Juan el Apóstol (hebreo יוחנן Yohanan, «el Señor es misericordioso» Ἰωάννης, Iōannēs) fue, según diversos textos neotestamentarios (Evangelios sinópticos, Hechos de los Apóstoles, Epístola a los Gálatas), uno de los discípulos más destacados de Jesús de Nazaret. Nativo de Galilea, era hermano de Santiago el Mayor e hijo de Zebedeo. Su madre podría ser Salomé.
Fue pescador de oficio en el mar de Galilea, como otros apóstoles. La mayoría de los autores lo considera el más joven del grupo de «los Doce». Probablemente vivía en Cafarnaún, compañero de Pedro. Junto a su hermano Santiago, Jesús los llamó בני רעם Bnéy-ré’em (arameo), Bnéy Rá’am (hebreo), que ha pasado por el griego al español como «Boanerges», y que significa «hijos del trueno», por su gran ímpetu. El nombre puede estar asociado con su intolerancia y temperamentos fuertes (Mar 9:38–41; Luc 9:51–56). Culpepper interpreta el nombre como un signo de lo que ellos se iban a convertir: testigos valientes y voces del cielo (Culpepper, John, the Son of Zebedee, 39–40, 50). De acuerdo a Marcos, la única otra persona que recibió un nombre nuevo por parte de Jesús es Simón, a quien es dado el nombre de Pedro
- Juan en los Evangelios:
Juan pertenecía al llamado «círculo de dilectos» de Jesús que estuvo con él en ocasiones especiales: en la resurrección de la hija de Jairo, en la transfiguración de Jesús, y en el huerto de Getsemaní, donde Jesús se retiró a orar en agonía ante la perspectiva de su pasión y muerte. También fue testigo privilegiado de las apariciones de Jesús resucitado y de la pesca milagrosa en el Mar de Tiberíades.
Tanto la Escritura como la historia dicen que Juan desempeñó un papel importante en la iglesia primitiva. Por supuesto, era uno de los integrantes del círculo íntimo del Señor, pero él no fue la personalidad dominante de ese grupo. Era el hermano menor de Jacobo y aunque en los primeros doce capítulos de Hechos aparece como un compañero frecuente de Pedro, éste mantiene la primacía mientras que Juan ocupa un segundo plano. Pero Juan también tuvo su turno de liderazgo. Finalmente, debido a que sobrevivió a los otros, cumplió un papel único y patriarcal en la iglesia primitiva, papel que duró hasta cerca del fin del siglo primero y alcanzó muy adentro de Asia Menor. Su influencia personal fue, por lo tanto, estampada en forma indeleble en la iglesia primitiva, bien dentro de la era post apostólica.
Casi cada cosa que observamos sobre la personalidad y carácter de Jacobo la observamos también en Juan, el integrante joven del dúo «hermanos Boanerges».
Juan estaba con Jacobo, listo para pedir fuego del cielo contra los samaritanos. También estuvo en medio del debate sobre cuál de los discípulos era el más importante. Su celo y ambición reflejaban el celo y ambición de su hermano mayor. Por lo tanto, es aún más notable que a Juan a menudo se le llamara «el apóstol del amor». Sin duda, él escribió más que cualquier otro en el Nuevo Testamento sobre la importancia del amor, poniendo especial énfasis en el amor cristiano para Cristo, el amor de Cristo por su iglesia, y el amor mutuo que se supone que debe ser la marca distintiva de los creyentes verdaderos. El tema del amor fluye a través de sus escritos.
Pero el amor fue una cualidad que Juan aprendió de Cristo, no algo que brotara espontáneamente de él. En sus años de juventud, él fue tanto un hijo del trueno como Jacobo. Si usted cree que Juan es la persona que con frecuencia se describe en el arte medieval como un tipo dócil, apacible, paliducho que descansa su cabeza sobre el hombro de Jesús, al que mira con ojos de paloma distraída, olvídese de esa caricatura. Porque Juan era duro y tosco, como el resto de los discípulos- pescadores. Y, lo repito, era tan intolerante, ambicioso, celoso y explosivo como su hermano mayor. De hecho, la única vez que los escritores de los Evangelios sinópticos lo registran hablando para sí mismo, se le ve agresivo, excesivamente confiado y con una intolerancia impertinente.
Si usted estudia los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas se dará cuenta de que casi siempre se menciona a Juan en relación con alguien más: con Jesús, con Pedro o con Jacobo. Solo una vez Juan aparece solo y habla. Y fue cuando confesó al Señor que él había reprendido a un hombre por echar fuera demonios en el nombre de Jesús porque el hombre no era parte del grupo de los discípulos (Marcos 9.38).
Así, es claro en los Evangelios que Juan era capaz de comportarse como el más sectario, intolerante, poco afable, imprudente e impetuoso de los hombres. Era volátil, tosco, agresivo, apasionado, celoso y personalmente ambicioso, como su hermano Jacobo. Ambos habían sido cortados por la misma tijera. Pero Juan envejeció bien. Bajo el control del Espíritu Santo, todos sus impedimentos se cambiaron en ventajas. Compare al joven discípulo con el anciano patriarca y verá que al madurar, sus esferas de grandes debilidades se transformaron en sus puntos más fuertes. Él es un ejemplo formidable de lo que nos puede ocurrir a nosotros cuando crecemos en Cristo, dejando que la fuerza del Señor se perfeccione en nuestra debilidad.
Cuando hoy día pensamos en el apóstol Juan, por lo general nos hacemos la imagen de un apóstol anciano y de corazón tierno. Como el anciano e importante dirigente de la iglesia cerca del final del siglo primero, fue amado y respetado universalmente por su devoción a Cristo y su gran amor por los santos en todo lugar. Esa es, precisamente, la razón para haberse ganado el epíteto de «apóstol del amor».
Como veremos, sin embargo, el amor no anuló la pasión de Juan por la verdad. Más bien, le dio el equilibrio que necesitaba. Mantuvo hasta el fin de toda su vida un profundo y permanente amor por la verdad de Dios y fue perseverante en proclamarlo hasta el final. El celo de Juan por la verdad le dio forma a su manera de escribir. De todos los escritores del Nuevo Testamento, él es el más definido en su pensamiento. Piensa y escribe en absolutos. Trata con hechos patentes. Para él todo está determinado. En su enseñanza no hay muchas áreas grises porque él tiende a poner las cosas en un lenguaje absoluto, antitético.
Por ejemplo, en su Evangelio, pone luz contra la oscuridad, la vida contra la muerte, el reino de Dios contra el reino del mal, los hijos de Dios contra los hijos de Satanás, el juicio de los justos contra el juicio de los malos, la resurrección de vida contra la resurrección de condenación, recibir a Cristo contra rechazar a Cristo, el fruto contra la esterilidad, la obediencia contra desobediencia y el amor contra el odio. Le gusta exponer la verdad en absolutos y opuestos. Entiende la necesidad de trazar una línea clara. El mismo enfoque se ve en sus epístolas. Nos dice que andamos en la luz o habitamos en oscuridad. Si somos nacidos de Dios, no pecamos.
En realidad, no podemos pecar (1 Juan 3.9). O somos «de Dios» o somos «del mundo» (1 Juan 4.4-5). Si amamos, hemos nacido de Dios; si no amamos, no hemos nacido de Dios (vv. 7-8). Juan escribe: «Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido » (1 Juan 3.6). Dice todas estas cosas sin modificarlas y sin suavizar las líneas duras. En su segunda epístola, plantea una separación completa, total de todo lo que es falso: «Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras» (vv. 9-11). Su tercera epístola la termina con estas palabras del versículo 11: «El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios».
- El discípulo amado:
Muchos autores lo han identificado con el discípulo a quien Jesús amaba, que cuidó de María, madre de Jesús, a pedido del propio crucificado (Stabat Mater). Diversos textos patrísticos le adjudican su destierro en Patmos durante el gobierno de Domiciano, y una prolongada estancia en Éfeso, constituido en fundamento de la vigorosa «comunidad joánica», en cuyo marco habría muerto a edad avanzada.
Juan es tradicionalmente identificado como el “discípulo amado” en el Evangelio de Juan. Aunque esto no es seguro, los dos están juntos en el círculo más cercano de Jesús y son compañeros de Pedro. Juan no es nombrado nunca explícitamente en el Evangelio de Juan. Está mencionado indirectamente en Juan 21:2, que dice que “los hijos de Zebedeo” estaban junto con Pedro y algunos de los otros discípulos en el lago de Tiberíades (e. d., el mar de Galilea). Sin embargo, un discípulo anónimo es presentado como el más cercano a Jesús:
- Se reclina sobre el pecho de Jesús en la Última Cena (Juan 13:23)
- Actúa como un intermediario entre Pedro y Jesús (Juan 13:24–25)
- Se le confía el cuidado de la madre de Jesús (Juan 19:26–27)
- Llega a la tumba vacía antes que cualquier otro de los discípulos (Juan 20:4)
- Es el primero en creer en la resurrección (Juan 20:8)
- Reconoce al Señor resucitado y lo identifica para Pedro (Juan 21:7)
Es llamado “el discípulo a quien Jesús amaba” (ej., en Juan 21:20). Este discípulo amado está en compañía de Pedro. A veces es llamado “el otro discípulo” (Juan 18:15; 20:2).
El discípulo amado podría haber sido también Lázaro, Tomás, Juan Marcos o Matías. El discípulo amado es representado tanto como un individuo y como una figura simbólica. De acuerdo a Juan 21:24, el discípulo amado es el autor del Evangelio de Juan (ver los acontecimientos que condujeron a Juan 21:24 en Juan 21:20–23).
- Juan en Hechos y en la literatura Paulina:
En Hechos, Juan es retratado como el compañero silencioso de Pedro. Aparece sólo en algunas escenas, junto con Pedro, en la primera parte del libro, según el libro de los Hechos de los Apóstoles, en Pentecostés Juan el Apóstol se encontraba en espera orante, ya como uno de los máximos referentes junto a Pedro de la primera comunidad. Juan acompañó a Pedro, tanto en la predicación inicial en el Templo de Jerusalén (donde, apresados, llegaron a comparecer ante el Gran Sanedrín por causa de Jesús), como en su viaje de predicación a Samaria.. Aunque no es mencionado en el concejo de Jerusalén, es presentado por Pablo como un líder importante del comienzo del movimiento de Jesús.
Juan también se muestra silencioso en Hechos en general. Es mencionado casi siempre junto con Pedro (la excepción es cuando es mencionado en el martirio de Jacobo, en Hech 12:2) y actúa como el compañero silencioso de Pedro en varias escenas, incluyendo:
- La sanidad de un hombre lisiado en el templo (Hech 3:1–10)
- La audiencia ante el consejo (Hech 4:1–22)
- El trabajo misionero en Samaria (Hech 8:14–25)
Juan no es mencionado entre los apóstoles que están presente en el concilio de Jerusalén (Hech 15). Juan fue una parte importante en el comienzo del movimiento de Jesús: “Jacobo, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo cuando reconocieron la gracia que me había sido dada. Estando de acuerdo en que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a los de la circuncisión” (Gál 2:9).
- Juan el apóstol, Juan el anciano y Juan el «vidente»:
El Evangelio de Juan, 1 a 3 de Juan y Apocalipsis pueden haberse originado en una comunidad juanina que conservara la tradición sobre Juan.
El autor del Apocalipsis se presenta a sí mismo como “Juan”, tanto al principio del libro como al final (Apoc 1:1, 4, 9; 22:8), aunque no afirma ser uno de los apóstoles. Dado que recibe revelaciones acerca de Jesucristo, es llamado a menudo “Juan el vidente”.
El autor de segunda y tercera de Juan se llama así mismo “el anciano” (2 Jn 1:1; 3 Jn 1:1), lo que indica que los libros fueron probablemente escritos por el mismo autor. Pero no hay evidencia concluyente que sugiera que “el anciano” compuso 1 de Juan. Asimismo, no podemos concluir que alguno de los otros escritos atribuidos a Juan compartan su autoría—pueden haber sido escritos por diferentes personas llamadas Juan.
Las polémicas que sobre él se abatieron y aún se abaten (en particular, si Juan el Apóstol y Juan el Evangelista fueron o no la misma persona, y si Juan el Apóstol fue autor o inspirador de otros libros del Nuevo Testamento, como el Apocalipsis y las Epístolas joánicas -Primera, Segunda y Tercera-) no impiden ver la tremenda personalidad y la altura espiritual que a Juan se adjudica, no solo en el cristianismo, sino en la cultura universal.
- Tradiciones de la iglesia acerca de la autoría:
El padre de la iglesia Ireneo, ca. 185 d.C., aseveró que Juan el apóstol escribió el Evangelio de Juan (Haer. 2.22.5; 3.1.1). Eusebio, el historiador de la iglesia del siglo cuarto diferenció entre Juan el apóstol y Juan el anciano. Señala que Juan el anciano (a quién se le atribuye 2 y 3 de Juan) fue un estudiante o discípulo de Juan el apóstol (Hist. eccl. 3.39.1). Tanto Ireneo como Eusebio basan sus afirmaciones sobre un pasaje difícil del Obispo Papías de principios del segundo siglo (conservado sólo por Eusebio, Hist. eccl. 3.39.3–4), que puede interpretarse de ambas maneras.
Justino Mártir (c. 160) fue el primero que conectó a Juan, el visionario del libro de Apocalipsis, con «Juan, el apóstol de Cristo». El canon muratoriano (fechado indistintamente entre el 190 y el 350) es quizás la evidencia existente más antigua que atribuye todos los cinco documentos a Juan el apóstol. Pero con el surgimiento de la crítica histórica a finales del siglo XVIII, los eruditos comenzaron a dudar de que los cinco documentos canónicos pudieran atribuirse legítimamente a Juan el apóstol. La diferencia en cuanto a estilos literarios, y un mayor interés por la política de autoría en la iglesia primitiva, llevó a los eruditos a proponer otras dos figuras anónimas como posibles autores de estos textos. Juan «el anciano» (2 Jn 1, 3 Jn 1, Papías), considerado por muchos como alguien totalmente diferente del apóstol, pudo ser el verdadero autor de por lo menos dos epístolas y el cuarto Evangelio. Otra posibilidad es el «discípulo amado» que aparece como testigo de la pasión de Jesús, y que autentica al cuarto Evangelio (Jn 13:23; 19:26; 20:2; 21:7, 20). Algunos eruditos piensan que la iglesia primitiva pudo haber fusionado a estas dos personas, junto con el visionario de Apocalipsis, en una sola figura llamada Juan, el discípulo de Jesús.
Entre los siglos II y quinto siguieron apareciendo textos supuestamente escritos por el apóstol Juan, y leyendas acerca de él. Estas historias ayudan a consolidar y legitimar las particularidades de la teología juanina dentro del canon y también dentro de los debates cristológicos que se desarrollaron en la iglesia. Es durante este período que Salomé fue identificada como la madre de Juan (Mr 15:40, 41; Jn 19:25), convirtiendo así a Juan en el primo de Jesús y su discípulo más joven.
Es también en este tiempo que la tradición de la iglesia identifica a Juan como el discípulo amado del cuarto Evangelio, y el autor del libro de Apocalipsis. Según algunas tradiciones, Juan llevó a María, la madre de Jesús, a Éfeso (Justino Mártir, Dial. 81.4), de donde fue desterrado a la isla de Patmos. Con el tiempo fue liberado, y regresó a Éfeso para enseñar. En Éfeso fue auxiliado por el joven cristiano Papías, y aquí vino a ser conocido como «Juan el anciano». Juan el anciano, el apóstol y el amado primo de Jesús, murió después a la avanzada edad de c. 100 años, siendo el último sobreviviente de los apóstoles.
[…] Juan. […]
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