mal?16
Daniel responde a estas preguntas. En última instancia, Dios está al mando de la historia. El mal es el resultado del pecado humano, incluidos los pecados de Israel, que Dios permite por ahora. El mal aumentará y disminuirá en el plan predeterminado de Dios a través del ascenso y la caída de muchos imperios. Dios castigará a su pueblo por sus pecados, y con todo, lo hará pasar por terribles tiempos de angustia. Finalmente, restaurará la posición privilegiada de su pueblo pecador de acuerdo con las promesas de su pacto. Dios expiará los pecados de su pueblo y el tribunal celestial juzgará a las naciones terrenales por su maldad.
Al final, Dios dirigirá la historia para entregar su reino tanto a su pueblo como al hijo del hombre mesiánico. El mal solo llegará a su fin con la llegada del reino de Dios para desplazar a los reinos del mundo, momento en el que habrá una resurrección de los justos y los injustos para recibir sus debidas recompensas y castigos. Para el pueblo de Dios en el exilio, que experimenta un entorno a veces hostil y extranjero, este mensaje aporta ánimo y esperanza. Las naciones malvadas y pagana, así como los reyes que dominan al pueblo de Dios ya han sido juzgados por Dios. Él cumplirá fielmente las promesas de su pacto hechas a su pueblo y finalmente lo bendecirá llevándolo a la plenitud de su reino.17
Esta confianza en la victoria final del reino de Dios pretende, a su vez, ayudar a los fieles a lo largo de la historia a mantenerse firmes y resistir incluso en los momentos en que el mal parece abrumadoramente poderoso e irresistible. Dios está activo en la conformación de la historia, y su pueblo debe vivir a la luz de su plan para la historia. La historia, según Daniel, no es un ciclo interminable ni una serie de acontecimientos sin sentido. Más bien, la historia avanza hacia un objetivo predeterminado. Podría decirse que el principal objetivo de esta teología de la historia es “enseñar a los abatidos y afligidos a poner una confianza inquebrantable en Dios”.18 No importa lo mala que sea nuestra situación, Dios cuidará de su pueblo y recompensará a los justos con la resurrección y la gloria (12:1–3).
Fuente:
Joe M. Sprinkle, Daniel, ed. T. Desmond Alexander, Thomas R. Schreiner, y Andreas J. Köstenberger, Comentario Evangélico de Teología Bíblica (Bellingham, WA: Editorial Tesoro Bíblico, 2021).
- Towner Daniel, 175. ↩︎
- E. C. Lucas, Daniel, Apollos Old Testament Commentary (Downers Grove: InterVarsity, 2002), 301. ↩︎
- C. F. Keil y Franz Delitzsch, Commentary on the Old Testament, vol. 9 (Peabody, MA: Hendrickson, 1996), 775. ↩︎
- Kenneth Boa y William Kruidenier, Romans, HNTC 6 (Nashville: Broadman & Holman, 2000), 392. ↩︎
- Walter M. Dunnett, s.v. “Purpose”, en Evangelical Dictionary of Biblical Theology, versión electrónica (ed. Walter A. Elwell; Grand Rapids: Baker, 1996). ↩︎
- D. S. Russell, The Method and Message of Jewish Apocalyptic (Biblioteca del Antiguo Testamento; Filadelfia: Westminster, 1964), 230–34; “Eschatology”, Eerdmans Bible Dictionary, ed., Madrid, 2003. Allen C. Myers (Grand Rapids: Eerdmans, 1987), 347. ↩︎
- E. C. Lucas, “Daniel”, New Dictionary of Biblical Theology, ed. T. D. Alexander y B. S. Rosner (Downers Grove: InterVarsity, 2000), 234, citando a J. E. Goldingay, Daniel, Word Biblical Themes (Dallas: Word, 1989), 24. ↩︎
- der-H hiphʿil (Hebreo), haphʿel (Arameo), derivaciones causales caracterizadas por un prefijo ה ↩︎
- Hamilton With the Clouds of Heaven, 43–44. ↩︎
- Hamilton With the Clouds of Heaven, 96–97. ↩︎
- Hamilton With the Clouds of Heaven, 132. ↩︎
- Baldwin Daniel, 189. ↩︎
- F. Stagg, “Escatology: A Baptist Perspective”, Review and Expositor 79.2 (1982): 379. ↩︎
- Goldingay Daniel, 158. Goldingay está citando a J. Barr, “Daniel”, Peake’s Commentary on the Bible, ed. M. Black y H. H. Rowley (Londres/Nueva York: Nelson, 1962), 597–98, y A. Lacocque, The Book of Daniel, trad. D. Pellauer (Londres/Atlanta: SPCK/Knox, 1979), 14, 145–48. ↩︎
- G. K. Beale, The Temple and the Church’s Mission: A Biblical Theology of the Dwelling Place of God, NSBT 17 (Downers Grove: InterVarsity, 2004), 145–48; Steinmann Daniel, 142. ↩︎
- P. Niskanen, The Human and the Divine in History: Herodotus and the Book of Daniel, JSOTSup 396 (Londres: T&T Clark, 2004), 89; D. J. Harrington “The Ideology of Rule in Daniel 7–12”, SBL 1999 Seminar Papers 38 (1999): 540–51. ↩︎
- Niskanen, Human and the Divine in History, 90. ↩︎
- F. W. Farrar, “The Book of Daniel”, en The Expositor’s Bible, ed. W. Robertson Nicoll (Hartford, CT: S.S. Scranton Co. W. Robertson Nicoll (Hartford, CT: S.S. Scranton Co., 1903), 4:43–71. ↩︎





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