- Decima plaga – Primogénitos:
Éxodo 12:29 – «Y aconteció que a la medianoche YHVH hirió a todo primogénito en la tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sentaba sobre su trono hasta el primogénito del cautivo que estaba en la cárcel, y todo primogénito de los animales»
Dios le dijo a Moisés que Faraón no los dejaría ir sino hasta que Dios le forzara por medio de obras poderosas (Éxodo 3:19-20), y de que esta obra de alguna manera tocaría al primogénito de Egipto (Éxodo 4:21-23). Ahora, la situación se reveló de la manera que Dios dijo que pasaría.
«…Y aconteció que a la medianoche…» – Literalmente, en «la mitad de la noche«. El día, aunque conocido por los israelitas, no había sido anunciado al rey, y esa incertidumbre debe haber aumentado su ansiedad. Cuando Moisés dejó al obstinado rey, cada cortesano debe haber estado temeroso ante la perspectiva de perder a su primogénito. Pero, al pasar varios días sin que se cumpliera la amenaza, quizá muchos, y posiblemente aun el rey mismo, habrán pensado que nada semejante a eso iba a suceder. Con todo, siempre debe haber existido el temor de que se cumpliera la palabra de Moisés.
«…el primogénito de Faraón…» – Esta plaga fue dirigida en contra de dos dioses Egipcios significativos. Primero, Osiris quien era el dios Egipcio que se decía daba la vida. Segundo, esto era en contra de la supuesta deidad de Faraón mismo, debido a que su propia casa fue herida (el primogénito de Faraón que se sentaba sobre su trono).

Si Amenhotep II fue el faraón del éxodo (véase la Introducción), fue su hijo mayor -el hermano del que lo sucedió, a saber Tutmosis IV- quien fue muerto esa noche de horror.
No existen registros fuera de la Biblia en cuanto a este acontecimiento. En realidad, los antiguos egipcios por costumbre no consignaban ningún hecho humillante. Con todo, Tutmosis IV dejó una prueba por la que se infiere la inesperada muerte de su hermano y su propio encumbramiento al puesto de príncipe heredero.
La estela de la esfinge de Gizeh registra que él hizo que se sacara la arena de ese antiguo monumento en gratitud por el nombramiento divino que inesperadamente recibió a su sombra. El cuenta, en la inscripción, que estuvo cazando cerca de la esfinge cierto día. Mientras dormía la siesta a su sombra, este «gran dios» (la esfinge) se le apareció en visión y le habló como un padre se dirige a un hijo, revelándole que él sería el futuro rey de Egipto.
El hecho de que este incidente esté registrado en un monumento de piedra, muestra que Tutmosis IV originalmente no había sido designado príncipe heredero ni había esperado llegar a ser rey. Revela también que atribuía su ascensión al trono a la mediación divina. Aunque no es mencionado su hermano mayor -el príncipe heredero original-, no hay duda, entre los que están familiarizados con las inscripciones egipcias, de que sucedió algo desusado a ese no mencionado hijo mayor de Amenhotep II.
No podemos esperar una respuesta satisfactoria de los registros egipcios en cuanto a lo que le sucedió al joven. Pero suponiendo que Amenhotep II fue el faraón del éxodo, la muerte

de su hijo mayor bajo la décima plaga daría como resultado la elevación del hermano menor -más tarde Tutmosis IV como heredero forzoso del trono. Para que su encumbramiento no fuera atribuido a un desastre que el Dios de los hebreos trajo sobre el país, Tutmosis IV pudo haber inventado y hecho público el relato de una supuesta visión celestial.
Una sucesión real irregular era, por costumbre, atribuida a una intervención divina de parte de los grandes dioses egipcios. Cuando Hatshepsut siguió a su padre
en el trono, se anunció que el dios Amón la había engendrado y le había ordenado que fuera quien gobernara a Egipto. Cuando Tutmosis III -sin derechos legales al trono- fue proclamado rey durante una revolución en un templo, se publicó un decreto específico del dios Amón a manera de autorización para esa sucesión irregular.
Éxodo 12:30-32 – «Y se levantó aquella noche Faraón, él y todos sus siervos, y todos los egipcios; y hubo un gran clamor en Egipto, porque no había casa donde no hubiese un muerto. (31) E hizo llamar a Moisés y a Aarón de noche, y les dijo: Salid de en medio de mi pueblo vosotros y los hijos de Israel, e id, servid a YHVH, como habéis dicho. (32) Tomad también vuestras ovejas y vuestras vacas, como habéis dicho, e idos; y bendecidme también a mí»
Todos los primogénitos que había en la tierra de Egipto fueron heridos (Ex 12:12), no solamente de los egipcios. La única manera de ser liberado de esta plaga era unirse con el pueblo de Israel y creer en la sangre del cordero. En todas las casas había algún muerto.
«…Se levantó aquella noche Faraón…» – La visita que hizo el ángel de la muerte a las huestes de Senaquerib (2 Rey.19: 35) parece no haber sido advertida hasta que los sobrevivientes se levantaron a la mañana siguiente. En cambio, en Egipto indudablemente cada hogar fue despertado de su sueño a la medianoche, cuando los primogénitos de pronto cayeron enfermos y murieron.
«…Bendecidme también…» – Ahora fue completa la rendición de Faraón. No sólo les ordenó que salieran del país inmediatamente y llevaran sus bienes consigo, sino que presentó un pedido a los dos hermanos que ellos difícilmente podrían haber esperado. Las palabras de ellos le habían traído una maldición; podría ser que sus palabras le trajesen también bendición. No hay registro de cómo fue recibido su pedido, pero el solo hecho de que hubiera sido formulado es una indicación notable de cuán humillado estaba su orgullo.