La resurrección dentro del contexto del patrimonio cultural de Israel es el acto concreto con el que Dios levanta a los muertos de sus tumbas. Sus dimensiones teológicas incluyen la restauración y exaltación del pueblo de la alianza de Dios, la irrupción del reino de Dios de justicia y paz (o vida eterna) y la inauguración de la nueva creación de Dios. Dentro de este contexto se pueden entender los milagros de Jesús levantando muertos y su enseñanza acerca de la resurrección, así como la importancia de la propia resurrección de Jesús.
La resurrección de Cristo, tres días después de su muerte, constituye, junto con la cruz, la base fundamental del Evangelio (1 Cor. 15:3–4). Es el acontecimiento central de la Historia de la Salvación.
Las pruebas de la resurrección de Cristo son convincentes. Hay más documentos, más testigos oculares y más pruebas corroborativas que para cualquier otro acontecimiento histórico de la historia antigua. La evidencia secundaria, suplementaria, es convincente; cuando se combina con la evidencia directa, presenta un caso imponente para la resurrección física de Cristo. En terminología jurídica, está «más allá de toda duda razonable».
Matthew Arnold llamó a la resurrección de Jesús «el hecho mejor atestiguado de la historia humana», y juzgado según los criterios históricos tradicionales sale ciertamente bien parado.
- La resurrección en el mundo antiguo
- La resurrección en el mundo helenístico
- Experiencia y Tradición
- Narraciones de la resurrección
- El relato Evangélico
- Jesús difunto
- Jesús es sepultado
- El sepulcro vacío
- Las apariciones del Resucitado
- Algunas variantes
- Orden de los acontecimientos
- Antecedentes
- La armonía de los relatos de la resurrección
- Conflicto en el testimonio independiente
- Pruebas positivas de autenticidad
- El cuerpo robado
- José de Arimatea en el entierro
- Intervención resucitadora de Dios
- La incredulidad de los discípulos
- Pruebas de la resurrección
- Ausencia de Explicaciones alternativas
- Comprensión moderna
- Importancia y consecuencias de la resurreción
- Apologetica sobre la resurreción de Jesucristo
- Objecciones a la Resurreción de Cristo
- La naturaleza esencialmente física del cuerpo de resurrección
- La capacidad de Cristo para aparecer
- El paso a través de puertas cerradas
- El cuerpo físico en descomposición
- El cuerpo destruido
- Resurrección y resucitación
- Existen serias dudas sobre la autenticidad de este texto
- Como los ángeles en la resurrección
- Un espíritu dador de vida
- Confusión respecto al cuerpo de Cristo
- Conclusión
- La naturaleza esencialmente física del cuerpo de resurrección
- Réplicas científicas y filosóficas a las pruebas de la resurrección
- En la historia de la Iglesia
- Citas del cristianismo primitivo sobre la resurreción de Cristo
- La relación entre fe e historia
- Videos «Charlando sobre la resurrección de Cristo»
La resurrección en el mundo antiguo
La creencia en la resurrección pertenece a las fronteras ulteriores de la fe israelita. Antes del período del Segundo Templo, ser enterrado en la tumba de los ancestros era fundamental para la comprensión judía del más allá (Gn 50:13; Jos 24:32; 1 Re 2:10; 11:43; 2 Re 9:28). Así pues, se hablaba habitualmente de la muerte y el entierro como reunirse con los antepasados (Gn 49:29; Jue 2:10; 2 Re 22:20; 2 Cr 34:28).
Se consideraba que los muertos experimentaban una existencia vaga e imprecisa en un ámbito subterráneo llamado «Seol» (šĕʾôl o šĕʾōl, «inframundo») (vease Cosmología), que también se equiparaba con «Abadón» (Ἀβαδδών ʾăbaddôn, «destrucción» Job 26:6; 28:22; 31:12; Sal 88:11; Prov 15:11) o «el Pozo» (בּוֹר bôr [Is 14:15; 24:22; Ez 26:20]; šaḥat שַׁחַת [Sal 55:23; Is 38:17; Ez 28:8; Jon 2:6]). Este lugar, sombrío y desolado, era como la «Tierra de no retorno» acadia o el Hades griego descrito por Homero. En sesenta y una de un total de sesenta y cinco ocasiones, «Seol» se traduce por hadēs en la LXX.
Los habitantes del Seol eran rĕpaʾı̂m (lit., «los débiles»): fantasmas, sombras o espíritus de los difuntos que están separados para siempre de la tierra de los vivientes y que nunca se «levantarán» de nuevo (Sal 88:10; Is 26:14). La frontera entre los vivos y los muertos era inviolable.

Descenso de Cristo – Andrea Di Bonaiuto (Andrea Da Firenze)
Los muertos no podían regresar (2 Sm 12:23; Job 7:8–10), y los vivos tenían prohibido alimentar (Dt 26:14; cf. Eclo 30:18) o consultar con los muertos (Lv 20:27; Dt 18:11; 1 Sm 28:7; 2 Re 23:24; Is 8:19).
El origen de la creencia en la resurrección entre los hebreos es imposible de trazar. Durante más de un siglo, una propuesta habitual ha sido la fe en la resurrección de Israel era una adición posexílica tomada de la religión persa, el zoroastrianismo (Raphael, 73; Segal, 173–202). Sin embargo, nuestra comprensión de la escatología del zoroastrianismo se basa fundamentalmente en un texto que data del siglo IX A. D., y la creencia persa en la resurrección puede que no se remonte más allá del siglo IV a. C. (Yamauchi, 47–48).
Otro de los orígenes propuestos es la religión cananea. Los antiguos cultos de fertilidad celebraban la muerte y renacimiento anual de los dioses. Pero la evidencia de una línea directa de desarrollo desde los dioses que mueren y se levantan hasta una doctrina de la resurrección no es concluyente (Mettinger, 220–21). Además, resulta improbable que los profetas hebreos, que execraron a Israel y Judá por su idolatría, tomaran prestada la característica principal de los propios cultos de la naturaleza que sedujeron al pueblo de Dios para crear la imagen más potente de la promesa de Yahvé de restauración nacional (Wright, 127).
Aun si el pensamiento cananeo, persa o helenístico hubiera influido en las perspectivas hebreas sobre el más allá, la creencia en la resurrección de los muertos estaba «grabada con la lógica de los conceptos veterotestamentarios» (Martin-Achard, 683). La esperanza en la resurrección guardaba relación con las siguientes afirmaciones teológicas: Yahvé es la fuente de la (nueva) creación, de ahí que sea Señor sobre la vida y la muerte; Yahvé es el Dios de la alianza de Israel, el que guarda las promesas de su pacto; y el reino de Yahvé finalmente triunfará e incluirá la exaltación/entronización definitiva de los fieles a la alianza de Dios (Anderson, 50–91).
Solamente se registran tres casos de muertos que vuelven a la vida en el AT: uno en relación con Elías (1 Re 17:17–24) y dos con Eliseo (2 Re 4:32–37; 13:21; cf. Eclo 48:13–14). Estos milagros dan fe del poder de Yahvé para rescatar a su pueblo de la muerte. Revelan la verdad central de que Yahvé «mata, y él da vida» (1 Sm 2:6; cf. Dt 32:39), pero aguardan a un desarrollo teológico más rico en el crisol del exilio de Israel, su regreso y lucha por la independencia. En estos milagros veterotestamentarios no aparece el marco apocalíptico que sitúa la resurrección dentro de la esperanza escatológica de la restauración nacional de Israel y el establecimiento del reinado justo de Dios.
El targum sobre Oseas 6:1–3 interpretó el oráculo del profeta como una promesa de la restauración de Israel en la resurrección final de los muertos (Tg. Neb. Os 6:2). Aunque algunos de los padres de la Iglesia tomaron la frase «en el tercer día nos resucitará» (Os 6:2) como una profecía de la resurrección de Cristo, son pocos los eruditos actuales que interpretan el lenguaje de Oseas como una referencia a una resurrección literal de los muertos, ya que la consideran más bien una metáfora del retorno de Israel del exilio (véase Wijngaards).
Asimismo, la visión de Ezequiel (Ez 37:1–14) utiliza la resurrección como una metáfora de la restauración de Israel. Sin embargo, la descripción gráfica del Señor sacando a su pueblo de sus sepulturas (Ez 37:12–13) inspiró las concepciones posteriores judía y cristiana de la resurrección general. Ezequiel también presentó la resurrección como una nueva creación al utilizar una imaginería que recordaba a la creación de Adán del polvo de la tierra (cf. Ez 37:5–6, 8–10 con Gn 2:7).
Algunos especialistas identifican un ejemplo temprano de creencia en la resurrección en el «Apocalipsis de Isaías» (Is 24–27). La lectura no metafórica de Isaías 26:19 se apoya en el contraste entre el destino general de los muertos, «Muertos son, no vivirán; han fallecido, no resucitarán» (Is 26:14), y la salvación del pueblo de la alianza de Dios, «Tus muertos [los de Yahvé] vivirán; sus cadáveres resucitarán…. y la tierra dará sus muertos [lit., “sombras”]» (Is 26:19). Esto viene a corroborarlo la promesa de Isaías 25:8 de que Yahvé «destruirá a la muerte para siempre».
El consenso académico sostiene que la creencia en una resurrección final apareció por primera vez en Daniel 12:2, 13 durante la época de los macabeos. Daniel proporciona la expresión más completa de la esperanza en la resurrección del AT. El despertar de «los que duermen en el polvo de la tierra» (Dn 12:2) evoca el motivo de la nueva creación. Los fieles a la alianza de Dios serán levantados «para vida eterna», los perversos «para vergüenza y confusión perpetua». «Los entendidos» (Dn 12:3; cf. Dn 11:33, 35) y «los que enseñan la justicia a la multitud» recuerdan al Siervo Sufriente de Isaías (cf. Is 52:13; 53:11) (véase Nickelsburg, 38–41).
Luego de haber sido condenados a muerte en un tribunal humano, serán reivindicados en el tribunal divino. Aquí vemos el acento en la ejecución por parte de Dios de la justicia escatológica (cf. «tu heredad al fin de los días» Dn 12:13; el registro divino, «el libro» Dn 12:1). Daniel describió la exaltación de los justos en términos de las estrellas resplandecientes (Dn 12:3). La imagen evoca la idea de la entronización celestial (cf. Is 14:12–14; SalSl 1:5; TestLev 18:3; TestJud 24:1).
El cuádruple patrón teológico de la resurrección, la lealtad a la alianza, la exaltación/entronización y la nueva creación se pueden trazar a lo largo de una franja de literatura judía del Segundo Templo (2 Mac 7:1–42; 1 En. 22:13; 51:1–5; 61:5; 62:14–16; 91:10; 92:3–5; 4 Esd 7:31–32; 2 Bar. 50:2–4; 51:1–12; Testamento de los Doce Patriarcas) (véase Anderson, 61–85).
Esta teología de la resurrección a menudo encaja en una secuencia que se suele describir como «pecado-exilio-retorno». El desobediente Israel será librado de la maldición del exilio mediante el arrepentimiento y la renovación de la alianza con Yahvé. Tal vez sea en el Testamento de los Doce Patriarcas donde la resurrección claramente tenga una importancia capital en traer la salvación y la restauración a las doce tribus de Israel (TestSim 6:7; TestZab 10:2; TestJud 25:1, 3–5; TestBen 10:6–9). Este trasfondo se parece a la devoción de Pablo a la esperanza de las doce tribus (Hch 26:6–7; o «esperanza de Israel» [Hch 28:20]), la esperanza de la resurrección de los muertos (Hch 23:6; 24:15).
No obstante, las creencias judías sobre el más allá no eran monolíticas en el período del Segundo Templo. Había quienes buscaban la coherencia con la antropología hebrea clásica (cf. Eccles 3:19–21; 12:7), negando la idea helenística de que el alma de los difuntos se elevara a los cielos, la morada de los dioses. Jesús ben Sira insistió en que los seres humanos habían sido creados de la tierra y que regresarían a la tierra cuando murieran (Eclo 16:30; 17:1; 40:1, 11; 41:10). Negó rotundamente tanto la resurrección (Eclo 38:21) como la inmortalidad (Eclo 17:30), definiendo esta última como la perpetuación del buen nombre u honor de una persona (Eclo 37:26; 39:9; 44:8–15). Del mismo modo, los saduceos sagazmente sustituyeron tanto la resurrección del cuerpo como la inmortalidad del alma por la creencia en que uno sigue viviendo en su descendencia (i.e., «levanta» hijos [Mc 12:19 par.]; sobre la no creencia de los saduceos en la resurrección, cf. Hch 4:1–2; 23:8; Josefo, Ant. 18.16; Bell. 2.165).
Algunos aceptaron la idea helenística de la inmortalidad del alma. El relato del martirio de los siete hermanos en 4 Macabeos está basado en 2 Macabeos 7, y sin embargo el autor ha cambiado sistemáticamente la esperanza en la resurrección por la creencia en la inmortalidad (cf. 2 Mac 7:14 con 4 Mac 10:15; cf. 4 Mac 7:3; 9:22; 14:4–5; 16:13; 18:23). Filón evitó asiduamente el uso del lenguaje de la resurrección (ἀνίστημι anistēmi y términos afines; tampoco utilizó egeirō ἐγείρω en el sentido de resurrección). Antes bien, describió la existencia de los virtuosos después de la muerte exclusivamente en términos de athanasia, «inmortalidad» (Gig. 14, 45; Migr. 189; Plant. 37, 45; Praem. 110; Prob. 117; Opif. 135) (véase Segal, 370).

N. T. Wright
Otras voces resultan difíciles de valorar. El énfasis en la inmortalidad en Sabiduría de Salomón ha llevado a la conclusión de que promueve la inmortalidad del alma como destino final de los justos (Sab 1:15; 3:1–4; 8:13, 17; 15:3). N. T. Wright sostiene que la perspectiva de Sabiduría de Salomón sobre la inmortalidad no excluye necesariamente la idea de existencia corpórea más allá de la muerte (Wright, 162–75). La visión de los manuscritos del mar Muerto se ha mostrado tristemente imprecisa, y a ello no han ayudado las descripciones opuestas de la fe de los esenios de Josefo (Bell. 2.154–58) e Hipólito (Haer. 9.27.1–3).
La interpretación todavía se complica más por el hecho de que los documentos sectarios se centran en la participación presente de la comunidad en la vida eterna. Sin embargo, 4Q521 afirma explícitamente la creencia en la resurrección de los muertos y relata las acciones del mesías de un modo que recuerda a Mateo 11:2–6 // Lucas 7:18–23: él restablecerá la vista a los ciegos, devolverá la vida a los muertos y traerá buenas nuevas a los pobres. La confusa presentación que hace Pseudo-Focílides del más allá incluye una de las descripciones más literalistas de la resurrección del cuerpo (PsFoc. 102–103) junto a expresiones sobre la inmortalidad del alma (PsFoc. 105–108, 115) y la idea hebrea clásica de la vida después de la muerte en el Seol (PsFoc. 111–114).
Entre los textos judíos que suscriben la creencia en la resurrección de los muertos, muchos describen la resurrección como algo concreto y corporal. En 2 Macabeos los mártires dan testimonio de la esperanza en que partes de sus cuerpos destrozados y torturados les serán restaurados en la resurrección (2 Mac 7:10–11; 14:46). Los Oráculos Sibilinos ofrecen descripciones físicas explícitas de cómo los cuerpos humanos serán restaurados a su anterior estado de plenitud (OrSib 2:221–26; 4:181–82). La madura declaración en 2 Baruc concibe la resurrección en dos fases: primero, los muertos serán resucitados con la misma forma corporal que tenían al morir (2 Bar. 50:2–4); segundo, los malos serán horriblemente deformados (2 Bar. 51:2, 5), mientras los justos son gloriosamente exaltados y transformados (2 Bar. 51:5, 10–12). De manera comparable, Pablo escribió sobre una resurrección que implicaba vestir lo mortal de inmortalidad (1 Cor 15:42–44, 50–53).
La resurrección en el mundo helenístico
La doctrina judía, y más tarde cristiana, de la resurrección corporal era algo desconocido en la cultura grecorromana. Regresar de los muertos se consideraba imposible prohibido o indeseable. Esquilo declaró: «Pero cuando el polvo ha escurrido la sangre del hombre, una vez que ha muerto, no hay regreso a la vida» (Eum. 647–48). Ni siquiera Zeus podía llevarla a cabo (Eum. 649–51).
Según Píndaro, cuando Asclepio en una ocasión trajo a un hombre de vuelta de los muertos, Zeus castigó a ambos con sus rayos (Pyth. 3.54–58). El eslogan órfico sōma sēma («el cuerpo es una tumba») y la creencia en la inmortalidad del alma contribuyeron a una sensación de repugnancia hacia la resurrección, sobre todo entre la gente culta. El crítico pagano Celso escribió: «Es simplemente la esperanza de los gusanos. Porque ¿qué clase de alma humana sentiría más deseos por un cuerpo que se ha podrido?» (Orígenes, Cels. 5.14).
No obstante, los griegos y los romanos tenían cuentos fantásticos sobre personas que habían vuelto de entre los muertos. Pero sus interpretaciones de estas historias estaban muy alejadas de las concepciones judeocristianas de la resurrección. Aristófanes contó una historia humorística de un cadáver que se sentó mientras era llevado a la sepultura. Cuando dos hombres le preguntaron si querría llevarse su equipaje con él al Hades, respondió: «¡Preferiría vivir otra vez!» (Ran. 178).
La obra de Eurípides Alcestis tomó el nombre de su heroína, que fue traída de regreso a la vida por Heracles. El coro explicaba la resurrección como un evento fortuito permitido por los dioses (Alc. 1159–63). Más tarde, Plutarco interpretó la historia como una ilustración de la superioridad del amor sobre la muerte, como en las historias míticas de Protesilao u Orfeo (Mor. 761e–762a). Los antiguos batallaban con las implicaciones sociales y religiosas de alguien que supuestamente hubiera regresado de los muertos, a quien llamaban deuteropotmos («destinado por segunda vez» [cf. Hesiquio, «deuteropotmos»; Plutarco, Mor. 264d–265a]).
Existían dos explicaciones principales para las personas que habían muerto y vuelto a vivir:
- Una explicación filosófica de tales historias como demostraciones de la inmortalidad del alma.
- Una explicación científica o médica que describe el regreso como una anomalía física.
La primera categoría se aplica al mito de Er de Platón, un guerrero que murió en el campo de batalla (Resp. 614b–621d). Su cuerpo fue recogido diez días más tarde y devuelto a su casa. El cadáver no se descompuso, y revivió en la pira funeraria. Entonces Er contó su viaje al más allá y cómo se le reveló el ciclo de la reencarnación. También había historias de filósofos que simularon su muerte y regresaron del Hades para convencer a los seguidores de la doctrina de la inmortalidad (véase Herodoto, Hist. 4.94–96; Diógenes Laercio, Vit. 1.109; 8.41; Plutarco, Mor. 784a). Tales historias se utilizaron posteriormente para demostrar la inmortalidad del alma (Plutarco, Mor. 592c–d; Luciano, Musc. Laud. 7), se le dieron explicaciones naturalistas (Plinio el Mayor, Nat. 7.52.174), o se consideraron como meros mitos (Orígenes, Cels. 2.55).
La explicación naturalista más habitual fue la de la muerte aparente. El médico Aulo Cornelio Celso creía que solo un médico experto podía declarar muerto a un paciente con garantías (Med. 2.6.13–16). El motivo de la muerte aparente (alem. scheintod) se convirtió en un destacado hilo conductor argumento en las antiguas novelas griegas (e.g., Caritón, Aventuras de Quéreas y Calírroe [véase Kany; Fullmer, 99–117]), que surgió no mucho tiempo después de los informes procedentes de Palestina acerca de la resurrección of Jesús y la publicación de la «inscripción de Nazaret», que daba a conocer una prohibición romana contra el robo de cuerpos y la profanación de tumbas.
Experiencia y Tradición
La primera afirmación de la resurrección de Cristo es un texto paulino que recoge la profesión de fe más antigua y constituye su testimonio más temprano. Se remonta a los años 35–40 y dice:
«Os he transmitido [parédoka] ante todo lo que yo mismo recibí: o sea, que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado y resucitado [egégertai] al tercer día según las Escrituras y que se apareció a Cefas y luego a los doce»
1 Corintios 15:3–5.
Pablo no es el creador sino el receptor de una > tradición, gr. παράδωσις parádosis, que se remite a la experiencia histórica de los testigos oculares que habían visto resucitado a Jesús, la cual él la «transmite» a su vez para que otros, al igual que aquellos, también participen de ella. En palabras del autor del cuarto Evangelio: «Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo» (1 Jn. 1:3).
Esta y otras fórmulas prepaulinas sobre Dios que resucita a Jesús de entre los muertos (p.ej., Gal 1:1; 1 Tes 1:9–10), las fórmulas primitivas insertadas en los discursos de Pedro en el comienzo de Hechos (p.ej., Hch. 2:22–24, 32–33, 36), y otro material tradicional citado por varios autores del NT (p.ej., Lc. 24:34), demuestra que la afirmación acerca de la resurrección de Jesús de entre los muertos se remonta a los orígenes del movimiento cristiano, entre los años 30–50 d.C., es decir, las dos décadas cruciales antes de que Pablo y después otros autores del NT empezaran a escribir sus obras.
Narraciones de la resurrección
Cada uno de los cuatro Evangelios canónicos (aunque no, significativamente, los diversos escritos no canónicos a veces llamados «evangelios», como Tomás) concluye con relatos sobre el descubrimiento de la tumba vacía y de las apariciones de Jesús a sus seguidores. También hay una breve mención adicional al comienzo de los Hechos, y una declaración resumida, que debe verse en paralelo con los otros relatos, en 1 Cor. 15:3-8. Estos relatos poseen ciertas características que hacen más o menos seguro que, aunque se escribieron como parte de los Evangelios una generación más o menos después de los hechos, no son invenciones tardías. Por el contrario, es probable que se remonten en gran medida inalterados, aparte de un ligero toque editorial, a la memoria oral bastante temprana de los primeros discípulos.
En primer lugar, el retrato de Jesús es extraordinario y sin precedentes. A pesar de la fuerte presencia de fondo de Dan. 12:3, Jesús no es descrito como «brillando como una estrella», sino que aparece inicialmente como un ser humano corriente. Sin embargo, incluso en esos relatos (sobre todo en Lucas y Juan), que insisten en que es real, físico y capaz de ser tocado, partir el pan, cocinar el desayuno y comer pescado, hay algo extraño en él. No se le reconoce inmediatamente; puede entrar y salir a voluntad por puertas cerradas; se desvanece en el aire y, finalmente, asciende al cielo.
En segundo lugar, los relatos están notablemente libres de citas, alusiones y ecos del AT. Mientras que los relatos de la entrada de Jesús en Jerusalén hasta su muerte están llenos de material bíblico interpretativo, los relatos de la resurrección están casi totalmente vacíos de él. No se leen como relatos que han sido meditados a la luz de una reflexión bíblica sostenida (que ya era sofisticada en la época de Pablo), sino como relatos sin aliento e irreflexivos.
En tercer lugar, nadie que inventara tales relatos habría permitido que las mujeres ocuparan un lugar destacado, ya que en aquel mundo no se las consideraba testigos creíbles. El relato formal y estilizado de 1 Cor. 15 las ha eliminado cuidadosamente.
En cuarto lugar, en todos los demás escritos de los primeros cristianos (y en buena parte de la liturgia y la himnodia posteriores), se establece regularmente la conexión entre la resurrección de Jesús y la de los cristianos. Pero los propios relatos de la resurrección nunca mencionan esto. En su lugar, hacen hincapié en que se ha abierto una nueva etapa en los propósitos de Dios, que los discípulos deben llevar adelante.
Todo esto significa que los relatos deben tomarse en serio como recuerdos extremadamente tempranos de lo que ocurrió en Pascua. Tienen sentido como origen de la teología posterior y desarrollada que encontramos en Pablo y en otros lugares. Pero no pueden explicarse como la retroproyección de un pensamiento tan desarrollado, entre otras cosas porque los cuatro relatos comparten todas estas características a la vez que son extremadamente diferentes en otros aspectos, de modo que resulta difícil reconstruir los detalles de los acontecimientos. Incluso cuando cuentan la misma historia, hay muy poca coincidencia de palabras. Sin duda, los autores no se confabularon para inventar una historia y atenerse a ella.
La cuestión de cómo llegaron a escribirse los relatos actuales se ha empantanado en el debate sobre si pueden separarse los relatos de la tumba vacía y los de las apariciones de Jesús y, en caso afirmativo, si uno es primario y el otro secundario y separado. Se han propuesto diversas teorías sobre cómo pudieron surgir los relatos en respuesta a las necesidades y creencias de la Iglesia. Sin embargo, la investigación histórica del surgimiento de la creencia en la resurrección indica que tanto la tumba vacía como las apariciones fueron necesarias para que esa creencia comenzara y se mantuviera. Si la tumba se hubiera encontrado vacía pero Jesús no hubiera aparecido, se habría supuesto que alguien se había llevado el cuerpo. Si la gente hubiera informado de apariciones de Jesús pero su cuerpo hubiera estado todavía en la tumba, los discípulos habrían creído que habían visto un fantasma o una visión, ya que tales cosas eran bien conocidas en su mundo. Sólo la combinación -cuerpo desaparecido más Jesús aparecido- produciría la creencia cristiana primitiva. Esto hace intrínsecamente improbable que los relatos se hubieran desarrollado con sólo uno de estos elementos, y que el otro se hubiera unido en una etapa posterior.
Es casi seguro que el relato de la resurrección de Marcos se haya quedado corto. Muchos han argumentado que, en efecto, concluyó su Evangelio en 16:8, pero hay buenas razones para suponer que originalmente continuaba más allá (los vv. 9-20 tal como los tenemos ahora son intentos posteriores de rellenar el hueco). Marcos ha subrayado repetidamente que Jesús morirá y resucitará; ahora, tras un capítulo sobre la muerte de Jesús, ha escrito un capítulo sobre la resurrección, del que sólo tenemos la primera parte.
El relato de Mateo (cuyo final tal vez refleje el que figuraba originalmente en Marcos) hace que los discípulos vayan a Galilea, donde se encuentran con Jesús en una montaña y reciben el encargo de ser testigos de su reinado en la tierra y en el cielo.
El relato de Lucas destaca la incomparable historia de los discípulos de Emaús, cuyo corazón arde en su interior mientras Jesús, de incógnito, les expone las Escrituras. Luego le reconocen mientras parte el pan. El relato de Lucas, que continúa en Hechos, hace que Jesús encargue a los discípulos que sean sus testigos en todo el mundo, con el poder del Espíritu.
Juan 20 se corresponde ampliamente con ellos, subrayando que la Pascua es el primer día de la semana (20:1, 19) y, por tanto, el comienzo de la nueva creación. Los discípulos han de participar en esta nueva creación al ser equipados con el Espíritu y enviados al mundo como Jesús fue enviado a Israel (20:19-22). Hay vívidos retratos del encuentro de Jesús con María Magdalena y Tomás. En Juan 21, es el turno de Pedro, con un largo intercambio en el que Jesús perdona y vuelve a admitir a Pedro tras su triple negación.
En todos estos relatos, por diferentes que sean, el énfasis es el mismo. Con la Pascua, la nueva creación de Dios ha comenzado; los seguidores de Jesús han de ser sus agentes, no meramente sus beneficiarios. Los relatos, que narran con claridad y a menudo con ingenio los extraordinarios recuerdos de la primera Pascua en sí, se cuentan de tal manera que sientan las bases para el testimonio y la vida continuos de la Iglesia.
El relato Evangélico
Aunque dispares en origen, propósito y redacción, los cuatro coinciden en fundamentar sus relatos de la resurrección de Jesús en la experiencia colectiva e individual de los apóstoles inmediatamente después de la crucifixión (cf. Mc. 16:1–8; Mt. 28:1–20; Lc. 24:1–53; Jn. 20:1–29; cf. Hech. 1:3–14; Jn. 21:1–23; Mc. 16:9–20).
En su conjunto, los cuatro Evangelios narran los siguientes acontecimientos relativos a la resurrección de Jesús:
Jesús difunto
Jesús es crucificado y muere de muerte real y verdadera, confirmada por la apertura del costado, con la que la autoridad verificaba la realidad de la muerte de un condenado que no hubiera fallecido antes de romperle los huesos de las piernas, para evitar que siguiera respirando.
Jesús es sepultado
Según la Ley judía, ningún ajusticiado podía yacer en una tumba familiar porque se le consideraba impuro (Dt. 21:22), lo que explica el «sepulcro nuevo» (Mt. 27:60) donde fue puesto el cadáver por José de Arimatea, discípulo secreto de Jesús, quien solicitó el cuerpo a Pilatos y, después de obtenerlo, lo amortajó envuelto en un lienzo blanco y varias fajas, depositándolo, junto con los aromas, en un sepulcro donde aún no había sido puesto nadie. Según Juan, Nicodemo le había acompañado en estas últimas operaciones. Después de esto, y cerrada la abertura del sepulcro con una gran losa, ambos se retiraron (Mc. 15:43–46; Mt. 27:57–60; Jn. 19:38–41).
El sepulcro vacío
Al amanecer del tercer día, unas mujeres, entre ellas María de Magdala, fueron al sepulcro a fin de completar los ritos fúnebres (cf. Mt. 28:1; Jn. 20:1). Como la piedra estaba «quitada» (cf. Jn. 20:1; Mc. 16:4), regresaron a toda prisa a informar del suceso a los discípulos que pudieron ver, entre los cuales destacan las figuras de Pedro y Juan, que corrieron hacia el sepulcro (cf. Jn. 20:2–10; Lc. 24:9–12; Mt. 28:8). Entraron en él y, al hallarlo vacío, con «los lienzos solos» (Lc. 24:12; Jn. 20:6), se quedaron perplejos.
El sepulcro vacío en sí mismo no es la prueba de la resurrección, puede ser interpretado también de otras maneras, como de hecho pensó por un momento María Magdalena cuando supuso que alguien habría sustraído el cuerpo de Jesús (cf. Jn. 20:15). Pero por el contexto se observa que el sepulcro vacío es un signo que pone en alerta a los discípulos y los guía al encuentro del Señor resucitado.
Las apariciones del Resucitado
Después de la visita de Pedro y del discípulo amado, María Magdalena se quedó sola llorando junto al sepulcro cuando se le apareció Jesús. Ella fue, pues, el primer testigo de la resurrección (Jn. 20:11–18; Mc. 16:9). Otras fuentes conceden este privilegio a Pedro. El Resucitado, en las múltiples circunstancias en que se aparece a los suyos, toma la iniciativa de los encuentros. Los discípulos se encuentran con él cuando no se lo esperaban. Es el mismo Jesús vivo el que interviene en sus vidas, se les hace presente y se les impone lleno de vida, obligándoles a salir de su desconcierto e incredulidad. «No se puede describir adecuadamente estos encuentros llamándolos sencillamente «visiones» o «apariciones». Tampoco es acertado preguntarse si se trata de visiones objetivas o subjetivas, externas o internas.

Según los discípulos, Jesús se les impone como alguien vivo, en un encuentro que afecta la totalidad de sus personas» (J.A. Pagola). Si se les llama «visiones», tiene que ser en el sentido de que las apariciones fueron ante todo «visuales» (p.ej., 1 Cor. 9:1; 1 Cor. 15:5–8; Mc. 16:7; Mt. 28:17; Lc. 24:34; Jn. 20:18; Hch. 9:17; 13:31; 16:9), más que auditivas. La palabra ophthe, que aparece en gran parte de los textos decisivos, se emplea en los LXX para expresar la manifestación de Dios o de seres celestes normalmente inaccesibles a los ojos.
En cuanto al modo de estas apariciones, los Evangelios las describen como una presencia real y carnal de Jesús. Come, camina con los suyos, es tangible, dialoga con ellos. Su presencia es tan real que puede ser confundido con un caminante, un jardinero o un pescador. Al mismo tiempo, suceden fenómenos extraños: aparece y desaparece; atraviesa paredes. Aunque Mateo y Marcos no indican casi nada sobre las características del Jesús resucitado, Lucas y Juan son mucho más extensos. Lucas, especialmente, destaca la realidad física del cuerpo de Cristo: camina junto con dos discípulos (Lc. 24:13–15); comparte la mesa con ellos en varias ocasiones (Lc. 24:30, 41s; cf. Jn. 21:9–12; Hch. 1:4; 10:41), igual que durante los años previos transcurridos (Mt. 26:17s). En el tercer relato de la resurrección, el de Lucas, Jesús se empeña en convencer a los discípulos de que su cuerpo resucitado es realmente físico. Cuando se presenta en medio del grupo, ellos se aterrorizan porque creen que es un espíritu. Pero Jesús apela directamente a sus sentidos de percepción para que reconozcan la realidad de su cuerpo (Lc. 24:36–49; cf. Jn. 20:20, 25, 27).
«Las apariciones de Jesús tienen lugar en las más diversas circunstancias, en el camino de Emaús, en el Cenáculo, en la ribera del lago, en el monte de los Olivos, etc. Por último, y como a un abortivo, se apareció a Pablo en el camino de Damasco (Hechos 9:3–7; 1 Corintios 15:5–8). Se extienden sobre un espacio de tiempo relativamente largo, y se sitúan, cuando los textos indican los lugares, en Galilea (Marcos 16:7, 14–20; Mateo 28:7, 16–20) y Jerusalén (cf. Juan 20:11–29; Lucas 24:13–53; Hechos 1:4–14).
Muchos exegetas afirman que las apariciones en Galilea son históricamente seguras; las de Jerusalén serían las mismas de Galilea, pero transferidas por motivos teológicos a la Ciudad Santa, ya que esta posee para la Biblia un significado histórico-salvífico de primer orden: «La salvación viene de Sión» (Salmo 13:5; Salmo 109:2; Isaías 2:3; Romanos 11:26).»
Algunas variantes
La reconstrucción histórica de lo ocurrido encierra algunas dificultades en sus detalles menores, en especial las que se refieren a la visita de las mujeres al sepulcro, cuyo relato discrepa en varios puntos. Según Marcos, María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé, compraron especias aromáticas para ungir el cuerpo de Jesús (Mc. 16:1). Lucas ofrece la misma versión, con algunos datos adicionales: las mujeres presencian el lugar donde fue puesto el cuerpo de Jesús, después de lo cual prepararon especias aromáticas y ungüentos, en espera de que pasara el día de reposo (Lc. 23:56). Pero según el cuarto Evangelio, es Nicodemo quien llevó al sepulcro un compuesto de mirra y de áloes, como cien libras, y junto con José de Arimatea, «tomaron el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos» (Jn. 19:39–40).
Marcos y Lucas afirman que las mujeres entraron en el sepulcro, que hallaron vacío, y allí, «un joven» (Mc. 16:5), o «dos varones con vestiduras resplandecientes» (Lc. 24:4), les informaron de lo que había ocurrido tocante al cadáver de Jesús: «No está aquí, sino que ha resucitado» (Lc. 24:6). Lucas habla de «dos ángeles», porque dos deben ser los testigos e intérpretes autorizados. Dos ángeles intervienen también en el momento de la ascensión de Jesús al cielo como intérpretes del acontecimiento (Hch. 1:10).
Según el Evangelio de Mateo, las mujeres no llegaron a entrar al sepulcro en un principio, pues un «ángel del Señor, descendiendo del cielo», produjo un gran terremoto y removió la piedra (Mt. 28:2). Calma su temor diciendo que Jesús ha resucitado y entonces les invita a entrar para que vean el «lugar donde fue puesto el Señor» (v. 6). Entonces ellas, «saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos» (v. 8). En el camino, Jesús se les aparece, no solo a María Magdalena junto al sepulcro, como en Juan, sino a María Magdalena y la otra María (Mt. 28:8).
Mateo inserta el tema de un terremoto (Mt. 28:2–3) como un rasgo apocalíptico, tomado del escenario bíblico del «día del Señor», para expresar el tema de la victoria de Dios sobre la muerte. Análogamente, encuadra la muerte de Jesús en el Calvario en un marco apocalíptico: «La tierra tembló y las piedras se resquebrajaron; se abrieron los sepulcros y muchos cuerpos de santos que estaban muertos resucitaron» (Mt. 27:51–52).
De todo lo dicho se desprende que las mujeres estuvieron desde el principio presentes en el sepulcro; eran las únicas que sabían su ubicación exacta; no así los discípulos, que ni siquiera habían estado en el entierro del Maestro, excepto José de Arimatea y Nicodemo, discípulos secretos, por otra parte.

Orden de los acontecimientos
Antecedentes
«Los críticos suelen objetar que el registro evangélico, especialmente el de la resurrección, no es creíble debido a las contradicciones de los relatos. Por ejemplo, el orden de los acontecimientos parece ser diferente en los distintos relatos. Por ejemplo, los Evangelios enumeran a María como la primera persona que vio a Jesús tras su resurrección mientras que 1 Corintios 15:5 enumera a Pedro como el primero. Del mismo modo, Mateo 28:2 enumera a María Magdalena y a la otra María como las primeras en la tumba mientras que Juan 20:1 sólo nombra a María Magdalena como la primera en estar allí.»
No obstante, a pesar de estas diferencias, un examen más detenido de los relatos de la resurrección revela una armonía oculta. De hecho, demuestra el tipo de unidad en las diferencias que cabría esperar de testigos independientes y fiables que no estuvieran en connivencia. Por lo tanto, la afirmación de que los Evangelios se contradicen entre sí fracasa por muchas razones.
La armonía de los relatos de la resurrección
A menudo los críticos objetan que el registro de la resurrección es autocontradictorio. El orden de los acontecimientos parece diferir entre los relatos. Por ejemplo, los Evangelios enumeran a María de Magdala como la primera en ver a Jesús después de la resurrección (cf. Mateo 28:1s.), mientras que 1 Corintios 15:5 enumera a Pedro como el primero en ver a Cristo resucitado. Del mismo modo, Mateo (28:2) enumera a «María Magdalena y la otra María» como las primeras en el sepulcro, mientras que Juan (20:1) sólo nombra a María Magdalena.
Un examen más detenido revela que las descripciones están diciendo las mismas cosas desde perspectivas diferentes; sí armonizan cuando se comparan de cerca.
Existe un orden general discernible de los acontecimientos posteriores a la resurrección en los relatos del Nuevo Testamento. Los demás acontecimientos encajan en torno a este esquema general.
Existe un orden general discernible de los acontecimientos posteriores a la resurrección en los relatos del Nuevo Testamento. Todos los demás acontecimientos pueden encajarse en esta lista general de la siguiente manera.

Los manuscritos más antiguos y fiables no tienen Marcos 16:9-20. Pedro vio la tumba vacía; no se encontró inmediatamente con Cristo. Otros eruditos (cf. Wenham, 139) invierten los números 3 y 4 (pero véase Lucas 24:34) y algunos combinan el 8 y el 9. Pero esto carece de importancia a la hora de conciliar todos los datos. No hay contradicción demostrable en ninguno de los dos sentidos.
Una vez señalados varios factores, no hay mayor problema en encajar las diversas apariciones.
En primer lugar, como Pablo está defendiendo la resurrección, proporciona una lista oficial que incluye sólo a hombres (a las mujeres en aquella época no se les permitía testificar en los tribunales).
En segundo lugar, es comprensible que la aparición de Cristo a Pablo no figure en los Evangelios, ya que su narración termina en el momento de la ascensión de Cristo y Pablo vio a Cristo muchos años después (Hch. 9:3s.; 1 Co. 15:7).
En tercer lugar, dado que el objetivo de Pablo es aportar pruebas de la resurrección, era apropiado que destacara la aparición a los quinientos testigos, la mayoría de los cuales seguían vivos cuando escribió (hacia el 55 d.C.).
Cuarto, el resto de las apariciones, como las de Santiago (1 Co. 15:7) y los dos discípulos de Emaús (Lc. 24:13s.), encajan como información suplementaria que no contradice las otras apariciones.
En quinto lugar, incluso la dificultad para discernir el orden exacto de los acontecimientos de las primeras apariciones a las mujeres no es insuperable. El siguiente orden de acontecimientos parece dar cuenta de todos los datos de forma coherente:
- «María Magdalena» visitó la tumba de Jesús la madrugada del domingo «cuando aún estaba oscuro» (Juan 20:1). (Es posible que alguien más estuviera con ella, ya que se refiere a «nosotros» [Juan 20:2]).
- Al ver que la piedra había sido removida (Juan 20:1), ella corrió de regreso a Pedro y Juan en Jerusalén y dijo: «No sabemos dónde lo han puesto» (v. 2).
- Pedro y Juan corrieron al sepulcro y vieron las ropas de la tumba vacías (Juan 20:3-9) y entonces «los discípulos» (Pedro y Juan) «volvieron a sus casas» (v. 11).
- María Magdalena había seguido a Pedro y a Juan a la tumba. Después de que Pedro y Juan se marcharan, María Magdalena, quedándose en la tumba, vio a dos ángeles «donde había yacido el cuerpo de Jesús» (Juan 20:12). Entonces Jesús se le apareció (Marcos 16:9) y le dijo que regresara con los discípulos (Juan 20:14-17).
- Mientras María Magdalena se marchaba, las «otras mujeres» llegaron a la tumba con especias para ungir el cuerpo de Jesús (Marcos 16:1). Para entonces, «empezaba a amanecer» (Mateo 28:1). El grupo que incluía a la «otra María» (Mateo, 28:1), la madre de Santiago (Lucas, 24:10), Salomé (Marcos, 16:1) y Juana (Lucas, 24:1, 10) también vio que la piedra había sido removida (Mateo, 28:2); (Marcos, 16:4); (Lucas, 24:2); (Juan, 20:1). Al entrar en la tumba, vieron a «dos hombres» (Lucas 24:4), uno de los cuales les habló (Marcos 16:5) y les dijo que regresaran a Galilea, donde verían a Jesús (Mateo 28:5-7); (Marcos 16:5-7). Estos dos jóvenes «hombres» eran en realidad ángeles (Juan 20:12).
- Cuando María Magdalena y las mujeres salieron para ir a avisar a los discípulos, Jesús se les apareció y les dijo que fueran a Galilea a ver a sus «hermanos» (Mateo 28:9-10). Mientras tanto, los «once discípulos fueron a Galilea, al monte que Jesús les había señalado» (Mateo 28:16); (Marcos 16:7).
- María Magdalena con las «otras mujeres» (Lucas 24:10) regresaron esa noche con los once (Lucas 24:9) y «todos los demás» (v. 11) ahora reunidos de nuevo en Galilea a puerta cerrada «por miedo a los judíos» (Juan 20:19). María Magdalena les dijo que había visto al Señor (v. 18). Pero los discípulos no la creyeron (Marcos 16:11). Tampoco creyeron el relato de las otras mujeres (Lucas 24:11).
- Al oír esta noticia, Pedro se levantó y corrió de nuevo al sepulcro. Al ver la ropa de la tumba vacía (Lucas 24:12), se maravilló. Hay diferencias notables entre esta visita y la primera. Aquí Pedro está solo, mientras que Juan estaba con él la primera vez (Juan 20:3-8). Aquí, Pedro está definitivamente impresionado; la primera vez, sólo Juan «vio y creyó» (Juan 20:8).
Algunos factores ayudan a comprender por qué algunos escritores enfocaron el tema como lo hicieron:
- Pablo en 1 Corintios está resumiendo la defensa de la resurrección desde un punto de vista legal y oficial, no dando un relato pormenorizado. Por lo tanto, presenta una lista oficial de testigos, que nunca habría incluido a mujeres en un entorno grecorromano como Corinto. El testimonio de una mujer no estaba permitido en un tribunal.
- La aparición de Cristo a Pablo no figuraba en los Evangelios, ya que Pablo vio a Cristo años después de la ascensión (Hechos 9; cf. 1 Cor. 15:7).
- Como apologista, Pablo destacaría la impresionante aparición a los 500 testigos, la mayoría de los cuales aún vivían cuando escribió 1 Corintios (hacia 55).
- Otras apariciones, como a Santiago (1 Co. 15:7) y en el camino de Emaús (Lc. 24:13-34), encajan como información complementaria. No se plantean en el debate armonizador.
Conflicto en el testimonio independiente
El hecho de que varios relatos no encajen con perfecta facilidad es de esperar de un testimonio auténtico independiente. De hecho, si los relatos fueran perfectamente armoniosos en apariencia, tendríamos que sospechar de colusión. Pero el hecho de que los numerosos acontecimientos y el orden general estén claros es exactamente lo que debemos esperar de un relato creíble (verificado por grandes mentes jurídicas que han escudriñado los relatos evangélicos y los han pronunciado así).
Simon Greenleaf, el famoso abogado de Harvard que escribió un libro de texto sobre pruebas legales, se convirtió al cristianismo basándose en su cuidadoso examen de los testimonios evangélicos desde una perspectiva legal.
Concluyó que:
«Copias que hubieran sido tan universalmente recibidas y actuadas como los Cuatro Evangelios, habrían sido recibidas como prueba en cualquier tribunal de justicia, sin la menor vacilación»
Greenleaf, 9-10
(c.f. Ver artículo: SIMON GREENLEAF, ESQ. (Su Valioso Aporte a la Apologética “Jurídica” o Jurídica)
Pruebas positivas de autenticidad
Existen abrumadoras pruebas positivas de que los registros de los Evangelios son auténticos. Existe un mayor número de manuscritos del Nuevo Testamento que de cualquier otro libro del mundo antiguo.
De hecho, incluso tomando los criterios de credibilidad del gran escéptico David Hume, el Nuevo Testamento aprueba con nota. No hay razón, pues, para rechazar la autenticidad de los relatos del Nuevo Testamento basándose en su supuesto desorden. Dado que existen cinco relatos principales de las apariciones de Jesús tras la resurrección (Mateo 28; Marcos 16; Lucas 24; Juan 20-21; Hechos 9; 1 Cor. 15) repletos de testimonios de testigos presenciales, no hay duda razonable sobre la realidad de su resurrección.
El cuerpo robado
Desde el punto de vista histórico, la historia de la tumba vacía es básicamente fiable. Tanto la tradición que está detrás de Marcos, como la que entró en el Evangelio de Juan, testifican que una (María Magdalena) o más mujeres hallaron abierto el sepulcro de Jesús y desaparecido el cuerpo. La primitiva polémica contra el mensaje de su resurrección daba por supuesto que se sabía que la tumba estaba vacía. Naturalmente, los oponentes al movimiento cristiano justificaron aquella desaparición como un simple caso de robo (Mt. 28:11–15). Lo que estaba en disputa no era si la tumba estaba vacía, sino por qué estaba vacía. No hay evidencia temprana de que nadie, cristiano o no cristiano, alegara jamás que la tumba de Jesús todavía contuviera sus restos.
La hipótesis de que el cadáver de Jesús fue arrojado a una fosa común está dentro de lo que la historia dice sobre los ajusticiados, pero no se sostiene por ningún testimonio ni insinuación que pudiera entreverse en la historia evangélica. Como escarmiento, los romanos solían dejar que los ajusticiados públicos quedaran sobre el patíbulo para pasto de animales carroñeros, o los arrojaban a una fosa común, sin unción ni ceremonia alguna, donde se pudrían. En el caso concreto de Jesús y los otros dos reos, dada la circunstancia de la celebración de la Pascua, es más seguro hacer caso a la tradición evangélica respecto a la solicitud de las autoridades religiosas de Jerusalén, que intercedieron ante Pilatos por los cuerpos de los ajusticiados, pues, si no se enterraban, pasando al raso la noche, esos cuerpos manchaban la Tierra Santa y corrompían la ciudad de Dios (cf. Jn. 19:31–37; Dt. 21:22–23). Gracias a la intervención de José de Arimatea, el cuerpo de Jesús se salvó de ser arrojado a la fosa común.
José de Arimatea en el entierro

La inesperada presencia de José de Arimatea en torno al entierro de Jesús, rogando al gobernador romano que le entregase el cadáver del ajusticiado (Mc. 15:43; Mt. 27:58; Lc. 23:52; Jn 19:38), es muy poco probable que sea una invención cristiana. Todos los evangelistas coinciden en señalar a los dirigentes religiosos judíos como responsables del asesinato judicial de Jesús. Por eso
Raymond Brown piensa que es muy probable que José haya enterrado a Jesús a sus expensas y en su propia tumba, ya que es casi imposible explicar por qué los cristianos habrían de fabricar la historia de un miembro del sanedrín judío que hizo lo correcto por Jesús.
En cuanto a la presencia de Nicodemo, tampoco hay que pensar que Juan le inventara este cometido si la tradición cristiana no recordara que un miembro del Sanedrín intervino en este episodio, y el único miembro del Sanedrín favorable a Jesús que Juan conocía era Nicodemo. Se ha sugerido que, como Nicodemo era fariseo, su presencia garantizaría la correcta ejecución del rito del enterramiento.

Intervención resucitadora de Dios
La más temprana tradición prepaulina habla de Dios que resucita a Jesús (o a su Hijo) de entre los muertos (p.ej., Ro. 10:9; 1 Tes. 1:10), o también habla de Jesús «que es resucitado» (p.ej., 1 Cor. 15:4; Mc. 16:6), lo que implica que esto ha ocurrido «por medio del poder divino». La resurrección de Jesús es una actuación del Padre, que con su fuerza creadora y poderosa ha levantado al muerto Jesús a la vida definitiva y plena.
El Jesús crucificado ha sido traído personalmente desde el estado de muerte al de una vida nueva y perdurable. En 1 Cor. 15:3, el texto más primitivo sobre la resurrección, el apóstol utiliza el vb. egégertai en perfecto pasivo, indicación de que la acción que se cumple es obra del Dios, como si dijese: «Dios lo ha resucitado». Llama la atención que esta sea la fórmula invariable que aparece en otros textos, lo que indicaría que formaba parte de las primeras confesiones cristianas. No se confiesa que «Jesús ha resucitado» por sí mismo, sino que «ha sido resucitado por Dios» (Hch. 2:24; 3:15). O sea, es un acontecimiento realizado por Dios, que contrasta con lo hecho por las autoridades del pueblo de Israel al condenar y dar muerte al Mesías (Hch 4:10, 23–24, 32, 36), (¡uno de estos parece ser incorrecto!). Ahora el Padre corrobora, para confusión de los enemigos de Jesús, sus títulos mesiánicos: «Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo» (Hch. 2:36).
La resurrección de Jesús no debe considerarse como una reanimación, no es que Jesús «vuelva a vivir» de la misma manera que Lázaro (Jn. 12:1) o que la hija de Jairo (Mt. 9:25), pues entonces estaría regido por las mismas leyes biológicas y fisiológicas anteriores y, en consecuencia, estaría necesariamente abocado a la muerte. Ahora bien, Cristo resucitado ya no muere más, la muerte ya no tiene dominio sobre él (Ro. 6:9).
Jesús ha sido resucitado por la fuerza de Dios, que le hace vivir su nueva vida (Ef. 1:19–20); (2 Cor. 13:4). Otra expresión análoga dice que Jesús ha sido resucitado por la gloria de Dios, es decir, por esa fuerza que descubre toda la grandeza gloriosa de Dios (Ro. 6:4); por eso, Cristo resucitado posee un «cuerpo glorioso» (Flp. 3:21), que no significa un cuerpo luminoso, majestuoso, sino una personalidad llena de la fuerza transformadora de Dios. Jesús ha sido resucitado por el Espíritu de Dios, es decir, por su aliento creador (Ro. 8:11); por eso, Cristo resucitado posee «un cuerpo espiritual» (1 Cor. 15:35–49), lo que no significa un cuerpo inmaterial, etéreo, invisible, sino una personalidad penetrada por el aliento vital y creador de Dios. En todo caso, se afirma la identidad entre el que murió y fue sepultado y el que resucitó (1 Cor. 15:3–5). De ahí la preocupación por acentuar el hecho de las llagas (Lc. 24:39); (Jn. 20:20, 25–29; (¡uno de estos parece ser incorrecto!)), de que él comió y bebió con sus discípulos (Hch. 10:41) o delante de ellos (Lc 24:42).
Desde el punto de vista teológico, con la resurrección de Cristo ha quedado redefinido para siempre el significado de la palabra «muerte». Cristo vino «a destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, el diablo» (Heb. 2:14). La muerte es desde ese momento un enemigo derrotado, un enemigo muerto (1 Cor. 15:55).
La incredulidad de los discípulos
Toda la tradición evangélica es unánime en señalar la incredulidad de los discípulos, reprochada vivamente por Jesús (Mc. 16:13–14; Lc. 24:22–25, 37–39). En el momento de la prueba, lo negaron y huyeron. En ellos se cumplen las palabras de Cristo: «Todos os vais a escandalizar de mí» (Mc. 14:27; Mt. 26:31). Simplemente huyen y retornan a Galilea (Mc. 14:50; Mt. 26:56). La mayoría, según la reconstrucción de X. Léon-Dufour de los acontecimientos cruciales del prendimiento y muerte de Jesús, habría huido de Jerusalén hacia Galilea, a excepción de las mujeres y Pedro, que habrían quedado en Jerusalén.
Aquellos hombres, que no solo se resistían a aceptar el anuncio de Jesús sobre su muerte, sino que abandonaron al Maestro, a partir de las primeras noticias de la resurrección de Jesús comienzan a anunciar el Evangelio con una convicción total. Aquellos hombres cobardes que no habían sido capaces de mantenerse junto a Jesús en el momento de la crucifixión, comienzan ahora a arriesgar su vida por defender la causa del Crucificado. La experiencia de la resurrección fue para ellos un acontecimiento transformador que les cambió totalmente. Desde entonces, vinieron a ser en todo lugar testigos de la resurrección (Hch. 1:22; 2:32; 3:15; 4:10, 33; 5:31–32; 10:40–42; 13:30–37; 25:19, etc.).
Es particularmente significativo el caso de Pablo de Tarso. El encuentro con Cristo resucitado lo convierte de perseguidor de las comunidades cristianas en testigo y predicador de la Buena Noticia de Cristo (Gal. 1:23; Flp. 3:5–14; Col. 3:9–10).
Los encuentros de los once con el Resucitado terminan invariablemente en una llamada a la evangelización (Mt. 28:18–20; Mc. 16:15; Lc. 24:28; Jn. 20:21). Concretamente, Pablo entiende su experiencia pascual como una exigencia de predicar la fe entre los gentiles (Gal. 1:15–16). Encontrarse con el Resucitado es sentirse llamado a anunciar la Buena Noticia de Cristo (Lc. 24:36; Jn. 20:17–18).
Pruebas de la resurrección
Matthew Arnold llamó a la resurrección de Jesús «el hecho mejor atestiguado de la historia humana», y juzgado según los criterios históricos tradicionales sale ciertamente bien parado.
Algunos historiadores objetan que la resurrección es única: no tenemos nada con lo que compararla, ninguna clase en la que encuadrarla. Tradicionalmente, tres líneas principales de pruebas la atestiguan.
Tumba vacía
Los cuatro Evangelios coinciden en que el cuerpo de Jesús fue colocado en una tumba después de su crucifixión y que dos días después la tumba estaba vacía. Hay diferencias en los relatos pero un acuerdo impresionante sobre el hecho principal.
K. Lake sugirió que las mujeres acudieron al sepulcro equivocado y cuando se les dijo «No está aquí» (Mc 16:6), queriendo decir «Está en otro sepulcro», lo malinterpretaron y difundieron la historia de una resurrección. Tal explicación plantea más preguntas que respuestas. ¿Por qué las mujeres experimentaron «temblor y asombro» y miedo (Mc 16:8)? Éstas no son respuestas normales a la sugerencia de que uno está buscando en el lugar equivocado. ¿Y nadie encontró nunca la tumba correcta? Las improbabilidades abundan, por lo que la idea de Lake rara vez se avanza hoy en día.
Significativamente, nadie en tiempos del NT parece haber discutido el punto. W. Pannenberg señala que la polémica judía «compartía la convicción con sus oponentes cristianos de que la tumba de Jesús estaba vacía» (Jesús-Dios y el hombre [trad. cast. 1968], p. 101). Todas las tradiciones conocidas coinciden en que la tumba estaba vacía (aunque existe desacuerdo sobre si el cuerpo fue levantado o trasladado).
Pablo no dice específicamente que la tumba estuviera vacía. En consecuencia, algunos eruditos han argumentado que él no sabía nada de la tumba vacía, sino que confiaba totalmente en las apariciones. Pero el cuerpo desaparecido está claramente en mente cuando Pablo dice que Jesús «fue sepultado para resucitar al tercer día…» (1 Cor. 15:4); estas palabras significan que si un cuerpo físico fue sepultado, entonces un cuerpo físico resucitó. De hecho, el tratamiento que da Pablo a la resurrección de los creyentes implica claramente esto. «Todos seremos transformados», escribe, y luego explica que «esta naturaleza perecedera debe revestirse de lo incorruptible, y esta naturaleza mortal debe revestirse de inmortalidad» (1 Cor. 15:52s.).
Pablo no se refiere a la supervivencia de un alma inmortal sino a un cambio en este cuerpo mortal, y parte integral de todo su argumento es que Jesús ha experimentado este cambio. Los discursos de los Hechos también implican una tumba vacía. Por ejemplo, «no fue abandonado al Hades, ni su carne vio corrupción» (Hechos 2:31), y «ellos… le pusieron en un sepulcro. Pero Dios le resucitó de entre los muertos» (Hechos 13:29s.).
Algunos sostienen que los primeros relatos de resurrección se refieren a apariciones del Resucitado y que la tumba vacía es una invención posterior. Pero esta tesis pasa por alto las pruebas paulinas y no advierte que el énfasis inicial en las apariciones no excluye el conocimiento de la tumba vacía. Quizá no se habló mucho de la tumba vacía, aunque se conocía desde el principio, mientras la gente prefería las emocionantes historias de encuentros personales con Jesús. La atención se dirigió a la tumba cuando se vio que era importante.
Ahora bien, si la tumba estaba vacía se nos plantea la cuestión de cómo se produjo. Aparte de la propia Resurrección la única explicación es que amigos o enemigos se llevaron el cuerpo. Pero los amigos no habrían hecho esto. Aunque sin citar pruebas, Joseph Klausner responsabilizó a José de Arimatea del hecho. El razonamiento de Klausner ha convencido a pocos. Los discípulos no esperaban una resurrección y no existen pruebas de una conspiración para robar el cuerpo, como temían los sumos sacerdotes y los fariseos (Mt. 27:64). Además, estos enemigos de Jesús aseguraron una guardia sobre la tumba para impedir cualquier robo de la tumba (27:65s.). Sin embargo, la objeción concluyente es que los primeros discípulos sufrieron por predicar la Resurrección, como muestran claramente los primeros capítulos de los Hechos. Si hubieran robado el cuerpo no habrían estado dispuestos a sufrir por decir que Jesús resucitó. Y si la secta era lo suficientemente molesta como para ser perseguida, los líderes judíos habrían estado ansiosos por comprar información sobre el robo y la localización del cuerpo. Toda la sugerencia es improbable.
La idea de que los enemigos de Jesús se llevaran el cuerpo no es mejor. Habrían tenido aún menos motivos que sus amigos. Al llevarse el cuerpo, los enemigos de Jesús habrían fomentado irónicamente que surgieran historias de resurrección. Y, por supuesto, la guardia habría representado una dificultad tan grande para ellos como para los cristianos. Pero lo que es concluyente es el fracaso de los enemigos en producir el cuerpo cuando los seguidores de Jesús empezaron a hacer conversos. Producir el cuerpo habría refutado la Resurrección de una vez por todas. Habría asestado un golpe mortal a la nueva secta. Que los líderes judíos no lo hicieran demuestra que no tenían el cuerpo.
W. H. Griffith Thomas, citando a Fairbairn, afirmó: «El silencio de los judíos es tan significativo como el discurso de los cristianos» (ISBE [1929], IV, 2566).
Resulta significativo que las ropas de la tumba estuvieran intactas (Lc. 24:12; Jn. 20:6s.). Hace tiempo, Crisóstomo señaló que los ladrones de tumbas no habrían robado el cuerpo desnudo debido a las limitaciones de tiempo y otras dificultades («fue enterrado con mucha mirra, que pega el lino al cuerpo no menos firmemente que el plomo» [Hom 85 sobre Jn. 4]). Los Evangelios describen una escena ordenada, no la confusión que se habría producido si se hubieran arrancado las vestiduras sepulcrales del cuerpo. Que algo extraordinario había ocurrido lo demuestra el hecho de que el discípulo amado «vio y creyó» (Jn. 20:8).
Apariciones posteriores a la Resurrección
Los cinco relatos escritos (los cuatro Evangelios y 1 Cor. 15) hablan de diez apariciones diferentes de Jesús tras la Resurrección, cinco el primer día, cinco más repartidas a lo largo de cuarenta días y luego un cese abrupto. Aunque no es fácil encajar los acontecimientos de la primera mañana de Pascua, no es imposible. Westcott (véase El Evangelio según San Juan [1954], pp. 335s) y otros lo han hecho.
Saber cuál es la reconstrucción correcta, si es que alguna lo es, es imposible, pero cada una muestra sin duda una posible disposición de la información en una secuencia verosímil. Además, el problema de la variación de los relatos no se limita a la Resurrección; los problemas derivados de las diferencias en los detalles de las fuentes afectan a casi todos los acontecimientos de la historia, pero esto no hace tambalear nuestra certeza sobre los acontecimientos principales. Las diferencias en los registros escriturales sólo indican relatos de testigos independientes, no la repetición de un relato oficial.
Existe una gran variedad significativa entre los testigos. Los primeros en ver a Jesús fueron mujeres, lo que es una nota incidental de veracidad. Un relato fabricado habría indicado sólo hombres, pues los judíos no aceptaban el testimonio de las mujeres (Josefo dio la regla: «De las mujeres no se acepte ninguna prueba, a causa de la ligereza y temeridad de su sexo»; Ant. iv.8.15 [219]). Pero Jesús también se apareció a una persona (por ejemplo, a Cefas, 1 Co. 15:5), a dos en el camino de Emaús (Lc. 24:13-15), a los Once (Jn. 20:24-28), y en una ocasión a más de quinientos (1 Co. 15:6). Especialmente importante es Pablo, un hombre inteligente y culto y con prejuicios
contra los cristianos. Pero es enfático al afirmar que vio a Jesús resucitado, y esta certeza alteró todo el curso de su vida posterior. Esto debió de ocurrir a los pocos años de la crucifixión (véanse las notas temporales de Gal. 1:18; 2:1), y quizá tan poco como un año, como sugirieron H. C. Kee y F. W. Young (El mundo vivo del NT [1971], p. 215).
Es importante señalar que Pablo hizo la afirmación pronto, ya que sus cartas, los documentos más antiguos disponibles que registran esta afirmación, fueron escritas en los veinte o treinta años siguientes a la muerte de Jesús. Pablo dice que «la mayoría» de los quinientos a los que se apareció Jesús seguían vivos (1 Cor. 15:6); por tanto, podían ser interrogados. Que no haya pruebas de ningún intento serio de refutar el testimonio de la Resurrección es significativo.
Entre las objeciones que se han planteado a los relatos de las apariciones se incluyen que no son coherentes y que ofrecen versiones contradictorias sobre los lugares de las apariciones; por ejemplo, Mateo, Marcos y Jn. 21 señalan Galilea como el lugar, mientras que Lucas y Jn. 20 indican Jerusalén como el lugar. Pero las apariciones en una localidad no descartan las apariciones en otra. Además, bien podría haber una explicación bastante natural; C. F. D. Moule sugirió que los desplazamientos de los peregrinos a Jerusalén para las grandes fiestas y su regreso a casa explicaban la diferencia (NTS, 4 [1957-58], 58-61).
Además, «Galilea» podría ser un nombre aplicado a un lugar del monte de los Olivos (vease art. «Jerusalem in the Time of Christ and the Apostles por W. S. Lasor, The International Standard Bible Encyclopedia, Revised (Wm. B. Eerdmans, 1979–1988), 1026»).
Experiencia de la Iglesia cristiana
La convicción de que Jesús había resucitado de entre los muertos transformó a los primeros discípulos. La creencia en la Resurrección tuvo lugar a pesar de ellos más que a causa de ellos. En el momento de la crucifixión «todos le abandonaron y huyeron» (Mc 14:50). Cuando las mujeres dijeron a los once que habían visto a Jesús vivo «estas palabras les parecieron un cuento vano y no las creyeron» (Lc. 24:11). Los dos de camino a Emaús estaban claramente sin esperanza, aunque habían oído el informe de las mujeres (24:13-24). Sin embargo, estas mismas personas poco después se arriesgaron a ser encarceladas e incluso a morir mientras predicaban «a Jesús y la resurrección». ¿Qué causó esta asombrosa transformación? Debieron de ser necesarias pruebas contundentes para convencer a personas como Pedro, Tomás y Pablo. Sin embargo, estaban convencidos de que Jesús había resucitado. Que la gente fuera encarcelada y que Esteban y Santiago sufrieran la muerte es significativo. La gente no suele correr tales riesgos a menos que esté muy segura de sí misma. Cuando se enfrentan a peligros tan grandes son propensos a buscar una explicación alternativa de aquello por lo que pueden ser condenados a muerte. Pero los discípulos estaban muy firmes. Estaban seguros de la Resurrección.
Es importante darse cuenta de las profundidades de las que surgió la fe. La crucifixión había aplastado a los discípulos. Se puede argumentar que las apariciones engendraron un entusiasmo contagioso y creciente. Pero cómo empezó Aparentemente ningún seguidor de Jesús conservó la fe y el optimismo tras la crucifixión. Sólo prevalecieron la tristeza y el vacío, y estos elementos no produjeron una fe contagiosa. Pero lo que ocurrió en la mañana de Pascua marcó la diferencia.
En el corazón del culto cristiano se encuentra esta certeza de la Resurrección, y la gente no pone lo incierto o lo que carece de importancia al frente de su acercamiento a Dios. Los primeros creyentes eran todos judíos, y los judíos se aferraron tenazmente a sus antiguas costumbres. Pero estos nuevos creyentes sustituyeron el sábado como día de culto por el día del Señor, un recordatorio semanal de la Resurrección. De su rito de iniciación podía decirse: «fuisteis sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él» (Col. 2:12). Del mismo modo, la Cena del Señor era una acción de gracias por la presencia y las bendiciones del Señor vivo, no una conmemoración de un mártir muerto. Toda la vida de culto del creyente giraba en torno a la Resurrección.
Además, la Iglesia cristiana no es una oscura secta que hizo una breve aparición en el escenario de la historia y desapareció rápidamente. Por el contrario, es un cuerpo vivo que es una realidad después de más de diecinueve siglos, marcados por diversos problemas, por la oposición de diferentes enemigos y por la frecuente falta de espiritualidad y pereza internas. Sus enemigos siempre han profetizado su pronta desaparición, pero esto no ha ocurrido. De hecho, la Iglesia nunca ha tenido tantos adeptos como hoy y, a pesar de la frialdad de algunos de sus miembros, sigue existiendo en ella una vitalidad asombrosa. Y el Señor resucitado y ascendido de la Iglesia suministra el poder espiritual que hace todo esto posible. Si Cristo no resucitó, entonces la existencia continuada de la Iglesia es un enigma de primera clase.

C. F. D. Moule argumentó esto de forma convincente. Señaló el hecho de que la Iglesia fue creada por la predicación de que el Mesías Jesús había sido crucificado pero había resucitado de entre los muertos. Moule preguntó: «Si la llegada a la existencia de los nazarenos, un fenómeno innegablemente atestiguado por el NT, rasga un gran agujero en la historia, un agujero del tamaño y la forma de la Resurrección, ¿qué propone el historiador secular para taparlo withḥ?» (Fenómeno del NT [1967], p. 3).
Moule no sostenía, por supuesto, que la existencia de cualquier movimiento pruebe la veracidad de sus enseñanzas. Sostenía que cualquier gran movimiento florece no por sus errores sino a pesar de ellos; la dinámica de un movimiento es el elemento de verdad que hay en él. Moule también dijo que el único factor característico de los cristianos, que era la razón de su existencia, el que los separaba de los judíos, era su convicción de que Jesús había resucitado de entre los muertos. Si eso era erróneo, ¿cómo se puede explicar la aparición y la existencia continuada de la Iglesia?.
Ausencia de Explicaciones alternativas
La tumba vacía es un hecho, como lo es la existencia continuada de la Iglesia que predica la Resurrección. Pero, ¿existen otras explicaciones además de la doctrina tradicional de la Resurrección?
Algunos han sugerido que los hechos se explican mejor si se sostiene que Jesús no murió en la cruz. El argumento es que Jesús, vencido por el dolor y el agotamiento físico, se desmayó y fue dado por muerto por error. En el frescor de la tumba revivió y más tarde las mujeres la encontraron vacía. Concluyeron que estaba vivo y empezaron a circular historias maravillosas. Pero tal explicación está llena de dificultades. No es probable que los hábiles verdugos romanos permitieran que se le enterrara antes de que Jesús estuviera realmente muerto. ¿Y cómo salió de la tumba? ¿Cómo pudo esta persona débil y herida estimular a los discípulos a la vigorosa vida de los primeros capítulos de los Hechos? ¿Qué fue de Jesús? ¿Dónde vivió y cómo y dónde murió finalmente? Las preguntas se multiplican y las respuestas no aparecen. Teorías como ésta son insostenibles y rara vez se avanzan hoy en día.
Otros piensan que la explicación hay que buscarla en las alucinaciones. Los discípulos iban en serio y creían realmente que Jesús había resucitado, pero todo era una ilusión; no había nada real que correspondiera a sus «visiones». A primera vista plausibles, todas esas teorías ignoran lo que se sabe sobre las alucinaciones. Éstas les ocurren a las personas que más o menos las esperan, pero los discípulos (especialmente Tomás) nunca imaginaron volver a ver a Jesús. Las alucinaciones tienden a continuar una vez iniciadas, pero las apariciones se produjeron sobre todo el primer día y cesaron bruscamente al cabo de cuarenta días. Las alucinaciones son personales, pero Pablo dijo que más de quinientas personas vieron a Jesús resucitado a la vez. Las apariciones de la resurrección simplemente no se ajustan a los mejores conocimientos sobre las alucinaciones.
Comprensión moderna
Dado que la resurrección de Jesús explica mejor un sólido conjunto de pruebas, la mayoría de los cristianos siempre la han aceptado. Pero en los últimos tiempos se ha discutido mucho sobre el significado de «resurrección».
Algunos llaman la atención sobre el problema que conllevan los significados de «historia» e «histórico», que hace que el uso de estos términos con respecto a la resurrección sea un procedimiento dudoso. Por definición, lo histórico limita a los historiadores. Proceden estudiando documentos, artefactos, etc., y aplicando el razonamiento humano a su interpretación. No pueden llegar a ninguna conclusión que no concuerde con los precedentes humanos y la razón humana. Pero no existen paralelos para la resurrección de Jesús, y no resulta de una cadena de razonamientos humanos. Así que los historiadores pueden decir que la resurrección no debe incluirse entre los «hechos históricos».
Esto conduce a menudo a un agnosticismo reverente. Así, Günther Bornkamm considera la Resurrección como una de las cosas «sustraídas a la erudición histórica». La historia no puede averiguar y establecer de forma concluyente los hechos sobre» ella. De hecho, «El último hecho histórico disponible… es la fe pascual de los primeros discípulos» (Jesús de Nazaret [trad. cast. 1960], p. 180). No puede decir lo que ocurrió aquel día de Pascua, aunque lo considera muy importante. Es «por encima de todo el reconocimiento de Dios a este Jesús», y es un «acontecimiento en este tiempo y en este mundo, y sin embargo al mismo tiempo un acontecimiento que pone fin y límite a este tiempo y a este mundo» (p. 184).
A veces este tipo de agnosticismo sobre el acontecimiento del día de Pascua lleva a conclusiones radicales. Así, Rudolph Bultmann aceptó la proposición de que «Jesús ha resucitado en el kerigma» (véase su ensayo en C. E. Braaten y R. A. Harrisville, eds., Historical Jesus and the Kerygmatic Christ [1964], pp. 15-42). «Creer en el Cristo presente en el kerigma es el sentido de la fe pascual» (p. 42). Del mismo modo, Paul van Buren prefiere «no hablar del acontecimiento pascual como un ‘hecho’ en absoluto… Podemos decir algo sobre la situación anterior a la Pascua, y podemos decir otras cosas sobre las consecuencias del acontecimiento pascual, pero la resurrección no se presta a ser hablada como un ‘hecho’, ya que no puede ser descrita» (Significado secular del Evangelio [1963], p. 128). Jesús era «un hombre libre» condenado a muerte porque su libertad era una amenaza para los «hombres inseguros y atados». En Pascua, Pedro y los demás «experimentaron una situación de discernimiento»; entonces contaron la historia de Jesús «como la historia del hombre libre que les había liberado» (p. 134).

W. Marxsen también ha encontrado difícil creer los relatos de la resurrección. Para él, Pablo es el «único testigo directo al que podríamos apelar» (p. 112), e incluso Pablo debe interpretarse con mucho cuidado. Al final, para Marxsen, «‘Jesús ha resucitado’ significa simplemente: hoy el Jesús crucificado nos llama a creer» (p. 128). Otra forma radical de ver la Pascua es decir, con J. A. T. Robinson, que la única forma de hacer inteligible la Resurrección es verla cósmicamente, «principalmente como una declaración sobre el mundo»; «El evangelio de la Resurrección es el evangelio de un mundo nuevo» (La libertad cristiana en una sociedad permisiva [1970], p. 137).
Hay que recordar siempre que en ninguna parte del NT se dice que alguien viera a Jesús resucitar, y en ninguna parte se describe con precisión lo que ocurrió. Hay lugar para la reserva reverente. Pero ciertamente el historiador puede decir más de lo que permiten los teólogos antes mencionados. Pues aunque parecen negar la posibilidad de un milagro en el plano físico, están dispuestos a conformarse con un cambio en los discípulos. No parecen contar con el hecho de que esto no se libra del milagro. Ni siquiera se libra de lo físico, pues tal «cambio» significa un proceso mental y éste implica al cerebro. Como dijo F. G. Downing, «tendría que haber sido un acontecimiento ‘físico’ de cierto orden para haber sido un acontecimiento en absoluto. Un cambio ‘mental’ humano es tan físico como la resurrección» (¿Tiene el cristianismo una revelación? [1964], p. 81 n1). Uno se queda preguntándose qué fue lo que causó el cambio mental. No tiene mucho sentido cambiar la pregunta «¿Qué pasó con el cuerpo de Jesús?» por «¿Qué pasó con los cerebros de los discípulos?» Si Jesús no resucitó de la forma en que los discípulos dijeron que lo había hecho, entonces un milagro les hizo pensar que sí había sucedido. Pero lo que Dios hizo en aquella Pascua convenció a los discípulos de la resurrección de Jesús y esto constituyó la base de su predicación. Esto, por supuesto, introduce una cuestión moral. ¿Hay que creer que Dios hizo creer a los discípulos algo que no era cierto?
Los historiadores están de acuerdo en que los primeros discípulos creían que se había producido una resurrección, pero se muestran incapaces de decir más. A. Richardson cita las palabras de Bornkamm sobre «la fe pascual» como «el último hecho histórico», y dice: «Pero tal actitud implica el abandono total del método histórico, ya que el historiador no puede admitir que existan «últimos hechos» en la historia, porque serían acontecimientos sin causa» (History, Sacred and Profane [1964], p. 196). Algo causó la fe de los discípulos y negarse a descubrir la causa es un mal procedimiento histórico. ¿Fue posiblemente causada por la resurrección de Jesús de entre los muertos, o estaban los discípulos equivocados o engañados? Pocos hoy en día defenderían cualquiera de las dos últimas opciones, ya que «la investigación histórica no ha producido ninguna prueba convincente de que el acontecimiento de la resurrección de Jesús se ajuste al modelo de mito, pura leyenda o engaño» (T. Peters, CBQ, 35 [1973], 481). La idea de que Dios intervino y resucitó a Jesús al menos cubre los hechos; nada de lo sugerido hasta ahora lo hace. Es cierto que la aplicación estricta del método histórico no «prueba» la Resurrección. Sin embargo, los hechos sí apuntan a ello.
Los que hacen una valoración algo más cautelosa de las pruebas a menudo sugieren mantener abierta la posibilidad de que los huesos de Jesús aún descansen en el suelo de Palestina. Pero, ¿es esto ser justo con las pruebas? Al fin y al cabo significa que el cuerpo de Jesús permaneció muerto; todo lo que ocurrió en la Resurrección fue que los discípulos recibieron de algún modo la seguridad de que Jesús aún vivía. Pero, como dice S. Neill, «los discípulos no estaban afirmando que Jesús siguiera sobreviviendo de algún modo en el mundo invisible. Afirmaban que la muerte había sido vencida; que mediante una tremenda manifestación de su poder, Dios había resucitado a Jesús de Sheôl». No decían simplemente que Dios había reivindicado a Jesús, sino que «el universo entero se había convertido en un lugar nuevo» Interpretación del NT: 1861-1961 [1964], p. 288).
Estas personas cautelosas hacen bien en recordarnos que no debemos dar demasiada importancia a las pruebas. Pero tampoco hay que recordarles que hagan demasiado poco de ellas. Específicamente ese aspecto del NT que enfatiza la derrota de la muerte debe recibir una seria atención. Esto siempre ha sido una parte importante del auténtico mensaje cristiano, y la derrota de la muerte no significa la descomposición de un cadáver en la tumba.
Importancia y consecuencias de la resurreción
La resurrección de Jesús siempre se ha entendido como algo único; fue la derrota de la muerte, no una vuelta a la vida como la resurrección de Lázaro. Fue consecuencia de una vida única y de una muerte expiatoria, por lo que significa más decir que Jesús resucitó de entre los muertos que decir que cualquier otra persona lo hizo.
Resulta significativo que Jesús predijera varias veces que resucitaría (gk. egeírō ἐγείρω en Mt. 16:21; 17:9, 17:23, 20:19, 26:32, 27:63, 28:6, Mc. 14:28, Lc. 9:22; gk. anístēmi ἀνίστημι en Mc. 8:31, 9:9, Mc. 9:31, Mc. 10:34, Lc. 18:33, 24:7, 24:46; etc.). Ver todas estas predicciones repetidas y seguras como la creación de la Iglesia primitiva es difícil. Si los registros de los Evangelios son dignos de confianza, entonces Jesús sí predijo que resucitaría. Su veracidad está implicada.
También los cristianos hicieron hincapié en la Resurrección cuando comenzaron a predicar en Jerusalén (Hechos 1:22, 2:24, 2:32, 3:15; etc.). Que Jesús resucitó de entre los muertos después de haber sido asesinado les cautivó y se convirtió en el punto principal de su proclamación.
Ciertamente, la Iglesia primitiva se construyó sobre la predicación de la Resurrección. Si no hubiera habido Resurrección no habría habido predicación; la Resurrección era central para los creyentes y les daba su mensaje.
Si no hubiera Resurrección, el cristianismo estaría construido sobre cimientos de arena. Pablo en particular veía la Resurrección como algo fundamentalmente importante; sin ella la predicación y la fe cristianas eran vanas y vacías (1 Cor. 15:14). Afirmaba con seguridad que Cristo había resucitado y que ésta es la garantía de que la redención se ha llevado a cabo y de que los creyentes resucitarán algún día. Consideraba que la resurrección estaba estrechamente vinculada al poder divino en la vida del creyente (Rom. 6:9-11; Ef. 1:19s; Fil. 3:10).
Para el mismo Jesucristo
«Desde el punto de vista ontológico, la acción de Dios que resucita a Jesús es una acción paternal, lo constituye Hijo de Dios con poder (Ro. 1:4). Según Hch. 13:32–33, es un engendramiento: «nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy». Este salmo podia entenderse de un rey terreno, lo mismo que la profecía de Natán (2 Sam. 7:14), pero en la aplicación que se le hace a Jesús, la fe cristiana comprende 2 Sam. 7:14 de una filiación divina, única (Heb. 1:5), e interpreta el Sal. 2:7 como un engendramiento auténticamente divino (Heb. 1:5; 5:5), que «se cumple» en la resurrección de Jesús. Esta revela que Dios engendra a su Hijo en este mundo en el Espíritu, que Jesús es el Hijo engendrado en ese divino poder que es el Espíritu (ver artículo Hijo de Dios, titulo).
Desde el punto de vista de su misión, al resucitarlo, Dios ha dado la razón a Jesus y ha legitimado y confirmado con su gesto vivificador, su mensaje y actuación. Su muerte en la cruz, abandonado por todos (Mc. 15:34), condenado en nombre de la Ley, e incluso maldecido por Dios (Gal. 3:13; 1 Cor. 1:23), parecía demostrar que Jesús era un falso profeta abandonado también por Dios. Ahora los discípulos comprenden que no es así. Dios lo ha resucitado desautorizando a todos los que lo habían rechazado (Hch. 2:23–24).«
Importancia teológica
Ciertamente, los escritores del NT conceden importancia teológica a la Resurrección. Vuelven una y otra vez a ella y encuentran en ella una rica mina de verdades espirituales. Es una reivindicación de Jesús. La gente lo había rechazado y lo había condenado cruelmente a muerte, pero Dios revirtió esta situación. Cristo murió por nuestros pecados y la Resurrección es la garantía de que su muerte es efectiva (1 Cor. 15:14-17, 22). «Dios le ha hecho Señor y Cristo a la vez, a este Jesús a quien vosotros crucificasteis» (Hch. 2:36; cf. 2:23s, 3:15, Rom. 1:4, 4:24s, He. 13:20; etc.). Aunque los escritores del NT dicen ocasionalmente que Jesús resucitó de entre los muertos, la mayoría de las veces dicen que Dios le resucitó (o, de forma similar, que «fue resucitado»). Este triunfo de la resurrección incluye una victoria sobre «los principados y las potestades», una victoria que Dios ganó en Cristo (Col. 2:13-15).
La resurrección significa la unión de los creyentes con Cristo; su pueblo ya no está separado de Él. Cristo prometió explícitamente «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt. 28:20; cf. «Me voy, y vendré a vosotros», Jn. 14:28). Él nos ha abierto «el camino nuevo y vivo» por el que nos acercamos a Dios (Heb. 10:20). Dios nos ha «vivificado juntamente con Cristo… y resucitado con él, y hecho sentar con él en los lugares celestiales en Cristo Jesús» (Ef. 2:5s.), etc. La Resurrección ha liberado un nuevo poder para la vida cristiana (Fil. 3:10). Para los primeros cristianos, la Resurrección no era simplemente un hecho de la historia pasada. Afectaba a su vida diaria y «caminar con Cristo» era para ellos una realidad vital.
Pero la Resurrección significa algo más que la salvación individual, pues inauguró la nueva era. Cristo nos ha liberado del «presente siglo malo» (Gal. 1:4; cf. Ef. 2:2). En Él hay una «nueva creación; lo viejo ha pasado, he aquí que ha llegado lo nuevo» (2 Co. 5:17). Los judíos esperaban la resurrección de los muertos al final de esta era. Dios resucitaría a los muertos y aparecería el nuevo orden. Los cristianos sostenían que la resurrección de Jesús ya había inaugurado la nueva era, de modo que los creyentes experimentan ahora un anticipo de la era venidera. Cristo es «el principio, el primogénito de entre los muertos» (Col. 1:18; cf. Ap. 1:5); es «las primicias de los que durmieron» (1 Co. 15:20); «hemos nacido de nuevo a una esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos» (1 P. 1:3). Los creyentes pueden proclamar «en Jesús la resurrección de entre los muertos» (Hch. 4:2). Esto va unido al don del Espíritu (Rom. 8:11).
Esto no significa que la era venidera haya llegado en toda su plenitud. En Cristo está la seguridad de nuestra futura resurrección. Pablo confía en que «Dios resucitó al Señor» y que «también nos resucitará a nosotros por su poder» (1 Co. 6:14). El Salvador «cambiará nuestro cuerpo humilde para que sea semejante a su cuerpo glorioso» (Fil. 3:21). Puesto que «hemos estado unidos a él en una muerte semejante a la suya, ciertamente estaremos unidos a él en una resurrección semejante a la suya» (Rom. 6:5). La resurrección de Cristo nos asegura que hemos recibido mucho aquí y ahora. Pero también apunta a un futuro glorioso.
Más aún, nos da un lugar en la Parusía, el regreso de Cristo al final de la era. Porque «Dios traerá consigo a los que durmieron» (1 Tes. 4:14), y «el que resucitó al Señor Jesús nos resucitará también a nosotros con Jesús» (2 Cor. 4:14).
La resurrección de Jesucristo es, pues, el acontecimiento decisivo. Puso el sello de Dios en la obra expiatoria del Salvador, inauguró la nueva era, envió a los primeros predicadores con una vitalidad renovada y un mensaje digno de ser llevado hasta los confines de la tierra. Es la esperanza del pueblo de Dios todavía.
Para los creyentes
«La resurrección de Jesús no solo le atañe a él personalmente, sino que afecta además a la humanidad y al universo entero. En sentido soteriológico, asegura que su sacrificio por todos los hombres ha sido aceptado por Dios. Gracias a él el creyente es justificado (Ro. 4:24s; cf. 1 Cor. 15:17). La salvación es segura, Cristo intercede por los suyos (Heb. 7:25).
La resurrección es el primer acto creador de Dios en su Hijo por el que inaugura la «nueva creación». Cristo es el primero de los muertos: los demás le seguirán en breve (1 Cor. 15:20; Ro. 8:29; Col. 1:18). El mismo Espíritu que resucitó a Cristo habita ya en los fieles (Ro. 8:11) y va formando con todos ellos un cuerpo glorioso. Su resurrección abre la posibilidad de alcanzar la liberación última y total (1 Cor. 15:22; Ef. 2:4–6). Los muertos en pecados y delitos son vivificados juntamente con él (Ef. 2:4–5; cf. Ro. 6:4; 1 Pd. 1:3). Quien vive en Cristo, unido a él, un día resucitará con él. «Dios, que resucitó al Señor, también nos resucitará a nosotros por su fuerza» (1 Cor. 6:14). La resurrección de Cristo es un hecho escatológico, perteneciente al futuro último, que actúa en los discípulos y la comunidad como poder del Jesucristo vivo y eterno.»
Apologetica sobre la resurreción de Jesucristo
Pinchas Lapide
Pinchas Lapide es un rabino judío y biblista de finales del siglo XX que, sin convertirse al cristianismo, apoya la creencia cristiana de que Jesús de Nazaret resucitó corporalmente de la tumba. Su conclusión apoya un eslabón crucial de la apologética cristiana: el de la resurrección de Cristo.
En su libro, La resurrección de Jesús, el rabino Lapide concluye: «Con respecto a la futura resurrección de los muertos, soy y sigo siendo un fariseo. Con respecto a la resurrección de Jesús el Domingo de Pascua, fui durante décadas un saduceo. Ya no soy saduceo desde que la siguiente deliberación me ha hecho pensar de nuevo en ello» (125). Y añade: «Si el poder de Dios que actuó en Eliseo es lo suficientemente grande como para resucitar incluso a un muerto que fue arrojado a la tumba del profeta (2 Reyes 13:20-21), entonces la resurrección corporal de un judío crucificado tampoco sería inconcebible» (131).
Puesto que un milagro es un acto de Dios que confirma la verdad de un profeta de Dios, es difícil escapar a la conclusión de que Jesús es el Mesías. Como dijo un escritor: «La lógica de Pinchas Lapide se me escapa. Cree que es una posibilidad que Jesús fuera resucitado por Dios. Al mismo tiempo no acepta a Jesús como el Mesías. Pero Jesús dijo que era el Mesías. ¿Por qué resucitaría Dios a un mentiroso?». (Time, 4 de junio de 1979). De hecho, otro rabino le dijo a Jesús: «Rabí, sabemos que eres un maestro que ha venido de Dios. Porque nadie podría realizar los signos milagrosos que estás haciendo si Dios no estuviera con él» (Juan 3:2).
Respuesta a Teorías alternativas
Las pruebas de la resurrección física sobrenatural de Cristo son convincentes , y las objeciones pueden responderse adecuadamente. Se han intentado explicaciones alternativas a una resurrección física sobrenatural, pero un breve repaso mostrará que también fracasan.
Teorías naturalistas
En todas las teorías naturalistas, en las que la suposición es que Jesús murió y no volvió a la vida, hay dos cuestiones que constituyen problemas inevitables:
En primer lugar, dado el hecho ineludible de que Jesús murió realmente en la cruz, un problema básico de todas las teorías naturalistas es explicar qué ocurrió con el cuerpo. Es necesario explicar por qué los primeros registros hablan de una tumba vacía o por qué nunca se encontró el cadáver. En segundo lugar, los primeros discípulos testificaron haber visto una tumba vacía y haber estado con Jesús en las semanas posteriores a su muerte. Si no eran ciertos, ¿por qué estos informes les motivaron tanto a realizar acciones extraordinarias?
Las autoridades trasladaron el cuerpo
Una hipótesis propone que las autoridades romanas o judías se llevaron el cuerpo de la tumba a otro lugar, dejando la tumba vacía. Los discípulos presumieron erróneamente que Jesús había resucitado de entre los muertos.
Si los romanos o el sanedrín tenían el cuerpo, ¿por qué acusaron a los discípulos de haberlo robado (Mateo 28:11-15)? Tal acusación habría carecido de sentido. Y si los oponentes del cristianismo tenían el cuerpo, ¿por qué no lo presentaron para detener la historia de la resurrección? La reacción de las autoridades revela que no sabían dónde estaba el cuerpo. Se resistieron continuamente a las enseñanzas de los apóstoles, pero nunca intentaron refutarlas.
Esta teoría es contraria a la conversión de Santiago y especialmente de Saulo. ¿Cómo un crítico tan severo como Saulo de Tarso (cf. Hechos 8-9) pudo ser tan engañado?
Ciertamente, esta teoría no explica las apariciones de la resurrección. ¿Por qué seguía apareciéndose Jesús a toda esta gente en el mismo cuerpo con los clavos y cicatrices en el que fue colocado en la tumba? También es contraria a las conversiones de personas de la oposición al bando de Jesús. Supone que Pablo fue engañado cuando estaba muy metido en el campo anticristiano judío y aún así desconocía que el cuerpo estaba disponible. Y fue engañado para creer en la resurrección.
La hipótesis del cuerpo robado es un argumento falaz desde la inocencia. No hay ni una pizca de evidencia que la apoye.
La tumba nunca fue visitada
Una teoría es que en los dos meses posteriores a la muerte de Jesús, éste se apareció en alguna forma espiritual a algunos de los discípulos, y ellos predicaron la resurrección basándose en esto. Pero nadie comprobó nunca la tumba para ver si el cuerpo muerto de Jesús estaba realmente allí. ¿Por qué habrían de hacerlo, si ya lo habían visto vivo?
Si no podemos creer otra cosa del registro más antiguo de los Evangelios, difícilmente podemos evitar el punto de que la tumba de Jesús era un lugar muy concurrido esa mañana temprano. Si la cuestión no surgió nunca, sin duda quemó las mentes de los escritores de los Evangelios. Una armonización del orden de los acontecimientos se encuentra mas arriba vease (La armonía de los relatos de la resurrección). Las mujeres que vinieron a terminar los trámites del entierro (Marcos 16:1) vieron la piedra removida y la tumba vacía. Juan llegó al lugar de la tumba y vio las ropas funerarias, seguido de Pedro, que entró en la tumba y vio las ropas funerarias y un paño de cabeza (una tira envuelta alrededor de la cabeza para mantener la mandíbula cerrada) tendidos por separado (Juan 20:3-8). Aunque Pablo no menciona explícitamente la tumba vacía, la da a entender al hablar de la sepultura de Jesús como condición previa de su resurrección (1 Cor. 15:4).
Los guardias estaban seguros de haber realizado un registro minucioso de la tumba antes de informar a los dirigentes judíos de que su cuerpo había desaparecido (Mt. 28:11-15). Perdían la vida si habían faltado a su deber. Estos guardias no habrían tenido que aceptar la historia encubierta de que los discípulos habían robado el cuerpo si hubieran podido ofrecer alguna explicación alternativa razonable. Pero la historia de los guardias no explica las apariciones de la resurrección, la transformación de los discípulos o las conversiones masivas de personas sólo semanas después en la misma ciudad donde había sucedido.
Las mujeres fueron a la tumba equivocada
Algunos sugieren que las mujeres fueron a la tumba equivocada en la oscuridad, la vieron vacía y pensaron que había resucitado. Esta historia fue entonces difundida por ellas entre las filas de los discípulos y les llevó a creer en las resurrecciones de Cristo. Hay serios problemas con una historia tan simplista.
Si estaba tan oscuro, ¿por qué María Magdalena supuso que el jardinero estaba trabajando (Juan 20:15)? ¿Por qué Pedro y Juan cometieron el mismo error que las mujeres cuando llegaron más tarde, a la luz del día (Juan 20:4-6)? Había luz suficiente para ver las ropas del sepulcro y el paño enrollado en la tumba en penumbra, parecida a una cueva (vs. 7).
Si los discípulos fueron a la tumba equivocada, las autoridades sólo tenían que ir a la correcta y mostrarles el cuerpo. Eso habría refutado fácilmente todas las afirmaciones sobre una resurrección.
Y, al igual que con otras teorías naturalistas, esto no ofrece ninguna explicación para los informes de que Jesús se apareció.
Los discípulos robaron el cuerpo Los guardias difundieron la historia de que los discípulos habían robado el cuerpo por la noche y se lo habían llevado a un lugar desconocido. Ésta sigue siendo una afirmación popular, sobre todo en los círculos judíos. Explica la historia de una tumba vacía y la incapacidad de cualquiera para refutar la afirmación de que Jesús resucitó de entre los muertos.
El robo de tumbas no concuerda con lo que sabemos del carácter moral de los discípulos. Eran hombres honrados. Enseñaban y vivían de acuerdo con los más altos principios morales de honestidad e integridad. Pedro negó específicamente que los apóstoles siguieran cuentos ingeniosamente urdidos (2 Pedro 1:16). Además, los discípulos no parecen particularmente sutiles o astutos. Si estaban intentando hacer realidad las predicciones de Cristo, hasta ese momento no habían entendido cómo encajaban las profecías con Jesús. Ni siquiera habían comprendido que iba a morir, y mucho menos que iba a resucitar (Juan 13:36).
En la escena de la tumba encontramos a estos conspiradores confundidos y desconcertados, tal como sospecharíamos si no tuvieran ni idea de lo que estaba sucediendo. No supieron qué pensar cuando vieron por primera vez la tumba vacía (Juan 20:9). Se dispersaron y se escondieron por miedo a ser sorprendidos (Marcos 14:50).
Quizá la objeción más seria es que el engaño tuviera un éxito tan total. Para que eso sucediera los apóstoles tuvieron que persistir en esta conspiración hasta la muerte y morir por lo que sabían que era falso. La gente a veces morirá por lo que cree que es verdad, pero tiene poca motivación para morir por lo que sabe que es mentira. Parece increíble que ningún discípulo se retractara jamás de creer en la resurrección de Cristo, a pesar del sufrimiento y la persecución (cf. 2 Cor. 11:22-33; Heb. 11:32-40). No sólo murieron por esta «mentira», sino que los apóstoles situaron la creencia en la resurrección en el centro de su fe (Rom. 10:9; 1 Cor. 15:1-5, 12-19). De hecho, fue el tema de las primeras predicaciones de los apóstoles (Hch. 2:30-31; 3:15; y 4:10, 33).
Es contrario a las conversiones de Santiago y Pablo (Juan 7:5; Hechos 9, y 1 Cor. 15:7). Estos escépticos seguramente se habrían enterado del complot con el tiempo, y nunca habrían permanecido en la fe sobre esa base.
Por último, si el cuerpo fue robado y seguía muerto, ¿por qué siguió apareciéndose vivo, tanto a los discípulos como a otros que no lo eran? Jesús se apareció corporalmente a María, a Santiago (el hermano incrédulo de Jesús) y más tarde a Pablo, el mayor opositor judío del cristianismo primitivo.
José de Arimatea se llevó el cuerpo
Una noción similar es que José de Arimatea robó el cuerpo de Jesús. Él era un creyente secreto en Jesús, y Jesús fue enterrado en la tumba de José. Los problemas de esta teoría se reducen a «¿Por qué?». «¿Cuándo?» y «¿Dónde?»
«¿Por qué se llevaría el cuerpo? En realidad, José no tenía ninguna razón. No podía ser para evitar que los discípulos lo robaran, ya que él era un discípulo (Lucas 23:50-51). Si no hubiera sido un seguidor de Cristo, podría haber presentado el cuerpo y aplastado toda la historia.
¿Cuándo podría habérselo llevado él (o los discípulos, para el caso)? José era un judío devoto que no habría quebrantado el sábado (véase Lucas 23:50-56). Por la noche, las antorchas que llevaba habrían sido vistas. Una guardia romana estaba apostada frente a la tumba (Mateo 27:62-66). A la mañana siguiente, las mujeres llegaron al amanecer (Lucas 24:1). Sencillamente, no hubo oportunidad.»
Si José se lo llevó, ¿dónde lo puso? Nunca se encontró el cuerpo, aunque transcurrieron casi dos meses antes de que los discípulos comenzaran a predicar. Esto era tiempo suficiente para desenmascarar un fraude. No hay motivo, oportunidad o método que apoye esta teoría, y no da ninguna explicación de las apariciones de Cristo en su cuerpo resucitado.
Y de nuevo, no hay una buena explicación, que no sea una resurrección sobrenatural, para once apariciones durante los cuarenta días siguientes a más de 500 personas. Le vieron, le tocaron, comieron con él, hablaron con él, y se transformaron por completo de la noche a la mañana, de escépticos asustados y dispersos a la mayor sociedad misionera del mundo. Gran parte de ello ocurrió en la misma ciudad en la que Jesús fue crucificado.
Las apariencias eran identidades equivocadas
Una teoría naturalista hecha más visible por The Passover Plot de Schonfield es que las apariciones posteriores a la muerte que fueron el corazón de la creencia de los discípulos en la resurrección fueron todas casos de identidad equivocada. Esto se ve supuestamente reforzado por el hecho de que los propios discípulos incluso creyeron al principio que la persona que se aparecía no era Jesús. María creyó ver a un jardinero (Juan 20). Los dos discípulos pensaron que era un forastero que viajaba por Jerusalén (Lucas 24), y más tarde supusieron que habían visto un espíritu (Lucas 24:38-39). Marcos incluso admite que la aparición fue de «una forma diferente» (Marcos 16:12). Según Schonfield, los discípulos confundieron a Jesús con diferentes personas en distintos momentos (Schonfield, 170-73).
Esta teoría está plagada de muchas dificultades. En primer lugar, en ninguna de las ocasiones mencionadas los discípulos se marcharon con ninguna duda en sus mentes de que era realmente el mismo Jesús que habían conocido íntimamente durante años el que se les aparecía en forma física Sus dudas fueron sólo iniciales y momentáneas. Para cuando terminó la aparición, Jesús les había convencido por sus cicatrices, su capacidad de comer alimentos, por el hecho de que le tocaran, por sus enseñanzas, por su voz y/o por los milagros de que era la misma persona con la que habían pasado más de tres años. Schonfield pasa por alto todas estas pruebas y saca totalmente de contexto su duda inicial, que es un indicio de la autenticidad del relato.

En segundo lugar, la hipótesis de la identidad equivocada no explica la tumba permanentemente vacía. Si los discípulos estaban viendo a personas diferentes, los judíos o los romanos podrían haber ido a la tumba de Jesús y haber presentado el cuerpo para refutar su afirmación. Pero no hay pruebas de que lo hicieran, aunque tenían todos los motivos para querer hacerlo. El hecho es que nadie encontró nunca el cuerpo. En cambio, los discípulos estaban absolutamente convencidos de que se encontraban con el mismo Jesús en su mismo cuerpo físico resucitado al que habían conocido tan de cerca todos esos años.
En tercer lugar, esta especulación no explica la transformación de los discípulos. Una identidad equivocada y un cuerpo muerto pudriéndose en alguna tumba no explican por qué los discípulos asustados, dispersos y escépticos se transformaron en la mayor sociedad misionera del mundo de la noche a la mañana por su encuentro equivocado con varios seres mortales.
En cuarto lugar, es muy improbable que se pudiera engañar a tanta gente en tantas ocasiones. Después de todo, Jesús se apareció a más de quinientas personas en once ocasiones diferentes a lo largo de un periodo de cuarenta días. Es menos milagroso sostener en la resurrección sobrenatural de Cristo que creer que todas estas personas en todas estas ocasiones que totalmente engañadas y sin embargo tan totalmente transformadas. Es más fácil creer en la resurrección.
Por último, es contrario a la conversión de escépticos como Santiago y Saulo de Tarso. ¿Cómo pudieron tales críticos ser tan engañados?
Dios destruyó (transformó) el cuerpo
Todas las teorías anteriores son puramente naturalistas. Otro grupo sostiene que se produjo algún tipo de milagro, pero no fue el milagro de una resurrección física del cuerpo de Jesús después de muerto. Más bien, esta alternativa a la resurrección física sostiene que Dios destruyó (transformó) el cuerpo de Jesús de modo que desapareció misteriosa e inmediatamente de la vista (véase Harris). Las apariciones posteriores de Cristo fueron, según algunos, apariciones similares a la teofanía, y según otros, fueron apariciones en las que Jesús asumió forma(s) corporal(es) en las que las cicatrices que mostraba eran réplicas para convencer a los demás de su realidad pero no de su materialidad. Este punto de vista es mucho más sofisticado y menos naturalista. No cae en el típico campo naturalista o liberal. Más bien, está más en línea con el error neo-ortodoxo sobre la resurrección. Muchas sectas, como los Testigos de Jehová, sostienen una forma de este punto de vista. Pero al igual que los puntos de vista naturalistas, estos puntos de vista también están sujetos a fallos fatales.
Para explicar el único y simple milagro de que Jesús resucitara inmortal en el mismo cuerpo físico en el que murió, los que buscan una explicación de cuerpo espiritual postulan que ocurrieron al menos dos milagros. En primer lugar, Dios destruyó o transformó inmediata y misteriosamente el cuerpo físico en un cuerpo no físico. Algunos dicen que fue convertido en gases que se filtraron fuera de la tumba (véase BOYCE), otros que fue vaporizado o transmutado. Dios también tuvo que permitir milagrosamente que el Jesús no físico asumiera forma(s) física(s) en diferentes ocasiones mediante las cuales pudo convencer a los apóstoles de que estaba vivo.
Esta hipótesis utiliza dos milagros para explicar uno y en el proceso convierte a Jesús en un engañador. Pues dijo a sus discípulos tanto antes como después de su resurrección que resucitaría en el mismo cuerpo. Incluso dejó la tumba vacía y las ropas del sepulcro como prueba, y sin embargo no resucitó inmortal en el cuerpo que murió. Hablando de su resurrección, Jesús les respondió: «Destruid este templo [cuerpo físico] y yo lo resucitaré [el mismo cuerpo físico] dentro de tres días» (Juan 2:19, énfasis añadido).
Esto era una mentira a menos que Jesús resucitara en el numéricamente mismo cuerpo físico en el que murió. Además, después de su resurrección, Jesús presentó sus heridas de la crucifixión a sus discípulos como prueba de que efectivamente había resucitado en el mismo cuerpo en el que fue crucificado (cf. Juan 20:27). «Mientras seguían hablando de esto, Jesús mismo se puso en medio de ellos y les dijo: «¿Por qué estáis turbados y por qué os asaltan las dudas? Mirad mis manos y mis pies. ¡Soy yo mismo! Tocadme y ved; un fantasma no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo’ » (Lucas 24:36-39).
«Habría sido poco menos que un engaño ofrecer sus heridas de la crucifixión como prueba de que realmente había resucitado, a menos que fuera en el mismo cuerpo que había sido crucificado. Todo el sentido de la ropa de la tumba vacía (Juan 20:6-7; cf. Marcos 16:5) era mostrar que el cuerpo que había muerto era el que había resucitado (cf. Juan 20:8). Si Jesús había resucitado en forma espiritual no hay razón para que el cuerpo físico no permaneciera en la tumba. Después de todo, Dios es capaz de convencer a la gente de su presencia y realidad sin una forma corporal. Puede hacerlo con una voz del cielo y otros milagros, como hizo en otras ocasiones (cf. Gn. 22:1, 11; Éx. 3:2; Mt. 3:17).
Este punto de vista haría falso el testimonio de los apóstoles sobre la resurrección, ya que afirmaron que Jesús resucitó de entre los muertos en el mismo cuerpo físico en el que murió. Hablando de la resurrección, Pedro dijo: «él [David] previendo esto, habló acerca de la resurrección del Cristo, que su alma no fue dejada en el hades, ni su carne vio corrupción. A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos» (Hechos 2:31-32). Si esto es cierto, entonces el cuerpo de Jesús no fue destruido; su mismo cuerpo de «carne» (sarx) fue resucitado. Era «este Jesús», el mismo que fue «crucificado» (vs. 23), «muerto y sepultado» (vs. 29).
El apóstol Juan muestra la continuidad entre el cuerpo de carne anterior a la resurrección y aquel en el que Jesús fue resucitado y que aún tiene a la diestra del Padre. Juan escribió: «Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y nuestras manos han tocado: esto proclamamos acerca de la Palabra de vida» (1 Juan 1:1). Juan dijo que «todo espíritu que reconoce que Jesucristo ha venido [y ahora permanece] en la carne proviene de Dios» (1 Juan 4:2). El uso del participio perfecto (acción pasada con resultados continuos en el presente), junto con el tiempo presente (2 Juan 7) en un pasaje paralelo enfatiza que Jesús todavía estaba (ahora en el cielo) en la misma carne en la que vino a este mundo. Por tanto, negar que Jesús resucitó en el mismo cuerpo físico en el que murió convierte a Jesús en un engañador y a sus discípulos en falsos maestros.»
Tal concepción es fuertemente contraria a la comprensión judía y bíblica de la resurrección, según la cual el cuerpo que murió es el que sale de la tumba en la carne. Job dijo: «Sé que mi Redentor vive, y que al final se levantará sobre la tierra. Y después de que mi piel haya sido destruida, aún en mi carne veré a Dios» (Job 19:25-26). Daniel habló de una resurrección física de la tumba, diciendo: «Multitudes que duermen en el polvo de la tierra despertarán: unos para vida eterna, otros para vergüenza y confusión perpetua» (Dan. 12:2). Jesús afirmó que lo que resucita son los cuerpos físicos que salen de la tumba: «vendrá un tiempo en que todos los que están en sus tumbas oirán su voz y saldrán: los que han hecho el bien resucitarán para vivir, y los que han hecho el mal resucitarán para ser condenados» (Juan 5:28-29). Pablo transmitió a los creyentes afligidos la esperanza de ver a sus seres queridos en sus cuerpos de resurrección (1 Tes. 4:13-18), señalando que tendremos cuerpos como el de Cristo (Fil. 3:21).
Conclusión
Hay varios intentos de explicar la resurrección física de Cristo. Aparte de la abrumadora evidencia de la resurrección física de Cristo en el mismo cuerpo en el que vivió y murió, no hay base de hecho para ninguna de estas teorías. Ninguna de ellas explica los datos. La mayoría son puramente naturalistas, lo que es contrario al hecho de que Dios existe (véase Pruebas de la existencia de Dios – Argumento cosmológico; argumento moral para dios; argumento teleológico) y de que puede hacer y ha hecho milagros. Otros permiten algún tipo de intervención divina misteriosa para producir una tumba vacía, pero al mismo tiempo rebajan innecesariamente tanto los datos bíblicos como el carácter de Cristo.
Objecciones a la Resurreción de Cristo
Entre las objeciones estándar planteadas contra la resurrección física de Cristo, algunos afirman que los milagros en general, incluido el milagro de la resurrección, no son creíbles. A esto se responde específicamente en el artículo Milagros, argumentos en contra. Otros insisten en que no podemos conocer los verdaderos acontecimientos que rodearon la muerte y resurrección de Cristo porque los documentos del Nuevo Testamento son defectuosos (p.ej. Jesus Seminar, etc).
A finales del siglo XX han surgido otras dos objeciones.
- Una es que las secuencias evangélicas de los acontecimientos no pueden armonizarse (ver mas arriba, La armonía de los relatos de la resurrección).
- Una segunda teoría que ha ganado cierto seguimiento incluso en la erudición evangélica del Nuevo Testamento sostiene que el cuerpo de resurrección de Cristo era un cuerpo espiritual, no físico.
Murray Harris estuvo a la vanguardia de este punto de vista hasta que modificó discretamente su opinión. Sin embargo, otros eruditos del Nuevo Testamento, entre ellos George Ladd, sostenían el mismo punto de vista.
La naturaleza esencialmente física del cuerpo de resurrección
Varios pasajes son utilizados por los críticos para argumentar que el cuerpo de resurrección de Jesús no fue continua y esencialmente físico (Harris, De la tumba a la gloria, 373). Sin embargo, ninguno afirma que el cuerpo de Jesús no fuera nunca físico.
Pablo y el «cuerpo espiritual». Los defensores de la opinión de que el cuerpo posterior a la resurrección es inmaterial citan 1 Corintios 15:44. Pablo se refiere al cuerpo de la resurrección como un «cuerpo espiritual», en contraste con el «cuerpo natural» anterior a la resurrección (1 Cor. 15:44). Pero un estudio del contexto no apoya esta conclusión.
Un cuerpo «espiritual» denota uno inmortal, no uno inmaterial. Un cuerpo «espiritual» es uno dominado por el espíritu, no uno desprovisto de materia. La palabra griega pneumatikos πνευματικῶς (traducida aquí «espiritual») significa un cuerpo dirigido por el espíritu, en oposición a uno bajo el dominio de la carne. No está gobernado por la carne que perece sino por el espíritu que perdura (vss. 50-58) Así que «cuerpo espiritual» aquí no significa inmaterial e invisible sino inmortal e imperecedero.
«Espiritual» también denota un cuerpo sobrenatural, no uno no físico. El cuerpo de resurrección al que se refiere Pablo es sobrenatural. La serie de contrastes utilizados por Pablo en este pasaje revela que el cuerpo de la resurrección era un cuerpo sobrenatural. Fíjese en los paralelismos:
| Preresurrección Cuerpo-Tierra | Cuerpo post-resurrección-Cielo |
| perecedero (vs. 42) | imperecedero |
| débil (vs. 43) | potente |
| mortal (vs. 53) | immortal |
| natural (vs. 44) | [supernatural] |
El contexto completo indica que «espiritual» (pneumatikos πνευματικῶς ) podría traducirse como «sobrenatural» en contraste con «natural». Esto queda claro por los paralelismos de lo perecedero y lo imperecedero, lo corruptible y lo incorruptible. De hecho, pneumatikos se traduce «sobrenatural» en 1 Corintios 10:4 cuando se habla de la «roca sobrenatural que les seguía en el desierto» (RSV). El Léxico griego-inglés del Nuevo Testamento explica:
«Lo que pertenece al orden sobrenatural del ser se describe como pneumatikos: en consecuencia, el cuerpo de la resurrección es un sōma pneumatikos [cuerpo sobrenatural]».
A Greek-english lexicon of the new testament and Other Early Christian Literature A translation and adaptation of the fourth revised and augmented edition of WALTER BAUER’S
«Espiritual» se refiere a objetos físicos. Un estudio del uso que Pablo hace de la misma palabra en otros pasajes revela que no se refiere a algo que sea puramente inmaterial. En primer lugar, Pablo habló de la «roca espiritual» que siguió a Israel en el desierto, de la que obtuvieron «bebida espiritual» (1 Cor. 10:4). Pero el relato del Antiguo Testamento (Éxodo 17; Números 20) revela que se trataba de una roca física de la que obtuvieron agua literal para beber. Pero el agua real que bebieron de esa roca material fue producida sobrenaturalmente. De ahí que la Versión Estándar Revisada lo traduzca correctamente de la siguiente manera: «Todos comieron el mismo alimento sobrenatural y todos bebieron la misma bebida sobrenatural. Porque bebieron de la Roca sobrenatural que los seguía, y la Roca era Cristo» (1 Cor. 10:3-4).
Es decir, el Cristo sobrenatural era la fuente de estas manifestaciones sobrenaturales de comida y agua naturales. Pero el hecho de que las provisiones físicas procedieran de una fuente espiritual (es decir, sobrenatural) no las hacía inmateriales. Cuando Jesús hizo sobrenaturalmente pan para los 5000 (Juan 6), hizo pan literal. Sin embargo, este pan literal, material, podría haber sido llamado pan «espiritual» debido a su fuente sobrenatural. Del mismo modo, el maná literal dado a Israel se denomina «alimento espiritual» (1 Cor. 10:4).
Además, cuando Pablo habló de un «hombre espiritual» (1 Cor. 2:15) obviamente no se refería a un hombre invisible, inmaterial, sin cuerpo corpóreo. Hablaba de un ser humano de carne y hueso cuya vida era vivida por el poder sobrenatural de Dios. Se refería a una persona literal cuya vida tenía una dirección espiritual. Un hombre o una mujer espiritual es aquel que es «enseñado por el Espíritu» y que «acepta las cosas que provienen del Espíritu de Dios» (1 Cor. 2:13-14). El cuerpo de resurrección puede llamarse un «cuerpo espiritual» de la misma manera que hablamos de la Biblia como un «libro espiritual». Independientemente de la fuente y el poder espirituales, tanto el cuerpo de resurrección como la Biblia son objetos materiales.
El Nuevo Diccionario Internacional de Teología del Nuevo Testamento dice que espiritual se utiliza «en contraste con lo meramente material o con aquellas actividades y actitudes que derivan de la carne y extraen su significado de lo meramente físico, humano y mundano» (Brown, 3.707). Así pues, «espiritual» no significa algo puramente inmaterial o intangible. El hombre espiritual, como la roca espiritual y el alimento espiritual, era un ser físico que recibía ayuda espiritual o sobrenatural.
La capacidad de Cristo para aparecer
«Se argumenta que el cuerpo de la resurrección era esencialmente invisible y, por tanto, no era un objeto observable en nuestra historia. El Nuevo Testamento dice que podía «aparecer» (Harris, Raised Immortal, 46-47). Por lo tanto, debió de ser invisible antes de aparecer (véanse Lucas 24:34; Hechos 9:17; 13:31;26:16; 1 Cor. 15:5-8). Cada una de estas veces dice: «apareció» o «se dejó ver» (en el aoristo pasivo del griego). Gramaticalmente, la acción recae sobre el que aparece, no sobre el que lo ve aparecer. Esto, se argumenta, implica que Jesús tomó la iniciativa de hacerse visible en sus apariciones de resurrección.
Sin embargo, el cuerpo resucitado de Cristo podía verse con el ojo. Los relatos de apariciones utilizan la palabra horaō ὁράω («ver»). Aunque esta palabra se utiliza a veces para referirse a ver realidades invisibles (cf. Lucas 1:22; 24:23), suele significar ver con el ojo. La palabra habitual que significa «visión» es orama, no horaō (véase Mateo 17:9; Hechos 9:10; 16:9).
En el Nuevo Testamento, una visión suele referirse, si no siempre, a algo que es esencialmente invisible, como Dios o los ángeles. Por ejemplo, Juan utiliza horaō ὁράω de ver a Jesús en su cuerpo terrenal antes de la resurrección (6:36; 14:9; 19:35) y también de verlo en su cuerpo de resurrección (20:18, 25, 29). Puesto que la misma palabra para cuerpo (sōma Σομά) se usa de Jesús antes y después de la resurrección (cf. 1 Cor. 15:44; Fil. 3:21), y puesto que la misma palabra para su aparición (horaō) se usa de ambos, no hay razón para creer que el cuerpo de la resurrección no sea el mismo cuerpo físico ahora inmortal.»
Incluso la frase «se dejó ver» (aoristo pasivo, ōphthē), significa simplemente que Jesús tomó la iniciativa de revelarse, no que fuera esencialmente invisible hasta que lo hizo. La misma forma («Él/ellos aparecieron») se utiliza en el Antiguo Testamento griego (2 Cr. 25:21), en los apócrifos (1 Mac. 4:6) y en el Nuevo Testamento (Hch. 7:26) de seres humanos que aparecen en cuerpos físicos (Hatch, 2.105-7). En otras referencias ōphthē se utiliza de la visión ocular.
En su forma pasiva ōphthē significa «iniciar una aparición a la vista del público, pasar de un lugar donde uno no es visto a un lugar donde es visto». No significa que lo que es por naturaleza invisible se haga visible. Cuando la expresión «se dejó ver» (ōphthē) se utiliza de Dios o de los ángeles (cf. Lucas 1:11; Hechos 7:2), que son realidades invisibles, entonces en ese contexto se refiere a una entidad invisible que se hace visible. Pero puesto que la misma expresión se usa de otros humanos con cuerpos físicos y puesto que se dice que Cristo tenía un cuerpo (sōma), no hay razón para tomar la expresión para referirse a otra cosa que no sea un cuerpo literal, físico, a menos que el contexto exija otra cosa. Decir lo contrario contradice la enfática declaración de Juan de que el cuerpo de Jesús, incluso después de la resurrección (cuando Juan escribió) era continuamente físico (1 Juan 4:2; 2 Juan 7).
El mismo acontecimiento que se describe con «apareció» o «se dejó ver» (aoristo pasivo), como la aparición de Cristo a Pablo (1 Co. 15:8), también se encuentra en el modo activo. Pablo escribió sobre esta experiencia en el mismo libro: «¿Acaso no he visto a Jesús, nuestro Señor?» (1 Co. 9:1). Pero si el cuerpo de resurrección puede ser visto por el ojo, entonces no es invisible hasta que se hace visible por algún tipo de «materialización».
Las «apariciones» de Cristo fueron naturales. La palabra «apareció» (ōphthē) se refiere a un acontecimiento natural. El Léxico griego-inglés del Nuevo Testamento de Arndt y Gingrich señala que la palabra se usa «de personas que aparecen de forma natural». El Diccionario Teológico del Nuevo Testamento señala que las apariciones «ocurren en una realidad que puede ser percibida por los sentidos naturales». En su Clave lingüística del Nuevo Testamento, Fritz Rienecker señala que aparecido significa que «podía ser visto por los ojos humanos, las apariciones no eran sólo visiones» (Rienecker, 439).
Esto no quiere decir que no se tengan en cuenta los textos que, al menos, pueden interpretarse en el sentido de que sugieren una aparición o desaparición milagrosa. Cristo era Dios y obró milagros. Así que hay que distinguir entre el cuerpo esencial de la resurrección de Cristo y el poder de Cristo como Dios encarnado. Que Jesús pudiera ser visto no fue un milagro, pero la forma en que apareció sí fue milagrosa. Los textos son simplemente ambiguos sobre lo que implicaron estas apariciones repentinas, y algunos creen que Jesús vino y se fue rápidamente de una manera humana normal. Pero hay una fuerte sugerencia de que apareció repentinamente. Y los textos también hablan de desapariciones repentinas. Lucas escribe de los dos discípulos en el camino de Emaús: «Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, y desapareció de su vista» (Lucas 24:31; cf. Lucas 24:51; Hechos 1:9). Esto indicaría un acto de poder, una señal de su identidad.
El texto no afirma en ninguna parte que Jesús se volviera no físico cuando los discípulos ya no pudieron verle. Que estuviera fuera de su vista no significa que estuviera fuera de su cuerpo físico. Dios tiene el poder de transportar milagrosamente de un lugar a otro a personas en sus cuerpos físicos anteriores a la resurrección. Aunque el significado preciso del texto no está claro, parece que esto le ocurrió al evangelista Felipe cuando fue «arrebatado por el espíritu» para viajar a una ciudad a kilómetros de distancia (Hechos 8).
Es posible que los escritores hagan hincapié en las «apariciones» autoiniciadas de Cristo precisamente por su valor apologético como signos. Las apariciones demostraban que había vencido a la muerte (Hch. 13:30-31; 17:31; Rom. 1:4; cf. Jn. 10:18; Ap. 1:18). La traducción, «Se dejó ver», es una expresión perfectamente adecuada del triunfo autoiniciado. Cristo fue soberano sobre la muerte y en sus apariciones de resurrección.
La razón del énfasis en las múltiples apariciones de Cristo no es que el cuerpo de resurrección fuera esencialmente invisible e inmaterial, sino que era material e inmortal. Sin una tumba vacía y repetidas apariciones del mismo cuerpo que una vez fue enterrado en ella resucitado inmortal, no habría prueba de la resurrección. Por eso no es nada sorprendente que la Biblia insista tanto en las múltiples apariciones de Cristo. Son la verdadera prueba de la resurrección física.
Las apariciones de resurrección como «visiones». El argumento de que las apariciones de la resurrección se denominan «visiones» también se utiliza para apoyar la visión no física del cuerpo resucitado. Lucas registra que las mujeres en la tumba «habían tenido una visión de ángeles, que decían que estaba vivo» (Lucas 24:23). Pero las visiones son siempre de realidades invisibles, que no se ven, no de objetos físicos, materiales. El milagro es que estas realidades espirituales puedan verse. De ahí que se argumente que un cuerpo espiritual es semejante a un ángel y, por tanto, no puede verse. Algunos señalan el hecho de que los que estaban con Pablo durante su experiencia en el camino de Damasco no vieron a Cristo (Pannenberg, 93). De ahí que la experiencia de Cristo resucitado se denomine visión. Pero este razonamiento es erróneo.
«El pasaje de Lucas 24:23 no dice que ver a Cristo resucitado fuera una visión; sólo se refiere a la visión de ver ángeles en la tumba. Los Evangelios nunca se refieren a una aparición de Cristo resucitado como una visión, como tampoco lo hace Pablo en su lista de 1 Corintios 15. La única referencia posible a una aparición de la resurrección como una visión está en Hechos 26:19 donde Pablo dice: «No fui desobediente a la visión celestial.» Pero incluso si esto es una referencia a la aparición de Cristo en Damasco, es simplemente un solapamiento en el uso de las palabras. Porque Pablo llama claramente a este acontecimiento una «aparición» (1 Co. 15:8) en la que vio a Jesús y se le dieron credenciales apostólicas (1 Co. 9:1; cf. Hch. 1:22).
Es posible que incluso en Hechos 26:19 la palabra «visión» se refiera a la revelación posterior a Ananías, a través de quien Dios dio a Pablo la comisión de ministrar a los gentiles (Hechos 9:10-19). Pablo no dice nada de ver al Señor, como hace al referirse a su experiencia de Damasco (cf. Hch 22:8; 26:15). Cuando tiene una «visión» (optasia), Pablo la designa claramente como tal (2 Cor. 12:1), a diferencia de una aparición real.
Lo más significativo, sin embargo, es que cuando Pablo se refirió a la visión no estaba transmitiendo el contenido de la experiencia en el camino, sino lo que supo después. Pablo no recibió inmediatamente su mandato misionero específico (Hechos 9:1-9). Más bien, se le dijo «entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer» (vs. 5). Fue allí, en la ciudad, a través de una «visión» (vs. 10) a Ananías, donde se le dio a Pablo su mandato misionero de «llevar mi nombre [el de Cristo] ante los gentiles» (9:15). Es posible que Pablo tuviera una visión suplementaria a la de Ananías mientras «oraba en casa de Judas, en la calle Estrecho de Damasco» (Hch 9:11, 12). Fue allí donde se le dijo específicamente que Ananías le impondría las manos (vs. 12). Así que cuando Pablo dijo «no fui desobediente a la visión celestial» en Hechos 26:19, probablemente se refería al mandato a través de la visión de Ananías.
La palabra visión (optasia) no se utiliza nunca de una aparición de resurrección en ningún otro lugar del Nuevo Testamento. Siempre se utiliza de una experiencia puramente visionaria (Lucas 1:22; Lucas 24:23; 2 Cor. 12:1). Sea como fuere, el Diccionario Teológico del Nuevo Testamento señala correctamente que el Nuevo Testamento distingue las visiones de la experiencia de Damasco.
Las apariciones difieren de las visiones. Los encuentros con Cristo tras la resurrección suelen describirse como «apariciones» literales (1 Cor. 15:5-8), y nunca como visiones. La diferencia entre una mera visión y una aparición física es significativa. Las visiones son de realidades invisibles y espirituales, como Dios y los ángeles. Las apariciones son de objetos físicos que pueden verse a simple vista. Las visiones no llevan asociadas manifestaciones físicas; las apariencias, sí.
La gente a veces «ve» u «oye» cosas en las visiones (Lucas 1:11-20; Hechos 10:9-16) pero no con sus ojos físicos. Cuando alguien realmente vio o tuvo contacto físico con ángeles (Gn. 18:8; 32:24; Dan. 8:18), no se trató de una visión sino de una aparición del ángel en el mundo físico. Durante estas apariciones, los ángeles asumían una forma visible y luego volvían a su estado invisible normal. Sin embargo, las apariciones de Cristo en la resurrección fueron experiencias de ver a Cristo en su continua forma visible y física con el ojo natural.
La afirmación de que la experiencia de Pablo debió ser una visión porque los que estaban con él no vieron a Cristo tampoco tiene fundamento. Los compañeros de Pablo en el camino a Damasco no vieron ni entendieron todo, pero sí participaron de los fenómenos de luz y sonido. La Biblia dice: «oyeron el sonido» (Hechos 9:7) y «vieron la luz» (Hechos 22:9). Oyeron, pero no entendieron, el significado de lo que se decía. Que «no vieran a nadie» (Hch 9,7) no es sorprendente. Pablo estaba físicamente cegado por el brillo de la luz (Hechos 9:8-9). Al parecer, sólo Pablo miró directamente al resplandor de la gloria divina. Por tanto, sólo él vio realmente a Cristo, y solo él quedó literalmente ciego por ello (cf. Hch 22:11; 26:13). Pero fue, no obstante, una experiencia de una verdadera realidad física, pues los que estaban con Pablo también lo vieron y oyeron con sus ojos y oídos naturales.»
Apariciones sólo para los creyentes. Se argumenta que la soberanía de Jesús sobre sus apariciones indica que era esencialmente invisible, haciéndose visible sólo cuando lo deseaba. A este respecto, señalan que Jesús no se apareció a los incrédulos, lo que supuestamente indica que no era naturalmente visible.
«Pero las Escrituras nunca dicen que Jesús no se apareciera a los incrédulos. Se apareció a su hermano incrédulo (1 Cor. 15:7; Santiago), y Mateo 28:17 indica que no todos los que le vieron creyeron. Se apareció al incrédulo más hostil de todos, Saulo de Tarso (Hechos 9). En cuanto a su resurrección, incluso sus discípulos fueron al principio incrédulos. Cuando María Magdalena y otros informaron de que Jesús había resucitado «no creyeron a las mujeres, porque sus palabras les parecían tonterías» (Lucas 24:11). Más tarde, Jesús tuvo que reprender a los dos discípulos de Emaús por la incredulidad en su resurrección: «¡Qué necios sois y qué tardáis en creer todo lo que han dicho los profetas!» (Lucas 24:17). Incluso después de que Jesús se hubiera aparecido a las mujeres, a Pedro, a los dos discípulos y a los diez apóstoles, todavía Tomás dijo: «Si no veo las marcas de los clavos en sus manos y no meto mi dedo donde estaban los clavos y no meto mi mano en su costado, no lo creeré» (Juan 20:25).
La selectividad no prueba la invisibilidad. El hecho de que Jesús fuera selectivo con los que quería que le vieran no indica que fuera esencialmente invisible. Jesús también controlaba a los que querían imponerle las manos antes de la resurrección. En una ocasión, una multitud incrédula intentó coger a Jesús y «arrojarlo por un precipicio». Pero él atravesó la multitud y siguió su camino» (Lucas 4:30; cf. Juan 8:59; 10:39).
Jesús también era selectivo respecto a aquellos para quienes realizaba milagros. Se negó a realizar milagros en su propia zona natal «por su falta de fe» (Mateo 13:58). Jesús incluso decepcionó a Herodes, que había esperado verle realizar un milagro (Lucas 23:8). Lo cierto es que Jesús se negó a «echar perlas a los cerdos» (Mateo 7:6). Sometido a la voluntad del Padre (Juan 5:30), fue soberano de su actividad tanto antes como después de su resurrección. Pero esto no prueba en absoluto que fuera esencialmente invisible e inmaterial ni antes ni después de su resurrección.»
El paso a través de puertas cerradas
Algunos deducen que, puesto que Cristo resucitado pudo aparecer en una habitación con las puertas cerradas (Juan 20:19, 26), su cuerpo debía de ser esencialmente inmaterial. Otros sugieren que se desmaterializó en esta ocasión. Pero estas conclusiones no están justificadas.
En realidad, el texto no dice que Jesús atravesara una puerta cerrada. Simplemente dice que «cuando los discípulos estaban juntos con las puertas cerradas por miedo a los judíos, vino Jesús y se puso en medio de ellos» (Juan 20:19). El texto no dice cómo entró en la habitación. Como el texto no dice explícitamente cómo entró Jesús a puerta cerrada, cualquier sugerencia es sólo especulación. Sí sabemos que los ángeles utilizaron sus poderes especiales para desbloquear las puertas de la prisión y liberar a Pedro (Hechos 12:10). El Cristo sobrenatural poseía ciertamente este poder. Aunque físico, el cuerpo de la resurrección es por su propia naturaleza un cuerpo sobrenatural. De ahí que quepa esperar que pueda hacer cosas sobrenaturales como aparecer en una habitación con las puertas cerradas.
Si hubiera querido hacerlo, Jesús podría haber realizado esta misma hazaña antes de su resurrección con su cuerpo físico. Como Hijo de Dios, sus poderes milagrosos eran igual de grandes antes de la resurrección. Incluso antes de su resurrección, Jesús realizó milagros con su cuerpo físico que trascendían las leyes naturales, como caminar sobre el agua (Juan 6:16-20). Pero caminar sobre el agua no demostró que su cuerpo anterior a la resurrección no fuera físico o incluso que pudiera desmaterializarse.
Según la física moderna, no es imposible que un objeto material atraviese una puerta. Sólo es estadísticamente improbable. Los objetos físicos son en su mayoría espacio vacío. Lo único que hace falta para que un objeto físico atraviese otro es que las partículas de los dos objetos físicos estén bien alineadas. Para empezar, esto no supone ningún problema para Aquel que creó el cuerpo.
El cuerpo físico en descomposición
Otro argumento esgrimido a favor de un cuerpo de resurrección inmaterial es que un cuerpo de resurrección físico implicaría «una visión crasamente materialista de la resurrección según la cual los fragmentos dispersos de los cadáveres descompuestos serían reensamblados» (Harris, Raised Immortal, 126).
No es necesario para la visión ortodoxa creer que las mismas partículas serán restauradas en el cuerpo de la resurrección. Incluso el sentido común dicta que un cuerpo puede ser el mismo cuerpo físico sin tener las mismas partículas físicas. El hecho observable de que los cuerpos ingieren alimentos y desprenden productos de desecho, además de engordar y adelgazar, es prueba suficiente de ello. Ciertamente, no decimos que un cuerpo no es material o que no es el mismo cuerpo porque alguien pierda cinco kilos, o incluso cincuenta.
Si fuera necesario, no sería ningún problema para un Dios omnipotente volver a reunir todas las partículas exactas del propio cuerpo en la resurrección. Ciertamente, el que creó todas las partículas del universo podría reconstituir las relativamente pocas partículas de un cuerpo humano. El Dios que creó el mundo de la nada seguramente es capaz de moldear un cuerpo de resurrección a partir de algo. Pero, como ya se ha señalado, esto no es necesario, pues el cuerpo de resurrección no necesita las mismas partículas para ser el mismo cuerpo.
A la luz de la ciencia moderna es innecesario creer que Dios reconstituirá las partículas exactas que se tenían del cuerpo anterior a la resurrección. Pues el cuerpo físico sigue siendo físico y conserva su identidad genética, aunque las moléculas físicas exactas que lo componen cambien cada siete años aproximadamente. El cuerpo de resurrección puede ser tan material como nuestros cuerpos actuales y seguir teniendo nuevas moléculas en él.
A diferencia de nuestros cuerpos, el de Jesús no se corrompió mientras estuvo en la tumba. Citando al salmista, Pedro dijo enfáticamente de Jesús: «no fue abandonado al sepulcro, ni su cuerpo se descompuso» (Hechos 2:31). Pablo añade por contraste que el profeta no pudo haber hablado de David ya que «su cuerpo se descompuso» (Hechos 13:36). Así que en el caso de Jesús la mayoría (si no todas) de las partículas materiales de su cuerpo anterior a la resurrección estaban en su cuerpo de resurrección. Algunos dicen que puede haber habido cierta disolución en el cuerpo de Jesús, ya que la muerte en sí misma implica cierta descomposición de las moléculas orgánicas. Por otra parte, puede que esto sólo se aplique a los humanos mortales. En cualquier caso no hubo disolución final, ya que su resurrección invirtió el proceso de descomposición (Schep, 139).
El cuerpo destruido
Pablo dijo: «Comida para el estómago y estómago para la comida, pero Dios destruirá a ambos» (1 Cor. 6:13). A partir de este texto algunos han argumentado que «el cuerpo de la resurrección no tendrá la anatomía ni la fisiología del cuerpo terrenal» (Harris, Raised Immortal, 124). Sin embargo, esta inferencia no está justificada.
El estudio del contexto aquí revela que cuando Pablo dice que Dios destruirá tanto la comida como el estómago se está refiriendo al proceso de la muerte, no a la naturaleza del cuerpo de resurrección. Pues se refiere al proceso de la muerte por el que «Dios destruirá a ambos» (1 Corintios 6:13).
Como ya se ha señalado, aunque el cuerpo de resurrección no tenga la necesidad de comer, sí tiene la capacidad de hacerlo. Comer en el cielo será un gozo sin ser una necesidad. Jesús comió al menos cuatro veces en su cuerpo de resurrección (Lucas 24:30, Lucas 24:42, Juan 21:12, Hechos 1:4). Por lo tanto, su cuerpo resucitado era capaz de asimilar alimentos físicos. Argumentar que no habrá cuerpo de resurrección porque el estómago será «destruido» equivale a afirmar que el resto del cuerpo -cabeza, brazos, piernas y torso- no resucitará porque la muerte también los convertirá en polvo.
La «carne y la sangre» y el Reino. Pablo dijo que «la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios» (1 Corintios 15:50). Ya en el siglo II, Ireneo señaló que este pasaje era utilizado por los herejes en apoyo de su «grandísimo error» (Ireneo, 30.13), de que el cuerpo de la resurrección no será un cuerpo de carne física.
La siguiente frase omitida en 1 Corintios 15:50 muestra claramente que Pablo no está hablando de la carne como tal, sino de la carne corruptible, pues añade: «ni lo perecedero hereda lo incorruptible». Así que Pablo no está afirmando que el cuerpo de la resurrección no tendrá carne, sino que no tendrá carne perecedera.
Para convencer a los asustados discípulos de que no era un espíritu inmaterial (Lucas 24:37), Jesús les dijo enfáticamente que su cuerpo de resurrección tenía carne. Declaró: «Mirad mis manos y mis pies. ¡Soy yo mismo! Tóquenme y vean; un fantasma no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo» (Lucas 24:39).
Pedro dijo que el cuerpo de resurrección de Jesús es el mismo cuerpo de carne, ahora inmortal, que entró en la tumba y nunca vio la corrupción (Hechos 2:31). Pablo reafirmó esta verdad en Hechos 13:35. Y Juan da a entender que va contra Cristo negar que permanece «en la carne» incluso después de su resurrección (1 Juan 4:2; 2 Juan 7).
Esta conclusión no puede evitarse alegando que el cuerpo de resurrección de Jesús tenía carne y huesos pero no carne y sangre. Porque si tenía carne y huesos, entonces era un cuerpo literal, material, tuviera o no sangre. La carne y los huesos subrayan la solidez del cuerpo físico de Jesús tras la resurrección. Son signos más evidentes de tangibilidad que la sangre, que no puede verse ni tocarse tan fácilmente.
La frase «carne y sangre» en este contexto aparentemente significa carne y sangre mortal, es decir, un mero ser humano. Esto se ve respaldado por usos paralelos en el Nuevo Testamento. Cuando Jesús le dijo a Pedro: «La carne y la sangre no te han revelado esto» (Mt. 16:17), no podía estar refiriéndose a las meras sustancias del cuerpo. Obviamente, éstas no podían revelar que él era el Hijo de Dios. Más bien, como concluye J. A. Schep, «la única interpretación correcta y natural [de 1 Cor. 15:50] parece ser que el hombre, tal como es ahora, una criatura frágil, ligada a la tierra y perecedera, no puede tener un lugar en el glorioso reino celestial de Dios» (Schep, 204).
El biblista Joachim Jeremias observa que un malentendido de este texto «ha desempeñado un papel desastroso en la teología neotestamentaria de los últimos sesenta años». Tras una cuidadosa exégesis del pasaje, concluye que la frase «la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios» no se refiere a la resurrección, sino a los cambios que se producirán en los vivos en la venida de Cristo (Jeremias, 154).
Resurrección y resucitación
La resurrección de Jesús fue algo más que la resucitación de un cadáver físico, argumentan los que dicen que la resurrección fue espiritual. Pero esto no es motivo suficiente para negar la naturaleza física del cuerpo resucitado. La resurrección de Jesús fue sin duda más que una resucitación, pero no fue menos que una. Los cadáveres resucitados vuelven a morir, pero el cuerpo de resurrección de Jesús era inmortal.
Él venció a la muerte (1 Cor. 15:54-55; Heb. 2:14), mientras que los cuerpos meramente resucitados acabarán siendo vencidos por la muerte. Por ejemplo, Jesús resucitó a Lázaro de entre los
muertos (Juan 11), pero Lázaro acabó muriendo de nuevo. Jesús fue el primero en ser resucitado en un cuerpo inmortal, uno que nunca volverá a morir (1 Cor. 15:20). Sin embargo, el simple hecho de que Jesús fuera el primero en ser resucitado en un cuerpo inmortal no significa que fuera un cuerpo inmaterial. Fue más que una reanimación de un cadáver físico, pero no fue menos que eso.
De ello no se deduce que, porque el cuerpo resucitado de Jesús no pudiera morir, por tanto, no pudiera verse. Lo que es inmortal no es necesariamente invisible. El universo físico recreado durará para siempre (Ap. 21:1-4), y sin embargo será visible. También en este caso, el cuerpo de resurrección difiere del de reanimación, no porque sea inmaterial, sino porque es inmortal (1 Cor. 15:42, 53).
La «forma diferente» de Jesús Harris escribió: «No podemos descartar la posibilidad de que la forma visible de Jesús hubiera sido alterada de alguna manera misteriosa, retrasando el reconocimiento de él». Esto sugiere que «la expresión ‘apareció bajo otra forma’ en el apéndice marcano (Marcos 16:12) lo encierra» (Harris, De la tumba a la gloria, 56). Sin embargo, esta conclusión es innecesaria.
Existen serias dudas sobre la autenticidad de este texto
Marcos 16:9-20 no se encuentra en algunos de los manuscritos más antiguos y mejores. Y al reconstruir los textos originales a partir de los manuscritos existentes, muchos estudiosos creen que los textos más antiguos son más fiables.
Incluso concediendo su autenticidad, el acontecimiento del que es un resumen (cf. Lucas 24:13-32) dice simplemente «se les impidió reconocerle» (Lucas 24:16). Esto deja claro que el elemento milagroso no estaba en el cuerpo de Jesús, sino en los ojos de los discípulos (Lucas 24:16, Lucas 24:31). El reconocimiento de Jesús les fue ocultado hasta que se les abrieron los ojos. En el mejor de los casos, se trata de una referencia oscura y aislada sobre la que no es prudente basar ningún pronunciamiento doctrinal significativo. Signifique lo que signifique otra forma, ciertamente no significa una forma distinta de un cuerpo físico real. En esta misma ocasión Jesús comió alimentos físicos (Lucas 24:30). Más adelante en Lucas 24 dijo que su capacidad de comer era una prueba de que no era un espíritu inmaterial (vss. 38-43).
Una autoridad en el significado del griego del Nuevo Testamento dice que otra forma significa simplemente que, al igual que Jesús se le apareció a María en forma de jardinero, aquí se le apareció en forma de viajero (Friedrich, Diccionario teológico).
Resucitado «en el Espíritu» (1 Pe. 3:18). Según Pedro, Jesús fue «muerto en la carne, pero vivificado en el espíritu» (RV). Esto se ha tomado como prueba de que el cuerpo de la resurrección era «espíritu» o inmaterial. Sin embargo, esta interpretación no es necesaria ni coherente con el contexto de este pasaje y el resto de las Escrituras.
El pasaje puede traducirse como «Fue condenado a muerte en el cuerpo, pero vivificado por el Espíritu [Santo]» (NVI). El pasaje es traducido con esta misma comprensión por la Nueva Versión King James y otras. El paralelismo entre la muerte y el ser hecho vivo se refiere normalmente en el Nuevo Testamento a la resurrección del cuerpo. Por ejemplo, Pablo declaró que «Cristo murió y volvió a la vida» (Rom. 14:9) y «Fue crucificado en la debilidad, pero vive por el poder de Dios» (2 Cor. 13:4).
Incluso si espíritu se refiere al espíritu humano de Jesús y no al Espíritu Santo, no puede significar que Jesús no tuviera cuerpo de resurrección. De lo contrario, la referencia a su «cuerpo» (carne) antes de la resurrección significaría que entonces no tenía espíritu humano. Parece mejor tomar carne en este contexto como una referencia a toda su condición de humillación antes de la resurrección y espíritu para referirse a su poder ilimitado y vida imperecedera después de la resurrección (Schep, 77).
Como los ángeles en la resurrección
Jesús dijo que en la resurrección «seremos como los ángeles» (Mt. 22:30). Pero los ángeles no tienen cuerpos físicos; son espíritus (Heb. 1:14). Por lo tanto, se argumenta, no tendremos cuerpos físicos en la resurrección.
Esto malinterpreta el pasaje. El contexto no es la naturaleza del cuerpo de resurrección, sino si habrá matrimonio en el cielo. La respuesta de Jesús fue que no habrá más matrimonios humanos que los angélicos. Jesús no dijo nada aquí sobre tener cuerpos inmateriales. No dijo que serían como los ángeles en el sentido de que los humanos serían inmateriales sino porque serán inmortales (cf. Lucas 20:36).
Un espíritu dador de vida
Según 1 Corintios 15:45, Cristo fue hecho un «espíritu vivificante» después de su resurrección. Este pasaje se utiliza para demostrar que Jesús no tuvo un cuerpo físico de resurrección.
Espíritu vivificante no habla de la naturaleza del cuerpo resucitado, sino del origen divino de la resurrección. El cuerpo físico de Jesús volvió a la vida sólo por el poder de Dios (cf. Rom. 1:4). Así que Pablo está hablando de su fuente espiritual, no de su sustancia física como cuerpo material.
Si espíritu describe la naturaleza del cuerpo de resurrección de Cristo, entonces Adán (con quien se le contrasta) no debió tener alma, ya que se le describe como «del polvo de la tierra» (Génesis 2:7). Pero la Biblia dice claramente que Adán era «un ser vivo [alma]» (Génesis 2:7).
El cuerpo de resurrección de Cristo se denomina «cuerpo espiritual» (1 Corintios 15:44). Hemos visto que Pablo utiliza esta terminología para describir un alimento material y una roca literal (1 Co. 10:4). Se le llama «cuerpo» (sōma), que siempre significa un cuerpo físico en el contexto de un ser humano individual (Gundry, 168).
El cuerpo de resurrección se denomina «espiritual» y un «espíritu vivificante» porque su fuente es el reino espiritual, no porque su sustancia sea inmaterial. El cuerpo sobrenatural de resurrección de Cristo es «del cielo», como el cuerpo natural de Adán era «de la tierra» (1 Corintios 15:47). Pero así como el de la «tierra» también tiene un alma inmaterial, el del «cielo» tiene un cuerpo material.
Lo que seremos en 1 Juan 3:2 se ha utilizado para argumentar que el cuerpo de la resurrección diferirá de un cuerpo físico. Juan dijo: «Queridos amigos, ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos aún no se ha dado a conocer. Pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es» (1 Juan 3:2).
Cuando Juan habla de no saber lo que seremos se está refiriendo a nuestro estado en el cielo, no a la naturaleza del cuerpo de resurrección. Porque lo está contrastando con nuestro estatus ahora como «hijos de Dios», afirmando que no sabe qué estatus superior podremos tener en el cielo. Sí sabe que seremos como Cristo. Pablo dice lo mismo en Filipenses 3:21: Dios usará su poder para «transformar nuestros cuerpos humildes para que sean semejantes a su cuerpo glorioso [sōma]».
También en 1 Juan el apóstol afirma que Jesús tiene ahora un cuerpo de «carne» (sarx) en el cielo. «Todo espíritu que reconoce que Jesucristo ha venido en carne procede de Dios» (1 Juan 4:2). El uso del tiempo perfecto («ha venido») indica una acción pasada con resultados continuos en el presente. Es decir, Jesús vino en el pasado en la carne y sigue en la carne después de la resurrección. Lo mismo se afirma en tiempo presente en 2 Juan 7. Jesús está en la carne en el cielo.
De hecho, Jesús regresará en el mismo cuerpo físico en el que se fue (Hechos 1:10-11), con cicatrices físicas y todo (Apocalipsis 1:7).
Confusión respecto al cuerpo de Cristo
Hay dos áreas comunes de confusión en el uso del material bíblico para probar que Jesús no resucitó en un cuerpo esencialmente físico. Una es que se confunden los atributos del cuerpo de resurrección con sus actividades. En ninguno de los pasajes claros sobre la naturaleza física del cuerpo de resurrección se afirma que Jesús dejara de tener un cuerpo físico en ningún momento (Harris, From Grave to Glory, 390). Ninguno de estos versículos aborda siquiera lo que es el cuerpo de resurrección. De lo que se trata es de lo que puede hacer. Por ejemplo, puede atravesar objetos sólidos, aparecer de repente o desaparecer repentinamente. Pero el hecho de que el cuerpo de Jesús pudiera atravesar un objeto sólido no prueba más que fuera inmaterial que el hecho de que caminara sobre el agua pruebe que sus pies eran de madera de balsa.
Un segundo error garrafal es suponer que, porque algunos pasajes hablan de Jesús como no visto por los discípulos en ciertos momentos, por lo tanto era invisible durante esos periodos. Sin embargo, esto es una confusión de percepción y realidad. No distingue la epistemología (el estudio de lo que sabemos) de la metafísica (el estudio de lo que realmente es). El sentido común nos informa de que, aunque no podamos ver algo, puede que no sea invisible e inmaterial. La cumbre del monte McKinley está oculta por las nubes la mayor parte del tiempo, pero sigue siendo material todo el tiempo.
Conclusión
Las pruebas de la resurrección física son convincentes y su importancia para el cristianismo apenas puede sobreestimarse.
El Nuevo Testamento supera los criterios de credibilidad. Hay muchas razones para aceptar la autenticidad de los relatos del Nuevo Testamento, con todo su supuesto desorden (Vease Criterios de historicidad en los evangelios). Seis relatos de las apariciones posteriores a la resurrección, Mateo 28; Marcos 16; Lucas 24; Juan 20-21; Hechos, 9; y 1 Corintios 15, abarcan un período de cuarenta días en el que Jesús fue visto vivo por más de 500 personas en once ocasiones. Dado que algunos de estos testigos vieron la tumba vacía y las ropas del sepulcro, tocaron las cicatrices de Jesús y le vieron comer, no hay duda razonable sobre la realidad de su resurrección.
No hay base bíblica para creer que Jesús no resucitó en el mismo cuerpo físico de «carne y huesos» en el que murió. No hay ninguna indicación en ningún texto del Nuevo Testamento de que nuestros cuerpos o el de Jesús vayan a ser algo menos que físicos en el cielo. Como dijo el biblista Joachim Jeremias «observe la transfiguración del Señor en el monte de la transfiguración, entonces tendrá la respuesta a la pregunta de cómo debemos imaginarnos el acontecimiento de la resurrección» (Jeremias, 157). El cuerpo material de Jesús se manifestó en su gloria. Del mismo modo, su cuerpo de resurrección hará lo mismo.
Todos los argumentos utilizados para demostrar que Jesús resucitó en un cuerpo numéricamente diferente, invisible e inmaterial son antibíblicos y poco convincentes. Para estar seguros, el cuerpo de resurrección era imperecedero e inmortal, pero el argumento de que no era visible y material carece de fundamento. En el mejor de los casos se trata de una inferencia especulativa a partir de referencias aisladas que utilizan interpretaciones cuestionables. A menudo, los argumentos contra la resurrección material son claras interpretaciones erróneas del texto. Siempre van en contra de la abrumadora evidencia de que el cuerpo de la resurrección era el cuerpo físico real de «carne y huesos» que Jesús dijo que era (en Lucas 24:39).
El cristianismo histórico se sostiene o cae sobre la historicidad, la tangibilidad y la materialidad de la resurrección corporal de Cristo (1 Cor. 15:12s; Lc. 24:37).
Réplicas científicas y filosóficas a las pruebas de la resurrección
La respuesta más común al planteamiento de los hechos mínimos no consiste en cuestionar el fundamento histórico en sí, lo cual es una concesión a su fuerza. Más bien, la vía principal (especialmente entre los naturalistas) es cuestionar la supuesta naturaleza milagrosa del acontecimiento y afirmar que los milagros son imposibles o, al menos, muy improbables (véase Milagros). También se acusa de que tales sucesos nunca se observan en la actualidad, o de que son necesarias pruebas extraordinarias para demostrar que se han producido sucesos excepcionales.
Estas acusaciones suelen compartir el supuesto de que los milagros son contrarios a las leyes de la naturaleza y no pueden admitirse, independientemente de las pruebas que se presenten a su favor. A veces se añade que ni siquiera es necesaria otra respuesta, dada la naturaleza ampulosa de las afirmaciones. Sin embargo, se pueden dar aquí brevemente varias respuestas.
En realidad, ni siquiera se argumenta en el contexto de los hechos mínimos que la resurrección de Jesús sea un milagro. Puede que los críticos simplemente se estén adelantando al inferir que aquí existe una conexión más estrecha de la que realmente existe. A menudo se argumenta que un caso histórico sólo puede demostrar que ocurrieron ciertos hechos, no que Dios actuara causando los hechos; eso implicaría un argumento teológico o filosófico a partir de los datos. El enfoque de los hechos mínimos es un método histórico, por lo que nuestro interés aquí es saber si los hechos históricos en cuestión ocurrieron realmente: ¿Murió Jesús por crucifixión y fue visto más tarde? Si estos hechos ocurrieron, entonces se pueden abordar las cuestiones posteriores sobre la naturaleza y el alcance de la implicación de Dios. Esto último implica temas como la verdad de las enseñanzas de Jesús, en cuanto a si hizo afirmaciones de deidad así como de ser el único camino hacia Dios, sus otros milagros y por qué sólo Jesús fue resucitado de entre los muertos y visto en muchas ocasiones. Pero el método de los hechos mínimos per se aborda los puntos estrictamente históricos de los hechos que son concedidos por prácticamente todos los eruditos que tratan este tema.
Por tanto, la objeción del tipo «los milagros son imposibles» puede ser discutible. Tampoco esta respuesta es simplemente una maniobra tramposa para desviar la discusión. He aquí la doble pregunta que debe responderse: ¿Murió Jesús? Después, ¿se le volvió a ver realmente después? Estas cuestiones históricas son las que intentamos responder mediante el método de los hechos mínimos. Lejos de introducir de contrabando una suposición de milagros, ni siquiera nos hemos planteado si la resurrección es un acto de Dios.
¿Qué hay de la afirmación de que acontecimientos increíbles como los registrados en el Nuevo Testamento no se observan hoy en día? Independientemente de que estos acontecimientos se consideren milagros, este tema ha cambiado significativamente en los últimos años. Se han publicado muchos estudios relevantes tanto en contextos religiosos como no religiosos. De hecho, ha surgido un gran número de casos que guardan un paralelismo bastante estrecho con las curaciones del Nuevo Testamento, y docenas de ellos incluso están respaldados por pruebas anteriores y posteriores a resonancias magnéticas, tomografías computarizadas y radiografías (Keener 2011; véase esp. 1:428, 431-32, 435, 440, 463, 491, 503; 2:680, 682n206).

Esta riqueza de datos disponibles hizo incluso que Richard Bauckham, de la Universidad de Cambridge, exclamara: «Entonces, ¿quién teme ahora a David Hume?». (Keener 2011, vol. 2, refrendo de la contraportada).
Además, varias encuestas recientes han demostrado que la mayoría de los médicos muestran ahora creencias positivas respecto a las curaciones médicas científicamente inexplicables. En uno de esos estudios, el 70 por ciento de más de 1.100 médicos aceptaba la posibilidad de los milagros en un porcentaje que iba sólo ligeramente por detrás del público en general (HCD Research 2008). Dos años después, el porcentaje entre otro grupo de más de 1.000 médicos era del 75 por ciento (HCD Research 2010).
¿Qué hay de las pruebas excepcionales que los escépticos exigen para tales afirmaciones? Además de los datos médicos que acabamos de mencionar, si las más de 100 experiencias cercanas a la muerte (ECM) bien demostradas revelan la probable presencia de al menos algo de consciencia más allá del cese inicial de la actividad cardiaca y cerebral medible, esto proporcionaría pruebas de la posibilidad de la resurrección de Jesús (Habermas y Moreland 2004) (véase Experiencias cercanas a la muerte). Pues si la conciencia posterior a la muerte cercana verificada ya indica la probabilidad de algún reino mínimo de vida después de la muerte, y quizá incluso mucho más, entonces los eruditos críticos no deberían afirmar que las apariciones de Jesús después de la muerte son imposibles.
En resumen, la resurrección de Jesús dista mucho de ser un acontecimiento ridículo en el que sólo creen los incultos. Las sólidas pruebas históricas extraídas directamente de los hechos admitidos críticamente, junto con los datos recientes que favorecen tanto las curaciones médicas como las ECM, indican que deberíamos estar mucho más abiertos a tales acontecimientos. Los rechazos a priori están fuera de lugar.

En la historia de la Iglesia
En la historia de la iglesia, la propia victoria de Jesús sobre la muerte se desarrolló pronto como la base de la esperanza cristiana en la resurrección (Clemente de Roma y Tertuliano). Mediante el bautismo y la eucaristía, los cristianos experimentaron cómo el paso de Cristo a través de la muerte a una nueva vida se actualizaba y realizaba litúrgicamente en medio de ellos y en su provecho. Fue sobre todo el servicio de la vigilia pascual el que ofreció (y ofrece) a los cristianos su experiencia redentora más rica de la «Pascua» de Cristo (véase el testimonio de Melito de Sardis, Cirilo de Jerusalén, Gregorio Nacianceno, Eterio, Agustín y otros).
En los debates cristológicos de los siglos IV y V, a menudo la resurrección de Jesús sólo se discutía en relación con la encarnación, y a veces ni siquiera. El Concilio de Calcedonia (451 d.C.) proporcionó las formulaciones clásicas sobre la única persona y las dos naturalezas de Cristo, pero no dijo nada sobre su crucifixión y resurrección. En los siglos que siguieron, una absorbente teología de la encarnación monopolizó a menudo la atención. En la Edad Media, los teólogos se contentaban a veces con especular sobre la naturaleza del cuerpo resucitado en lugar de reflexionar sobre el poder salvador de Cristo resucitado. En los tiempos modernos, los apologistas del cristianismo presentaban no pocas veces la resurrección como una mera prueba de las afirmaciones de Jesús, «el mayor de todos los milagros» que demostraba su divinidad. Esto suponía ignorar una verdad clave que acabó destacando la Constitución dogmática del Vaticano II sobre la revelación divina, Dei verbum: el clímax de la autorrevelación de Dios llegó con la resurrección de Cristo crucificado de entre los muertos y el envío del Espíritu Santo (n. 5).
Tanto como siempre, la fe pascual sigue siendo una decisión razonable y libre apoyada en el poder de la gracia. Dependemos del testimonio de aquellos que dieron testimonio de sus encuentros posteriores a la crucifixión con el Señor vivo. Vemos lo que la fe en ese mensaje ha aportado a la historia de la iglesia cristiana. Frente a nuestras propias experiencias personales de muerte, absurdo y odio, podemos encontrar a través de la fe en Jesús resucitado nueva vida, sentido y amor. También en nuestro caso pueden hacerse realidad las palabras de 1 Pedro: «Sin haberle visto le amáis; aunque ahora no le veáis, creéis en él y os alegráis con gozo inefable y exaltado» (1:8).
Citas del cristianismo primitivo sobre la resurreción de Cristo
Estaban aterrorizados y asustados, y suponían que habían visto un espíritu. El les dijo: «¿Por qué estáis turbados? ¿Y por qué surgen dudas en vuestros corazones? Mirad Mis manos y Mis pies, que soy Yo mismo. Tóquenme y vean, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como ven que yo tengo».
Lucas 24:37-39
Él, previendo esto, habló acerca de la resurrección del Cristo, que Su alma no fue dejada en el Hades, ni Su carne vio corrupción. A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos somos testigos».
Hechos 2:31, 32
Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos.
Apoc. 1:5.
Dios ha hecho del Señor Jesucristo la primicia al resucitarlo de entre los muertos.
Clemente de Roma (c. 96, W), 1.11.
Porque sé que también después de Su resurrección, Él todavía estaba poseído de carne. Y creo que Él es así ahora.
Ignacio (c. 105, E), 1.87.
El resto del Salmo deja claro que Cristo sabía que Su Padre le concedería todas las cosas que pidiera y que Su Padre le resucitaría de entre los muertos.
Justino Mártir (c. 160, E), 1.252.
También admitirá que fue en la carne donde Cristo resucitó de entre los muertos. Pues el mismo cuerpo que cayó en la muerte y que yacía en el sepulcro, resucitó.
Tertuliano (c. 197, W), 3.581.
Profesamos nuestra creencia de que [la carne de Cristo] está sentada a la diestra del Padre en el cielo. Y declaramos además que volverá desde allí con toda la grandeza de la gloria del Padre. Por lo tanto, es tan imposible para nosotros decir que [su carne] fue abolida, como sostener que fue pecaminosa.
Tertuliano (c. 210, W), 3.535.
Jesús sigue sentado a la derecha del Padre: hombre, pero Dios. Él es el último Adán; sin embargo, Él es también la Palabra original. Él es carne y sangre, sin embargo, Su cuerpo es más puro que el nuestro.
Tertuliano (c. 210, W), 3.584.
Su resurrección es más milagrosa que la de los demás en este aspecto: Los otros habían sido resucitados por los profetas Elías y Eliseo. Sin embargo, Él no fue resucitado por ninguno de los profetas, sino por Su Padre celestial.
Orígenes (c. 248, E), 4.455.
Después de Su resurrección, Cristo existió en un cuerpo intermedio, por así decirlo. Pues estaba en algún lugar entre la fisicalidad del cuerpo que tenía antes de sus sufrimientos y la apariencia de un alma descubierta por tal cuerpo. Fue por esta razón que cuando sus discípulos estaban reunidos y Tomás estaba con ellos, Jesús se acercó y se puso en medio de ellos, aunque las puertas estaban cerradas…. Y también en el Evangelio de Lucas, mientras Simón y Cleofás conversaban entre sí sobre todo lo que les había sucedido, Jesús «se acercó y fue con ellos». … Y cuando se les abrieron los ojos y le conocieron, entonces la Escritura dice, en palabras expresas: «Y desapareció de su vista».
Orígenes (c. 248, E), 4.456.
Al tercer día, resucitó libremente de entre los muertos. Se apareció a sus discípulos como había estado….. Sin embargo, permaneció cuarenta días, para que pudieran ser instruidos por Él en los preceptos de la vida y para que aprendieran lo que debían enseñar. Luego, en una nube que se extendía a su alrededor, fue elevado al cielo para que, como vencedor, llevara al hombre al Padre. Porque Cristo amó al hombre, se hizo hombre y protegió al hombre de la muerte.
Cipriano (c. 250, W), 5.468.
La alegación que a veces hacen contra nosotros es que, si pasamos del catorce lunar, no podemos celebrar el comienzo de la fiesta pascual con luz. Sin embargo, … no pueden negar que debe extenderse a los dieciséis y diecisiete, que coinciden con el día en que el Señor resucitó de entre los muertos.
Anatolio (c. 270, E), 6.149.
Cuando resucitó de entre los muertos, se apareció primero a María Magdalena y a María la madre de Santiago. Luego se apareció a Cleofás en el camino. Después se apareció a sus discípulos.
Constituciones apostólicas (compiladas hacia 390, E), 7.445.
La relación entre fe e historia
El periodo moderno presionó la relación fe-historia de formas únicas, y la resurrección de Cristo se convirtió en un punto álgido de debate. Con las teorías científicas desafiando lo sobrenatural, las secuelas de las Guerras de Religión de los siglos XVI y XVII dando paso a una búsqueda de tolerancia religiosa que desembocó en un cristianismo menos confesional y más ético, y la crítica histórica cuestionando el origen y la fiabilidad de las Escrituras, los teólogos modernos se vieron obligados a reevaluar la forma en que la fe se relacionaba con la historia. Las proposiciones de fe, por ejemplo, ¿representan realidades históricas reales, o son más bien símbolos de transformación personal y social, siendo la pretensión de historicidad meramente retórica?
Surgieron dos interpretaciones de la resurrección de Cristo:
- Psicológica.
- Historicista.
Un relato minimalista de la relación entre la fe y la historia respecto a la resurrección de Cristo entiende la dimensión histórica como una metáfora de la fe en la que la fe no es la creencia en un acontecimiento histórico, sino el reconocimiento de alguna verdad mayor que se considera

existencialmente potenciadora. Adolf Harnack, por ejemplo, distinguió entre la «fe pascual» y el «mensaje pascual», decidiendo que el verdadero significado de la resurrección de Jesús no era el hecho histórico de la tumba vacía, sino que «esta tumba fue el lugar de nacimiento de la creencia indestructible de que la muerte ha sido vencida, de que existe una vida eterna». Tal creencia ‘hace que nuestra vida terrenal sea digna de ser vivida y tolerable’ (¿Qué es el cristianismo? Nueva York, 1957, p. 162).
Rudolf Bultmann, creyendo que los primeros cristianos tenían dificultades para expresarse, aportó la interpretación de la escuela de la historia de las religiones de los relatos de la resurrección como la traducción de los discípulos de su aprecio por Jesús a un mito helenístico sobre un dios salvador moribundo y resucitado. Para Bultmann, la idea de la resurrección era la forma en que los cristianos conceptualizaban y comunicaban su sentido de la importancia permanente de la muerte de Cristo.
Por diferentes razones -siguiendo la tendencia de cambiar las versiones metafísicas clásicas de la salvación por otras sociales-, Rowan Williams puede situarse dentro de esta trayectoria. Aunque personalmente está convencido de la historicidad de la resurrección, puede mostrarse ambivalente hacia ella, centrándose más en cómo el acontecimiento constituye una identidad cristiana que se recibe de Dios, no que se autoconstruye: ‘El punto esencial es que la resurrección es la transacción en los seres humanos que trae la esencia de una mismidad dada no lograda […] La resurrección de Jesús puede ser (como yo por mi parte creo) al menos la tumba vacía, pero es lo más importante [… ] un juicio sobre el intento de construir un sistema de acción y comprensión tan inexpugnable que no pueda vivir con la crítica profética y un juicio también sobre nuestra suposición sentimental de que podemos sostener la novedad de la vida más allá de las regularidades de la «ley» independientemente de la relación con una realidad «dadora»‘ (On Christian Theology, Oxford, 2000, p. 271).
En otros lugares ha ofrecido una interpretación sostenida del tipo de praxis social a la que da lugar la resurrección de Cristo. Por ejemplo, sugiere que al resucitar a Cristo de entre los muertos Dios condenó el juicio de la humanidad. Por lo tanto, la iglesia no puede juzgar, sino amar y aceptar, en particular a los condenados al ostracismo por la sociedad.
La posición historicista considera la resurrección de Cristo como histórica y la fe en ella al menos como un reconocimiento de tal. Reaccionando contra lo que percibía como el subjetivismo acrítico de Bultmann y Karl Barth, Pannenberg defendió la plena historicidad de la resurrección de Cristo a partir de un compromiso con su configuración específica de la relación fe-historia, a saber, la «revelación como historia». Aquí, los acontecimientos bíblicos no tienen un carácter único que los distinga de los acontecimientos históricos regulares. Las afirmaciones de fe deben ser ‘racionales’ y, por tanto, estar sujetas a la verificación histórica normal.

Sin embargo, tanto la historicidad como el poder transformador de la fe son cruciales. La fe en la resurrección de Cristo no debe producirse a expensas de su historicidad, y su historicidad no debe costar la fe. Barth, que discrepó de la opinión de Bultmann pero no abordó la resurrección apologéticamente, puede representar un camino a seguir. Estaba de acuerdo con Bultmann en que la resurrección de Jesús se comprendía por la fe, no por investigaciones históricas «neutrales». Sin embargo, Barth creía que la resurrección histórica era en sí misma el elemento determinante para la fe. En contra de Bultmann, la resurrección de Cristo no era el producto de, sino la razón de ser del primer kerigma (predicación) cristiano. La verdadera fe cristiana es la comunión con Cristo y, por tanto, Cristo debe vivir hoy. Así pues, Barth conservó la historicidad de la resurrección, pero no permitió que la fe en ella se derrumbara en el pasado. El acontecimiento pasado era crítico, no porque pruebe el cristianismo, sino por lo que significa para quién es Jesús.
En última instancia, lo que se necesita es una perspectiva apocalíptica sobre la historicidad de la resurrección en la que el acontecimiento pasado desvele tanto la plenitud del presente regido por el reinado celestial de Jesús como el futuro prometido que su resurrección inaugura. El significado histórico de la resurrección de Cristo no se limita a la tumba, sino que incluye su actividad presente como cabeza de la Iglesia y el futuro que interjecta. Una resurrección verdaderamente histórica es, por tanto, pasado, presente y futuro. La fe, por tanto, no es simplemente animarse en el pasado, sino someterse al señorío presente de Cristo y dejarse poseer por el futuro de la nueva creación de Dios introducida en la resurrección de Cristo, lo que puede significar participar en una praxis esperanzada como la esbozada por Williams y otros.
Videos «Charlando sobre la resurrección de Cristo»
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