¡Glorioso intercambio!

Martín Lutero hablaba del «glorioso intercambio» (der fröhliche Wechsel / wundersamer Tausch) como una de las expresiones más bellas del Evangelio. La idea central es que, en Cristo, ocurre un trueque asombroso:

  • Cristo toma lo nuestro: nuestro pecado, culpa, condena, muerte.
  • Nos da lo suyo: su justicia, santidad, vida eterna, adopción como hijos de Dios.

Lutero lo expresó especialmente en su comentario a Gálatas y en su tratado La libertad cristiana (1520). Allí escribe que, por la fe, el alma se une a Cristo como en un matrimonio espiritual, y en esa unión todo lo que es de uno pasa al otro:

¡Ved qué trueque y qué duelo tan maravillosos!: Cristo es Dios y hombre; no conoció nunca el pecado, su justicia es insuperable, eterna, todopoderosa. Pues bien, por el anillo nupcial, es decir, por la fe, acepta como propios los pecados del alma creyente y actúa como si él mismo fuese quien los ha cometido.

Los pecados se sumergen y desaparecen en él, porque mucho más fuerte que todos ellos es su justicia insuperable. Por las arras, es decir, por la fe, se libera el alma de todos sus pecados y recibe la dote de la justicia eterna de su esposo Cristo.”

M. Lutero, Obras, pp. 160-161.

Estamos sumergidos en un mundo en el que todo tiene un precio, nada es regalado como por arte de magia y a pesar de todo, nos cuesta valorar lo que tenemos.

Pero ante esta declaración me gustaría que nos ubicáramos en una situación en la que contrajéramos una deuda tan inmensa que superara el valor de nuestra propia vida y nada ni nadie pudiera cubrirla salvo el único intercambio posible para anularla.

En este mismo punto de partida se situó Martín Lutero, el cual con estas hermosas palabras describe un acontecimiento tan asombroso y abrumador como el que nos narra el apóstol Pablo en 2ª Corintios 5:11-21.

Si hay un titulo excelso para este pasaje de las escrituras, que conforma una realidad preciosa para aquellos que se acercan y viven a Cristo es: El Ministerio de la Reconciliación.

“Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación”

2 Co 5:18.

El término que Pablo utiliza como reconciliación en este versículo en el original es katalagué (καταλλαγή) que se traduce primariamente como intercambio, denotando reconciliación o un cambio en una de las partes, inducido por una acción de la otra.

Recordemos que nosotros seguimos ubicados en esta situación de deuda en la que no podemos actuar de ninguna forma, nuestra vida está en juego y solo hay una salida para esta situación. Por lo tanto, la acción llega de parte de Dios, la traducción primaria de este término nos ayuda a introducir al sustituto, puesto que si hablamos de un ministerio de la reconciliación tenemos que identificar al ministro excelso de este ministerio, y este es el que proviene de Dios como la Dádiva perfecta, el Don que incluye cualquier otro don, el perfecto sustituto, el que realiza este glorioso intercambio, el Reconciliador, Cristo.

Hemos identificado quien es este Reconciliador como el único que puede subsanar esta deuda, pero ¿en qué consiste por tanto este ministerio de la reconciliación? Pablo nos ofrece la respuesta en el vº 19:

“que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.”

2 Co 5:19.

El tiempo imperfecto que utiliza Pablo en este versículo 19, “reconciliando” denota el propósito continuo de Dios, antes de la fundación del mundo, de reconciliar al hombre consigo mismo. Dios creó al hombre siendo su diseño mas precioso y amado. Nos creó Su imagen y semejanza porque deseaba una comunión eterna con nosotros, y que no hubiera nada que nos impidiera acercarnos a Él. Pero el pecado rompe en mil pedazos esta relación, deformando al hombre internamente y alejándolo completamente de Su amado creador.

Este pecado es una muestra de nuestra deuda, que se hace más grande cada día que pasamos alejados de nuestro Creador. Como si de una pequeña bola de nieve se tratase descendiendo por un monte helado, cada vez mas enorme, cada vez mas difícil de parar, así nuestras mentiras, faltas, ira, ignorancia e indiferencia nos distancian más de Dios.

Por esto Dios estaba en Cristo, el Verbo encarnado, Dios hecho hombre, el Creador de cielos y tierra Sustentador de este mundo, muriendo por ti y por mi en una cruz maldita para poner en acción el ministerio mas glorioso jamás descrito. Solo podía ser este Reconciliador, el que actuara en este momento, no tomando en cuenta nuestros pecados, nuestra ignorancia, nuestra indiferencia, no imputando estos pecados a los hombres si no a Cristo, y que por tanto fuera tratado como pecado, siendo el Justo, el único hombre en este mundo sin falta ante Dios, porque el era Dios:

“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.”

2 Co 5:21.

Es entonces cuando cobra sentido esta última frase del vº19: “nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación”. Comenzábamos ubicándonos en una situación en la que contrajimos una deuda tan inmensa que superaba el valor de nuestra propia vida y nada ni nadie podía cubrirla salvo el único intercambio posible para anularla. Ahora nos encontramos justificados (hechos justicia de Dios en él), presentados como justos a pesar de nuestras injusticias; limpios, a pesar de nuestra inmundicia; vivificados, a pesar de la mortandad que arrastrábamos.

Pero no solo esto, Dios no tan solo nos perdona y reconcilia, Él cambia nuestro estatus, y si antes estábamos hundidos en el lodo cenagoso, ahora somos conciudadanos de Dios en los cielos; si antes estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, ahora somos reyes y sacerdotes para Dios; si antes estábamos enemistados, ahora estamos reconciliados con Dios por medio de nuestro amado Reconciliador, Cristo, el que ahora desea que hablemos de esta reconciliación, el ministerio mas grande jamás contado.

Hoy Él te pide tu corazón y un cambio de dirección. Él desea reconciliarse contigo, porque el fundamento de este intercambio está en su amor por ti.

Para Martín Lutero, esto no es solo un concepto teológico, sino un motivo de profunda gratitud y gozo:

  • No es un intercambio “justo”, sino inmerecido, movido únicamente por el amor de Dios.
  • No es un evento parcial, sino total: Cristo no se queda con una parte de nuestro pecado, sino con todo.
  • No es algo que depende de nuestras obras, sino de la fe que recibe lo que Él ya hizo.

Por eso lo llamaba “glorioso” o “feliz intercambio”, porque transforma por completo nuestra condición: el pecador condenado pasa a ser justo y libre, mientras que el Hijo sin pecado carga voluntariamente nuestra condena para que nosotros tengamos su vida.

Así estaremos proclamando de la reconciliación de Dios hacia nuestras vidas deseando que llegue el momento en el que, por medio de este intercambio de gracia, veamos a Cristo, aquel que murió como nosotros debíamos morir para que nosotros vivamos la vida que el merecía vivir. Dios le golpeó a Él para besarnos a nosotros.

Por lo que durante la eternidad tendremos el privilegio de clamar con toda nuestra alma tal y como apuntó Martín Lutero: ¡GLORIOSO INTERCAMBIO!

Tal como declara Isaac Wats en su magnifico Himno titulado: La cruz sangrienta al contemplar.

¿Y qué podré yo darte a Ti

a cambio de tan grande don?

Es todo pobre, todo ruin;

toma, oh Señor, mi corazón.

La cruz sangrienta al contemplar, Isaac Watts.

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