Sobre la Parashat Qedoshim «Honra a tus mayores»

En esta semana estamos estudiando la Parashat 31 Qedoshim se encuentra en: Levítico 19:1-20:27 — Qedoshim (קְדשִׁים) significa: «Santos».

Muchas de las instrucciones del Levítico parecen anticuadas e inaccesibles, por lo que hoy en día no se estudian con frecuencia y se cumplen aún menos. Es cierto que algunas de estas mitzvot se refieren al culto en el templo y ya no se aplican directamente a nuestro comportamiento. Otras son oscuras o muy especializadas. Sin embargo, lamentablemente, ignoramos incluso algunas de las enseñanzas éticas más claras del Levítico.

Un ejemplo de este descuido es el mandamiento:

«Te levantarás ante las canas y honrarás la presencia de un anciano, y temerás a tu Dios. Yo soy Adonai»

Levítico 19:32.

Esta instrucción refleja la preocupación general de la Torá por la justicia para los débiles y los marginados.

Hace unos años atrás un periódico local publicó la historia de unos estudiantes de secundaria, descritos por su profesor como «chicos duros», que ayudaron a reconstruir la casa en ruinas de una mujer de 76 años confinada a una silla de ruedas. Uno de los estudiantes, Pedro Ramírez, de 16 años, describió la experiencia:

«Se siente muy bien. Quizá cuando sea viejo y no pueda cuidar de mi casa, algunos chicos cuiden de mí»1

El joven Pedro comprendió instintivamente la solidaridad comunitaria que la Torá busca promover, una solidaridad que exige el debido respeto a los ancianos.

Sin embargo, cuando Levítico nos ordena honrar a nuestros mayores, trasciende incluso esta preocupación esencial por la comunidad.

«Levantarás la cabeza delante de las canas y honrarás la presencia de un anciano, y temerás a tu Dios. Yo soy Adonai»

Levítico 19:32.

El Señor vincula el honor a los ancianos con el temor a Dios y con su propio nombre, subrayando esta mitzvá2 con la afirmación «Yo soy Adonai». He aquí una instrucción sobre la vida humana tal y como Dios quiere que se viva.

A menudo se nos recuerda que vivimos en una «sociedad del ahora» que valora las cualidades de la juventud —la apariencia, la energía, la espontaneidad— por encima de las cualidades de la edad —la experiencia, la sabiduría, la resistencia—. La vida, tal y como la imaginamos los modernos, es un rápido ascenso a través de la infancia y la adolescencia hasta el punto álgido de la juventud.

Más allá de esos primeros años, anticipamos un lento pero inexorable declive hacia una larga mediana edad y, finalmente, los últimos años de la vejez3. Dado que imaginamos nuestro destino de esta manera, tratamos de evitarlo mediante el ejercicio físico, la cirugía plástica y los eufemismos. A las personas mayores se las llama (pero no se las trata como) «ciudadanos honorarios»; a menudo se van a «residencias» o «comunidades de jubilados», y así se aíslan de los jóvenes y de aquellos que no quieren que se les recuerde que ya no son jóvenes4.

Las Escrituras, por el contrario, presentan la sorprendente idea de que los seres humanos mejoran con la edad. Los ancianos pueden ser físicamente más débiles y más propensos a necesitar ayuda que los jóvenes, pero su edad en sí misma es digna de honor. «Te levantarás ante las canas y honrarás la presencia de un anciano…».

Los sabios se preguntaban si esta mitzvá se aplicaría incluso a los ancianos «incultos». La filología moderna remonta la raíz hebrea de «anciano» —zaqen זָקֵן— a zakan זָקָן, que significa «barba». Los ancianos son los barbudos.

Rashi, sin embargo, sigue a los primeros comentaristas que ven zaqen como derivado de la raíz qanah קָנָה, que significa ganar o adquirir. Según este punto de vista, los ancianos son los que han adquirido sabiduría.

El versículo «Levantarás la cabeza canosa y honrarás la presencia del anciano…» nos instruye a honrar especialmente a la «cabeza canosa» que se ha convertido en zaqen al adquirir la sabiduría de la Torá.

Rambán contrarresta esta opinión con la expresada en el Talmud (Kiddushin 32b):

La Escritura nos manda [en la primera mitad del versículo] honrar a cualquier anciano, incluso al inculto, es decir, al ignorante, y luego [en la segunda mitad del versículo] da otro mandamiento relativo al zaqen, es decir, al que ha adquirido sabiduría, aunque sea joven y culto.

Los ancianos deben ser honrados principalmente por su sabiduría y experiencia, y estas cualidades deben ser honradas en cualquier persona, incluso en los jóvenes. Sin embargo, la edad en sí misma aporta estatus y reconocimiento5.

Aquí, como en muchos otros pasajes, la Torá enseña que la vida humana es preciosa, no por sus atributos como la apariencia física o la fuerza, la riqueza, el poder o incluso el aprendizaje. Más bien, la vida humana tiene un valor inherente, y aquellos que han experimentado más de ella, que han superado las amenazas y los ataques contra ella, merecen un honor especial.

Los Dichos de los Padres (Avot) reflejan la misma perspectiva:

El rabino Yose bar Yehudah de Kfar ha-Bavli dijo: «¿Cómo es aquel que aprende de los jóvenes? Como el que come uvas verdes y bebe vino de su lagar. Pero ¿quién es el que aprende de los viejos? Como el que come uvas maduras y bebe vino añejo».

El rabino dijo: «No mires el recipiente, sino lo que hay en él; hay un recipiente nuevo lleno de vino viejo y un recipiente viejo que ni siquiera contiene vino nuevo».

Pirke Avot 4:26-27.

Los seres humanos, al igual que el vino, mejoran con la edad. Según el rabino Yose, se vuelven maduros, dulces y nutritivos, como las uvas maduras. El rabino (probablemente Yehudah ha-Nasi, el redactor de la Mishná) replica con la opinión de que esto no es necesariamente así; a veces los jóvenes tienen estas mismas cualidades de aprendizaje. Sin embargo, incluso su opinión reconoce que normalmente esperamos encontrar el buen vino añejo, la sabiduría probada de la Torá, en los recipientes viejos. Y, como declara el Mesías en un contexto diferente:

«Nadie que haya bebido vino viejo quiere el nuevo, porque dice: «El viejo es mejor»»

Lucas 5:39.

Al ordenar el respeto hacia los ancianos, la Torá reescribe la trayectoria de la vida humana. La vida es un ascenso constante desde la juventud inocente pero sin experiencia, pasando por la responsabilidad y la creciente influencia de la edad adulta, hasta el honor y el prestigio finales de la vejez.

En las Escrituras, los ancianos se sientan a la puerta de la ciudad para gobernar al pueblo6. No pasan sus últimos años en el campo de golf o jugando a la petanca, sino participando activamente en su comunidad, para que esta pueda beneficiarse de su experiencia y sabiduría.

La vida tal y como Dios la diseñó no culmina en el aislamiento y las actividades triviales, sino en la influencia y la conexión.

Honrar a los ancianos es correcto no solo porque reconoce el valor de la experiencia y la resistencia, sino porque nos libera de la presión de nuestra fugaz juventud. La visión moderna de la vida nos da unos pocos años preciosos para capturar los placeres de la vida y dejar nuestra huella en el mundo antes de comenzar nuestro largo declive. Como resultado, nos volvemos cada vez más apresurados, impulsivos e incluso despiadados en la búsqueda del éxito.

La Torá ve la vida como una progresión constante hacia arriba. La vida no alcanza su plenitud a los treinta y cinco o cuarenta años, sino a los setenta u ochenta. Podemos saborear el viaje, sabiendo que seguiremos aprendiendo y creciendo con el paso de los años.

Un último punto: el honor es tangible. El mandamiento nos ordena levantarnos literalmente cuando entra una persona mayor en la habitación. Rashi añade:

«¿Qué es el honor? No se debe sentarse en el lugar de un anciano, ni hablar en su lugar, ni contradecir sus palabras».

El honor a los mayores nos obliga a aprender de ellos, a ralentizar el ritmo si es necesario y a escuchar sus historias y lecciones, no de forma condescendiente, sino para mejorar nosotros mismos y nuestro mundo.

Los actos visibles de deferencia y respeto hacia los mayores unen a la comunidad. En una época de aislamiento e incluso hostilidad entre las generaciones, esta es una enseñanza esencial.


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  1. Albuquerque Journal, 22/4/99 ↩︎
  2. Veasé Mitzváh – Mandamiento ↩︎
  3. La vejez se comunica mediante poderosas imágenes en la Bíblia. La más gráfica de todas es la que se encuentra en Eclesiastés 12:1–9, donde los síntomas fisiológicos de esta se describen con intensas metáforas del almendro floreciente (canas), de las molenderas que se detienen (se caen los dientes); las ventanas se oscurecerán (vista pobre), las puertas de afuera se cerrarán (pérdida de la audición) y se arrastre la langosta (pérdida de energía al caminar). También se describe la muerte mediante imágenes domésticas cotidianas, cada una de las cuales describe el momento de la muerte como una crisis familiar irrevocable: un cuenco de oro roto, un cántaro se quiebra junto a la fuente; la rueda se rompe sobre el pozo. Varios personajes bíblicos son excepciones a estas transformaciones y se convierten en poderosas imágenes: Sara, que es hermosa en su vejez (Gn 12:11, 14); Moisés y Caleb, que permanecen fuertes en su vejez (Dt 34:7; Jos 14:11). Pero solo son excepciones, y la norma bíblica es que los últimos años de la persona están marcados por el declive. Esta imagen de fragilidad es la raíz del sentido de vulnerabilidad que acompaña a la vejez en la Biblia. Esto se comunica poderosamente a través de Isaac, cuya fragilidad en la vejez lo deja vulnerable al engaño de su esposa y su hijo Jacob (Gn 27). Esta vulnerabilidad se refleja en el valor transformado de los ancianos en la sociedad en general. Existe una considerable caída en el valor votivo de un ser humano una vez alcanzados los sesenta años de edad (Lv 27:1–8). No se permite que los levitas de más de cincuenta años trabajen directamente en la tienda de reunión (Nm 8:25–26). Este decaimiento se refleja en la precariedad con la que se aferra al poder en la vejez (2 S 15; 20; 1 R 1) y en la capacidad de controlar su propio destino (Jn 21:18). También se ve en la frustración de los años finales en la tierra (Sal 90, esp. v. 9), de la posibilidad de acabar la vida en dolor (Gn 42:38; 44:31) y en el potencial para la locura (1 R 11:4; Ec 4:13; 1 Ti 4:7). Por esta vulnerabilidad, la Biblia condena a cualquiera que se aproveche de los ancianos y alienta cuidar de esos miembros legítimos de la comunidad (Pr 19:26; 30:17; Mr 7:5–13; Hch 6:1; 1 Ti 5:13–16; Stg 1:27). — T. Longman III, J. C. Wilhoit, y L. Ryken, eds., «VIEJO, VEJEZ», en Gran Diccionario Enciclopédico de Imágenes & Símbolos de la Biblia, trad. Rubén Gómez Pons (Barcelona, España: Editorial CLIE, 2015), 1237 ↩︎
  4. Veasé artículo https://www.adiper.es/ancianos-abandonados-por-sus-familiares-en-algun-centro-la-falta-de-valores-actual/ ↩︎
  5. En Daniel 7:9, 13 a Dios se le llama el «Anciano de Días», una figura que posee gran poder y autoridad. Así también ocurre con los seres humanos: la vejez es señal de autoridad. De esto se da testimonio en la honra esperada para los ancianos (Lv 19:32; Dt 28:50; Pr 16:31; 20:29; 23:22; 1 Ti 5:1; Flm 9). Esta autoridad está vinculada a la sabiduría que debería acompañar a la edad más avanzada y a la experiencia (1 R 12:6–20; Job 12:12; 15:10; Sal 37:25; 119:100) y se expresa mediante el liderazgo en la comunidad, en especial en el papel de dispensar justicia y enseñanza, y actuar como representante para el pueblo (Lv 4:13–15; Nm 11:16–17; 16:25; Dt 21:2, 19; 22:15ss.; 25:7ss.; 27:1; Jos 20:4; Rt 4; Hch 14:23; 15:2; Tit 1:5; Stg 5:14; 1 P 5:1–5).
    La vejez se ve, en ocasiones, como señal de la *bendición de Dios (Gn 15:15; 24:1; 25:7–8; 35:29; Jue 8:32; 1 S 25:6; 1 Cr 29:28; Job 42:17; Sal 91:16; 92:14), mientras que la muerte prematura se ve como la prueba de la maldición de Dios (1 S 2:31–32; Is 65:20). La muerte es inevitable, pero las mayores maldiciones son la muerte prematura (Is 38:10, 12; Job 36:13–14; Pr 10:27) o la muerte dolorosa (Gn 42:38; 44:29, 31; 1 R 2:9), en oposición a la muerte apacible (1 R 2:6). Las figuras patriarcales de Abraham e Isaac se convierten en imágenes de la bendición en la vejez, ya que mueren «anciano y lleno de años» (Gn 25:8; 35:29).
    Se describe, asimismo, la vejez como un tiempo de transición en el que la bendición, el nombre, la herencia y la responsabilidad se transmiten a una nueva generación (Gn 27:1; 1 Cr 23:1; Sal 71:18; Tit 2:3–5). Esta transición se acentúa mediante el contraste entre los personajes viejos y jóvenes, y es especialmente notable en las narrativas del discurso de despedida en el AT, en las que la bendición se pasa a la siguiente generación (Gn 27:27–29; 48:15–16; 49:1–28). Lucas usa este contraste en la dedicación de Jesús, como la generación más mayor, representada por Simeón y Ana, utilizadas como imágenes de la esperanza de las eras pasadas que hallan su apogeo en el bebé mesiánico. Esta ilustración final explica la posibilidad de que la vejez sea un retrato a la vez negativo y positivo en la Biblia; y es que aunque dicha transición pueda ser una fuente de honor al transmitir la herencia propia, también indica la propia muerte. Es, pues, en esta transferencia de generación a generación donde vemos tanto la fragilidad como el potencial de la vejez. —- T. Longman III, J. C. Wilhoit, y L. Ryken, eds., «VIEJO, VEJEZ», en Gran Diccionario Enciclopédico de Imágenes & Símbolos de la Biblia, trad. Rubén Gómez Pons (Barcelona, España: Editorial CLIE, 2015), 1237–1238 ↩︎
  6. Los ancianos en las puertas de la ciudad. El lugar tradicional donde se reunían los ancianos de la ciudad para tratar negocios (ver Lot en la puerta de Sodoma en Gén. 19:1) y oír argumentos legales era la puerta de la ciudad (ver Rut 4:1–4). Antiguos registros babilónicos señalan el rol legal de los ancianos para juzgar en las disputas sobre la propiedad, tomar juramentos y servir de testigos para diversas transacciones (ver Jer. 32:12). — John H. Walton, Victor H. Matthews, y Mark W. Chavalas, Comentario del contexto cultural de la Biblia: Antiguo Testamento, trad. Nelda Bedford de Gaydou et al., Novena edición (El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 2016), 637. ↩︎

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