La esclavitud en las Escrituras

El tema a tratar en este articulo es malentendido y distorsionado en círculos de críticos no creyentes, por tanto es de vital importancia en el adentrarnos en el mundo antiguo y ver como se manejaban en la antigüedad. El aclarar la esclavitud que aparece registradas en la Escritura (Biblia) nos dará una comprensión mas a fondo del contexto bíblico y el modo de regular esta practica por las Escrituras, comencemos:

Lo primero a tener en cuenta es que para la época en que se comenzó a escribir la Biblia, los hombres ya habían establecido sistemas sociales y económicos que estaban en conflicto con los principios piadosos. Y aunque Dios prohibió en su Ley algunas costumbres de aquellos tiempos, decidió tolerar otras, como la «esclavitud» (aunque no era el tipo de esclavitud que tenían los demás pueblos fuera de los hebreos).

Una enciclopedia bíblica comenta lo siguiente acerca de la estructura social del antiguo Israel: “La sociedad debía funcionar como una hermandad en la que idealmente no hubiera pobres ni se explotara a las viudas, los desamparados o los huérfanos” (The International Standard Bible Encyclopedia). Por lo tanto, aunque la Ley de Dios permitió la existencia de un sistema social y económico ya establecido, reguló la esclavitud, de modo que si llegaba a practicarse, los esclavos fueran tratados de forma humana y bondadosa.


  • La esclavitud en el antiguo Oriente Próximo:

La esclavitud era una característica habitual en las sociedades del antiguo Oriente Próximo.

En general todos los súbditos del soberano, incluidos los funcionarios más destacados, eran considerados sus esclavos o siervos. La condición social de la esclavitud, en la que el trabajo de una persona estaba vinculado a un amo, consistía en dos grupos sociales principales.

Los esclavos-mercancía eran considerados bajo la ley como bienes muebles de sus amos, ante quienes los esclavos no tenían más que deberes y que, por tanto, carecían de cualquier tipo de derecho. Dado que tales esclavos requerían de mucha supervisión y que era costoso mantenerlos, se les utilizaba principalmente para las labores domésticas. Este tipo de esclavos podía lograr un cierto grado de mejora social. Con el consentimiento de sus amos podían tener su propia propiedad, participar en actividades económicas, adquirir otros esclavos, contratar personas libres y también casarse con ellas. Incluso podían conseguir su libertad si sus amos estaban de acuerdo con esa posibilidad. Todos estos logros podían ser retirados por decisión de sus dueños.

Estatuilla de un esclavo egipcio encontrada en una tumba de Tebas. ML.

El tipo más habitual de servidumbre era el trabajo forzado o el arrendamiento. Las personas que se encontraban en esta situación no precisaban de tanta supervisión o formación. Su trabajo consistía en trabajar la tierra que pertenecía al soberano y a las instituciones religiosas, y en realizar otros trabajos forzados para las autoridades. Se les exigía que entregaran la mayor parte de la cosecha de sus cultivos al palacio o al templo, que trabajaran en proyectos de construcción y que fabricaran otros productos para sus amos. La esclavitud de los israelitas en Egipto consistía en esta clase de servidumbre (Ex 1:11–14):

11 Entonces les impusieron capataces de tributos serviles para que los abrumaran con sus cargas. Así se edificaron para Faraón las ciudades almacenes de Pitón y Rameses.°
12 Pero cuanto más los oprimían, más se multiplicaban y esparcían, hasta que llegaron a sentir aversión por los hijos de Israel.
13 Los egipcios esclavizaron a los hijos de Israel con tiranía,
14 y amargaron su vida con duro trabajo de arcilla y adobes, con toda clase de labores del campo y en toda suerte de trabajos que tuvieron que servir por causa de la opresión.

Esclavos trasportando una estatua gigante

  • La esclavitud como condición histórica en el Pentateuco:

Los relatos históricos del Pentateuco contienen varias referencias a los esclavos. *Abraham (Gn 12:16), *Isaac (Gn 26:19) y *Jacob (Gn 30:43) tienen esclavos. Sus esposas cuentan con esclavas (Gn 16:1; 30:3).

Abraham envía a su siervo más antiguo a sus parientes para conseguirle una esposa a Isaac (Gn 24). *Abimelec, un filisteo, tiene esclavos (Gn 20:14), como los tienen también *Faraón y su hija (Ex 2:5; 9:20). *José es vendido como esclavo por sus hermanos a unos comerciantes madianitas (Gn 37:28) y es comprado por Potifar en Egipto (Gn 39:1). La existencia de esclavos en las naciones del antiguo Oriente Próximo se menciona en una serie de pasajes del Pentateuco, lo que indica que la esclavitud era algo habitual (Ex 11:5; Lv 25:44–45; Dt 23:15–16).

La condición de los israelitas en Egipto se describe en los primeros capítulos del Éxodo como esclavitud (Ex 2:23), y Dios les recuerda a los israelitas en numerosas ocasiones que los “sacó de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Ex 20:2; Dt 5:6; 8:14).

Varias de las características de la esclavitud en el antiguo Oriente Próximo aparecen reflejadas en la historia y la legislación del Pentateuco.

En primer lugar, los esclavos son generalmente extranjeros, principalmente prisioneros de *guerra. Si una ciudad se rinde al ejército israelita, su población debe servir a los israelitas haciendo trabajos forzados; si no es así, a los israelitas se les permite tomar a las mujeres y a los niños de los habitantes derrotados como botín—esto es, como esclavos (Dt 20:10–14). Las leyes del Levítico indican que los hebreos solamente deben tener esclavos y esclavas de las naciones de alrededor o de los *extranjeros residentes que habitan entre ellos. Sus esclavos no deben ser otros israelitas (Lv 25:44–46).

44 Los esclavos y las siervas que tengas provendrán de las naciones paganas que os rodean. De ellas podréis adquirir esclavos y siervas.
45 También de los hijos de los transeúntes que moran en medio de vosotros, de estos podréis adquirirlos, y de sus familias que hay entre vosotros, los que de ellos hayan nacido en vuestra tierra. De los tales será vuestra posesión,
46 y los dejaréis en herencia a vuestros hijos después de vosotros como posesión hereditaria. Pero en cuanto a vuestros hermanos, los hijos de Israel, no os enseñorearéis uno sobre otro con aspereza.

Puede parecer que esto lo contradice el hecho de que los términos hebreos para referirse a “esclavo”, tanto varón (‘ebed עֶ֫בֶד) como mujer (’āmâ אָמָה), se utilizan para los esclavos hebreos (Ex 21:2; 21:7) y no hebreos (Lv 25:44), pero estos términos tienen un campo semántico muy amplio en el Pentateuco y no deberían entenderse siempre en el sentido estricto de un esclavo-mercancía.

Por ejemplo, el término ‘ebed עֶ֫בֶד se usa para designar a las personas como siervos del Señor (Ex 32:13), para referirse a los súbditos y funcionarios de los soberanos (Gn 21:25; 40:20), para designarse a uno mismo humildemente ante otros seres humanos (Gn 33:5) y para referirse a uno mismo al dirigirse a Dios (Ex 4:10).

Así pues, el significado de la palabra debe determinarse por el contexto a la luz del espectro de denotaciones. Está claro en los distintos contextos del Éxodo, Levítico y Deuteronomio que existe una distinción entre la “esclavitud” a la que están sujetos los hebreos y los no hebreos. El uso de los términos ‘ebed עֶ֫בֶד y ’āmâ אָמָה en relación con los israelitas no debería ser un motivo de confusión interpretativa.

Una segunda característica de la esclavitud del antiguo Oriente Próximo que se refleja en el Pentateuco es que un esclavo no tiene los derechos de una persona libre; él o ella son “propiedad de su amo” (Ex 21:21).

Como tal, los esclavos se pueden dejar a los hijos como herencia (Lv 25:46). Si un esclavo obtiene su libertad pero se ha casado con una esclava mientras servía a su dueño, no puede tomar a su esposa y a sus hijos consigo; la mujer y sus hijos siguen siendo propiedad del amo (Ex 21:2–4).

Si el buey de alguien cornea a un esclavo hasta matarlo, se le exige pagar una cantidad de dinero al dueño del esclavo, probablemente el valor del esclavo (Ex 21:32). Por contra, si el buey de alguien cornea a un hebreo libre hasta matarlo, el castigo es la muerte (Ex 21:28–31).

En tercer lugar, los amos pueden conferirle una considerable responsabilidad a sus esclavos, haciéndoles supervisores de sus posesiones, negocios y de los demás esclavos.

Dos ejemplos de ello los encontramos en los casos de José en casa de Potifar (Gn 39) y del criado más antiguo de Abraham, presumiblemente Eliezer (Gn 15:2; 24:2). En los dos casos, ambos están a cargo de las posesiones de sus amos. En Génesis 24 Abraham manda a su siervo más antiguo a sus parientes para que le encuentre una esposa a Isaac. A pesar de que el esclavo es el siervo de Abraham, es representante plenipotenciario de Abraham en esta tarea. Se le entrega la responsabilidad de utilizar las riquezas de Abraham para comprar regalos, discernir la dirección de Dios en la consecución de su tarea y tomar la decisión final sobre la esposa de Isaac.


  • La esclavitud en Israel:

Aun cuando el Pentateuco refleja muchos de los rasgos habituales de la esclavitud que se encuentran en el antiguo Oriente Próximo, también presenta algunas características singulares de la esclavitud israelita.

La identidad de Israel como esclavos liberados. En los primeros capítulos del Éxodo se presenta al pueblo de Israel como oprimido con “trabajos forzados” (Ex 1:11) por los capataces a los que Faraón pone sobre ellos para que construyan ciudades de almacenaje para él. Sus vidas son amargadas “con dura servidumbre, en hacer barro y ladrillo, y en toda labor del campo” (Ex 1:14). Dios escucha el clamor de su sufrimiento y responde con actos portentosos para sacarlos de Egipto (Ex 3:7–10), de modo que puedan servirle a él como su amo divino. Por consiguiente, la identidad israelita se describe constantemente en el Pentateuco como la de aquellos que han sido liberados de la esclavitud para poder servir libremente a Dios.

Esto contrasta con muchas otras naciones del antiguo Oriente Próximo, donde se definía al pueblo como súbdito de su rey, cuyo reinado estaba fundamentado mitológicamente en los dioses o que tenía algún derecho político para enseñorearse de él (e.g., en Gn 47:13–26 el pueblo egipcio se convirtió en esclavo de Faraón a cambio de alimento durante la hambruna). Dios define la identidad hebrea por las obras portentosas que lleva a cabo para redimirlos de la esclavitud en Egipto y que puedan entablar una relación con él: “Porque mis siervos son los hijos de Israel; son siervos míos, a los cuales saqué de la tierra de Egipto. Yo Jehová vuestro Dios” (Lv 25:55).

La identidad israelita—consistente en su redención de la esclavitud por parte de Dios para que puedan servirle a él—tiene consecuencias directas sobre la condición de la esclavitud que se permite en la sociedad israelita.

En primer lugar, significa que nunca más van a convertirse en esclavos de otros seres humanos. La sociedad israelita debe consistir en hombres y mujeres libres. Si bien un israelita puede verse forzado temporalmente a adoptar la condición de esclavo, no debe ser tratado como tal.

A los hebreos que se han empobrecido y que tienen que venderse para servir a otros israelitas para poder sobrevivir no se les debe hacer servir como un esclavo (‘ebed עֶ֫בֶד), sino como un jornalero (śākîr שָׂכִיר) o trabajador de paso (tôšāb תּוֹשָׁב; Lv 25:39–40).

Se sobreentiende la misma posición para un hebreo vendido como siervo a un extranjero residente (Lv 25:47–55). Esta es la razón por la que secuestrar a un hebreo con el objeto de venderlo como esclavo es un crimen muy serio que se castiga con la muerte (Ex 21:16).

En segundo lugar, el servicio prestado por los israelitas a otros deberá tener una duración limitada; debe acabar después del sexto año o en el Año del jubileo.

Los israelitas pueden convertirse en siervos perpetuos de otros israelitas solamente en el caso de que tomen esa decisión por sí mismos. Las dos situaciones que se describen en las que esto ocurre son:

(1) tras el sexto año de servicio un hombre no quiere dejar atrás a la mujer esclava con la que se ha casado y a sus hijos porque los ama a ellos y a su amo (Ex 21:2–6).

(2) el hebreo ama al dueño y a su familia con quien ha prosperado (Dt 15:16–17). La expresión del amor hacia el amo en ambos casos indica el buen trato dispensado al esclavo por parte de su dueño. En estos casos al esclavo se le designa esclavo de por vida cuando el amo le perfora el lóbulo de la oreja con un punzón.

Si un hebreo tiene que venderse como siervo a un extranjero que reside en Israel, los miembros de su familia tienen el derecho de pagar por su libertad en cualquier momento de su servicio. O bien, si prospera tiene el derecho de comprar su propia libertad. Si no es manumitido, él y su familia deben ser liberados en el Año del jubileo (Lv 25:47–55). No se menciona la posibilidad de que un hebreo decida servir a un extranjero residente de forma perpetua.

Tercero, la identidad de Israel como esclavos liberados significa que los israelitas debían mostrar generosidad hacia el pobre y el desventurado que se encontraba entre ellos de modo que pudieran proveer para sus propias necesidades y no tuvieran la necesidad de venderse a sí mismos como esclavos para poder sobrevivir.

En los tres pasajes principales en los que se dan instrucciones para los hebreos que pasan a ser esclavos de otros hebreos (Ex 21:2–11; Lv 25:39–43; Dt 15:12–18) las causas de esta decisión son el empobrecimiento personal, a menudo evidenciado por la incapacidad de pagar las deudas.

Las prescripciones del Pentateuco tienen por objeto mitigar las causas y la necesidad de este tipo de servidumbre. No se debe abusar, oprimir o privar de justicia a los extranjeros residentes, los *huérfanos y las *viudas. Cuando al pobre se le presta dinero, no se le debe cobrar intereses. (En el resto del antiguo Oriente Próximo las desorbitadas tasas de interés por los préstamos eran la causa principal de que la gente se vendiera como esclavo; véase Riqueza y pobreza).

No se debe proveer de alimento y de otras necesidades a los pobres para sacar provecho (Ex 22:21–27; Lv 25:35–38). Los israelitas deben dejar las gavillas de sus cosechas para los extranjeros, los huérfanos y las viudas (Dt 24:17–22).

Además, cuando los siervos hebreos son liberados transcurridos los seis años, sus amos deben despedirlos con abundantes provisiones del ganado y las cosechas con los que Dios los ha bendecido. Esto no sólo supone para los recién liberados unas provisiones que evitarán que se conviertan en siervos en el futuro, sino que también hace que sea menos probable que decidan optar por la esclavitud perpetua bajo su actual amo (Dt 15:12–15).

En todas estas exhortaciones encontramos llamamientos a los israelitas para que recuerden que ellos fueron esclavos en Egipto y que Dios los redimió de esa condición de cautividad. Dios les promete bendiciones a aquellos que ayudan a los débiles y a los pobres (Dt 15:18).

El trato dispensado en Israel a los esclavos. La identidad de Israel como esclavos liberados para servir a Dios tiene una influencia directa sobre el trato que se les da a los esclavos, tanto a los esclavos-mercancía perpetuos como a los compatriotas hebreos tomados como siervos. El trato de los esclavos-mercancía indica que estos esclavos son considerados seres humanos.

Los esclavos varones deben ser *circuncidados para que así ellos, juntamente con las esclavas, puedan participar en las comidas de la Pascua (Gn 17:13; Ex 12:44) y en las otras expresiones ceremoniales de culto (Dt 12:18; 16:10; Lv 22:11). A los esclavos se les debe dar descanso el *Shabat (Ex 20:10; Dt 5:14).

En contraste con las leyes de otras naciones del antiguo Oriente Próximo, los esclavos que huyen de sus amos y vienen a Israel no deben ser devueltos a sus señores, ni deben ser oprimidos, sino que se les debe permitir vivir donde quieran (Dt 23:15–16).

Si un israelita desea tomar por esposa a una cautiva no israelita, debe concederle un mes de preparación y luto por sus padres antes de casarse con ella. Posteriormente, si no está satisfecho con ella no puede venderla como esclava, sino que debe dejarla ir libre (Dt 21:10–14).

La dignidad personal del esclavo es algo que también puede verse en las prescripciones sobre las lesiones personales (Ex 21:20–27), ya que los castigos por el maltrato persiguen contener el abuso de los esclavos. Cuando la disciplina que le aplica un amo a su esclavo da como resultado la muerte de este último, el dueño está sujeto a castigo. Si el esclavo sobrevive a la acción disciplinaria, incluso si están incapacitados durante uno o dos días, entonces no hay castigo para el propietario. Por el contrario, si la disciplina provoca una lesión permanente en el esclavo, como la pérdida de ojo o un diente, el esclavo debe ser liberado. Está claro que los derechos personales de los esclavos están por encima de los derechos de propiedad de sus amos sobre ellos.

Como ya se ha dicho, a los israelitas que deben venderse como siervos (debido al empobrecimiento personal o a la incapacidad de pagar una deuda o una multa) no se les permite tratarlos como esclavos extranjeros. No se les puede vender como esclavos mercancía a otros dueños. Su tiempo de servicio a sus compatriotas israelitas está limitado a seis años, y en el caso de los residentes extranjeros, está limitado al año jubilar. En este último caso, pueden ser manumitidos por un pariente en cualquier momento. Los israelitas pueden convertirse en esclavos perpetuos solamente si deciden hacerlo por el amor que le profesan a su dueño o a su esposa esclava y a sus hijos.

En la situación en la que un padre le vende a su hija a otro hombre (Ex 21:7–11), lo que predomina es la preocupación por los derechos y la dignidad de la *mujer. Esta transacción se entiende mejor no como la adquisición de una concubina, sino como la compra de una esposa para el amo o su hijo, cuando el padre de la mujer no puede permitirse pagar una dote como es debido.

Puede suceder perfectamente que la mujer sea “comprada” varios años antes de que vaya a casarse, lo que posibilita que el precio de compra sea menor y que se integre en la nueva familia “como una hija” (Ex 21:9). De este modo se establece una relación permanente entre marido y mujer caracterizada por el amor y la intimidad. Esto también explica por qué esa mujer no sale libre después de transcurridos seis años. El dueño debe retenerla como esposa o dejar que sea manumitida por su familia; en ningún caso puede ser vendida a extranjeros. Si su marido toma otra esposa, no debe reducir la provisión de alimento, vestido o derechos conyugales de su primera esposa. Si se produce esa reducción, deberá dejarla ir sin ninguna deuda, esto es, sin ningún requisito de que ella o su familia devuelvan el precio de compra.

Existen algunas dudas sobre cómo reconciliar las diferencias de detalle entre los tres pasajes preceptivos relacionados con la servidumbre a la que se ven abocados los israelitas empobrecidos (Ex 21:2–11; Lv 25:39–43; Dt 15:12–18).

El pasaje de Levítico se refiere a un hebreo que trabaja para un extranjero residente hasta el Año del jubileo, mientras que los pasajes de Éxodo y Deuteronomio hacen mención al hebreo que trabaja solamente seis años. Éxodo menciona solamente un varón hebreo que entra a servir y su incapacidad para tomar consigo a su esposa esclava y a sus hijos cuando es liberado, mientras que Deuteronomio habla tanto de hebreos como de hebreas que sirven seis años, y Levítico indica que los siervos y sus familias son liberados en el Año del jubileo. Los especialistas han propuesto una serie de soluciones, ninguna de las cuales está exenta de problemas. Quizás la mejor solución sea considerar que estas prescripciones civiles se redactaron para abordar las dificultades de la gente en situaciones distintas. Dependiendo de los problemas a los que se enfrentaban los israelitas en estas situaciones diversas, una de estas tres ordenanzas civiles tendría preferencia sobre las otras. Indudablemente no es problemático contar con un ámbito de la legislación civil que trata de circunstancias sociales diversas. Todos los códigos legislativos civiles tienen un cierto grado de diversidad que hace necesaria la interpretación y aplicación legales a los casos concretos.

Lo que queda claro en los diversos pasajes del Pentateuco sobre la esclavitud son los siguientes tres principios.

(1) Todos los seres humanos, incluso los esclavos y los siervos, tienen derechos y privilegios bajo la *ley y delante de Dios.

(2) La esclavitud y la servidumbre son preferibles a la pobreza y la miseria, especialmente cuando a uno le toca un buen amo. Las regulaciones del Pentateuco permiten que los hombres y las mujeres huyan de la pobreza y proveen los medios para recobrar la prosperidad económica.

(3) La *familia es importante y debe mantenerse incluso en condiciones de pobreza y servidumbre.

Uno se relaciona adecuadamente con la sociedad en su conjunto formando parte de una familia. La servidumbre puede proporcionarles al siervo varón y a la esclava comprada una nueva familia. Si se trata de una familia amorosa y bondadosa, no sólo asegura la seguridad económica para el siervo y la sierva, sino que también los integra en una nueva familia, brindándoles así una vida de servicio y comunión con el Dios que ha redimido a su pueblo de la casa de esclavitud.

  • La Esclavitud bajo los enemigos de Israel:

Muchos de los judíos experimentaron la esclavitud bajo gobiernos extranjeros en tiempos
de las cautividades. Fueron hechos cautivos en guerra por los fenicios quienes los vendieron a los griegos (Joel 3:4-6). Los filisteos también los dominaron y los entregaron a Edom (Amos 1:6). Cuando los asirios conquistaron Samaria, muchos de los judíos fueron llevados a la tierra de Asiria para servir como esclavos de las gentes (2 Reyes 17:6).

Cuando Jerusalén fue destruida, los babilonios se llevaron muchos hebreos a Babilonia como esclavos en esa capital extranjera (2 Cron. 36:20). En fecha posterior, los comerciantes asirios vinieron a este campo para conseguir esclavos judíos (1 Macabeos 3:41). Y en los días de la supremacía de Roma muchos judíos sirvieron como esclavos en el Imperio. Pero la esclavitud bajo la dominación gentil fue con seguridad en todo diferente a la esclavitud bajo la ley mosaica. Los amos fueron crueles en su mayoría y los esclavos eran oprimidos por lo general, grandemente.


  • Sobre las Palabras empleadas en el N.T:

Los Evangelios utilizan fundamentalmente diez grupos de palabras griegas para transmitir las categorías solapadas de esclavitud y servicio, algunas de las cuales ocasionalmente reflejan significados que van más allá de estas sencillas categorías.

Los sustantivos más frecuentes son doulos δοῦλος («esclavo») y diakonos διάκονος («siervo, ayudante, agente, intermediario»), pero también pais παῖς («joven, niño, hijo, siervo, esclavo») y hypēretēs ὑπηρέτης («ayudante, asistente, siervo»).

Algunos de estos términos se intercambian en alguna ocasión en el mismo pasaje (e.g., pais παῖς  y doulos δοῦλος en Lc 7:1–10; doulos δοῦλος y diakonos διάκονος en Mt 20:26–27 // Mc 10:45–46). Los verbos principales son diakoneō («servir, ser útil, ayudar, ministrar») y douleuō («ser un esclavo, estar sujeto»).

En Mateo 12:18, donde se cita Isaías 42:1, subyace la dependencia de una importante palabra hebrea en the AT, ‘ebed עֶ֫בֶד («esclavo, siervo, sujeto, adorador [de Dios]»). A Jesús se le presenta como un cumplimiento profético de los Cánticos del Siervo, donde esta palabra hebrea se traduce al griego como pais παῖς en el sentido de «siervo» (cf. también Mt 8:17).

La palabra ‘ebed עֶ֫בֶד refleja una gama de significados particularmente amplia que no se correlaciona con precisión con cualquier otro equivalente griego (o castellano). Pais παῖς  se utiliza de manera similar en las frases «Israel su siervo» (Lc 1:54) y «David su siervo» (Lc 1:69). Es importante tener en cuenta que el uso original veterotestamentario deriva de una perspectiva social y cultural diferente de la de la sociedad grecorromana del siglo I.

Muy a menudo ‘ebed עֶ֫בֶד se traduce en el AT griego como pais παῖς o doulos δοῦλος (diakonos διάκονος se usa raramente en el AT griego). De ninguna manera se trata siempre de un término degradante, y a veces puede reflejar un rango relativo en vez de absoluto (e.g., el «siervo» de un rey puede ser un funcionario laureado, nacido libre y de alto rango [2 Sm 13:24]; o un anfitrión puede referirse a sí mismo con deferencia como el «siervo» de su visita [Gn 19:2]).

La traducción más antigua de la Biblia al inglés (Wycliffe [finales del siglo XIV]) no utilizó el sustantivo «slave» (esclavo). Es posible que el hecho de depender de la Vulgata Latina, que mayormente usa servus para traducir doulos δοῦλος, y minister para traducir diakonos, διάκονος, haya llevado a una preferencia, respectivamente, por los términos «servant» (siervo) y «minister» (ministro), que suenan de manera parecida. Además, la introducción comparativamente tardía al inglés del conjunto de palabras slave [esclavo] (de la raza eslava conquistada) significó que este término estaba menos extendido en la Edad Media.

Mientras que la mayoría de las sucesivas versiones inglesas del NT ha evitado de manera similar el término «slave» (esclavo), más recientemente ha habido una tendencia a distinguir doulos como «slave» (esclavo) y diakonos como «servant» (siervo), mientras que pais se ha traducido de diversas maneras, dependiendo del contexto. Existe, no obstante, una constante reticencia a utilizar «slave» (esclavo) para traducir doulos cuando este se refiere a Jesús o a la relación de un creyente con Dios.

Los intérpretes contemporáneos del lenguaje «esclavitud»/«servicio» en los textos evangélicos tienen que enfrentarse a dos desafíos:

(1) la dificultad teológica y ética que plantea el hecho de que en inglés no exista un conjunto de términos lo suficientemente polivalente como para abarcar categorías que van, por un lado, desde el servicio humilde pero voluntario (e.g., a Dios) hasta la esclavitud opresiva e inhumana;

(2) la realidad de que diferentes culturas, a lo largo de períodos distintos, tanto anteriores como posteriores a la escritura de los Evangelios, han considerado la esclavitud de formas bastante diversas.

Por ejemplo, las actitudes y prácticas sociales del siglo I A. D. hacia los esclavos diferían significativamente de las del tráfico de esclavos africanos en los siglos XVI a XIX. Sobre todo desde la década de 1950 ha habido un resurgir del interés histórico de las cuestiones sociales y económicas.

Esto se refleja en el cambio de las corrientes académicas, incluida la crítica generalizada e intensa de casi todos los aspectos de la esclavitud. Estos cambios en la percepción se reflejan en las contribuciones académicas opuestas y polarizadas sobre el tema (véase Patterson), que a su vez plantean importantes desafíos para la tarea actual de interpretar las referencias a la esclavitud y la servidumbre en los Evangelios de una manera que evite un indebido anacronismo.


  • Trasfondo de los Evangelios

La sociedad romana es el principal trasfondo de la mayoría de las referencias a la esclavitud en los Evangelios.

El antiguo Imperio romano continuó aplicando una economía de esclavos arraigada, omnipresente y legalmente codificada, en la que todos los seres humanos se clasificaban como esclavos, antiguos esclavos (libertos) o nacidos libres (cf. el contraste entre la esclavitud y la libertad en Jn 8:33–35). Aunque la esclavitud de la nación hebrea en Egipto es un acontecimiento y motivo bíblico importante (cf. Ex 20:2: «casa de servidumbre»), es bien poco lo que tiene de característicamente judío la representación o el trato a los esclavos en los Evangelios.

La esclavitud romana se puede definir como el sometimiento absoluto de aquellos que no son libres. Los esclavos estaban bajo el poder y control absolutos de otra persona, y eran considerados como propiedad humana que se podía vender, prestar o legar a perpetuidad.

Los esclavos romanos no solamente hacía trabajos forzados, sino que no tenían raíces ni relaciones de parentesco. Carecían de derechos, y en la mayoría de los casos no podían poseer bienes (aunque hay casos de esclavos bien situados que acumularon fortunas personales o contraían deudas [cf. Mt 18:23–35]).

Estaban socialmente excluidos, y, en una sociedad altamente honorífica, carecían de honor. Tal vez lo más importante fuera que sus vidas eran vulnerables al castigo extremo.

Estatua de un esclavo romano procedente del siglo II de nuestra era.

La explotación de los esclavos no se consideraba inapropiada ni poco ética (Polibio, Hist. 4.38.4) y estaba estructural, legal y visiblemente insertada en el orden social romano y su tejido económico. La esclavitud no era una característica marginal; antes bien, incidía prácticamente sobre todos los aspectos de la sociedad, y se manifestaba, sobre todo, en la elevada proporción de esclavos que había entre la población (si bien las cifras exactas son inciertas y variaban de un lugar a otro del imperio). En suma, aunque la esclavitud estaba consagrada en la ley, los esclavos no estaban protegidos por ella.

A pesar de estas características categóricas y absolutas, los retratos de la esclavitud romana son, sin embargo, diversos, con aspectos tanto de similitud como de contraste con otras personas sumamente dependientes, desfavorecidas o de bajo estatus. Aunque normalmente era un estado involuntario, podía ocurrir que algunos individuos se sometieran a la esclavitud, eligiendo cambiar la pobreza extrema como trabajador libre por la posibilidad no garantizada de vivienda, vestido y una fuente regular de alimentos como esclavo.

Los esclavos trabajaban tanto en entornos públicos como privados, incluidos los contextos domésticos, urbanos o rurales. Los entornos de los Evangelios incluyen una preponderancia de imágenes de esclavitud agrícola (e.g., Mt 13:24–30).

La mayoría de esclavos romanos eran varones, y esto queda reflejado también en los relatos evangélicos (contrástese la esclava [paidiskē παιδίσκη] que confrontó a Pedro después de su negación [Mt 26:69 // Mc 14:66; Lc 22:56; Jn 18:17]; la única parábola que se refiere a esclavas [paidiskē παιδίσκη] en contraste con los esclavos varones [Lc 12:45]; y la autorreferencia de María como esclava [doulē] del Señor [Lc 1:38, 48]). A los esclavos se les podía encargar cualquier tarea, que no fuera el servicio militar, y a menudo se les podía ver trabajando junto a pobres libres asalariados (cf. misthōtos μισθωτός [Mc 1:20; Jn 10:12–13], misthios [Lc 15:17, 19], donde se hace referencia a un «jornalero»).

Si bien muchos esclavos no experimentaban ninguna mejora en sus circunstancias, algunos sí se beneficiaban de avances e incluso de la manumisión (la concesión de la condición de libre por parte del amo, un caso que no se registra en los Evangelios). En consonancia con otras fuentes, algunas representaciones de esclavos en las parábolas evangélicas describen ejemplos en los que los esclavos individuales tenían tanto influencia como responsabilidad, incluidas las inversiones económicas (Mt 25:14–30), la administración de esclavos más jóvenes (Lc 12:42–48) y medios para recompensar los éxitos mediante ascensos (Mt 24:45–51; 25:14–30).

Muchos amos aumentaban el valor de sus esclavos asegurándose de que recibieran cierto nivel de educación e involucrándolos en la educación de sus hijos. No obstante, cualquier buena fortuna seguía siendo precaria.

Aunque la violencia y la brutalidad eran comunes en la sociedad romana, los esclavos frecuentemente acababan siendo maltratados, y no tenían protección contra el trato duro o el castigo corporal.

Los Evangelios sinópticos consignan una parábola en la que una serie de esclavos son tratados con brutalidad por los arrendatarios (Mt 21:33–42 // Mc 12:1–11 // Lc 20:9–17). En el relato de Lucas, mientras que la audiencia de Jesús espera este maltrato de los esclavos, causa sorpresa que los arrendatarios maltraten también al hijo del dueño de la viña (Lc 20:16). Sin embargo, también aparecen retratos de buenos amos, tanto en los Evangelios (e.g., Mt 18:23–35; Lc 12:37) como en otras fuentes contemporáneas, cuyos esclavos gozaban de circunstancias relativamente benignas, envidiables tanto para los demás esclavos como incluso para los libres más desfavorecidos.

En los textos griegos antiguos diakonos aparece frecuentemente en contextos de las tareas del hogar, especialmente sirviendo mesas. Sin embargo, J. Collins sostiene que el servilismo, la humildad, la baja condición social y las tareas domésticas no son necesariamente las características más destacadas de esta palabra (cf. la parábola del hijo pródigo, en la que el hermano mayor declara haber servido [douleuō] obedientemente a su padre durante muchos años [Lc 15:29]).

Más bien, las nociones clave incluyen la representación, la agencia y la mediación. El sustantivo diakonos διάκονος se puede aplicar a una persona de cualquier condición social que sea un intermediario subordinado. Tal persona puede estar en una posición de *autoridad, pero está llevando a cabo tareas en nombre de alguien de mayor rango. Collins sostiene que mientras que el foco en la mayor parte de los textos griegos no se pone sobre el servicio humilde y amoroso a los demás, en los Evangelios la designación principal es algún tipo de asistencia de baja categoría.

Sin hablar de los miles de esclavos empleados en Egipto y Babilonia, se puede mencionar el hecho de que en las civilizadas sociedades de Grecia y de Roma los esclavos eran mucho más numerosos que los hombres libres. Los más grandes filósofos de aquel entonces justificaban la esclavitud como una institución natural y necesaria. Aristóteles afirmaba que todos los bárbaros eran esclavos de nacimiento, solamente buenos para obedecer. En el año 309 a.C. había en la Ática 400.000 esclavos, 10.000 extranjeros, y solamente 21.000 ciudadanos.

En Roma, en época de Claudio, había en la capital 2 o 3 esclavos por cada persona libre. Había familias ricas que tenían hasta 10.000 y 20.000 esclavos. No se les reconocía a estos desventurados ningún derecho civil ni matrimonial. Sus dueños podían, a voluntad, venderlos, separarlos, darlos, torturarlos, e incluso matarlos. En el Evangelio, con el reconocimiento de la dignidad del hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, que aunque caído es hecho objeto de la gracia salvadora de Dios liberándolo de la esclavitud al pecado, se halla también la base que ha hecho posible en la cristiandad la eliminación progresiva de la esclavitud.

(Para saber mas sobre la esclavitud en la sociedad romana del primer siglo ver el siguiente articulo La esclavitud en Roma)

Esclavos conduciendo una galera.

  • La esclavitud en los Evangelios:

Los Evangelios incluyen ejemplos históricos, ficticios y metafóricos de esclavitud. Los esclavos y los dueños se encuentran con Jesús en la narración de su ministerio, pero también son un elemento importante en su enseñanza. Mientras que la mayoría de las fuentes sobre la esclavitud romana en el siglo I A. D. proviene de dueños de esclavos, resulta significativo que ni Jesús ni los evangelistas se identifiquen como esclavos o propietarios de esclavos. Sin embargo, estos textos tienden a tratar a los esclavos y la esclavitud de pasada, más que como un aspecto central. En el siglo III a.C., los esclavos judíos de Alejandría se vendían a poco más del mismo precio: 120 dracmas (Ant. 12:2, 3).

A lo largo del período romano temprano no existió una voz concertada en contra de la esclavitud, y pese a que los Evangelios incluyen elogios ocasionales de esclavos fieles (Mt 24:45), en consonancia con otros autores contemporáneos aislados, no existe una desaprobación clara de la tenencia de esclavos o la esclavitud. De hecho, la esclavitud es una frecuente metáfora del *discipulado, y repetidamente se presenta a *Dios como un dueño de esclavos, incluso como un amo ausente (cf. Mc 13:35–36; Mt 6:24 // Lc 16:30; Mt 10:24–25; 20:25–28; 23:11 // Lc 22:26–27; Jn 15:20; también la autodesignación de *María como esclava del Señor [Lc 1:38, 48], y la interpretación que hace Simeón de Dios como despotēs [«amo»] divino, a quien sirve como esclavo [Lc 2:29]).

Sin embargo, a diferencia de lo anterior, Juan 15:15 también apunta que los discípulos comienzan a ser identificados como amigos en lugar de como esclavos. Por tanto, los Evangelios tienden a presuponer las actitudes romanas contemporáneas hacia la esclavitud, en vez de desafiarlas. Reflejan una serie de retratos de la esclavitud entre los que se encuentran, por un lado, representaciones de amos incongruentemente buenos (Mt 18:23–35) y esclavos responsables (Mt 25:14–30) y, por otro lado, esclavos malvados (Mt 18:23–35; 24:45–51 // Lc 12:42–46; Mt 25:14–30) y descripciones de explotación y abuso violentos, incluida la disciplina corporal y la ejecución de esclavos (Mt 18:34–35).

Los evangelistas varían en su inclusión del vocabulario clave. Mientras que los cuatro utilizan doulos δοῦλος, Marcos no emplea pais, mientras que Juan no usa pais para referirse a esclavos y Lucas utiliza pais παῖς/doulos δοῦλος de manera indistinta. Todos los Evangelios usan hypēretēs ὑπηρέτης («ayudante») y paidiskē παιδίσκη («esclava»), pero solo Lucas incluye el femenino doulē. Lucas no utiliza diakonos, pero todos los Evangelios emplean diakoneō διακονέω, y todos, salvo Marcos, usan douleuō δουλεύω.

Entre los ejemplos históricos de esclavitud en los Evangelios se encuentran los esclavos (pais) de *Herodes el tetrarca (Mt 14:2), los esclavos (doulos δοῦλος) del sumo *sacerdote (Lc 22:50; Jn 18:10, 18, 26) y el esclavo (pais παῖς/doulos δοῦλος) del centurión (Mt 8:5–13 // Lc 7:2–10). Estas son figuras comparativamente secundarias.

Los esclavos domésticos, agrícolas o comerciales y sus amos (cf. también el «mayordomo» [oikonomos οἰκονόμος] en Lc 16:1–13) son motivos especialmente habituales en las *parábolas (principalmente en Mateo y Lucas, aunque cf. también el uso de thyrōros θυρωρός [«portero»] en un contexto doméstico en Mc 13:34; Jn 18:16, y un contexto agrícola en Jn 10:3).

Los esclavos aparecen como personajes centrales o secundarios. A menudo se utilizan para presentar aspectos del discipulado fiel o del discipulado malo/perezoso (e.g., las parábolas del siervo fiel o infiel [Mt 24:45–51 // Lc 12:42–46]; los talentos y las minas [Mt 25:14–30 // Lc 19:11–27]; el siervo que no perdonó [Mt 18:23–35]).

Por el contrario, la mayoría de las parábolas acerca del *reino no hacen referencia a esclavos (aunque obsérvese la parábola del trigo y la cizaña [Mt 13:24–30]). Es importante tener presente, sin embargo, que, de manera no muy distinta a la literatura de ficción de la época, las parábolas incluyen elementos de caracterización estable que se formulaban deliberadamente para sacudir o desafiar a una audiencia, y por tanto no deberían considerarse como una representación de la normalidad.

En consecuencia, mientras que se cumplen ciertas normas que cabía esperar dentro de una cosmovisión constante, también acontece lo inusual y se produce una inversión de las normas previstas (e.g., las parábolas del siervo inmisericorde [Mt 18:23–35]; el salario del siervo [Lc 17:7–10]; el mayordomo injusto [Lc 16:1–13]; los labradores malvados [Mt 21:33–46 // Mc 12:1–12 // Lc 20:9–19]; los obreros de la viña [Mt 20:1–16]). Por lo tanto, las parábolas en sí mismas no deberían considerarse como un retrato fiable de la esclavitud romana del siglo I A. D.

Las parábolas tienden a centrarse especialmente en la relación entre el amo y el esclavo, propia de la relación entre superior y subordinado, y en las responsabilidades del esclavo dentro de esta dinámica. Esto incluye la vulnerabilidad del esclavo (especialmente en Mateo) y qué consecuencias podrían esperarse razonablemente de un siervo infiel (cf. Mt 24:45: «¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente?»; Mt 25:21, 23: «Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel»). A menudo se anima a la audiencia a emular al siervo leal, fiel y obediente. Esto bien podría indicar que se tiene en mente a una audiencia predominantemente servil.

Sin embargo, en su mayor parte, las parábolas no subvierten la desigualdad de esta relación. De hecho, en la breve parábola del salario del siervo (Lc 17:7–10) el mensaje no es que un buen esclavo merece ser recompensado, sino más bien que un buen esclavo no debería esperar ninguna recompensa. Lo contrario es lo que se presenta inesperadamente en la parábola de los esclavos vigilantes, que acaban siendo servidos por su amo (Lc 12:35–40). En la parábola del siervo fiel o infiel (Mt 24:45–51 // Lc 12:42–46), donde la recompensa para el primero es que su amo le da la responsabilidad de ocuparse de todas sus posesiones, el castigo para el último suena extremadamente duro para los oídos modernos: es desmembrado por su amo.


  • El servicio en los Evangelios:

Los términos encuadrados en el grupo de palabras diakon- aparecen treinta y una veces en los Evangelios. Este lenguaje se utiliza principalmente para referirse a servir la mesa en un contexto doméstico, tanto si es obra de los esclavos de la familia (Lc 17:8) como de miembros de la misma que sirven a Jesús siguiendo las costumbres orientales sobre hospitalidad (Mt 8:15 // Mc 1:31 // Lc 4:39; Lc 10:40; Jn 12:2), o, en un motivo deliberadamente impactante, de un amo que sirve a sus propios esclavos (Lc 12:37).

Mientras Jesús y sus discípulos están viajando por los pueblos y aldeas, proclamando el reino, muchas *mujeres los apoyan de forma material (Lc 8:3; cf. Mt 27:55 // Mc 15:41). Sin que necesariamente existan connotaciones serviles, los intermediarios *angélicos también ministraron a Jesús después de la *tentación en el desierto (Mt 4:11 // Mc 1:13). Estos retratos de servicio, tanto literal como figurado, reflejan un uso normal del lenguaje.

Lucas hace un uso particular de dos palabras adicionales que se refieren especialmente al servicio cúltico de Dios: el verbo latreuō (Lc 1:74; 2:37; 4:8 // Mt 4:10) y el sustantivo leitourgia (Lc 1:23); Juan 16:2, de manera similar, usa el sustantivo latreia para referirse al servicio ritual equivocado. Estas referencias continúan un importante concepto veterotestamentario, en el que la *adoración a Dios se considera como un servicio (Ex 9:13; Dt 6:13), sea practicado por los funcionarios sacerdotales (Lc 1:74; cf. Lc 1:9 [ierateia, «servicio sacerdotal»]) o por otros (Lc 2:37). No hay necesariamente ninguna connotación de trabajo de baja categoría, si bien el adjetivo afín latreutos en el Pentateuco de la LXX sí se refiere al trabajo ordinario y doméstico, que está prohibido durante el *sábado (e.g., Ex 12:16).

A la luz de estos dos contextos de servicio cúltico a Dios y de servicio doméstico o atención personal a otros, que se describen en los Evangelios, resulta especialmente destacable que la característica más habitual en el uso que hace el propio Jesús de este vocabulario es que se refiere tanto a su propio ministerio de servicio abnegado en su encarnación, vida y muerte, como a las maneras en que esto se convierte en un modelo que sus seguidores deben emular.

Jesús vino principalmente para servir, y no para ser servido (Mt 20:28; Mc 10:45; Lc 22:26), y al hacerlo así puso el ejemplo de que los demás también deberían centrarse en servir (Mt 20:26 // Mc 10:43), fueran amos o esclavos. Tanto en su vida como en su enseñanza, la jerarquía habitual entre el que sirve y el que es servido se invierte o se ignora (Mt 23:11; Mc 9:35; Lc 22:26–27). Sobre este punto, los discípulos son reprendidos expresamente por buscar el honor de acuerdo con las normas sociales (Mc 9:33–37 // Lc 9:46–48; Mt 20:20–28). En vez de eso, el honor se lo confiere Dios directamente al que sirve (Jn 12:26). Un discípulo sirve a Jesús satisfaciendo las necesidades de los hambrientos, sedientos, desnudos, enfermos, cautivos o extranjeros (Mt 25:44). El ministerio de Jesús incorpora tanto el sufrimiento como el servicio a aquellos que sufren.

En otro orden de cosas, a Jesús también se le identifica indirectamente con el Siervo Sufriente de Isaías 53:4 en Mateo 8:16–17 (cf. la cita de Is 53:12 en Lc 22:37). Más explícitamente, Mateo 12:18 emplea Isaías 42:1 para describir a Jesús como el escogido de Dios: «mi siervo» (o pais mou). Este importante motivo veterotestamentario usa el lenguaje judío del «siervo» para presentar a Jesús como un siervo y, a la vez, como una figura real: un rey davídico ideal y mesiánico que actúa para traer liberación y justicia para todos (véase SIERVO DE YHWH).


  • Lavamiento de pies:

Un ejemplo particularmente ilustrativo de la identificación de Jesús como alguien que sirve en trabajos de baja categoría como esclavo doméstico (doulos δοῦλος) aparece en Juan 13, que describe a Jesús lavando los pies de sus discípulos.

El lavamiento de pies tiene lugar durante la cena, probablemente antes de la fiesta de la Pascua. El acto se presenta como un acto de servicio, pero también de amor («los amó hasta el final» [Jn 13:1]); un acto de autohumillación, pero también de glorificación (la inminente «hora» de la glorificación [Jn 13:1; cf. Jn 12:23]); el acto de un esclavo, y sin embargo realizado por un maestro sobre sus discípulos («Señor y Maestro» [Jn 13:13–14]).

Anticipa la traición de Judas (Jn 13:2), pero también la victoria definitiva que es entregada en manos de Jesús por Dios (Jn 13:3). En todo hay un énfasis repetido en el conocimiento completo de Jesús (Jn 13:1, 3, 11, 17). El relato sugiere que Jesús anticipó que sus actos no serían entendidos de inmediato (Jn 13:7), y sin embargo en el discurso que sigue al lavamiento esboza una explicación para los discípulos (Jn 13:12–15). Por tanto, el marco está cargado de ambigüedad, suspense y significado teológico.

A la luz de esta complejidad, hay una serie de interpretaciones de Juan 13 y cada una de ellas identifica un propósito dominante diferente del pasaje. La mayoría de los estudiosos coincide en que el relato describe el servicio humilde, un acto realizado normalmente por un esclavo doméstico que deja a un lado su manto y toma una toalla. A su vez, este es un modelo para los seguidores de Jesús y una lección sobre la verdadera grandeza. Puede que también transmita aspectos de la hospitalidad acogedora que la iglesia posterior debería adoptar.

Alternativamente, es posible que existan lazos con el *bautismo, algo que podrían sugerir estas tres cosas:

(1) la única aparición en los Evangelios del verbo louō λούω («lavar, bañarse» [Jn 13:10], utilizado a menudo en referencia al lavamiento de purificación [cf. Heb 10:22]);

(2) la declaración de Jesús de que sin esta limpieza (aquí aparece la forma más común niptō νίπτω [«lavar»] y se repite en el pasaje en general) Simón Pedro no tendrá comunión con Jesús (Jn 13:8);

(3) la enigmática declaración de que no todos los presentes estaban limpios (Jn 13:10). En un Evangelio que no contiene una referencia al sacramento de la Eucaristía, este pasaje podría sugerir en su lugar que, como algo distinto del bautismo iniciático, el lavamiento de los pies es un sacramento y una ordenanza independientes que deberían llevar a cabo repetidamente los discípulos (Jn 13:17).

Otra opinión que cuenta con un importante apoyo es que el énfasis principal del pasaje es soteriológico. Las acciones de Jesús de «levantarse» de la cena, «quitarse» el manto, «tomar» una toalla y luego «lavar los pies» de sus discípulos presagian la obra salvífica de Cristo levantado en la cruz, a la que alude la declaración inicial del capítulo.

Los Evangelios ofrecen un gama de contextos y razones distintos para mojar, lavar o ungir los pies, la cabeza o las manos, sean las propias o las de otros. En el capítulo anterior (Jn 12:1–8), en casa de María, Marta y *Lázaro en Betania, María ungió (aleiphō ἀλείφω) los pies de Jesús, en el contexto de una comida íntima, con una cantidad considerable de un costoso perfume y los secó con su cabello como un acto profundo de homenaje.

Ante la objeción equivocada de Judas, la acción de María recibe la aprobación de Jesús, aunque no como un acto de servicio de poca importancia. Los Evangelios registran otros dos casos en los que Jesús fue ungido en el contexto de estar reclinado a la mesa. Marcos describe una ocasión similar en casa de Simón el leproso en Betania, donde una mujer echa (katacheō καταχέω) un ungüento de nardo sobre la cabeza de Jesús (Mc 14:3–9 // Mt 26:6–13). En el relato, la acción es interpretada por Jesús como una unción (myrizō o ballō to myron) de su cuerpo en preparación para su sepultura: un acto que será recordado siempre que se predique el evangelio.

En otra ocasión, mientras está sentado a la mesa de un fariseo (Lc 7:36–50), Jesús reprende a Simón por no ofrecer agua con la que Jesús habría podido lavarse los pies. En cambio, perdona los pecados de una mujer cuyos actos de adoración y amor, que incluyeron mojar (brechō βρέχω) los pies de Jesús con sus lágrimas y besos, ungirlos con ungüento (aleiphō ἀλείφω) y luego secarlos con su cabello, eran señales de su fe. Estas acciones de ungir los pies o la cabeza de Jesús con perfume o ungüento tienen connotaciones más amplias que las de un simple servicio de poca monta en un contexto de hospitalidad, y sin embargo tienen lugar en el contexto de la hospitalidad de mesa.

En otro marco, Jesús anima a sus seguidores a que, cuando ayunen, unjan (aleiphō ἀλείφω) sus cabezas y se laven (niptō νίπτω) la cara para no llamar la atención sobre su ritual (Mt 6:17); y Marcos señala que es tradición de los ancianos que los fariseos y todos los judíos se laven las manos para evitar la contaminación (Mc 7:3–4; niptō νίπτω y baptizō βαπτίζω).

J. Thomas analiza una serie de marcos de lavamiento de pies que aparecen reflejados en fuentes veterotestamentarias, judías y grecorromanas (Thomas, 26–60). Por lo general, el lavamiento de pies en el AT es un acto de hospitalidad que ofrece un anfitrión pero que habitualmente lleva a cabo uno de sus siervos (Gn 18:4; 19:2; 24:32; 43:24; Jue 19:21; 1 Sm 25:41). Tales actos vienen a representar un servicio humilde, cortesía y respeto. También en un contexto doméstico, lavarse los pies se hacía simplemente por razones de higiene personal y comodidad (2 Sm 11:8).

Por el contrario, Éxodo 30:17–21 narra la orden de Dios de que los sacerdotes, a través de las generaciones, se consagren lavándose las manos y los pies antes de ofrecer sacrificios en el lugar santo. Estas acciones repetidas siguen a un lavamiento anterior que se realiza una sola vez (Ex 29:4).

Junto con los relatos evangélicos, estos pasajes destacan que existen varias razones para lavarse la cabeza, las manos o los pies (entre las que se incluyen, de manera inusual, algunas acciones cúlticas en el ámbito doméstico), cuyo propósito va desde la hospitalidad amable y cortés (con connotaciones domésticas) y la higiene personal (a menudo lavándose uno mismo), hasta la purificación ritual y también la unción (para el entierro).

Dentro de las complejidades de Juan 13, puede que el motivo dominante sea un modelo de servicio, incluyendo una inversión del estatus, y la súplica de que tales acciones y actitudes caractericen a los discípulos de Jesús. La objeción de Simón Pedro (Jn 13:8) suscita la introducción de un motivo adicional de un rito repetible que purifica y es distinto del baño completo (del bautismo). No está claro si los elementos de servicio de poca importancia y de purificación cultica se deben combinar y luego continuar por los discípulos.


  • Enseñanza espiritual de ser esclavo/siervo de Yeshua el Mesías:

Doúlos δοῦλος representa el escalón más bajo de la servidumbre. Cristo nos compró en el mercado de los esclavos para hacernos esclavos suyos. Hemos sido comprados por precio (1 Co. 6:20; 7:23), porque teníamos otro amo. Todo el que hace el pecado, es esclavo del pecado (Jn. 8:34b), porque de quien uno es vencido, de este queda hecho esclavo (2 P. 2:19b). De manera que el que es liberto del pecado, es esclavo de Cristo, porque si Uno murió por todos, entonces todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió y fue resucitado por ellos (2 Co. 5:14–15).

Dios nos ha salvado para un propósito y esto es para formar parte del cuerpo, la Iglesia de Cristo (Ro. 7:4b; Ef. 1:22–23; Col. 1:18) y hacer la obra del servicio (Ef. 4:12) que está destinada a los santos como testigos del poder de su resurrección (Hch. 4:33; 1 P. 1:3; 2 Ti. 2:2). Pues como nos dice Pablo en su primera epístola a los Corintios (9:16–17): Porque si proclamo el evangelio, no me es motivo de gloria, pues me es impuesta necesidad, y, ¡ay de mí si no proclamara el evangelio! Porque si hago esto por propia voluntad, tengo recompensa; y si por obligación, un encargo me ha sido confiado.

Nuestra vieja naturaleza se ha hecho esclava de Jesucristo. En tanto que nos hacemos esclavos de Él, nos hacemos libres. No somos esclavos por decisión propia, pues sin Cristo nada podemos hacer (Ga. 3:5; 1 Co. 12:11; Fil. 2:13; 4:13). Un cristiano debe de estar convencido del hecho trascendental de que cuando muere, vive, pues el vivir es Cristo, y el morir es ganancia (Fil. 1:21). Maravillosa esclavitud que tenemos en Cristo, que nos trae a la memoria nuestra antigua condición como esclavos del pecado.

Para poder vivir como un esclavo de Jesucristo (1 Ts. 1:9; 1 Co. 7:22b), se debe empezar a reconocer que se es propiedad de Dios. El evangelio no es simplemente una invitación para hacerse socio de Cristo, sino un mandato para hacerse Su esclavo. La mayoría de los creyentes intenta vivir la vida cristiana completamente al revés. Ninguno puede servir como esclavo a dos señores, porque aborrecerá al uno y amará al otro, o será leal al uno y menospreciará al otro. No podemos ser esclavos de Dios y de Mamón (Mt. 6:24; Lc. 16:13).

Con frecuencia pedimos a Dios que se ocupe de nuestros asuntos, en vez de vivir como esclavos fieles de sus posesiones. La mayoría de las veces, nuestra voluntad se somete a la de Dios bajo la condición de que esta nos agrade; pero si su voluntad consiste en algo que implica la negación de nosotros mismos, entonces no estamos dispuestos a ser sus esclavos.

En Cristo no hay esclavitud parcial sino completa. Ser un esclavo no consiste en servir selectivamente, cuando es conveniente o resulta cómodo. Tampoco consiste en servir conforme a intereses personales, si los demás lo notan, o si pagan por ello. Un esclavo de Cristo piensa de la siguiente manera: Le sirvo donde, cuando, como, a quien, solamente si, Él quiere, y sin condiciones. Ser un esclavo consiste en llevar un estilo de vida de total sometimiento a Jesús y Su voluntad. Y lejos de ser una carga, la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta (Ro. 12:2)

Ejemplo tenemos en Cristo Jesús: …porque ni el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y dar su vida en rescate por muchos y el que quiera ser primero, será esclavo de todos (Mt. 20:26–28; Mr. 10:44–45). También nuestros hermanos Pablo, Jacobo, Pedro, Judas, Juan y otros, se identifican como esclavos de Cristo (Jac. 1:1; 2 P. 1:1; Jd. 1:1; Ro. 1:1; Tit. 1:1; Col. 4:12; Ap. 1:1; 15:3).

“Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, os hicisteis obedientes de corazón a aquella forma de enseñanza a la que fuisteis entregados; y habiendo sido libertados del pecado, os habéis hecho siervos/doulos (traducción agregada) de la justicia”

(Romanos 6:17-18, LBLA).


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Nota en pasaje especial § 273 Biblia Textual. (2020). (IV Edición, p. 1512). Sociedad Bíblica Iberoamericana.

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