En esta semana estamos estudiando la Parashat 28 Metzora se encuentra en: Levítico 14:1-15:33 — Metzora– (מְּצֹרָע) significa: «leproso».
Leemos en la Parashá:
9 »Cuando una persona tenga una infección en la piel, deberá ser llevada ante el sacerdote, 10 quien la examinará. Si ocurre que la inflamación y el vello se han puesto blancos, y se ve la carne viva, 11 se trata de una infección crónica. El sacerdote declarará impura a tal persona. Pero no hará falta aislarla otra vez, porque ya se sabe que es impura.
En esta Parashá encontramos diferentes leyes y procesos para tratar y limpiar a los inhabilitados por «lepra» Tzara’ath. La afección denominada en la Torá tzara’at se traduce habitualmente como «lepra», pero la descripción que hace la Torá resulta desconcertante si la consideramos estrictamente como una afección médica (c.f. Levítico 14 – Leyes para limpiar a los inhabilitados por «lepra» Tzara’ath, La lepra y «tzara’ath» en tiempos de Jesús).
Los diversos síntomas descritos no se corresponden con los síntomas de la lepra tal y como la conocemos, ni con ninguna otra afección conocida por la medicina moderna. Además, esta versión de la lepra es una enfermedad que no solo afecta a los seres humanos, sino también a las casas y la ropa.
Dado que la tzara’at no es aparentemente un simple problema médico, los rabinos la consideraban una condición espiritual, un castigo por el pecado1, la manifestación visible de un desorden interior.
Rambán resume esta perspectiva en su comentario sobre Levítico 13:47, señalando que la lepra descrita en la Torá:
«no forma parte del orden natural de las cosas, ni ocurre nunca en el mundo fuera de Israel».
Pero cuando Israel está totalmente dedicado a Dios, entonces Su espíritu está siempre sobre ellos, para mantener sus cuerpos, sus ropas y sus casas en buen estado. Así, tan pronto como uno de ellos comete un pecado o una transgresión, aparece una deformidad en su carne, en su ropa o en su casa, revelando que Dios se ha apartado de él.
Los sabios del Talmud fueron más allá. No solo afirmaron que la tzara’at es el resultado del pecado, sino que especificaron la variedad de pecados que conducen a ella. Leproso en hebreo es m’tzora, que puede leerse como una contracción de motzi ra, aquel que produce o difunde el mal [habla], un calumniador (Arachin 15b).
En la tradición judía se dice:
«¿Por qué el leproso es diferente de otros que son impuros, de modo que debe permanecer aislado? Puesto que ha causado separación mediante palabras maliciosas —entre un hombre y su mujer y entre un hombre y su amigo—, también él será apartado»
La lepra tzara’at , entonces , se interpreto en la tradición Judía como el resultado del lashon hara, el mal hablar (c.f. Lashón Hará – La lengua maligna), que incluye el chisme, la calumnia y las palabras divisorias. Esta interpretación de la lepra puede tener su origen en un incidente registrado en el Libro de los Números.
Aharón y Miriam desafían el liderazgo de Moisés, diciendo:
«¿Acaso solo ha hablado el Señor a través de Moisés? ¿No ha hablado también a través de nosotros?»
El Señor sale en defensa de Moisés, describiendo su estatus espiritual único y concluyendo:
«¿Por qué, entonces, no temisteis hablar contra mi siervo Moisés?».
Inmediatamente, Miriam es afectada por la lepra, porque fue ella quien instigó las quejas contra Moisés. Debe ser «apartada», como describe el pasaje anterior, porque ha causado la separación entre Aarón y ella, por un lado, y Moisés, por otro. Incluso después de que el Señor responde a la oración de Moisés por su curación, ella debe permanecer fuera del campamento durante siete días.
Así pues, la lepra en la Torá no es una enfermedad común, sino el castigo visible de una enfermedad espiritual. Por lo tanto, cuando el leproso se cura, debe seguir un complejo ritual supervisado por el sacerdote antes de poder ser declarado limpio y restituido a su pueblo.
El primer elemento del ritual consiste en «dos aves vivas y limpias, madera de cedro, carmesí e hisopo».
Y el sacerdote ordenará que se mate uno de los pájaros en un recipiente de barro sobre agua corriente. Tomará el pájaro vivo, la madera de cedro, el carmesí y el hisopo, y los mojará, junto con el pájaro vivo, en la sangre del pájaro que fue matado sobre el agua corriente. Y rociará siete veces sobre el que ha de ser purificado de la lepra, y lo declarará limpio, y soltará el ave viva al campo.
Encontramos un posible vínculo que el Talmud describe como el procedimiento Divino para la purificación del leproso, porque así como ellos atribuían la enfermedad de tzara’at que se contraía a través de las malas lenguas, el Talmud lo compara con el parloteo sin sentido de los pájaros. Por lo tanto, el ritual de purificación de la tzara’at requiere pájaros para ser eficaz (Arachin 16b).
Pero… ¿por qué se mata a un pájaro y se libera al otro?
El Sefat Emet2 ofrece una profunda reflexión en su comentario sobre esta parashá.
Los pájaros están ahí para expiar dos pecados. El que es sacrificado está ahí para que uno se aparte de la charla ociosa y, mucho más, de la mala lengua. El pájaro que se libera es para preparar la boca y la lengua para hablar palabras de la Torá… Este pájaro apunta al habla pura, que es la esencia misma del ser humano. El versículo «… el hombre se convirtió en un alma viviente» (Génesis 2:7) se traduce como «un espíritu que habla…».
Se dice que el chisme tiene tres víctimas:
- El que es objeto del chisme.
- El que chismea.
- El que escucha.
El chisme, entonces, es un pecado de omisión y también un pecado de comisión. El que escucha el chisme peca al no hablar en contra de él. En nuestra experiencia práctica, nos resulta más fácil abstenernos de chismorrear que hablar y tomar posición en contra del chisme cuando lo oímos. Puede que no digamos nada, pero hasta que no nos pronunciamos en contra del lashon hara, somos cómplices del mismo.
Esta es la lección del pájaro vivo. Nos recuerda nuestra capacidad única como seres humanos de reflejar la verdad divina a través de nuestras palabras. No solo debemos evitar decir palabras dañinas, sino también aportar pureza a cualquier conversación y, de ese modo, transformarla. Cuando no lo hacemos, aunque no hayamos dicho ninguna falsedad, pecamos.
La consecuencia de tal pecado ya no es visible entre nosotros como tzara’at, pero las consecuencias más sutiles —la desconfianza, la falta de respeto, la alienación, el miedo— son evidentes a nuestro alrededor.
El pájaro vivo nos recuerda el poder del habla que nos ha dado Dios y nuestra obligación de utilizarlo bien. Como escribió Salomón (Proverbios 18:21):
«La muerte y la vida están en el poder de la lengua, y los que la aman comerán su fruto».
Termino con un relato descrito en el Midrash (Vaikrá Rabá 16:2):
«¿Quién desea comprar un elixir de vida?» Rabí Ianai , que estaba absorto en su estudio de la Torá, pidió ver su mercadería.
El vendedor ambulante le dijo: «No tengo nada para ti». Ante la insistencia de Rabí Ianai, el vendedor ambulante sacó un Libro de Salmos y le mostró el versículo:
«¿Quién es la persona que desea la vida y ama los días para ver el bien? Guarda tu lengua del mal y tus labios de palabras engañosas» (Salmos 34:13-14).
Entonces Rabí Ianai dijo: «Toda mi vida he recitado este Salmo, pero nunca lo entendí hasta que este vendedor ambulante me lo señaló»
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- La lepra es causada por una infección bacteriana, mientras que la tzara’at es una enfermedad espiritual con manifestaciones físicas que puede ser causada por la participación de una persona en calumnias, asesinatos, juramentos falsos, incesto, arrogancia, robo o codicia (véase Bavli Arakhin 16a), aunque Biblicamente no se nos dice los pecados específicos que desencadenan en esta enfermedad, como contamos se han adjudicados principalmente esta lista de pecados explícitamente del testimonio de la Torah en la tradición judía ↩︎
- Sefat Emet es un comentario monumental sobre la Torá del Rebe Yehuda Leib Alter de Ger, considerado uno de los pilares del pensamiento jasídico. El título del libro se basa en su último discurso, que terminó con Proverbios 12:19, «sefat emet tikon la’ad», «los labios de la verdad serán establecidos para siempre». ↩︎


