En este artículo recurriremos al recurso hermenéutico de la Tipología para adentrarnos en el significado espiritual de la relación matrimonial entre Cristo y la Iglesia escondido detrás de dos principales registros descritos en el Antiguo Testamento.
Introducción
Sea que se llamen tipos o solamente eventos análogos, es de poca importancia comparado al hecho de que ciertos matrimonios en el Antiguo Testamento son, cuando se contemplan con devoción, casi inagotables símbolos de la unión entre Cristo y la Iglesia.
Al discernimiento natural, los registros de varias desposadas del Antiguo Testamento son simples narraciones de amor humano; sin embargo, a la mente iluminada — y esto es cierto en cuanto a toda figura simbólica — todas están llenas de significado espiritual. La historia humana, es en sí una belleza; pero sus alcances en sentido figurado, tienden a descubrir las más profundas realidades de la gracia divina como puede verse esa gracia en la unión entre Cristo y Su Iglesia.
El gran campo de figuras y su lugar en la revelación divina no puede presentarse aquí, sino que se dejará para ser considerado después. Podrá observarse, sin embargo que un tipo es una anticipación hecha con propósito divino para ilustrar su antitipo. No es la prerrogativa de la figura establecer la verdad; esa función pertenece al antitipo. Por otra parte, el propósito del tipo, es realzar como una ilustración, la fuerza de la verdad que pertenece al antitipo (Para mas información ver el artículo Tipología como recurso hermenéutico).
El Cordero Pascual, como figura, inunda la gracia redentora de Cristo con rico significado, mientras que la misma redención confiere al tipo tesoros de verdad que nunca serían soñados. En su alcance la figura es una profecía del antitipo, y, siendo designado por Dios, no puede valuarse como una simple especulación. Es una característica vital de la inspiración divina. Es claramente divina en su arreglo e intención. Aquel que declara que cierta cosa es un tipo está obligado inmediatamente a demostrar que las semejanzas son más accidentales, que despliegan un propósito divino. En 1 Corintios 10:11 (griego) hay indicación de que hemos de esperar tales comparaciones importantes.
De las varias uniones del Antiguo Testamento que los hombres defienden como tipos de la Iglesia en su unión con Cristo, aquí se considerarán sólo dos detenidamente. Es razonable suponer que cuando se narra el matrimonio de algún hombre del Antiguo Testamento, siendo él mismo un tipo de Cristo, ese matrimonio bien puede tener algún significado típico.
Moisés es un tipo de Cristo como libertador; entonces Séfora su esposa, tomada de los gentiles mientras él vivía lejos de sus hermanos, sugiere el llamamiento de la Iglesia durante el período entre los dos advenimientos de Cristo. David es un tipo de Cristo y, de todas las esposas, Abigaíl es la que mejor ilustra la verdadera desposada. Ella abandonó todo para unirse a David. También Booz es un tipo de Cristo como pariente redentor; entonces Rut, la pobre moabita, cuando descubrió que Booz no descansaría sino hasta que concluyera la redención que haría de ella coheredera de toda su posición y sus riquezas, ella se entregó a sí misma como la amada. Salomón también es un tipo de Cristo, y a pesar de su fracaso, tiene el puesto como el hijo de David, a quien se le dará el reino. De todos los matrimonios de Salomón, la sulamita del libro de Cantares es la que mejor expresa su amor para su novio. La “hija” del Salmo 45 no es un tipo, sino más bien una contemplación previa de la Iglesia “Toda gloriosa … en su morada” al estar con el Mesías Rey en el palacio milenial. Las dos esposas que merecen atención específica son:
- Eva.
- Rebeca.
Eva
No se trata de indicar aquí el hecho de que Adán es un tipo de Cristo, aunque, aparte de la verdad de que cada uno de ellos es cabeza de una creación de Dios, todo lo demás entre ellos es contraste. Hay tres pasajes que tienen importancia especial, que son, Romanos 5:12–21; 1 Corintios 15:21, 22, y 45–49.
El primero de estos pasajes bíblicos traza el contraste entre la ruina que vino a la primera creación por el pecado de Adán y la bendición exaltada que viene a la nueva creación por la muerte y resurrección de Cristo, el Postrer Adán. El segundo pasaje — 1 Corintios 15:21, 22 — presenta el contraste entre la vida y la muerte. “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.”
Esta es una referencia, evidentemente, a la universalidad de la resurrección como fue anunciada por Cristo en Juan 5:25–28, ya que en el texto de Corintios el Apóstol presenta seguidamente la sucesión de resurrecciones que incluye a todos los que vivan sobre la tierra. El tercer pasaje, 1 Corintios 15:45–49, hace el contraste del cuerpo presente — adaptado al alma — con el cuerpo glorioso que tendremos — adaptado al espíritu. Lo único que podría decirse del primer Adán es que recibió vida, pero el Postrer Adán es la Fuente de toda vida.
Las características sobresalientes de este tipo son, (a) la derivación y (b) la identidad.
(a) Eva fue formada de una herida en el costado de Adán cuando éste fue sumergido en un profundo sueño (Gn. 2:21-22), que típicamente sugiere el hecho de que la existencia de la Iglesia ha sido hecha posible mediante la sangre de Cristo que fluyó de Su costado en Su muerte. Se llega aquí al punto apropiado para ver el símbolo de la perla como una representación de la Iglesia (Mt. 13:45–46).
Así como la perla se forma dentro de la concha de la ostra por la agregación — una formación vital de algo que tiene vida — y, probablemente por una herida causada por la presencia de una substancia irritante extraña, así la Iglesia debe su existencia a esa sangre que derramó el Salvador. Así mismo, aunque la perla es formada en una triple obscuridad, la del lodo en que está enterrada la madreperla, la de la concha misma, y la profundidad del mar, sin embargo como ninguna otra joya, cuando se expone a la luz del sol, tiene poder para captar la gloria irisada de esa luz, así como para reflejar su esplendor. Es así como la Iglesia, aunque está formada en las tinieblas del mundo, cuando llegue a la presencia del Señor, reflejará esa incomparable gloria que pertenece sólo a Cristo.
(b) Así como Adán reconoció a Eva como una parte viviente de sí mismo — “hueso de mis huesos, y carne de mi carne” (Gn. 2:23) — de esa manera se anticipa la verdad de que la Iglesia está en Cristo y no tiene existencia propia aparte de Él. Cada creyente ha llegado a ser un miembro de esta nueva Cabeza y no conoce ninguna identidad aparte de esa relación.
En el libro The Brides of Scripture J. Denham Smith escribe:
“Como de paso permitirme sugerir que el asunto de la unidad de la Iglesia con Cristo encierra las consecuencias más importantes, no sólo en nuestro juicio espiritual, sino también en nuestros sentimientos morales y en la vida exterior; porque a menos que conozcamos lo que somos y lo que tenemos, no podemos saber cómo vivir. Después de todo lo dicho por aquellos que profesan creerlo, con todo, digo, este asunto se ha entendido muy poco.
Supera toda bendición humana y angelical. Ya estaba en el propósito de Dios antes de todo y, según parece, continuará cuando todo haya cesado para siempre (Ef. 3:21). En su naturaleza la Iglesia es lo que Cristo es. ¿Puede haber alguna cosa más maravillosa? Nos coloca, como Pablo dice, ‘sobre todo principado, y autoridad, poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no solo en este siglo, sino también en el venidero.’ Yo se que puede haber cierto interés, y hasta una ansiedad del corazón, de saber algo de lo que será el reino, o de lo que va incluido en la idea de ser la desposada de Cristo. En esto puede haber bastante de la naturaleza humana. En verdad, el reino y la desposada son amados por el Señor Jesucristo — lo que compró con Su muerte. Pero en vista de la unidad de la Iglesia con Cristo, todo lo demás se funde en Cristo mismo; la Iglesia es como Cristo. Nosotros seremos como Eva era en Adán, ambos sin perder su identidad considerados como una persona; de tal manera que aun después de ser tomada de él, y cuando fue levantada con él, el Señor les llamó a ambos por el nombre de Adán, así como de Cristo y Sus miembros se dice ser ‘EL CRISTO’, lo que es EL CRISTO MÍSTICO. Creo que pocos lo ven así, pues el medio de comprensión respecto a esto es estrecho. Lo que deseamos especialmente aquí es que se interprete bien la palabra de verdad.
Consideremos un momento este pensamiento maravilloso: lo que somos en ese sentido en El; sí, el ser uno con El por toda la eternidad; consideremos todas esas ricas bendiciones mencionadas en Juan 17 y en Colosenses y en Efesios, que las palabras no pueden describir; y luego pensemos lo que es un reino. Un reino no es uno con el que lo gobierna; pero la Iglesia, siendo como Cristo es, sí es una con Cristo, reinaremos con El sobre Su reino.”
—The Brides of Scripture by J. Denham Smith 3ra.ed., págs. 12–13.
Rebeca
En contraste que Eva provee acerca del origen de la Iglesia y su unión con Cristo, el tipo o figura que se ve en Rebeca presenta el llamamiento divino y la consumación divina de la Iglesia. Isaac es claramente un tipo de Cristo. El representa al unigénito Hijo de Dios (Gn. 22:2; He. 11:17), el Hijo del amor del Padre quien fue obediente hasta la muerte, a quien el Padre “no escatimó” (Jn. 3:16; Ro. 8:32), y quien fue recibido de entre los muertos (He. 11:19). En otra conexión y totalmente diferente, Isaac es también un tipo de los hijos espirituales de Abraham (Gn. 15:5; Gá. 4:28, 29). El tipo que Rebeca representa puede verse en los siguientes siete detalles.
a. EL PADRE SE RESPONSABILIZA A FAVOR DE SU HIJO. El Padre, representado en figura por Abraham, se propone conseguir una novia para Su Hijo, como en Mateo 22:2, donde leemos que un rey hizo fiesta de bodas para su hijo. Ese poder determinante de Dios se ve en Juan 6:44, donde está escrito: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero’ ”.
b. EL PADRE ENVÍA AL SIERVO DE SU CONFIANZA. En vista del hecho de que ningún nombre del Espíritu Santo se revela en la Biblia, además de los títulos descriptivos, es significativo que el nombre del siervo de Abraham, quien hizo el viaje para conseguir la esposa de Isaac no se menciona en esta ocasión. La responsabilidad señalada a este siervo era de proporciones inmensas. No sólo significaba un viaje peligroso de muchas semanas, sino la gran responsabilidad de conseguir esposa para un príncipe. Si hubiera sido guiado por la sabiduría humana, los resultados, cuando mucho, no podrían haber sido más que accidentales. El siervo de confianza tipifica al Espíritu Santo que está ahora en el mundo, quien con infinita sabiduría está llamando de entre los hombres a la Esposa del Cordero.
c. LA ELECCIÓN SE NOTA EN EL ESCOGIMIENTO DE UNA EN PARTICULAR. Muchas jóvenes salieron para sacar agua (Gn. 24:13), pero sólo una es escogida, y fue escogida con todo el respeto a su propia voluntad en el asunto (Gn. 24:5–8). No podía haber ningún fracaso en conseguir a Rebeca para ser la esposa de Isaac. Todo el programa de Dios para Israel está involucrado; sin embargo no se le obliga en lo más mínimo y ella es escogida precisamente como había sido la determinación de la voluntad divina.
d. LA FE DE REBECA. La manifestación de la fe de esta joven es similar y casi igual a la fe de Abraham, quien hizo ese mismo viaje cuando Dios le llamó, dejando su tierra natal. Ninguna propuesta de menos atracción podría hacerse que pedirle a una joven abandonar su hogar para nunca volver, e ir con un siervo que ella no conocía, y casarse con un hombre a quien nunca había visto. A ella le fue anunciado un evangelio por el siervo, quien describió al príncipe Isaac con todas sus riquezas. A todo esto ella respondió, “Sí, iré” (Gn. 24:58), y estas palabras anticipan el significado de las palabras de Pedro, “a quien amáis sin haberle visto” (1 P. 1:8). ¡Qué perfección se revela en Génesis 24:16!
e. LA ANTICIPACIÓN DE LAS RIQUEZAS DE ISAAC. Los adornos de oro (Gn. 24:22, 30, 47) sólo eran una muestra anticipada de las riquezas de Isaac, de cuyas riquezas ella participaría en su totalidad. Así mismo, esas bendiciones del Espíritu que el creyente recibe ahora, se nos dice que son las arras de la gloria que vendrá (2 Co. 1:22; Ef. 1:14).
f. EL VIAJE. Para cada hijo de Dios hay un camino de peregrinación que debe seguir, que se extiende desde el punto de la fe salvadora en Cristo hasta el momento de su encuentro con El en el aire. La muerte no es la experiencia normal, aunque quizá sea la expresión común y aun universal hasta el presente. La esperanza del creyente es que él pueda encontrarse con su Señor en el aire sin pasar por la muerte (1 Co. 15:51, 52; 1 Ts. 4:13–18). En este camino del peregrino la obra del Espíritu es revelar las cosas de Cristo a los santos que están atentos a Su voz (Jn. 16:13–15; 1 Co. 2:9–12). Sin duda todo esto fue la experiencia de Rebeca. Largos días y aun semanas fueron necesarias en ese viaje, pero fueron horas maravillosas para la que escuchaba la verdad acerca de su amado que le describía fielmente el siervo.
g. LA UNIÓN. No era una simple casualidad que Isaac estuviese caminando en el campo en meditación, ni que Rebeca levantara los ojos y exclamara, “¿Quién es este varón que viene por el camino hacia nosotros?”, o que el siervo dijera, “Este es mi Señor”. Tal será el testimonio culminante del Espíritu al corazón del creyente cuando él vea a su Señor, “Es mi (y tu) Señor” (Gn. 24:62–67).
Citando una vez más a J. Denham Smith:
“Pero, ¿qué de Isaac? El había estado mientras tanto sólo pasivo — esperando el resultado; como nuestro Señor que vendrá, quien todos estos siglos ha estado en la presencia del Padre esperando el resultado . Cuando el Espíritu (tipificado por Eliezer), quien es el gran recogedor de almas, haya hecho su obra presente, Cristo volverá. Es aquí donde nuestra narración divina se profundiza en interés; porque ‘el alba empieza a clarear, y las sombras se ahuyentan.’ Isaac ha venido; está en plena libertad, meditando dulcemente sin la menor preocupación.
No fue en su hogar donde la conoció por primera vez, ni tampoco fue en el hogar que ella había dejado atrás. Su lugar de encuentro fue en la quietud del campo, y en la hora quieta del atardecer — propio para la escena. Isaac venía del pozo Lahai-roi, es decir, ‘la presencia de Aquel que vive y ve’. El vino solo, como para disfrutar de un gozo sin perturbación al encontrarse con ella quien, él sabía, había dejado todo por él. El vino al caer de la tarde, cerca de la noche del mundo; pero para ella fue como una mañana de gozo. Ella tenía un velo, con el que se había cubierto — ocultándose de la presencia de Cristo. Ahora ¡contémplese esto! Ella se baja del lomo del camello. Ya se puede entender: ¡No más de ese escabroso camino del desierto! Ya no hay más pasos peligrosos y jornadas cansadas. Ese ansiado momento de descanso y gozo ha llegado. ¡Qué encuentro! ¡Cómo se atrajeron afectuosamente!, pues ahora ‘la trajo Isaac a la tienda de su madre Sara, y tomó a Rebeca por mujer, y la amó; y se consoló Isaac después de la muerte de su madre’. ¡Cuán sugestivo es todo esto!
Porque ahora es el atardecer del mundo, y nuestra ‘noche está avanzada, y se acerca el día’; ‘porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creimos’ (Ro. 13:11). Y ¡qué realidad comunica esto a nuestras esperanzas cuando nos damos cuenta de que Aquel que fue una vez nuestro Salvador aquí, vendrá otra vez a nosotros, como El dijo: ‘Vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis’ (Jn. 14:3)! ¡Cuán glorioso será el ser llevados al hogar! Entonces el será visto, no en Su propio hogar, ni tampoco aquí abajo en el desierto donde estamos nosotros ahora, sino en los cielos siderales, como la Estrella de la Mañana, para anunciar el fin de esta larga noche de nuestra separación y muerte.
La Estrella de la Mañana es esa lumbrera que siempre precede a la salida del sol; se divisa allá sobre el horizonte, pero no en los altos cielos. Así que de esa manera, el Señor cuando venga descenderá del cielo al aire, y nosotros que estemos vivos y que hayamos quedado, juntamente con aquellos que duermen en Jesús, seremos arrebatados para encontrarle en el aire. De allí El nos llevará a la casa del Padre, y luego volverá con nosotros para gobernar sobre Su reino, y para siempre estaremos con el Señor. Y entonces nosotros también descansaremos de todas las penas, de todo sufrimiento y del pecado; y de nosotros mismos, ya que tenemos en nosotros la maligna raíz del pecado, y este corazón de incredulidad. Descansaremos del último pesar, del último dolor, y de la última tristeza.”
—Op. cit., págs. 36–38.
(Para mas información ver el estudio de Génesis 24 – La novia «Rebeca/Israel»)
- Fuente principal:
Lewis Sperry Chafer, Teología sistemática de Chafer, trans. Evis Carballosa et al., vol. 2, Teología sistemática (Barcelona, España: editorial clie, 2009), 144.


