La vestimenta y la posible apariencia personal de Cristo

En Mateo 9:19-22 leemos:

19 Jesús se levantó y fue con él, acompañado de sus discípulos. 20 En esto, una mujer que hacía doce años padecía de hemorragias se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto. 21 Pensaba: «Si al menos logro tocar su manto, quedaré sana.» 22 Jesús se dio vuelta, la vio y le dijo:
—¡Ánimo, hija! Tu fe te ha sanado.
Y la mujer quedó sana en aquel momento.

International Bible Society, Nueva Versión Internacional (East Brunswick, NJ: Sociedad Bı́blica Internacional, 1979), Mt 9:19–22.

Como ésta es casi la única ocasión en que podemos echar un vistazo a la apariencia y atavío externo de Cristo, haremos bien procurando formarnos una concepción precisa del mismo, en cuanto lo permiten los conocimientos que tenemos del vestido entre los antiguos hebreos. Los rabinos habían dispuesto como una regla, que entendidos u hombres de letras debían ser muy cuidadosos en su vestido. Era una vergüenza que un erudito anduviera por la calle con los zapatos rotos o remendados; «llevar vestidos sucios merecía la muerte» (Shabb. 114 a), porque «la gloria de Dios era el hombre, y la gloria del hombre su vestido» (Derekh Erets S. 10, hacia el final).

Esto se aplicaba sobre todo a los rabinos, cuya apariencia externa podía dar una impresión pobre de su profesión teológica. La regla general era comer y beber por debajo de los medios de uno (a lo más según fueran estos medios), pero el vestir y el alojamiento tenían que ser superiores (Bab. Mez. 52 a; Chull. 84 b).7 Porque en estas cuatro cosas podía verse el carácter de un hombre: si se había ido de la mano en las copas tomadas, en cuestiones de dinero, cuando estaba airado y en su vestido de harapos (Erub. 65 b). Es más: «El vestido de la mujer de un Chabher (asociado erudito) es de mayor importancia que la vida de un ignorante (rústico), por amor a la dignidad de los sabios» (Jer. Horay. 48 a, 4 líneas antes del final).

Como resultado, los rabinos acostumbraban a llevar vestidos por los que se les pudiera distinguir. En período ulterior parece que con ocasión de su ordenación se ataviaban a veces con un manto dorado (Babha Mez. 85 a). Quizá llevaban una prenda distintiva en la cabeza, e incluso los «dirigentes» (los ancianos, זקן) en su ordenación.8 El Nasi palestino, o presidente del Sanedrín, también llevaba un vestido distintivo (Ber. 28 a), y el jefe de la comunidad judía de Babilonia, una faja distintiva (Horay. 13 b).9

Al referirse a las prendas de vestir que podían ser salvadas en día de sábado, de una casa incendiada –no ciertamente llevándolas, sino poniéndoselas encima todas, una tras otra–, se citan no menos de dieciocho artículos (Shabb. 120 a; Jer. Shabb. 15 d). Si el significado de los términos pudiera ser precisado de modo correcto, sabríamos bastante bien lo que llevaban los judíos del siglo II, y probablemente antes, desde los zapatos y calcetines en los pies, a los guantes en las manos.10 Por desgracia, muchas de estas designaciones son disputadas. Ni debe pensarse que, porque haya dieciocho nombres, el vestido de un israelita consistía en otras tantas prendas separadas. Varias de ellas se referían a formas o clases de la misma prenda, externa o interna, mientras que la lista indica su número extremo y su variedad más bien que el vestido corriente que se llevaba. Este último consistía, a juzgar por las instrucciones que se dan para desnudarse y vestirse en el baño, en seis, aunque quizá más generalmente seis artículos: los zapatos, lo que cubría la cabeza, el Tallith o manto por fuera, la faja, la Chaluq o ropa interior, y la Aphqarsin, la prenda más interna (Derekh Erets R. 10, p. 33 d).

Por lo que se refiere a los zapatos, un hombre debía vender lo que fuera de sus posesiones para adquirirlos;11 y si bien es posible que tuviera que desprenderse de ellos para comprar comida, eso sólo cuando estuviera débil en extremo, como por ejemplo a causa de sangrías (Shabb. 129 a; comp. Pes. 112 a). Pero no era corriente proveerse de más de un par de zapatos (Jer. Shabb. vi. 2); y a esto puede referirse la indicación de Cristo a los apóstoles (Mt. 10:10) de que no se procuraran zapatos para el viaje, o bien la conocida distinción entre zapatos (Manalim) y las sandalias (Sandalim). Los primeros, que eran a veces hechos de material burdo, cubrían todo el pie, y tenían por objeto protegerlo en el invierno o tiempo lluvioso; mientras que las sandalias sólo tapaban la suela y lados del pie, y se usaban en verano (B. Bathra 58 a, líneas 2 y 3, desde arriba).

Por lo que se refiere a la cobertura de la cabeza, se consideraba como una falta de respeto andar fuera, o pasar una persona, con la cabeza descubierta.12 Los esclavos se cubrían la cabeza en presencia de sus amos, y el Targum Onkelos indica la libertad de Israel parafraseando la expresión «salió con la vara alta» con «salió con la cabeza descubierta».13 La cobertura corriente para la cabeza era la llamada Sudar (o Sudarium), un pañuelo enrollado en forma de turbante que también podía llevarse alrededor del cuello. Había asimismo en uso una especie de sombrero, o bien de material ligero o de fieltro (Aphilyon shel rosh, o PhilyonKel. xxix. 1). El Sudar lo enrollaban los rabinos en una forma peculiar, para distinguirse de los demás (Pes. 111 b). Leemos, además, de una especie de gorro o capucha unido a algunas clases de prendas exteriores o interiores.

El vestido del cuerpo lo constituían tres o cuatro prendas comúnmente. Primero venía la ropa interior, la Chaluq (túnica) o la Kittuna –también Kittanitha y Kittunitha– (la Kethoneth bíblica), nombre este último del cual puede haberse derivado «algodón». La Chaluq podía ser de lino o de lana (Jer. Sanh. 20 c, final). Los hombres de letras la llevaban hasta los pies. Iba cubierta por una prenda exterior, el Tallith (manto), hasta un palmo de su borde inferior aproximadamente. La Chaluq estaba en contacto con el cuerpo y no tenía otra abertura que alrededor del cuello y los brazos. Su borde inferior tenía una especie de costura. El poseer sólo una de estas prendas era considerado una marca de pobreza (Moed K. 14 a). De ahí que cuando los apóstoles fueron enviados a su misión temporal se les indicó que no tomaran dos «túnicas» (Mt. 10:10). Muy parecido, aunque no idéntico a la Chaluq, era el antiguo vestido mencionado en el A.T. como Kethonet, que corresponde al griego «chiton», χιτών). Como el vestido que llevaba nuestro Señor (Jn. 19:23)14 y los que mencionó a sus apóstoles son designados por este mismo nombre, llegamos a la conclusión de que son la bien conocida Kethoneth o Kittuna rabínica. Ésta podía ser de casi cualquier material, incluso de piel, aunque generalmente era de lana o lino. Tenía mangas, se ajustaba bien y se ceñía alrededor de los lomos, o debajo del pecho (comp. Ap. 1:13), por medio de una faja.

Una variedad de esta última, la Pundah o Aphundah,15 tenía bolsillos u otra clase de receptáculos, y por ello es posible que no fuera llevada por los que iban al Templo (Jer. Ber. 14 c, arriba), probablemente para indicar que el que iba a adorar no debía estar ocupado en otras cosas o dar indicación de ello.1

De las otras dos prendas mencionadas para los hombres, la Aphqarsin o Aphikarsus parece que era un artículo de lujo más bien que de necesidad. Su propósito preciso es difícil de aclarar. Una comparación de los pasajes en que ocurre el término produce la impresión de que era un gran pañuelo, usado, en parte, como tocado para la cabeza, y que colgaba de allí y era atado bajo el brazo derecho.16

Esta representación antiquísima del milagro es del siglo IV y se contempla en las catacumbas romanas.

Probablemente se llevaba también sobre la parte superior del cuerpo. Pero la circunstancia de que, al revés de otras prendas, no había que rasgarla en caso de luto (Jer. Moed. K. 83 d) y que cuando lo llevaban las mujeres era considerada una marca de riqueza (Nidd. 48 b), muestra que no era una prenda de vestir necesaria y, por tanto, con toda probabilidad no la llevaba Jesús. Otra cosa ocurre con las prendas exteriores. Hay varias formas y clases de ellas que aún se usan, como el más ordinario Boresin y Bardesin –el moderno «albornoz»– hacia arriba. La Gelima era una capa cuyo «borde» o «costura» es mencionado de modo especial גלימא שיפולי‎ (Sanh. 102 b y otros). La Gunda era una prenda peculiar de los fariseos (Sot. 22 b). Pero la prenda exterior que llevaba Jesús sería, o bien la llamada Goltha, o más probablemente el Tallith. Ambas iban provistas de cuatro bordes, con los llamados Tsitsith, o flecos (orlas). Éstos estaban cosidos a los cuatro lados del vestido exterior, al parecer en cumplimiento de la orden de Números 15:38–41 y Deuteronomio 22:12.

Al principio, esta observancia parece que era relativamente simple. La cuestión del número de filamentos o hilos de estos flecos fue decidida en conformidad con la escuela de Shammai. Cuatro hilos (no tres, como proponían los hillelitas), cada uno de la longitud de cuatro dedos (éstos, según la tradición posterior, doblados) y cosidos a los cuatro lados de lo que debía ser una prenda cuadrada estrictamente; por lo menos éstas eran las reglas primitivas sobre ella (Siphré , ed. Friedmann, p. 117 a).

La Mishnah deja abierta la cuestión de si los filamentos o hilos debían ser azules o blancos (Menach. iv. 1). Pero el Targum pone mucho énfasis en que tenía que haber un hilo de color jacinto entre los cuatro blancos (Targum Sal.–Jn. sobre Nm. 16:2). Parece, incluso, implicar el modo peculiar simbólico de anudarlos (u.s. sobre Nm. 15:38). Más detalles simbólicos fueron añadidos en el curso del tiempo.17 Como estos flecos eran cosidos a los bordes de toda prenda cuadrada, la cuestión de si la prenda superior que llevaba Jesús era la Goltha o el Tallith es de importancia secundaria. Pero como todo lo que se refiere a su persona sagrada es de profundo interés, podemos inclinarnos, en nuestro estado de conocimientos, en favor del Tallith. Ambas prendas son citadas como vestidos distintivos de los maestros, pero la Goltha (en cuanto difiere del Tallith) parece ser más peculiarmente rabínica.

Podemos formarnos ahora una idea aproximada de la apariencia externa de Jesús esa mañana de primavera entre la multitud en Capernaum. Podemos suponer, con garantías, que iba en el vestido ordinario, no en el más ostentoso, que llevaban los maestros judíos en Galilea. El tocado de la cabeza probablemente sería el Sudar (Sudarium) enrollado en forma de turbante, o quizá la Maaphoreth,18 que parece haber servido de cobertura para la cabeza, y haber descendido sobre la nuca y los hombros, algo así como el «pugaree» indio. Llevaría los pies calzados con sandalias. La Chaluq, o si se quiere la Kittuna, que formaba su vestido interior, tiene que haberle ido muy justa, y le llegaba hasta los pies, puesto que no sólo la llevaban los maestros, sino que se consideraba como absolutamente necesaria para todo el que quisiera leer públicamente o «targumar» las Escrituras, o ejercer alguna función en la Sinagoga (Tos. Megill. iv., p. 45 b, líneas 17 y 16 desde la base). Como sabemos, era «una túnica sin costura, de un solo tejido, de arriba abajo» (Jn. 19:23).

Hacia la cintura iría ceñida por una faja. La faja no se llevaba al exterior, sobre el vestido suelto, como piensan algunos. Sobre esta túnica interior muy probablemente llevaría la prenda cuadrada externa, o Tallith (manto), con sus acostumbrados flecos de cuatro hilos blancos con uno de color jacinto anudados en cada uno de los bordes. Hay razones para creer que había tres prendas cuadradas que llevaban estos flecos que, a modo de ostentación, los fariseos hacían especialmente anchos para atraer la atención, tal como hacían anchas las filacterias (Mt. 23:5). Aunque Cristo solamente denunció esta última costumbre, no las filacterias en sí, es imposible creer que Él mismo las llevara, fuera en la frente o el brazo.19

Las Sagradas Escrituras no dan base de apoyo o justificación para su uso, y sólo el externalismo de los fariseos podía presentar su uso como cumplimiento de lo indicado en Éxodo 13:9, 16 y Deuteronomio 6:8; 11:18. La admisión de que ni los sacerdotes que oficiaban ni los representantes del pueblo las llevaban en el Templo (Zebhach.19 a y b) parece indicar que esta práctica no era seguida por todos. Por otra parte, nos negamos a creer que Jesús, cual hacían los fariseos, llevara filacterias cada día, y todo el día o aun gran parte del día. Porque los antiguos las llevaban así, y no meramente, como en tiempos modernos, sólo durante la oración.20

Un comentario más antes de dejar el tema. Nuestras averiguaciones sobre esta materia también confirman la exactitud del cuarto Evangelio. Leemos (Jn. 19:23) que los cuatro soldados que crucificaron a Cristo se repartieron los bienes que Él poseía en su pobreza, quedándose cada uno parte de su vestido, mientras que para la túnica, que si la dividían habría sido hecha retazos, echaron suertes. Esta observación incidental da evidencia de la paternidad judaica del Evangelio, por el conocimiento preciso que muestra. Las cuatro prendas de vestido repartidas serían el tocado de la cabeza, las sandalias, la larga faja y el burdo Tallith: las cuatro aproximadamente del mismo valor. Y la quinta, indivisa, y relativamente más costosa, «sin costura, de un solo tejido de arriba abajo», probablemente de lana, como correspondía a la temporada del año, era la Kittuna, o prenda interior. Puede parecer lamentable que lo que la cristiandad habría considerado de tanto valor, fuera dividido como botín por la soldadesca. Y, con todo, fue mejor para nosotros, puesto que ni siquiera las advertencias más serias nos habrían impedido que la veneración debida a estas prendas hubiera pasado los límites de la mera reverencia con que debía ser considerado lo que llevó Aquél que murió por nosotros en la Cruz.

¿Podemos, pues, maravillarnos de que esta mujer judía, «habiendo oído hablar de Jesús» con su conocimiento imperfecto, y en la debilidad de su fe fuerte, pensara que con sólo tocar su vestido quedaría sanada? No es sino lo que nosotros mismos podríamos pensar si Él estuviera andando todavía por la tierra entre los hombres: es el error que, en una forma u otra, todavía alimentamos cuando, en la debilidad de nuestra fe –la diástole de la misma–, nos parece que el no poder tocar esta ayuda percibida exteriormente, o sea, su presencia, nos deja desgraciados y enfermos, mientras el toque real, aunque sólo fuera de su vestido, nos traería perfecta curación. Y en algún sentido es realmente así. Porque, sin duda, el Señor no puede ser tocado por la enfermedad o la desgracia sin que salga curación de Él, porque es el Hombre-Dios. Y Él es también el Salvador amante y compasivo, que no desdeña ni se vuelve de nuestras debilidades en la manifestación de nuestra fe, como tampoco se volvió de aquella que tocó el borde de su vestido para ser curada.

Podemos figurarnos la escena mentalmente cuando, mezclada con los demás que se apretujaban alrededor y contra el Señor, ella extendió su mano y «tocó el borde de su manto», muy probablemente21 la larga Tsitsith o uno de los bordes de la Tallith.


7 7 En consecuencia, cuando una persona solicitaba auxilio en alimento, se inquiría acerca de sus medios, aunque no se hacía si solicitaba vestido (Bab. B 9 a).

8 8 Aunque admito que el pasaje (Vayyik. R. 2) no es del todo claro. La Maaphoreth citada allí no tiene que haber sido un vestido oficial, sino uno que el hombre había usado y al que tenía mucho afecto, por el recuerdo de haberlo usado el día de su ordenación.1Vayyik. R. Vayyik. R. La Midrash Vayyikra Rabba, sobre Levítico.

9 9 En general, tengo que reconocer mi deuda sobre el difícil tema del vestido a Sachs, Beiträge z. Sprach- u. Alterth.-Forsch.; a los artículos en el Diccionario de Levy; y especialmente a Brüll, Trachten d. Juden. El artículo de Hamburger, Real-Encykl., es prácticamente una repetición del de Brüll.

10 10 Es con este nombre que Landau traduce una de las palabras en Shabb. 120 a. Ni que decir tiene que la traducción es muy dudosa.

11 11 Brüll considera esto dudoso, y dicho como controversia a las prácticas de los primeros cristianos. Pero confunde las sectas con la Iglesia.

12 12 Por otra parte, el deambular con los zapatos sueltos era considerado como una marca de orgullo.

13 13 Esta expresión ocurre en el Targum sobre Jueces 5:9.

14 14 En cuanto al modo de tejer estas prendas, ver la ilustración pictórica en Braunius: Vest. Sacerd. Hebraeor., que es reproducida, con muchos detalles de varias otras obras; en Hartmann: Hebr. am Putzt., vol. 1, con notas explicativas añadidas al comienzo del volumen 3.

15 15 Era llevada al exterior (Jer. Ber. 14 c, arriba). Ésta es la faja que no debía llevarse en el Templo, probablemente porque era la que se llevaba cuando uno se ocupaba de negocios.

16 16 Kel. 24:1; Ber. 23 b; 24 b. Éste es un pasaje a la vez curioso y difícil. Parece implicar que la Aphqarsin era una prenda llevada en verano, atada al cuerpo y que tenía mangas.

17 17 El número de nudos e hilos que hay al presente, es debido, naturalmente, a adiciones posteriores. El tratadito Tsitsith Kirchheim (Septem Libri Talm. P., pp. 22–24), es meramente un sumario. Las varias autoridades sobre el tema consultadas –y no son pocas– dejan la cuestión confusa.

18 18 La diferencia entre ésta y la Aphqarsin parece ser que la última era llevada y atada dentro del vestido. La Maaphoreth, hasta cierto punto, combinaría los usos del Sudar y la Aphqarsin.

19 19 Sobre este tema me limito a hacer referencia a las Enciclopedias Bíblicas y a «Sketches of Jewish Social Life», pp. 220–224.

20 20 Como la cuestión es de considerable importancia práctica, puede ser interesante notar lo siguiente: de Jer. Ber. 4 colegimos: 1) Que hubo un tiempo en que era costumbre llevar las filacterias todo el día, a fin de pasar como piadoso. Esto es denunciado como una marca de hipocresía. 2) Que fue decidido que las filacterias se llevarían durante parte considerable del día, pero no todo el día. (En Ber. 23 a a 24 a tenemos reglas y discusiones sobre quitarlas durante parte del día, bajo ciertas circunstancias, y donde colocadas durante la noche) 3) Que se objetaba a llevarlas sólo durante la oración. 4) Que algunos rabinos famosos no consideraban necesario llevar las filacterias siempre en la cabeza y el brazo. Esto parece probar que la obligación no era considerada mandatoria. Así, el rab. Jochanan las llevaba en la cabeza únicamente en invierno, pero no en verano, porque no llevaba tocado para la cabeza. Otra ilustración de que las filacterias no eran tenidas como un requisito absoluto es el siguiente pasaje citado de Sanh. xi. 3: «Es más culpable transgredir las palabras de los escribas que las de la Torah. El que dice: “No hay filacterias”, infringe la palabra de la Torah, y no ha de ser considerado un rebelde (es decir, queda libre); pero el que dice: “Hay cinco compartimentos (en vez de cuatro) que añadir a las palabras de los escribas”, éste es culpable».

21 21 De esto, sin embargo, no se desprende que en todo el lenguaje del Nuevo Testamento, κράσπεδον parezca tener este significado. Comp. la excelente obra de Braunius, Vest. Sac. Heb., pp. 72, 73; nota de p. 55, así como las notas de Schleusner.

1 Alfred Edersheim, Comentario Bíblico Histórico, trans. George Peter Grayling y Xavier Vila (VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA: Editorial CLIE, 2009), 915–917.

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